HISTORIA Y TEOLOGÍA

Cuatro modelos de la formación teológica

Introducción

Cuando se habla de la formación teológica, normalmente se habla del lado práctico: el coste, la doctrina, presencial vs. online, etc. Estas conversaciones tienen mucho valor y vale mucho la pena tenerlas. Sin embargo, se suele pasar por alto otro aspecto igual de importante: el lado teórico. Es decir, qué tipo de alumno se busca, qué tipo de graduado se quiere producir, el enfoque de la formación, etc. Este artículo se centra en el segundo aspecto, y me gustaría usar cuatro modelos —o tipos— de la formación teológica que se han empleado en diferentes etapas de la historia cristiana para formar a los pastores, maestros y teólogos de la Iglesia. Gente como Richard Niebuhr y Avery Dulles, han empleado con éxito modelos para analizar temas como la relación entre la iglesia y la sociedad, la inspiración y la naturaleza de la iglesia; y como ha demostrado Arthur Holder, se pueden emplear para analizar la formación teológica también.[1] Es importante recordar que los modelos no son reconstrucciones históricas totalmente fiables, sino que funcionan como herramientas heurísticas para provocar la reflexión y estimular el diálogo.
 
Básicamente, la formación teológica se puede representar con un eje con dos líneas que representan dos enfoques: la línea vertical representa el enfoque individual y la línea horizontal representa el enfoque comunitario. Además, cada línea tiene dos polos que representan los extremos de cada enfoque: la línea vertical (el enfoque individual) tiene los polos de lo académico y lo espiritual, y la línea horizontal (el enfoque comunitario) tiene los polos de lo vocacional y lo misional. Se puede representar los cuatro modelos de la formación teológica con el siguiente gráfico:
 
 
 
 
Con este gráfico en mente, me gustaría dar unas pinceladas de las características de cada modelo: las palabras claves, el maestro ideal, el alumno ideal, el espacio ideal para aprender, el enfoque de la formación y los personajes representativos.
 
1. El modelo académico
 

El modelo académico se centra en la vida intelectual. Las palabras claves son: la verdad, el razonamiento crítico y la lógica. El maestro ideal es un profesor erudito que tiene un conocimiento exhaustivo de la materia y que ha leído y escrito extensivamente. El alumno ideal es alguien deseoso por aumentar su conocimiento y que se puede describir como listo o dotado. El espacio ideal para aprender es el aula, donde el maestro puede exponer la materia de manera lógica y sistemática. El enfoque de la formación es el entendimiento, la verdad y la doctrina y filosofía cristiana. Los personajes representativos de este modelo son: Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Orígenes, la tradición escolástica medieval y muchos seminarios protestantes a partir de la Iluminación hasta hace relativamente poco.

 
2. El modelo espiritual
 

El modelo espiritual —o monástico— se centra en la vida espiritual. Las palabras claves son: la purgación de las pasiones y la libertad de la tentación y del auto engaño. El maestro ideal es un guía espiritual de la vida espiritual interior, que ha conquistado sus propias pasiones carnales. El alumno ideal es alguien deseoso de la salvación personal de la tentación y de las fuerzas demoníacas. El espacio ideal para aprender es un cuarto, una cueva o cualquier otro sitio donde uno puede aislarse completamente de los demás. El enfoque de la formación es la oración, el ayuno, el ascetismo y la meditación en la vida de Cristo. Los personajes representativos de este modelo son: Antonio el monje, Jerónimo, las órdenes religiosas católicas (especialmente los franciscanos) y movimientos con tendencias hasta el misticismo.

 

3. El modelo vocacional

El modelo vocacional se centra en la vida interior de la iglesia, es decir, la vida comunitaria de una iglesia local. Las palabras claves son: el amor, la comunidad y la vida eclesiástica. El maestro ideal es un pastor con mucha experiencia que puede preparar a los demás para el ministerio semanal en una iglesia local. El alumno ideal es alguien deseoso de servir fielmente como pastor en una iglesia. El espacio ideal para aprender es un monasterio comunitario o una residencia cristiana. El enfoque de la formación es el amor mutuo y la edificación dentro del contexto de la iglesia local. Los personajes representativos de este modelo son: Juan Crisóstomo, Agustín, Dietrich Bonhoeffer y algunos seminarios modernos que tienen residencias.
 
 

4. El modelo misional

El modelo misional se centra en la vida exterior de la iglesia, es decir, cómo ser luz y sal en el mundo. Las palabras claves son: la misión, el evangelismo y el cambio social. El maestro ideal es un evangelista, ya sea un misionero, un evangelista personal o un activista social. El alumno ideal es alguien deseoso de interactuar con la cultura, para empezar una iglesia u organización cristiana y/o para efectuar el cambio en la sociedad. El espacio ideal para aprender es estar rodeado por no cristianos, como en una ciudad o un pueblo con poca o ninguna presencia cristiana. El enfoque de la formación es ser luz en un mundo oscuro y ser enviado por Jesús en el poder del Espíritu. Los personajes representativos de este modelo son: la misión de Gregorio Magno a Inglaterra y el enfoque moderno de muchos seminarios (especialmente en los EE. UU.).
 
Conclusión
 

Es importante resaltar el hecho de que ningún modelo es mejor o peor que los demás. La Iglesia ha empleado varios modelos a lo largo de su historia, y cada uno ha experimentado su auge en distintas épocas y en distintas partes del mundo. Lo importante para los interesados en la formación teológica es reflexionar sobre los cuatro modelos, y emplear el mejor modelo —o más bien, una mezcla de los mejores modelos— para su contexto.

 

[1] Richard Niebuhr, Cristo y la cultura (Barcelona: Ediciones Península, 1968); Avery Dulles, Modelos de la Iglesia (Santander: Sal Terrae, 1975); idem, Models of Revelation (Doubleday, 1992); Arthur Holder, “Making True Disciples: Models of Theological Education from the Early Church,” The St. Luke’s Journal of Theology 34 no 3 (1991): 17-32. Estoy muy endeudado a Holder para las ideas principales expuestas en este artículo.

Me gustaría agradecer a Protestante Digital por el permiso de publicar el gráfico.

 
 
 

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    ¿Qué significa la etiqueta «reformado»?

    La confusión sobre la etiqueta «reformado»

    Muchas veces se oye a gente diciendo «soy reformado» o «tal iglesia no es reformada» o «somos un grupo de amigos reformados». En mi experiencia en el mundo de habla española, esta etiqueta se usa en contextos muy diversos y muchas veces de forma equivocada. Normalmente se usa la etiqueta para evocar uno de las siguientes cinco concepciones: (1) que tal persona o iglesia cree en las cinco «solas» de la Reforma; (2) que tal persona o iglesia prefiere la predicación expositiva a diferencia de la predicación temática; (3) que tal persona o iglesia afirma cierta postura salvífica (es decir, los cinco puntos del calvinismo); (4) que tal persona o iglesia afirma cierta postura sobre la música y/o el Espíritu Santo (es decir, una postura conservadora); (5) que tal persona o iglesia afirma cierta postura escatológica (es decir, el amileniarismo). Sin embargo, ningunas de estas concepciones capta la verdadera profundidad y anchura de la etiqueta «reformado» y algunas reflejan un entendimiento totalmente equivocado. Creo que la mejor etiqueta para estas cinco concepciones sería «conservador» que «reformado».
     
    Lo que quiero hacer en este breve artículo es resumir el sistema doctrinal reformado de tal forma que los lectores entiendan fácilmente el verdadero significado de esta etiqueta como se ha entendido históricamente y como se usa hoy día en otras partes del mundo. Para tal fin, reproduzco a continuación un resumen de la segunda parte del libro de Jan Rohls titulado La teología de las confesiones reformadas (escrito originalmente en alemán: Theologie reformierter Bekenntnisschriften: von Zürich bis Barmen; traducido al inglés: Reformed Confessions: Theology from Zurich to Barmen). Su libro tiene algunas fallas, pero la segunda parte en la que ha recopilado y resumido la doctrina reformada de más de 30 confesiones reformadas escritas entre los años 1523-1675 es admirable. Los siguientes 16 puntos corresponden a los 16 apartados en que Rohls ha dividido la doctrina reformada. Al final del artículo, añadiré algunas observaciones e incluiré algunos consejos para el mundo de habla española.
     
     
    La teología reformada: un esquema
    1. De la revelación, la Palabra de Dios y el rol de la tradición eclesiástica: existe una revelación doble, es decir, la naturaleza y la Escritura; la tradición eclesiástica está sujeta a la Escritura; generalmente se aceptan los credos niceno, apostólico y de Atanasia; la Escritura testifica de su propia inspiración y es su mejor intérprete.

    2. De la deidad y la trinidad: los diversos atributos de Dios fluyen de la simplicidad (y espiritualidad) del ser de Dios; es mejor empezar con la simplicidad del ser de Dios (es decir, la unidad) y luego proceder a la Trinidad (es decir, la tri-unidad); se incluye la cláusula latina «filioque» (es decir, «y el Hijo») en la que se afirma que el Espíritu Santo procede tanto del Padre como del Hijo (a diferencia de la Iglesia ortodoxa).

    3. De la creación y la providencia: la creación del universo fue ex nihilo; la creación implica su preservación; Dios ordena todas las cosas según su voluntad, lo cual da gran consolación a los creyentes; aunque Dios es soberano, se rechaza el fatalismo (se hace por distinguir entre causas primarias y secundarias); Dios obra lo bueno pero permite lo malo.

    4. De los seres humanos y el pecado: existe un dualismo en los humanos con la prioridad dada al espíritu; se pone énfasis en la razón, la cual nos distingue de las otras criaturas; existe un pacto de obras y Adán tenía libre albedrío como para obedecer a Dios o no obedecerle; la depravación es una inclinación a pecar, es decir, a no querer amar a Dios y al prójimo; el amor propio (concupiscencia) es el pecado fundamental (corrupción original) de la naturaleza humana; existe debate sobre si el pecado original es un pecado en sí mismo o es sólo el quebrantar la ley.

    5. Del pacto de la gracia y la reconciliación: hay unidad entre el Antiguo y Nuevo Testamento a través del pacto de la gracia; Dios reconcilia al mundo consigo mismo a través del Dios-hombre; la obediencia activa de Cristo es necesaria porque Cristo ha cumplido el pacto de obras; Cristo es a la vez el cumplimiento de Profeta, Sacerdote y Rey.

    6. De la cristología y la llamada «extra calvinística»: se defiende la postura calcedónica sobre la encarnación y se defienden las dos naturalezas de Cristo; se afirma la comunicación de la naturaleza humana a la divina pero se niega la comunicación de la naturaleza divina a la humana.

    7. De la justificación y la fe: la justificación es la imputación forense de los méritos de Cristo en la cuenta del creyente; el hombre no puede prepararse para recibir la justificación; la fe no es una obra sino que se concede de parte de Dios al creyente.

    8. De la santificación y la penitencia: se distingue entre la fe y las obras pero se afirma que no pueden separarse; las buenas obras no son propias de la justificación sino de la santificación; las buenas obras dan seguridad a los cristianos de que son justificados pero no son meritorias para ganarse la salvación; los sacerdotes no pueden perdonar los pecados a nivel jurídico; se niega la existencia del purgatorio.

    9. De la elección y la reprobación: se afirma la postura infra lapsariana (la predestinación es activa mientras que la reprobación es pasiva); la fe es un don de Dios; Cristo murió (de forma eficaz) por los elegidos; los elegidos pueden saber de su salvación y por tanto tener seguridad eterna.

    10. De la iglesia y sus marcas características: existe una diferencia entre la iglesia visible e invisible (existe debate sobre qué es la iglesia visible); las tres características de la verdadera iglesia son las siguientes: predicar el evangelio, administrar los sacramentos y mantener la disciplina eclesiástica (pureza de la iglesia).

    11. De la Palabra y los sacramentos: el Espíritu obra a través de la Palabra predicada pero existe debate sobre si tal obra se restringe a la Palabra o quizá fuera de ella (p. ej., los sacramentos); Dios usa los sacramentos para impartir gracia a aquellos que los reciben con fe; se rechaza la postura católica «ex opere operato»; los sacramentos van subordinados a la Palabra; los sacramentos son dos: el bautismo y la cena del Señor.

    12. La doble forma de la Palabra de Dios: la ley de Dios nos lleva a Cristo (evangelio); la ley es buena y el hombre es malo; se concibe a Cristo como «el fin de la ley» (Rom 10.4) como el fin de la maldición y de la condenación de la ley; se afirma el tercer uso de la ley, a saber, la ley como una guía positiva para el creyente, porque forma parte del pacto de la gracia, la cual expresa la voluntad de Dios; existe unidad sobre la centralidad de los diez mandamientos para la ética cristiana pero existe debate sobre la aplicación del cuarto mandamiento (el sábado).

    13. Del bautismo: tiene que ser realizado por un ministro ordenado; vale el bautismo católicorromano para los convertidos; existe debate sobre si el bautismo da testimonio de la gracia ya recibida o si es el medio por el cual se imparte dicha gracia; los bebés de padres cristianos deben ser bautizados; el bautismo no es necesario para la salvación; no se repite.

    14. De la cena del Señor: se rechaza la postura católicarromana– Cristo no es sacrificado sino presentado; se rechaza la postura zuingliana de meramente «recordar» la muerte de Cristo; la verdadera presencia de la humanidad de Cristo se hace real a través del Espíritu Santo; comer y beber tienen que ser complementados con la fe.

    15. Del ministerio, la carga y los cargos: hay unidad acerca de que existen tres cargos diferentes en la iglesia, a saber, pastores, ancianos y diáconos, pero existe debate sobre el cargo del maestro; los pastores se encargan de la instrucción en la Palabra y los sacramentos; los maestros se encargan de la investigación, la enseñanza y la catequesis; los ancianos se encargan del ámbito espiritual y la disciplina eclesiástica (mantienen la pureza de la iglesia); los diáconos se encargan del cuidado de los pobres y los enfermos; el consejo de ancianos (compuesto por el pastor y los ancianos) es nombrado por la iglesia (y otros consejos de ancianos); las decisiones de los sínodos permanecen en vigor siempre y cuando sigan las Escrituras.

    16. De la iglesia y el estado: el gobierno es establecido por Dios y debe ser obedecido si promueve el bien común pero resistido si promueve el mal; se aprueba la «guerra justa»; el gobierno debe promover la fe cristiana (no solamente el bien común) y castigar a los herejes; el gobierno no tiene ninguna autoridad espiritual y la iglesia no tiene ninguna autoridad secular; el monarca es el que convoca los concilios eclesiásticos.

     
    Observaciones y consejos para el mundo de habla española
     

    Éste es el consenso general de la tradición reformada según más de 30 confesiones de entre los años 1523-1675. Tengo varias observaciones y consejos a raíz de este estudio, los cuales creo que ayudarán a la Iglesia de habla española a usar mejor la etiqueta «reformado». Primero las observaciones y luego los consejos.

    Primero, es importante notar la estructura del sistema doctrinal reformado. El orden reproducido arriba sigue el orden de muchas confesiones reformadas, las cuales siguen el desarrollo de la historia de la Biblia: comienzan con Dios y su creación, avanzan a considerar el pecado y sus consecuencias, siguen avanzando para hablar del remedio que Dios ha provisto para dicho pecado y terminan hablando de la vida del creyente en la iglesia y la sociedad. En resumen, todos los puntos de inflexión más importantes en la historia de la Biblia están incluidos en las confesiones reformadas (este orden no está sin razón: el protestantismo en general y la rama reformada en particular es una tradición paulina, y sobre todo es una tradición basada en las cartas de Romanos y Gálatas; con pocos cambios, el orden de las confesiones reformadas siguen el mismo orden de Romanos). El acierto de la estructura de las confesiones reformadas está en que han fusionado las teologías sistemática y bíblica. En este sentido, el sistema doctrinal reformado es mucho más amplio que las cinco «solas» de la Reforma o los cinco puntos del calvinismo aunque los incluye. Dicho de otra forma, alguien puede creer en las cinco «solas» de la Reforma y los cinco puntos del calvinismo y no ser «reformado», pero nadie puede ser «reformado» sin creer también en las cinco «solas» de la Reforma y los cinco puntos del calvinismo.
     
    Segundo, es importante considerar lo que no fue incluído en la tradición reformada. Por ejemplo, no fue incluída ninguna postura escatológica. De hecho, algunos lectores se sorprenderán al enterarse de que la postura escatológica mayoritaria en el siglo XVI era una variación del premileniarismo. Pero fuese lo que fuese la postura mayoritaria, la tradición reformada no lo incluyó en su sistema doctrinal (o porque nunca llegó a una conclusión sobre este tema o porque se decidió que no era lo suficientemente importante como para incluirla en sus confesiones). Por lo tanto, decir que la etiqueta «reformado» implica alguna postura escatológica es una equivocación.
     
    Tercero, es interesante notar que el porcentaje de cristianos que se podrían identificar como «reformados» en el pleno sentido de la palabra es bastante pequeño. Para comenzar, las otras tres ramas de la Reforma, o sea, los anglicanos, los luteranos y los bautistas, son excluidas por varios motivos doctrinales: los anglicanos por su eclesiología (tienen obispos), los luteranos por su eclesiología (tienen obispos) y su postura sobre la cena del Señor (la presencia corporal de Cristo en el pan y vino) y los bautistas por su postura sobre el bautismo, su postura sobre la relación entre el Antiguo y Nuevo Testamento (re la relación entre el estado y la iglesia (una división clara y total). Además, dentro de la propia tradición reformada hay algunos que adoptan excepciones en varios puntos de la tradición; por ejemplo, hay cada vez menos «reformados» que guardan el domingo como lo guardaban los «reformados» de los siglos XVII-XX.
     
    Con estas observaciones en mente, me gustaría dar tres consejos al mundo de habla española relacionados con la etiqueta «reformado» y la tradición en general.
     
    Primero, debemos considerar más a fondo la profundidad y la riqueza de la tradición reformada. La verdad es que en la tradición reformada tenemos un tesoro de reflexión teológica madura que nos está esperando para ser descubierto. Algunos de los mejores teólogos que la Iglesia ha producido desde la Reforma han sido atraídos a la tradición reformada, y se nota. La tradición reformada según el esquema dado arriba dio un paso gigantesco en articular la doctrina cristiana porque a distinción de los credos de los primeros siglos que trataron con temas puntuales (aunque de valor incalculable y perdurable) las confesiones reformadas trataron con todo el mensaje de la Biblia y dieron a sus lectores un marco dentro del cual se podía entender la doctrina cristiana en su totalidad.
     
    Segundo, cuando usamos la etiqueta «reformado» debemos matizar precisamente qué queremos decir con ella. He señalado arriba que son muy pocos los cristianos que se pueden identificar como «reformados» en el pleno sentido de la palabra pero no quería decir que la Iglesia ha abandonado por completo la tradición reformada. Al contrario, grandes porciones de la tradición han sido adoptadas por otras tradiciones de tal forma que es común hablar de «bautistas reformados», «carismáticos reformados», etc. Pero es precisamente aquí donde encontramos la dificultad con la etiqueta «reformado» porque al haber adoptado una porción del sistema doctrinal la gente cree que lo ha adoptado todo. Mi consejo, entonces, es que maticemos a qué parte de la tradición reformada nos estamos refiriendo cuando usamos la etiqueta. Por ejemplo, decir que tal persona o iglesia es «reformada en su soteriología» o «reformada en su eclesiología» es más útil para el diálogo entre los cristianos y más correcto desde una perspectiva histórica.
     

    Tercero, pese a todos los puntos fuertes que la tradición reformada tenga, creo que puede correr el riesgo de desplazar otras doctrinas igualmente importantes de tal forma que queda desequilibrada. El hecho de que algunos llamados «reformados» puedan decir que la elección y la reprobación forman la fuente de la cual fluye toda la doctrina cristiana y que muchas iglesias reformadas tengan mucha fama de ser frías y no evangelísticas dan fe de este peligro. No estoy diciendo que tal peligro es inherente al sistema sino que considerando su trayectoria desde la Reforma creo que es una tendencia marcada. Tener una tradición fundada sobre el pensamiento de las cartas paulinas (sobre todo las de Romanos y Gálatas) trae con ello tremendas bendiciones, pero también corre el riesgo de desplazar el testimonio de los otros autores igualmente inspirados por Dios. En un futuro artículo explicaré cuál es este peligro al que me refiero y daré unos consejos para evitarlo.

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      El cristianismo: las enseñanzas fundamentales. La declaración de fe unida de Turquía

      Introducción

      En 2015, sucedió algo muy notable. Representantes de las tradiciones ortodoxa, armenia, siríaca, católica romana y protestante —todos de Turquía— publicaron juntos una declaración de fe de unas 90 páginas que se llama El cristianismo: las enseñanzas fundamentales. Este documento fue publicado en Turquía, escrito en turco (traducido al inglés en 2017) y presentado al gobierno turco como una declaración de fe unida. Estas circunstancias particulares han marcado a la declaración en ciertas maneras. Sin embargo, pese a su sabor local, han logrado publicar un documento que pretende ser universal y duradero. En esta breve reseña de esta obra, me gustaría explicar lo que han incluido y no incluido en el documento, y luego evaluar el verdadero significado del documento.[1]
       
      Lo que fue incluido
       
      Para empezar, hay que reconocer que esta publicación es histórica. Se han reunido cinco tradiciones cristianas para producir una declaración de fe de unas 90 páginas, que toca todos los temas principales de la fe cristiana. Los trece capítulos son los siguientes:
       
      1. Una visión general del cristianismo

      2. La existencia y unidad de Dios

      3. La doctrina de la santa Trinidad

      4. La doctrina de salvación

      5. La ascensión de Jesucristo

      6. La segunda venida de Jesucristo

      7. La actividad del Espíritu Santo

      8. El lugar y la importancia de la Iglesia

      9. La resurrección de los muertos

      10. La santa Biblia

      11. Los fundamentos de la ética cristiana

      12. El cristianismo y la cultura

      13. Una llamada a la unidad: el ecumenismo

      Hacen falta unos comentarios sobre la estructura y el contenido del libro. Primero, la estructura del documento es importante. Los capítulos 2–9 siguen más o menos el esquema de los Credos apostólico y niceno(-constantinopolitano). Por tanto, estos credos antiguos demuestran otra vez su valor para todas las tradiciones cristianas. Segundo, los capítulos más largos (el doble de muchos otros) son los que hablan de la Trinidad y la salvación. Dicho hecho refleja el interés histórico de la teología cristiana en la persona y obra de Dios. Tercero, y como los títulos de los capítulos sugieren, la declaración abarca muchos temas, y lo hace a un nivel más que superficial. De nuevo, esto es un testimonio de cuánto tienen en común las distintas tradiciones cristianas, tanto en su fe como en su práctica.
       
      En cuanto al contenido de la declaración de fe misma, confieso alegremente que, aunque sea protestante (generalmente conservador), hay muy poco —quizá nada— con lo que discrepo. ¡Esto, de verdad, anima mucho!
       
      Lo que no fue incluido
       

      Sin embargo, muchas veces lo que no se dice es igual de ilustrativo que lo que sí, y así ocurre aquí. Los siguientes temas no fueron abarcados en la declaración de fe:

      1. El canon. Aunque no fuera mencionado el debate entre los protestantes y los católicos sobre los libros apócrifos, veo notable que ninguno de los libros apócrifos fueron citados.

      2. El gobierno eclesial. En el capítulo de la visión general, se hizo una referencia a los obispos, presbíteros y diáconos, pero no había más explicación respecto a dichos puestos y si los de obispo y presbítero son sinónimos o no.

      3. La autoridad. En el capítulo de la visión general, se hizo una referencia al hecho de que el tema de la autoridad religiosa con respecto al Papa sigue siendo un tema que divide a los cristianos, pero no se incluyó ningún comentario más sobre el tema. En ningún sitio se incluyó algún comentario sobre el tema de sola Escritura. Sin embargo, se debe añadir que, aparte de tres citas patrísticas (ver abajo), la única autoridad citada fue la Biblia.

      4. La justificación solo por la fe. En el capítulo sobre la iglesia, se afirmó que somos salvos sola por la gracia, que para los protestantes es casi sinónimo con ser salvo sola por la fe y solo por Cristo, pero no se incluyó ningún comentario más sobre el tema.

      5. María y los santos. No se incluyó ningún comentario sobre oraciones dirigidas a María y a los santos, ni tampoco la veneración de ella.

      6. El purgatorio. No se incluyó ningún comentario sobre el purgatorio.

      7. La eucaristía. No se incluyó ningún comentario sobre interpretación de la eucaristía —es decir, la transustanciación, la consustanciación, la comunión espiritual o un acto conmemorativo.

      8. Los sacramentos. No se incluyó ningún comentario sobre el número o la naturaleza de los sacramentos. Sin embargo, en el capítulo de la visión general, se afirmó que hay “dos ceremonias o ritos especiales”, que son el bautismo y la comunión. (Curiosamente, en el capítulo sobre la iglesia parece que afirman una interpretación tanto sacramental como no sacramental del bautismo.)

      9. La cláusula filioque. El debate histórico entre Occidente y Oriente sobre la cláusula filioque, es decir, si el Espíritu procede del Padre o si procede del Padre y del Hijo, no fue abarcado. (Como un comentario parentético, fue interesante notar una pista del trinitarianismo social en su explicación de la Trinidad.)

      10. El reino milenario. Aunque sea un tema de poca importancia, no se incluyó ningún comentario sobre las varias interpretaciones del reino milenario.

      11. La Tradición. La doctrina típica de los Ortodoxos de la Tradición no fue abarcada (a no ser que cuente una referencia a la Tradición en el capítulo de la Biblia). Curiosamente, se citan muy pocos Padres de la Iglesia en la declaración; sólo vi dos citas de Agustín y una de Atanasio (¡y otra de Dostoyevsky!).

      12. Las imágenes. No se incluyó ningún comentario sobre el uso de las imágenes, ya sea para la instrucción o como parte de la adoración.

      El verdadero significado del documento
       

      En conjunto, creo que El cristianismo: enseñanzas fundamentales es muy iluminador por dos motivos. Primero, demuestra que las tradiciones ortodoxa, armenia, siríaca, católica romana y protestante tienen muchísimo en común, con respecto a tanto su fe como su práctica. Las distintas tradiciones no se reunieron para afirmar su lealtad a los credos históricos (es decir, el apostólico, el niceno, el de Calcedonia, etc.) y tampoco escribieron sus propias declaraciones de fe y entregarlas juntos. Al contrario, se reunieron y afirmaron a nivel oficial una declaración de fe que abarca unas 90 páginas. Esto, de verdad, es muy notable.

      Segundo, basado en las omisiones, esta declaración de fe demuestra que no hemos logrado más unidad en los temas que nos dividen desde que nos dividimos hace siglos. Aquellos que quieren encontrar en este documento los distintivos teológicos de su propia tradición, los buscarán en vano. Los católicos romanos no encontrarán nada acerca del Papa ni del purgatorio, los Ortodoxos no encontrarán nada acerca de la Tradición ni de la cláusula filioque, los protestantes no encontrarán nada acerca de la sola Escritura ni la sola fe, etc. Pero estos (y otros) son los mismos temas que nos han dividido por siglos ya. Los autores de El cristianismo: enseñanzas fundamentales concluyen su declaración de fe con una llamada a la unidad, donde incluyen lo siguiente: «Sin dudar, vemos a cada iglesia y creyente que aprueba los principios y las doctrinas de la fe fundamentales en este libro, como coherederos de la salvación en Jesucristo, considerándoles como nuestros ‘hermanos’ y ‘hermanas.’” Con una interpretación caritativa de las distintas tradiciones cristianas, creo que podría ser una afirmación justa. Pero, ¿es mejor interpretar a las distintas tradiciones de manera caritativa, o de manera realista? Es una pregunta digna de pensar para todos.
       
      Por tanto, en mi opinión, el verdadero beneficio de este documento es doble. Primero, tiene un tono celebratorio y unificador. Aunque no haya cambiado nada sobre el papel, sí que ha cambiado el tono de la conversación. Hay mucho que las distintas tradiciones cristianas tienen en común, y esto se debe celebrar. Segundo, por sus omisiones, nos ha recordado precisamente lo que todavía nos divide. En este sentido, ayuda a afilar el enfoque de nuestras conversaciones e inevitablemente nos hace volver a las Escrituras para encontrar las respuestas. Esto, en mi opinión, es un gran paso que dar.
       
      [1] Por tanto, esta reseña es bastante limitada, y queda mucho más por decir. Para otra reseña, cf. Thomas Johnson, “An Astonishing and Completely Normal Book from Turkey,” ERT 43 no 4 (2019): 81-87. Aunque dicha reseña sea afirmativa y animadora en su tono, no creo que interactúe con la declaración a nivel crítico.
       
       
       
       
       
       
       

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        El desarrollo de la doctrina según los Credos y las solas de la Reforma

        I. Introducción

        En este artículo me gustaría enseñar brevemente el desarrollo de la doctrina según los dos Credos más importantes a la Iglesia y las cinco solas de la Reforma protestante. La intención que tengo es aclarar qué es el evangelio y cómo encajan las cinco solas del protestantismo dentro del mismo. Ya he tratado el tema desde otro enfoque en otra ocasión (pinchar aquí), pero aquí me gustaría profundizar un poco más en el tema.
         
        II. Los Credos y las Solas
         
        Aquí vamos a seguir el desarrollo de la doctrina según los Credos apostólico y niceno-constantinopolitano y las cinco solas de la Reforma. Empezamos con el Credo apostólico. Como he demostrado en un artículo previo (pinchar aquí), es un resumen sistemático del evangelio, y por lo tanto, referirse al evangelio es referirse al Credo apostólico y viceversa. El Credo se remonta al s. II (aunque la forma que recitamos hoy en día sólo se remonta al s. VII). En el futuro hablaré sobre el desarrollo de este credo en concreto, pero basta decir que excepto por algunas pequeñas frases (controversiales), las dos versiones son más o menos iguales.
         

        II.1. Credo apostólico

        Aquí lo tenemos, según los doce artículos tradicionales:
         

        1. Creo en Dios el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.

        2. Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor

        3. que fue concebido por el Espíritu Santo, nacido de la virgen María,
         
        4. padeció bajo Poncio Pilato, crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos
         
        5. resucitó al tercer día de los muertos
         
        6. ascendió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso,
         
        7. de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos.
         
        8. Creo en el Espíritu Santo
         
        9. la santa Iglesia católica, la comunión de los santos,
         
        10. el perdón de los pecados,
         
        11. la resurrección de la carne,
         

        12. la vida eterna. Amen.

        Así era cómo los cristianos del s. II resumían de manera sistemática el evangelio. Sin embargo, en el s. IV surgió un gran debate sobre la deidad de Cristo (y también del Espíritu Santo). Aunque se podía inferir la deidad de Cristo del Credo apostólico (ej., «su único Hijo»), no había ninguna afirmación dedicada a ello. Por lo tanto, lo que hicieron los líderes de la Iglesia durante los Concilios de Nicea y de Constantinopla, fue tomar el Credo apostólico y ampliarlo en los sitios necesarios.
         

        II.2. Credo niceno constantinopolitano

        Cuando comparamos el Credo apostólico con el niceno-constantinopolitano, queda así (he puesto en cursiva las adiciones más importantes):
         

        1. Creemos en un solo Dios, el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible

        2. y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho;
         
        3. por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó de los cielos y se encarnó por el Espíritu Santo y la virgen María, y se hizo hombre;
         
        4. fue crucificado por nosotros en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado,
         
        5. y resucitó al tercer día según las Escritura
         

        6. y subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre

        7. y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, de cuyo reino no tendrá fin.
         
        8. Y en el Espíritu Santo, el Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que habló por los profetas.
         
        9. En una Iglesia santa, católica y apostólica.
         
        10. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados.
         
        11. Esperamos la resurrección de los muertos
         

        12. y la vida en los siglos venideros. Amen.

        Es verdad que el Credo niceno-constantinopolitano hace varios cambios (ligeros) respecto al Credo apostólico, pero dónde más se notan son los artículos relacionados con la deidad de Cristo y del Espíritu Santo. Ahora la Iglesia sí tenía lo que le faltaba: un Credo universal que afirmaba claramente la plena deidad de cada miembro de la Trinidad.

        Me habría gustado incorporar la siguiente etapa en el desarrollo de la doctrina: el debate sobre la humanidad de Cristo y los Credos de Caledonia y Atanasio que respondieron a ello, pero por el bien del espacio tendrá que esperar a otro momento. Basta decir que el artículo 3 —«que fue concebido por el Espíritu Santo, nacido de la virgen María»— fue ampliamente modificado en el s. IV para afirmar la plena deidad y humanidad de Cristo.
         
        Ahora llegamos a las cinco solas de la Reforma protestante en el s. XVI. ¿Cómo encajan ellas dentro del evangelio tal como está articulado en los Credos apostólico y niceno-constantinopolitano? Antes de presentar la tabla, permítanme explicar el contexto teológico de las solas:
         

        1. Sola Escritura: La autoridad final de la Iglesia es la Biblia, y no la Biblia más la Tradición y el Magisterio.

        2. Sola gracia: Somos salvos solo por la gracia de Dios, y no por ningún mérito o colaboración humano.
         

        3. Sola fe: Somos salvos solo por la fe, y no por fe más obras de amor y/o los sacramentos.

        4. Solo Cristo: Cristo es el único mediador entre Dios y el hombre, y no la Iglesia.
         

        5. Solo a la gloria de Dios: En la Iglesia solo adoramos a Dios, y no a María y los otros santos.

        II.3. Las cinco solas del protestantismo
         

        Ahora podemos ver cómo encajan las cinco solas en el evangelio. Confieso que es posible que haya otras maneras de encajar las solas, pero esta es la mejor manera según mi entender. Aquí tenemos el Credo niceno-constantinopolitano con las cinco solas

        1. Creemos en un solo Dios, el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible
         

        2. y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho;

        3. por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó de los cielos y se encarnó por el Espíritu Santo y la virgen María, y se hizo hombre;
        • ¿Quién se acerca a quién para lograr la salvación: nosotros o Dios? Sola gracia.

        4. fue crucificado por nosotros en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado,
         

        5. y resucitó al tercer día según las Escritura

        6. y subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre
        • ¿Quién es el mediador entre Dios y el hombre: Cristo o la Iglesia? Solo Cristo.

        7. y de nuevo vendrá con gloriapara juzgar a vivos y muertos, de cuyo reino no tendrá fin.
         

        8. Y en el Espíritu Santo, el Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que habló por los profetas.

        9. En una Iglesia santa, católica y apostólica.
        • ¿Qué es la autoridad final en la Iglesia: la Biblia o algo más? Sola Escritura.

        • ¿A quién adoramos en la Iglesia: a Dios, o a otros también? Solo a la gloria de Dios.

        10. Confesamos un solo bautismo parala remisión de los pecados.
        • ¿Cómo nos salva Dios: por fe o por fe más otras cosas? Sola fe.

        11. Esperamos la resurrección de los muertos
         
        12. y la vida en los siglos venideros. Amen.
         

        III. Conclusión

        Lo que he intentado demostrar en este artículo es que las afirmaciones teológicas de los ss. IV y XVI tienen su contexto en sus debates respectivos sobre ciertos aspectos del evangelio, que fue sistematizado en el s. II (si no antes) en el Credo apostólico. Veo dos aportaciones importantes a este estudio.
         

        Primero, mientras que algunos protestantes afirman que las cinco solas son el “centro” del evangelio o de la Biblia, realmente no es así. La Reforma no fue un debate sobre todo, sino sobre algunas cosas importantes. Es importante contextualizar la Reforma y lo que afirmaban en aquel entonces.

        Segundo, si protestantes y católicos quieren “hacer las paces”, los dos tienen que reconocer que las diferencias no tienen que ver con cosas superficiales, sino con la interpretación correcta de ciertos artículos del mismo evangelio. Brevemente, se nota que las solas se agrupan en el medio del Credo y tienen que ver con la obra y ministerio de Cristo y la naturaleza y papel de la Iglesia. Aquí es dónde debemos enfocar nuestra atención.

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          De la sola Escritura a la liturgia

          I. Introducción

          Muchos cristianos —sobre todos nosotros los evangélicos— creen que aferrarse a la doctrina de sola Escritura conlleva una oposición a la liturgia, como recitar los credos, seguir el año litúrgico y leer de un leccionario. Después de todo, si la Biblia no nos dice que debemos hacer dichas cosas, ¿qué justificación habrá? Aunque yo nunca obligaría a ninguna persona o iglesia a adoptar estas prácticas en su vida personal o eclesiástica, sí que me gustaría demostrar que aferrarse a sola Escritura no conlleva ninguna oposición a estos elementos litúrgicos en sí. De hecho, intentaré demostrar tres cosas: 1) que el evangelio neotestamentario —es decir, la doctrina fundamental basada solamente en las Escrituras— es lo mismo que el Credo apostólico; 2) que el año litúrgico se puede entender como un recorrido de dicho Credo; y 3) que el leccionario es una herramienta complementaria al año litúrgico, para escoger textos adecuados para los distintos temas de cada domingo. Es decir, estos elementos “no bíblicos” son tres maneras de reforzar nuestro entendimiento del evangelio, y así se justifica su uso, tanto a nivel personal como eclesiástico.
           
          II. El evangelio neotestamentario
           

          El evangelio —como cualquier otro mensaje— se puede relatar de forma concisa o más extensivamente. Nos ayuda pensar en un acordeón: se puede abrir y cerrar según los deseos y propósitos del músico, y así esconder o hacer visible ciertas partes “no necesarias”, pero en todo momento sigue siendo el mismo acordeón. Así es con el evangelio: se puede resumir muy brevemente —como Pablo lo hace en 1 Corintios 15:3-4— y se puede extender a libros enteros de la Biblia —como Romanos, por ejemplo— o a la Biblia misma (por no hablar de la literatura segundaria sobre el tema).

          Por el bien de este artículo, voy a evitar estos dos extremos y abrir el acordeón a medias, de forma que estén presentes todos los elementos esenciales del evangelio, pero sin hacer visibles todos los matices y detalles posibles. Para ello, lo que más sentido tiene es recopilar todos los textos neotestamentarios que hablan —directa o indirectamente— del evangelio, compararlos unos con otros, y ver qué temas suelen volver a ocurrir. Otros expertos —como C. H. Dodd y Donald Selby, por ejemplo— ya han hecho el trabajo difícil, y podemos aprovecharnos de su labor. Existen unos 65 textos que hablan del evangelio. Para los interesados, en el siguiente párrafo doy las referencias bíblicas; para los no interesados, se lo puede saltar sin temor de perderse.
           
          [Los 15 textos directos son: Hch 2:4–40; 3:12–26; 4:8–12; 5:20–42; 7:2–60; 10:34–43; 13:16–41, 46; 14:15–17; 16:31; 17:22–31; 22:1–21; 24:10–21; 26:2–27; Rm 1:1–6; 1 Cor 15:1–11. Los 50 textos indirectos son: Hch 4:1–2, 24–30, 33–35; 5:42; 6:12–14; 8:5, 12, 31–37; 9:19–22; 11:20; 14:21–23; 15:7–11, 13–21; 17:2–3, 7; 18:5, 28; 19:4, 8, 26; 20:18–35; 23:6; 24:24–25; 25:19; 28:17–28; Rm 1:16; 2:16; 10:8–9, 17; 15:19; 16:25–26; 1 Cor 1:17–18, 23–24; 2:2–5; 2 Cor 1:18–19; 4:4–14; 5:11–21; Gál 2:14–21; 3:1, 8–12; Ef 3:8–12; 6:19; Fil 1:18; Col 1:4–5, 21–23; 2:6–15; 1 Tes 1:5, 9–10; 2:13–15; 1 Tm 3:16; 2 Tm 1:8, 12; 2:2–13; Tit 1:1–3; 1 Pd 1:10–12.]
           
          Cuando comparamos estos 65 textos unos con otros, vemos que reaparecen una y otra vez los siguientes seis temas: 1) las profecías del Antiguo Testamento o el Dios creador en general; 2) el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús; 3) por virtud de la resurrección, Jesús ha sido exaltado a la diestra de Dios como Señor, Cristo e Hijo de Dios; 4) el Espíritu Santo en la Iglesia es la señal del poder y la gloria actual de Cristo; 5) Jesús volverá como Juez y Salvador; 6) una llamada al arrepentimiento, la oferta de perdón y del Espíritu Santo y la promesa de salvación. Lo que tenemos en estas seis afirmaciones, por lo tanto, es un bosquejo general y básico del evangelio en su totalidad.
           
          [Antes de seguir, y como un pensamiento medio parentético, me gustaría llamar la atención de los lectores sobre el hecho de que el evangelio neotestamentario era un mensaje trinitario: comenzó con el Padre como creador, se centró en el Hijo como el redentor y acabó en el Espíritu como el dador de vida. Por desgracia, las distintas denominaciones protestantes tienden a enfocarse en un miembro de la Trinidad a coste de los otros dos, y así distorsionan la plenitud del mensaje del evangelio. Urge recuperar el perfil trinitario del evangelio en nuestras iglesias hoy en día.]
           
          III. El evangelio neotestamentario y el Credo apostólico
           

          A lo mejor no todos los lectores conocen el Credo apostólico, así que lo pongo aquí: «Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo, nació de la Virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los muertos; al tercer día resucitó de entre los muertos, ascendió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.»

          Ahora llega la parte interesante. Cuando comparamos el evangelio neotestamentario con el Credo apostólico, notamos la impresionante correspondencia entre los dos. Igual que había seis temas fundamentales del evangelio que vimos arriba, el Credo apostólico se puede dividir en seis temas, que corresponden con los del evangelio: 1) El evangelio comienza con las profecías del Antiguo Testamento o el Dios creador en general, y el Credo comienza con la frase «Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra». 2) El evangelio sigue con el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús, y el Credo también sigue con la frase «Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo, nació de la Virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los muertos; al tercer día resucitó de entre los muertos». 3) El evangelio continúa con la exaltación de Jesús a la diestra de Dios, y el Credo también lo hace con la frase «ascendió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso». 4) El evangelio sigue con la segunda venida de Jesús como Juez y Salvador, y el Credo también contiene la frase «desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y muertos». 5) El evangelio sigue con el Espíritu Santo y su presencia en la Iglesia, y el Credo también contiene la frase «Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia universal, la comunión de los santos». 6) Por último, el evangelio acaba con una llamada al arrepentimiento, la oferta de perdón y del Espíritu Santo y la promesa de salvación, y el Credo también acaba con la frase «el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna».

          Creo que es fácil ver que hay una correspondencia total entre el evangelio neotestamentario y el Credo apostólico. Todos los elementos encontrados en el primero también aparecen en el segundo, y sin sobras ni del uno ni del otro. Como dijo Juan Calvino en el §20 de su Catecismo de 1537, «No contiene ninguna doctrina humana. Al contrario, es una colección de los muy ciertos testimonios de la Escritura». Es decir, está sumamente justificado asegurar que el Credo apostólico es un resumen sistemático del evangelio neotestamentario, y esa es su aportación principal a la Iglesia: resumir, sistematizar y reforzar el contenido del evangelio en su totalidad.
           
          IV. El evangelio neotestamentario y el año litúrgico
           

          Una vez más, a lo mejor no todos los lectores conocen el año litúrgico, así que doy aquí una pincelada de Adviento (noviembre/diciembre) a Pentecostés (mayo/junio), la “columna” del mismo. El año litúrgico comienza con el tiempo de Adviento, en el que Dios está preparando a su pueblo para la llegada de su Hijo, nuestro Salvador. Le sigue al tiempo de Navidad, en el que nace el Hijo, ahora conocido definitivamente como Jesús. A continuación, el tiempo de Epifanía, en el que Jesús es reconocido por los magos, bautizado, y comienza su ministerio público. La Epifanía llega a su punto álgido en la décima semana, con la celebración de la transfiguración. Después es el tiempo de Cuaresma, en el que Jesús se acerca cada vez más a Jerusalén y a su muerte. La Cuaresma llega a su punto álgido —realmente su propio tiempo— en la séptima semana, con Semana Santa. Lo siguiente es el tiempo de Pascua, en el que Jesús es resucitado, va preparando a sus discípulos para la llegada del Espíritu y asciende al Padre. La Pascua acaba con el día de Pentecostés, es decir, la llegada del Espíritu y la formación definitiva de la Iglesia. También se suele celebrar la Santísima Trinidad la semana siguiente, pero esto es más como un apéndice teológico al resto del año litúrgico.

          Una vez más, espero que los lectores puedan ver la impresionante correspondencia entre el evangelio neotestamentario y el año litúrgico. 1) El evangelio comienza con las profecías del Antiguo Testamento o el Dios creador en general y el año litúrgico comienza con Adviento, en el que Dios está preparando a su pueblo para la llegada de su Hijo, nuestro Salvador. 2) El evangelio sigue con el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús y el año litúrgico sigue con la Epifanía y la Cuaresma en el que celebramos el nacimiento, ministerio y muerte de Jesús, con la resurrección esperándonos en el siguiente tiempo. 3) El evangelio continúa con la exaltación de Jesús a la diestra de Dios y el año litúrgico también lo hace con Pascua en la que celebramos la resurrección y ascensión de Jesús. 4) El evangelio sigue con la segunda venida de Jesús como Juez y Salvador. Aquí no tenemos una correspondencia con el año litúrgico, pero sí que la tenemos en dos componentes importantes de cada culto dominical: la recitación del Padrenuestro (“véngase tu reino”) y la celebración de la cena del Señor (“la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”). 5) El evangelio sigue con el Espíritu Santo y su presencia en la Iglesia y el año litúrgico sigue con la Pentecostés, en el que celebramos la llegada del Espíritu y la formación de la Iglesia. 6) Por último, el evangelio acaba con una llamada al arrepentimiento, la oferta de perdón y del Espíritu Santo y la promesa de salvación. Una vez más, no tenemos una correspondencia en el año litúrgico, pero cada domingo las iglesias deben estar llamando a la gente al arrepentimiento y fe y ofreciéndoles perdón, el don del Espíritu y la promesa de salvación.
           
          En este caso, la correspondencia con el evangelio neotestamentario no es tan directa, pero sí que es impresionante. Por lo tanto, me gustaría sugerir la idea de que el año litúrgico es una herramienta que las iglesias pueden utilizar para profundizar en el evangelio. Dejando a un lado por un momento la idea del año litúrgico, imaginemos que un pastor profundamente comprometido a la idea de sola Escritura empieza en noviembre una serie sobre el evangelio que acaba en junio. En la serie habla de las profecías del Mesías en el Antiguo Testamento, el nacimiento de Cristo, sus enseñanzas, muerte, resurrección y ascensión y el envío del Espíritu Santo. Si nos es fácil pensar esto, ¿qué se puede decir en contra el año litúrgico, cuyo fin es el mismo? Repito que mi intención no es obligar a nadie a adoptar el año litúrgico para su iglesia, sino demostrar que la idea en sí no está en contra de sola Escritura.
           

          V. El evangelio neotestamentario y el leccionario

          Brevemente, un leccionario es una selección de textos escogidos de la Biblia para complementar el año litúrgico y que se leen públicamente durante el culto. Así, por ejemplo, durante el tiempo de Adviento se leen textos que hablan de la promesa de Dios para enviar su Mesías, durante el de Epifanía textos de cómo Jesús quiere que vivamos, durante el de Cuaresma textos de arrepentimiento, etc. Es decir, el año litúrgico y su leccionario acompañante van mano en mano, y si anteriormente hemos conseguido justificar la presencia del año litúrgico, entonces lo hemos conseguido para el leccionario también.
           
          De todos modos, es una gran pena que muchas iglesias evangélicas hayan dejado de leer la Biblia durante el culto, y así la gente puede pasar años —si no toda su vida— sin escuchar algunos libros de la Biblia. Igual que la predicación expositiva es una manera de desplegar todos los contenidos de un solo libro, un buen leccionario despliega una gran parte de los contenidos de toda la Biblia.
           
          VI. Conclusión
           

          Para resumir, he intentado demostrar que el evangelio neotestamentario tiene unos seis temas básicos, y que estos temas están presentes en el Credo apostólico, el año litúrgico y el leccionario. Por lo tanto, lo que tenemos en estos componentes “litúrgicos” pueden entenderse como herramientas para ayudarnos profundizar en el evangelio. Insisto que la meta que tengo no es obligar a ninguna persona, iglesia o denominación a incorporar estos elementos en sus vidas personales o eclesiásticas, sino despejar el concepto erróneo de que dichos elementos no son “bíblicos”. Todos necesitamos ayuda en recordarnos del evangelio, y estos elementos nos pueden ofrecer un buen sitio donde empezar.

           
           
           

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            Ley natural: objetividad para una cultura subjetiva

            1. Introducción

            ¿Es la moralidad subjetiva u objetiva? Esa es, sin duda alguna, una de las preguntas más importantes en nuestros días. Durante los últimos siglos —y con cada vez más vehemencia—Occidente ha optado por la primera opción. La moralidad que ha surgido del subjetivismo es la que dice que cada persona tiene la libertad de escoger lo que quiera hacer, mientras que no haga daño (no solicitado) a los demás.
             
            Sin embargo, durante la mayoría de su historia, Occidente ha optado por la segunda opción. Empezando por los filósofos griegos y romanos y siendo confirmada por las grandes tradiciones monoteístas, la tradición conocida como la ley natural afirma que, igual que hay leyes físicas, matemáticas, etc., en la naturaleza, también hay leyes morales que existen de manera objetiva y que son externas al hombre. Es decir, la moralidad no es algo subjetivo que puede cambiar de generación en generación, variar entre países y ser diferente entre personas.
             
            Al contrario, existe una moralidad que es común a todo ser humano en toda época. Las “leyes” que componen esta moralidad tienen cuatro características: son inteligibles, inmutables, universales y objetivas (Laing y Wilcox, Natural Law Reader, 2). La razón por la que esto es tan importante, es que deducimos nuestras leyes de ello: en teoría, cada país, ciudad, familia y persona debe estar regido por esta ley natural.
             
            Sin embargo, esta tradición es muy poco conocida entre los protestantes en general, y entre los evangélicos en concreto. Por tanto, a continuación, tenemos una colección de citas —de ninguna manera exhaustiva— que dan testimonio a esta tradición. La lista se enfoque en autores grecorromanos y cristianos, pero se podrían haber incluido fácilmente autores judíos y musulmanes, por no mencionar más. Lo digo para remarcar que la teoría de la ley natural no es una idea cristiana ni religiosa, sino algo compartido entre filósofos, humanistas y filántropos de varios trasfondos. La ley natural tiene varias facetas, y la siguiente colección se centra solo en una: que existe una ley moral —universal y objetiva— que normalmente se vincula con lo divino.
             
            En tiempos como el nuestro, es imprescindible recordar que la idea de una moralidad objetiva no es una idea nueva o el fruto de poca reflexión por algunos fundamentalistas que tienen miedo del cambio, sino una idea bien arraigada en la historia, y que ha sido defendida por algunos de los personajes más importantes de la historia.
             
            En cuanto al contenido de la ley natural, no hay consenso: algunos han abogado por los Diez mandamientos, otros por las llamadas leyes noájidas, y otros por el doble mandamiento de Jesús de amar a Dios y al prójimo. De momento no estoy dispuesto a pronunciarme sobre el tema, pero espero poder hacerlo en un artículo futuro. Sin embargo, las tres opciones dadas aquí deben servir como un buen punto de partida para todos.
             
            2. Citas
             
            • Heráclito, Fragmentos 114
            Los que hablan con inteligencia es menester que se fortalezcan con lo que es común a todos, así como una ciudad con la ley, y mucho más fuertemente. Pues todas las leyes humanas son alimentadas por la única ley divina: ésta, en efecto, impera tanto cuanto quiere, y hasta a todas las cosas y las trasciende.
            Rodolfo Mondolfo, Heráclito: textos y problemas de su interpretación (México, D.F.: Siglo XXI Editores, 1966), 44.
             
            • Sófocles, Antígona 450-457
            [Antígona está explicando por qué rompe las normas culturales acerca del entierro de su hermano.] Pero es que no fue Zeus el que lo proclamó ni Justicia, que vive con los dioses de abajo; ésas no son las leyes que a los humanos dictan; no creí que pudieran tus pregones a un hombre dar autorización para infringir las leyes no escritas de los dioses, que son inquebrantables y que no datan de hoy ni de ayer, sino eternas son sin que nadie sepa cuándo se promulgaron.
             
            Trad. Manuel Fernández Galiano (Barcelona: Planeta, 1985), 418.
             
            • Aristóteles, Retórica 1:13 (1373b)
            Distingamos pues los delitos de los actos justos, comenzando, lo primero, por la definición que ya quedó establecida de lo justo y lo injusto en relación con dos tipos de leyes y dos clases de personas. Y llamo a las dos clases de ley particular y general, siendo la particular la que cada comunidad ha determinado para sí misma, bien sea no escrita o escrita, y la general, la que va de acuerdo con la naturaleza, pues existe, cosa que todos en cierto modo adivinamos, lo justo o injusto por naturaleza en general, aunque no medie consenso o pacto mutuo, como lo pone de manifiesto también la Antígona de Sófocles al decir que es justo enterrar a Polinices, aunque esté prohibido, porque es justo por naturaleza: «Pues no es algo de ahora ni de ayer, sino que siempre está vivo y nadie sabe desde cuando apareció», como dice también Empédocles respecto a no dar muerte a lo animado, porque no es cosa que sea justa para unos y no justa para otros: «sino que la ley se extiende para todos sin fisuras, por el éter de dominios anchurosos y el infinito resplandor del sol». O lo que dice Alcidamante en el Meseníaco. [Según el traductor, un escolio nos refiere el texto de Alcidamante, discípulo de Gorgias: «libres nos dejó a todos la divinidad; a nadie la naturaleza lo hizo esclavo»]
             

            Trad. Alberto Bernabé (Madrid: Alianza Editorial, 2001), 122-123.

            • Marco Aurelio, Meditaciones 4:4
            Si la capacidad intelectiva nos es común, también la razón, por la que somos racionales nos es común. Si es así, también es común la razón que prescribe lo que debemos hacer o no. Si es así, también la ley es común. Si es así, somos ciudadanos. Si es así, participamos de alguna clase de constitución política. Si es así, el mundo es como una ciudad.
             

            Trad. Bartolomé Segura Ramos (Madrid: Alianza Editorial, 1989), 47.

            • Cicerón, Las Leyes, 1:23, 28, 31, 33; 2:8

            1:23: Como nada hay mejor que la razón, y ésta es común a dios y al hombre, la comunión superior entre dios y el hombre es la de la razón. Ahora bien: los participantes en una razón común lo son también en la recta razón; es así que la ley es una recta razón, luego, también debemos considerarnos los hombres como socios de la divinidad en cuanto a la ley; además, participantes en una ley común, lo son también en un derecho común; finalmente, los participantes en esta comunión deben tenerse como pertenecientes a la misma ciudad, y si siguen los mismos mandos y potestades, con más fundamento todavía.

            1:28: […] pero, de todo lo que disputan los hombres doctos, nada supera, desde luego, a la clara convicción de que hemos nacido para la justicia y de que el derecho se funda en la naturaleza y no en el arbitrio.
             

            1:31: ¿Qué pueblo hay que no estime la cortesía, la bondad, al hombre agradecido y reconocido por los beneficios recibidos? ¿Y cuál que no desprecie, que no odie a los soberbios, malvados, crueles e ingratos?

            1:33: En efecto: es así que la naturaleza les dió la razón, y por tanto también la razón de lo justo; luego, también la ley, que es la razón de lo justo que se ordena y prohibe; y si les dió la ley, también el derecho. Y, como la razón es una para todos, el derecho se dió también para todos, y justamente solía maldecir Sócrates al primero que desvinculó lo útil de lo justo; se lamentaba de que ése había sido el principio de todos los desastres.
             

            2:8: La opinión común de los más sabios me parece ser la de que la ley no es una invención de la inteligencia de los hombres ni una decisión de los pueblos, sino algo eterno que regiría el mundo entero con una sabiduría que impera y prohibe.

            Trad. Álvaro D’Ors (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1970), 71, 77, 79, 81, 121.
            • Cicerón, De la república, 3:22
            La verdadera ley es la recta razón congruente con la naturaleza, difundida en todos, constante, sempiterna, la cual, ordenando, llama al deber; vedando, aparta del fraude; la cual, sin embargo, ni ordena o veda en vano a los probos, ni mueve a los ímprobos ordenando o vedando. Ni está permitido que esta ley sea anulada por otra, ni es lícito que se derogue alguna parte de ella, ni puede ser abrogada toda ella, y tampoco podemos ser desatados de esta ley por medio del senado o por medio del pueblo; ni debe buscarse otro comentador o intérprete de ella, ni habrá una ley en Roma, otra en Atenas, una ahora, otra después, sino que una sola ley, tanto sempiterna como inmutable, contendrá a todas las naciones y en todo tiempo, y Dios será el único, por así decir, maestro común y gobernante de todos: aquel autor, argumentador y promulgador de esta ley. El que no la obedezca huirá de sí mismo y, habiendo menospreciado la naturaleza del hombre, sufrirá, por esto mismo, los más grandes castigos, aun cuando escape a las demás cosas que son consideradas como suplicios
             

            Trad. Julio Pimentel Álvarez (México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 1984), 77-78.

            • Pablo, Romanos 2:14-15
            Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos
             
            Trad. Reina-Valera 1960
             
            • Agustín, Las Confesiones 3:7:13
            No conocía tampoco la verdadera justicia interior, que juzga no por la costumbre, sino por la ley rectísima de Dios omnipotente, según la cual se han de formar las costumbres de los países y épocas conforme a los mismos países y tiempos; y siendo la misma en todas las partes y tiempos, no varía según las latitudes y las épocas.
             

            Trad. P. Ángel Custodio Vega (BAC; Madrid: La Editorial Católica, 1955), 167.

            • Agustín, Sermón de la montaña 2:9:32
            ¿Cuándo podrán ellos comprender que no hay alma alguna, aunque sea perversa, con tal que sea capaz de raciocinar de algún modo, a cuya conciencia no hable Dios? ¿Quién escribió la ley natural en el corazón del hombre sino Dios? De esta ley dice el Apóstol: [cita Rom 2:14-16; ver arriba]
             

            Trad. Fr. Feliz García, et al. (BAC; Madrid: La Editorial Católica, 1954), 925.

            • Agustín, Enarraciones sobre los Salmos 118:25:4
            Aquel que no quiere que le injurien a él, no debe injuriar a ninguno, pues en esto traspasa la ley natural, la cual no se le permite ignorar cuando no quiere padecer lo que hace. ¿Acaso no tenía esta ley natural el pueblo de Israel? Ciertamente que la tenía, porque también eran hombres. No la hubieran tenido si hubieran podido, en contra del orden de la naturaleza, dejar de ser hombres.
             

            Trad. Balbino Martín Pérez (BAC; Madrid: La Editorial Católica, 1967), 159.

            • Tomás de Aquino, Suma teológica 1-2 Q91:
            A1: Si existe una ley eterna
             
            Como ya dijimos, la ley no es más que el dictamen de la razón práctica en el soberano que gobierna una sociedad perfecta. Pero es manifiesto—supuesto que el mundo está regido por la divina Providencia, como ya quedó demostrado en la Primera Parte—que todo el conjunto del universo está sometido al gobierno de la razón divina. Por consiguiente, esa razón del gobierno de todas las cosas, existente en Dios como en supremo monarca del universo, tiene carácter de ley. Y como la razón divina no concibe nada en el tiempo, sino que su concepción es eterna, por fuerza la ley de que tratamos debe llamarse eterna.
             

            A2: Si hay en nosotros una ley natural

            La criatura racional, entre todas las demás, está cometida a la divina Providencia de una manera especial, ya que se hace partícipe de esa providencia, siendo providente sobre sí y para los demás. Participa, pues, de la razón eterna; ésta le inclina naturalmente a la acción debida y al fin. Y semejante participación de la ley eterna en la criatura racional se llama ley natural. […] como si la luz de la razón natural, por la cual discernimos lo bueno y lo malo—tal es el fin de la ley natural—, no fuese otra cosa que la impresión de la luz divina en nosotros. Es, pues, evidente que la ley natural no es más que la participación de la ley eterna en la criatura racional.
             

            Trad. Fr. Francisco Barbado Viejo (BAC; Madrid: La Editorial Católica, 1956), 52-55.

            • Tomás de Aquino, Suma teológica 1-2 Q93:
            A2: Si la ley eterna es conocida de todos
             

            De dos maneras puede ser conocida una cosa: primera, en sí misma; segunda, en su efecto, en el que se encuentra cierta semejanza con la cosa. Así, quien no ve el sol en su substancia puede conocerlo a través de sus irradiaciones. Pues bien, tenemos que decir que nadie puede conocer la ley eterna como es en sí misma si no es Dios y los bienaventurados, que ven a Dios en su misma esencia. Pero toda criatura racional la conoce a través de alguna irradiación, mayor o menor, ya que todo conocimiento de la verdad es una irradiación y participación de la ley eterna, que es la verdad inconmutable, como dice San Agustín. Ahora bien, todos conocen de alguna manera la verdad, al menos por lo que se refiere a los principios generales de la ley natural. Y respecto a los demás principios, unos participan más y otros menos del conocimiento de la verdad; y conforme a este más o menos conocen mejor o peor la ley eterna.

            A3: Si toda ley se deriva de la ley eterna
             

            Siendo, pues, la ley eterna la razón de gobierno existente en el supremo gobernante, es necesario que todas las razones de gobierno que existen en los gobernantes inferiores deriven de la ley eterna. Estas razones de gobierno de los gobernantes inferiores son todas las leyes, menos la ley eterna. Por consiguiente, toda ley se deriva de la ley eterna en la medida en que participa de la recta razón. Por eso dice San Agustín: “En la ley temporal nada hay justo y legítimo que no hayan tomado los hombres de la ley eterna”.

            Trad. Fr. Francisco Barbado Viejo (BAC; Madrid: La Editorial Católica, 1956), 92-95.
             

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              El comienzo del movimiento ecuménico: La encíclica del patriarcado Germano V de Constantinopla

              Introducción

              El siguiente texto es la primera traducción al español de la carta que lanzó el movimiento ecuménico: la encíclica del patriarcado Germano V de Constantinopla. Aunque el movimiento tuvo algún inicio importante en la conferencia misionera de 1910 en Edimburgo, la carta del patriarcado de 1920 fue aún más importante, porque fue escrito por el líder ecuménico de las iglesias ortodoxas y fue respetuoso hacia las iglesias no ortodoxas, lo cual solicitó una buena respuesta de su parte (muy diferente de la invitación del Papa Pío IX a los cristianos no católico romanos para participar en el concilio Vaticano I).
               
              Como se verá a continuación, el modelo de colaboración y compañerismo sugerido por el patriarcado fue basado en la Sociedad de las Naciones que se formó después de la primera Guerra Mundial. Es importante notar que el patriarcado no está contemplando ninguna unión orgánica entre las diversas tradiciones cristianas, sino el reconocimiento mutuo entre sí. En resumen, argumenta que, dando por sentado que todos somos cristianos, no deberíamos seguir intentando convertir a los de otras tradiciones cristianas, sino construir puentes con ellos cuando sea posible. La carta no menciona algunos temas importantes —sobre todo los debates teológicos entre las distintas confesiones— y el movimiento ecuménico ha avanzado mucho durante los últimos 100 años, pero es imposible entender el momento en el que vivimos sin entender el comienzo, que tiene su origen en esta carta.
               
              Texto
               
              “A las iglesias de Cristo en todo lugar”, Encíclica del patriarcado ecuménico, 1920[1]
               
              “Amaos unos a otros de todo corazón” (1 Pd 1:22).
               
              Nuestra propia iglesia sostiene que el acercamiento y la comunión entre las distintas iglesias cristianas no es impedido por las diferencias doctrinales que existen entre ellas. En nuestra opinión, este acercamiento es muy deseable y necesario. Sería útil de muchas formas para el interés real de cada iglesia en particular y para el cuerpo cristiano en su conjunto, así como para la preparación y el avance de esa bendita unión que se completará en el futuro según la voluntad de Dios. Consideramos, por tanto, el tiempo presente como el más favorable para traer a colación esta importante cuestión y estudiarla juntos.
               
              Aunque, en este caso, debido a prejuicios, prácticas o pretensiones anticuadas, puedan surgir o plantearse las dificultades que tan a menudo han puesto en peligro los intentos de reencuentro en el pasado, no obstante, en nuestra opinión, dado que en esta fase inicial sólo nos preocupan los contactos y el acercamiento, estas dificultades son de importancia menor. Si hay buena voluntad e intención, no pueden ni deben crear un obstáculo invencible e insuperable.
               
              Por tanto, considerando posible y oportuno tal esfuerzo, especialmente en vista de la esperanzadora creación de la Sociedad de las Naciones, nos aventuramos a expresar a continuación, de forma breve, nuestro pensamiento y nuestra opinión sobre la forma en que entendemos este acercamiento y contacto y cómo lo consideramos realizable; pedimos e invitamos encarecidamente el juicio y la opinión de las demás iglesias hermanas de oriente y de las venerables iglesias cristianas de occidente y de todo el mundo.
               
              Creemos que las dos medidas siguientes contribuirán en gran manera al acercamiento que tanto se desea y que tan útil sería, y creemos que tendrían éxito y serían fructíferas:
               

              En primer lugar, consideramos necesaria e indispensable la eliminación y abolición de todas las desconfianzas y resentimientos mutuos entre las diferentes iglesias que surgen de la tendencia de algunas de ellas a atraer y hacer proselitismo entre los seguidores de otras confesiones. Ya que nadie ignora lo que desgraciadamente está ocurriendo hoy en día en muchos lugares, perturbando la paz interna de las iglesias, especialmente en oriente. Muchos problemas y sufrimientos son causados por otros cristianos, y se despiertan grandes odios y enemistades, con insignificantes resultados, por esta tendencia de algunos a hacer proselitismo y atraer a seguidores de otras confesiones cristianas.

              Tras este restablecimiento de la sinceridad y la confianza entre las iglesias, consideramos:
               
              En segundo lugar, que sobre todo se reavive y fortalezca el amor entre las iglesias, de manera que ya no se consideren mutuamente extrañas y extranjeras, sino parientes y parte de la familia de Cristo y “coherederos y miembros del mismo cuerpo, participando igualmente de la promesa en Cristo Jesús” (Ef 3:6).
               
              Porque, si las diferentes iglesias se inspiran en el amor, y lo anteponen a todo lo demás en sus juicios sobre los otros y en sus relaciones con ellos, en lugar de aumentar y ensanchar las disensiones existentes, deberían ser capaces de reducirlas y disminuirlas. Si se despierta un interés fraternal por la condición, el bienestar y la estabilidad de otras iglesias y se está dispuesto a interesarse por lo que ocurre en esas iglesias y a obtener un mejor conocimiento de ellas y se desea ofrecer auxilio y ayuda mutuos, se lograrán muchas cosas buenas para la gloria y el beneficio de ellos mismos y del cuerpo cristiano. En nuestra opinión, tal amistad y disposición bondadosa hacia el otro pueden mostrarse y demostrarse especialmente, de las siguientes maneras:
               
              a) Aceptando un calendario común para la celebración de las grandes fiestas cristianas al mismo tiempo por todas las iglesias.
              b) Mediante el intercambio de cartas fraternales con ocasión de las grandes fiestas del año de las iglesias, como es costumbre, y en otras ocasiones excepcionales.
              c) Por medio de estrechas relaciones entre los representantes de todas las iglesias, dondequiera que se encuentren.
              d) A través de las relaciones entre las escuelas teológicas y los profesores de teología, mediante el intercambio de revistas teológicas y eclesiásticas y de otras obras publicadas por cada iglesia.
              e) Mediante el intercambio de estudiantes para la formación continua entre los seminarios de las diferentes iglesias.
              f) Convocando conferencias pan-cristianas para examinar cuestiones de interés común a todas las iglesias.
              g) A través del estudio histórico imparcial y más profundo de las diferencias doctrinales tanto por los seminarios como en libros.
              h) Mediante el respeto mutuo a las costumbres y prácticas de las diferentes iglesias.
              i) Permitiéndose mutuamente el uso de capillas y cementerios para funerales y entierros de creyentes de otras confesiones fallecidos en tierras extranjeras.
              j) Mediante un acuerdo acerca de la cuestión de los matrimonios mixtos entre las confesiones.
              k) Finalmente, a través de la mutua ayuda incondicional a las iglesias en sus esfuerzos para el avance religioso, la caridad y demás.
               
              Un contacto tan sincero y cercano entre las iglesias será tanto más útil y provechoso para todo el cuerpo de la Iglesia, ya que múltiples peligros acechan no sólo a las iglesias particulares, sino a todas ellas. Estos peligros atacan el fundamento mismo de la fe cristiana y la esencia de la vida y la sociedad cristianas. Porque la terrible Guerra Mundial que acaba de finalizar ha sacado a la luz muchos síntomas malsanos en la vida de los cristianos y, a menudo, ha revelado una gran falta de respeto incluso hacia los principios elementales de justicia y caridad. Así, ha empeorado las heridas ya existentes y ha abierto otras nuevas de carácter más material, que demandan la atención y el cuidado de todas las iglesias. El alcoholismo, que aumenta cada día; el aumento del lujo innecesario bajo el pretexto de mejorar la vida y disfrutarla; la sensualidad y la lujuria cubiertas del manto de la liberación y la emancipación de la carne; el predominio del libertinaje y la indecencia descontrolados en la literatura, la pintura, el teatro y la música, bajo el respetable nombre del desarrollo del buen gusto y el cultivo de las bellas artes; el endiosamiento de la riqueza y el desprecio de los más altos ideales; todos estos temas y otros similares, al amenazar la esencia misma de las sociedades cristianas, son también temas oportunos que requieren y, de hecho, necesitan del estudio común y la cooperación de las iglesias cristianas.
               
              Por último, es deber de las iglesias que llevan el sagrado nombre de Cristo no olvidar ni descuidar por más tiempo su nuevo y gran mandamiento de amor. Tampoco deben seguir yendo tristemente a la zaga de las autoridades políticas, que, aplicando el espíritu del Evangelio y las enseñanzas de Cristo, han creado ya, bajo felices auspicios, la llamada Sociedad de las Naciones para defender la justicia y cultivar la caridad y el acuerdo entre las naciones.
               
              Por todas estas razones, estando convencidos de la necesidad de establecer un contacto y una liga (confraternidad) entre las iglesias y creyendo que las otras iglesias comparten nuestra convicción como se ha dicho anteriormente, al menos como comienzo, solicitamos que cada una de ellas nos envíe en respuesta una declaración de su propio juicio y opinión sobre este asunto para que, habiendo alcanzado algún acuerdo o resolución común, procedamos juntos a su realización, y así “hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor” (Ef 4:15–16).
               
              Artículo traducido por Trini Bernal; modificado ligeramente por el autor.
               
              [1] Fuente: Michael Kinnamon, ed., The Ecumenical Movement: An Anthology of Key Texts and Voices, 2ª ed. (Geneva: WCC Publications, 2016), 73–74; disponible online: https://www.oikoumene.org/es/node/70083?fbclid=IwAR24C7u0xzCdwmzTdSailAkxMS696vzaYS6taaEUHIqw23EvefZ-b-FRR7I.

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                ¿Quién es Jesús? Una introducción a la Cristología

                [Nota introductoria: este artículo es la traducción de un escrito de Donald Fairbairn, una autoridad casi sin igual sobre la doctrina de Cristo y la Trinidad en los ss. IV–V. Ha publicado varios libros sobre el tema, y el artículo a continuación es un resumen de parte de algunos de dichos libros, como Life in the Trinity (La vida en la Trinidad) y Creeds and Confessions (Los credos y las confesiones). Para los que manejan el inglés, les animamos a comprar sus libros, que están entre los mejores sobre sus temas respectivos.]

                Seguramente la pregunta más importante del mundo es la que forma parte del título de este artículo: “¿Quién es Jesús?” Responder esta cuestión es la tarea de lo que llamamos la “cristología”, una palabra que significa “el estudio de Cristo” y que se refiere a la rama de la teología cristiana que trata de la persona de Cristo.
                 
                Normalmente, cuando se nos hace esta pregunta, respondemos diciendo algo como: “Es completamente Dios y completamente hombre”. Esto es cierto, por supuesto, pero como respuesta a la pregunta de quién es Jesús, es más ambigua de lo que podríamos suponer. Cuenta una historia (no sé si es una historia real, pero ciertamente podría haber sucedido muchas veces) que un pastor en el s. XIX estaba siendo sometido a juicio por herejía. Los que le investigaban le hicieron la que consideraban una pregunta suficientemente específica: “¿Niega la divinidad de Cristo?” Su respuesta, según la historia, fue: “Nunca he negado la divinidad de ningún hombre, y mucho menos la de Cristo”.
                 
                Noten dos cosas en su respuesta. Primero, el pastor no está usando la palabra “divinidad” de la misma forma en que nosotros la usamos cuando decimos que Cristo es divino. Para él, “divinidad” significa poco más que el que Cristo tenga una conexión especial con Dios o que personifique algunos aspectos del carácter de Dios de una forma única. Ciertamente no significa que crea que Cristo es Dios, o no atribuiría la divinidad a todo el mundo. En segundo lugar, la franqueza del pastor nos permite ver que su visión de Cristo es insuficiente. Pero, supongamos que hubiera respondido simplemente: “No, no niego la divinidad de Cristo”. ¿Hubieran formulado más preguntas los investigadores para ver qué quería decir al afirmar que Cristo era divino? ¿Indagaríamos nosotros más, o nos conformaríamos con la afirmación de la divinidad de Cristo, sin tratar de averiguar qué se quiso decir con eso?
                 
                Hoy muchas personas afirman la divinidad de Cristo. De hecho, cualquiera que se llame a sí mismo cristiano, tieneque afirmar la divinidad de Cristo en algún sentido. Pero, como el pastor del s. XIX de la historia, muchas personas hoy —incluyendo muchos pastores y líderes de iglesias— interpretan lo que significa que Cristo sea divino de muy diferente manera a como la Biblia y la tradición cristiana lo han interpretado. Sin embargo, debido a que a menudo nos satisface la mera frase “Cristo es divino y humano”, generalmente fracasamos a la hora de investigar más profundamente lo que una persona quiere decir con eso, en comparación con lo que la Biblia quiere decir y con lo que la Iglesia ha querido decir con eso durante la mayor parte de su historia. Prestemos atención, entonces, al Nuevo Testamento y a las primeras reflexiones de la Iglesia sobre las Escrituras.
                 

                Jesús en el Nuevo Testamento: Algunos pasajes clave

                 

                Mateo 16:13-20

                Sabemos cuán significativa es la pregunta “¿Quién es Jesús?” porque Jesús mismo la hizo. En Mateo 16, pregunta a los discípulos quién dice la gente que es él. Tras la respuesta de ellos, Jesús plantea la pregunta más relevante: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16:15). La memorable respuesta de Pedro es: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16:16). Notemos que esta respuesta no se centra en el hecho de que Jesús es un hombre (lo que era con toda seguridad obvio), ni tampoco en el hecho de que es Dios per se. En vez de eso, Pedro se centra en dos conceptos familiares para los judíos del primer siglo: el concepto de “Mesías” (que es “Cristo” en griego) y el concepto de “Hijo de Dios”.
                 
                A lo largo del Antiguo Testamento, los israelitas habían estado esperando que Dios enviara un hombre que aplastara la cabeza a la serpiente y deshiciera los efectos de la caída. Al principio este hombre fue llamado la “Simiente” (ver Gn 3:15) y, con el tiempo, empezó a ser llamado el “Mesías”, que significa “el ungido”. Este Mesías prometido vendría de los descendientes de Eva, de Abraham, de Isaac (no de Ismael), de Jacob (no de Esaú), de Judá, de David. El Mesías sería profeta (ver Dt 18:15-22) y, más extraordinariamente, rey y sacerdote eterno (ver Sal 110). La eternidad de su servicio como rey y sacerdote fue un indicio temprano de que sería más que un hombre. Más adelante en el Antiguo Testamento quedó más claro que él mismo sería eterno (y, por tanto, divino). Miqueas declaró en el 5:2, no sólo que el Mesías nacería en Belén, sino que aunque saliera de Belén, sus “salidas” son desde el principio, desde los días de la eternidad. (A esto parece referirse Juan el Bautista cuando declara en Juan 1:30: “Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo”). El Mesías, entonces, es no sólo un hombre enviado por Dios para ser profeta, sacerdote y rey; de alguna manera va a ser Dios mismo. También en el Antiguo Testamento, la idea de Mesías está unida a la de “Hijo de Dios”. Los reyes de Israel eran llamados hijos de Dios; y el Mesías, como rey eterno, será el Hijo de Dios de una manera única.
                 
                En el momento en que Pedro une esas ideas llamando a Jesús con ambos nombres “Mesías” e “Hijo de Dios”, él y los demás discípulos han pasado meses, quizás un par de años, con Jesús. Le han visto sanar, le han oído enseñar y se han preguntado: “¿Quién es, pues, este hombre?” Pedro y los demás están empezando a darse cuenta de que es el Mesías y de que no es sólo un Mesías humano sino el Hijo de Dios de una manera única, una manera más grande que cualquier hombre que pudiera ser llamado hijo de Dios. De hecho, los tres primeros Evangelios, y especialmente Marcos, pueden verse, entre otras cosas, como un seguimiento del viaje del conocimiento acerca de Jesús que hacen los discípulos. Al seguirle se dan cuenta de que es más que un gran maestro. Él es el Mesías, y más grande y diferente de lo que esperaban del Mesías.
                 
                Juan 1:1-18
                 

                En vez de comenzar con acontecimientos alrededor del nacimiento de Cristo (como en Mateo y Lucas) o con su anuncio de que el reino de Dios se ha acercado (como en Marcos), Juan comienza con el Verbo, el Logos, en su relación eterna con Dios. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1:1-2). Aquí establece la eternidad del Verbo, la distinción entre el Verbo y Dios de manera que pueden estar uno “con” otro y la identidad del Verbo como Dios. Un poco más adelante Juan hace su conocida afirmación: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Aquí Juan deja claro que el nacimiento del Verbo en carne no es el comienzo de su existencia. Siempre ha estado con Dios y siempre ha sido Dios. Siempre ha sido el único Hijo del Padre. Sin embargo, ahora que se ha hecho humano, podemos verle por quién es.

                Justo antes de su famosa afirmación, Juan ha unido el estatus único de Hijo de Dios del Verbo a nuestra filiación como hijos (¡e hijas!) de Dios. Escribe: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn 1:12-13). Aquí vemos que Juan afirma que aquellos que creen en el nombre de Jesús se convierten en “hijos” de Dios de una manera no carnal, ni física. Jesús es el Verbo, el que ha estado eternamente con Dios, el único Hijo del Padre. Nosotros somos, de alguna manera, introducidos en esa relación que él tiene con el Padre, de forma que podemos ser llamados hijos de Dios también.
                 

                Filipenses 2:5-11

                Las cartas del Nuevo Testamento explican con más detalle la imagen de Jesús que hemos recibido de los Evangelios y, quizá, Filipenses 2 sea el pasaje más claro. Aquí Pablo exhorta a los lectores a una actitud de humildad en base a la humildad mostrada por Cristo. El autor explica: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Flp 2:5-8) Este pasaje muestra el movimiento descendente del Hijo de Dios. Era igual a Dios, pero se humilló a sí mismo haciéndose humano y, aún más, consintiendo morir en la forma más vergonzosa de la época: por crucifixión. Este movimiento descendente fue seguido de un movimiento ascendente: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Flp 2:9-11).
                 
                Este pasaje, que podría ser una cita de un antiguo himno de alabanza de la iglesia primitiva, presenta el gran drama de la actuación del Hijo para nuestra redención. A través de otros pasajes de la Escritura, sabemos que su humillación no implicó que dejó de ser Dios. Más bien, se hizo humano mientras seguía siendo Dios, murió como humano mientras seguía siendo Dios y fue exaltado como hombre de vuelta a la posición que, como Dios, jamás había abandonado. Dicho de otro modo, Jesús comenzó como solo Dios, se hizo humano, de manera que era Dios y hombre, murió, fue exaltado y un día será reconocido como Señor por todo el mundo. Su humillación y exaltación nos permiten reconocer quién ha sido siempre: el Hijo de Dios.
                 

                Estos pasajes, y muchos otros como estos, nos aportan la estructura básica para nuestro entendimiento de quién es Jesucristo. Él no es simplemente un humano que es divino en cierto sentido. No es un hombre que fue elevado a estatus de Dios. Él comenzó como Dios, como el único Hijo de Dios el Padre. Precisamente, el hecho mismo de que le llamemos Dios “Padre” implica que tiene un hijo y, aunque es cierto que somos hijos de Dios, no siempre lo hemos sido. Si Dios siempre ha sido Padre, entonces, tiene que haber tenido siempre un Hijo, y lo tuvo. El Verbo, el Hijo, Jesús, siempre ha estado con el Padre. Y sin embargo, ese Hijo eterno de Dios ha entrado en el tiempo y en el espacio haciéndose humano para redimirnos, para traernos de vuelta a Dios su Padre, de manera que su Padre pudiera convertirse en nuestro Padre también.

                Reflexión de la Iglesia Primitiva acerca de Cristo

                Como grandes pensadores cristianos reflexionaron en estos y otros pasajes, se centraron en la relación entre quién es Cristo y qué hace Cristo para lograr nuestra salvación. Jaroslav Pelikan ha llamado correctamente la atención sobre esta conexión en su obra de cinco volúmenes The Christian Tradition (La tradición cristiana), usando como epígrafe organizador la declaración: “Cristo tenía que ser quien era para hacer lo que hizo”. Me gustaría ampliar esta declaración a la siguiente: “Cristo tiene que ser quien es para hacer lo que hace para darnos la clase de salvación que tenemos”.
                 
                Si la salvación fuera solo una cosa, una serie de bienes, entonces algo así podría ser fácilmente transferido. Dios podría haberlo confiado a otra persona y esa persona podría transmitir esa serie de bienes o beneficios a otros. Pero, si la salvación es más que una serie de bienes, si es una conexión personal con Dios, entonces sólo Dios puede otorgar esa relación personal a las personas. Si tú me regalas alguna cosa, yo puedo volverme y entregar esa cosa a otra persona. Pero si tú me das el regalo de tu misma persona, yo no puedo darte a otro. Solo puedes hacer eso. En el caso del regalo de la relación con Dios, solo Dios puede concederlo. Esto implica que la persona que nos da el derecho de ser hijos de Dios, Jesús, tiene que ser Dios para poder ponernos en relación con Dios. Un simple humano con una conexión especial con Dios, o un hombre inspirado por Dios, no sería realmente Dios y no podría salvarnos, si eso es lo que queremos decir cuando hablamos de salvación.
                 
                Otra forma de abordar el mismo tema es preguntarnos si podemos alzarnos hasta Dios por nosotros mismos. Si la respuesta a esta pregunta es “sí”, entonces todo lo que necesitamos es un líder, alguien que nos sirva de ejemplo a seguir y que nos muestre el camino para alcanzar a Dios. Entonces podríamos salvarnos siguiendo el ejemplo de esa persona. En ese caso podríamos, esencialmente, ganar nuestra propia salvación. Pero si no podemos alcanzar a Dios, entonces necesitamos ser salvos, Dios tiene que descender hasta nosotros. Luego, una vez más, el que nos salva, Jesús, tiene que ser Dios.
                 

                Siguiendo esta línea de razonamiento, la Iglesia del segundo y tercer siglo afirmaba la verdad central de que Dios el Hijo, completamente igual al Padre, ha bajado personalmente a la tierra para salvarnos. Por ejemplo, a finales del segundo siglo, Ireneo de Lyon (en lo que hoy es Francia) combatió la herejía del Gnosticismo (que, entre otras cosas, veía al Cristo divino y al Jesús humano como dos personas separadas) escribiendo esto:

                Los Gnósticos afirman que un Ser sufrió y nació, y que este fue Jesús; pero que hubo otro que descendió sobre Él y que este era Cristo, quien también volvió a ascender… Su doctrina aparta de Aquel que es verdaderamente Dios, ignorando que Su Palabra unigénita… es Jesucristo mismo, nuestro Señor, que también sufrió por nosotros y resucitó por nosotros y que vendrá de nuevo en la gloria de Su Padre… (Ireneo, Contra herejías 3.16.6 [c. 180])
                 

                Igualmente, más o menos en la misma época, Tertuliano de Cartago (en la Túnez moderna) respondió a la negación de Marción de que el Hijo de Dios realmente muriese en la cruz, declarando: “Respóndeme a esto, asesino de la verdad: ¿No fue Dios verdaderamente crucificado? Y, siendo verdaderamente crucificado, ¿no murió verdaderamente? Y habiendo verdaderamente muerto, ¿no resucitó verdaderamente?” (Tertuliano, Sobre la carne de Cristo 5.2 [c.190])

                 

                El primer gran desafío a este consenso: el arrianismo

                El consenso de la Iglesia —que el eterno Hijo de Dios verdaderamente se hizo humano, nació y murió por nuestra salvación— fue desafiado de diferentes formas en los primeros siglos del cristianismo. El más serio de ellos vino de Arrio, un presbítero de Alejandría (Egipto) a comienzos del siglo cuarto. Arrio sostenía que la salvación era una elevación de la humanidad hacia Dios y, por lo tanto, en su opinión, Jesús no tenía que ser totalmente Dios. Un ser entre Dios y humanidad bastaría como líder para mostrarnos el camino por el que podríamos alzarnos hasta Dios nosotros mismos. Así mismo, Arrio se tomó muy en serio la idea de que solo hay un Dios; por tanto él y sus seguidores sostenían que el Hijo no era totalmente Dios y eterno, sino un ser subordinado, el primer y más grande ser creado. (Notarán que la teología moderna de los Testigos de Jehová suena como el antiguo arrianismo). Alrededor del año 318 o 319, Arrio escribió lo siguiente:
                Conocemos un Dios —único no engendrado, único eterno, único sin principio, único verdadero, único poseedor de inmortalidad, único sabio, único bueno, único maestro, […] que engendró un Hijo unigénito antes de los tiempos de la eternidad, a través del cual hizo los tiempos y todo. Pero no le engendró en apariencia sino en verdad, habiéndolo sometido a su propia voluntad, una perfecta criatura de Dios inmutable e inalterable. […] El Hijo, engendrado por el Padre, creado y establecido antes de los tiempos, no existía antes de ser engendrado. Más bien, el Hijo engendrado atemporalmente antes de todo, solo fue llevado a la subsistencia por el Padre. Pues no es eterno, ni co eterno, ni no engendrado con el Padre (Arrio, Carta a Alejandro de Alejandría)
                Vemos aquí que Arrio traza una diferencia entre Dios y el Hijo y considera al Hijo una criatura. En un sentido, parece algo perfectamente razonable: si realmente solo hay un Dios creador de todo, entonces todo lo demás, como el Hijo, tiene que ser una criatura; y si el Padre tiene un Hijo, entonces parecería que el Hijo debería haber llegado a la existencia después que el Padre. Pero Arrio no tiene en cuenta varias cosas: que el Hijo es eterno y por lo tanto el mismo Dios que el Padre, que “engendrar” es diferente para Dios y para los seres humanos (en lugar de implicar que el Hijo es más joven, la palabra “engendrar” es una manera de describir la singular relación filial entre el Hijo y el Padre) y que la salvación, como la Biblia la describe, no podría tener lugar si el Hijo no fuera igual al Padre. El Jesús de Arrio solo podría conducirnos a Dios. No podría llevarnos a Dios porque él mismo no es Dios.
                 
                La respuesta de la Iglesia a Arrio fue rápida y directa. Fue condenado en un concilio que tuvo lugar en Nicea (en lo que hoy conocemos como el noroeste de Turquía) en el 325, que conocemos como el “Primer concilio ecuménico”. Más tarde, Atanasio (el líder clave de la Iglesia durante la controversia arriana) escribió lo siguiente:
                 
                Arrio se atrevió a decir: ‘El Verbo no es verdaderamente Dios. Aunque sea declarado Dios, no es verdadero Dios. Por gracia compartida, es declarado Dios solo de nombre, como todos los demás…’ Pero nosotros hablamos sin reservas de la fe religiosa con base en las divinas Escrituras; la ponemos como la luz en el candelero, diciendo: ‘Él es por naturaleza verdadero y legitimo Hijo del Padre, perteneciente a su sustancia, la Sabiduría unigénita, y verdadero y único Hijo de Dios. Por lo tanto, es verdadero Dios, homoousios con el verdadero Padre’. (Atanasio, Contra los Arrianos 1.6, 1.9 [ca. 340])
                 

                En este texto, la palabra homoousious era una palabra que el Concilio de Nicea había usado en el 325 para indicar que Jesús es de la misma sustancia que el Padre. No es un ser semi-divino como Arrio pensaba, sino igual al Padre, de manera que (con el Espíritu Santo) constituyen un sólo Dios en lugar de tres.

                A pesar de que la Iglesia reconocía abiertamente que Arrio estaba equivocado acerca de Jesús, los asuntos que él y sus seguidores suscitaron precipitaron medio siglo de intensa discusión. El resultado final de aquella discusión fue un concilio que tuvo lugar en Constantinopla (el Estambul actual) en el 381 (que conocemos como el “Segundo concilio ecuménico), en el que se ratificó un credo que ha pasado a ser la declaración doctrinal más importante de la Iglesia cristiana (y que nosotros conocemos como Credo niceno). El credo dice así:
                 
                Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible
                 
                Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, homoousios con el Padre, por quien todo fue hecho; por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Por nuestra causa fue crucificado bajo Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin.
                 
                Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
                 
                En la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
                 

                Es de resaltar, en este credo, la confesión de fe en Dios el Padre, en el Hijo de Dios, Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Debido a que el Hijo es homoousious (de la misma sustancia) con el Padre, es Dios así como el Padre es Dios. Y, puesto que el Espíritu Santo recibe adoración junto al Padre y al Hijo, es Dios al igual que ellos. Las tres personas constituyen un solo Dios, no tres dioses independientes. De igual importancia es notar que el unigénito Hijo de Dios, el que es Dios verdadero de Dios verdadero, ha bajado y se ha hecho hombre por nuestra salvación. Para salvarnos, tenía que sercompletamente Dios, pero además tenía que bajar haciéndose hombre también. Jesús no es simplemente divino y humano de alguna forma. Él es Dios el Hijo que se ha hecho hombre para salvarnos. Aquí la Iglesia sigue cuidadosamente las líneas establecidas en Juan 1 y Filipenses 1.

                El segundo gran desafío a este consenso: el nestorianismo

                 

                Podría pensarse que el Credo de Nicea habría resuelto de una vez por todas la cuestión de quién es Jesús. Pero, a finales del siglo cuarto, un hombre llamado Apolinar de Laodicea —intentando ser fiel a la fe Nicena— adoptó un punto de vista de la humanidad de Cristo que la Iglesia reconoció inadecuado. Apolinar sostenía que ser espiritual y físico a la vez es ser humano y, como el Verbo ya era espiritual, simplemente tomar un cuerpo humano le hacía plenamente humano. En respuesta, la Iglesia reconoció correctamente que para ser plenamente humano, no solo necesitaba un cuerpo, sino una mente humana, emociones humanas, etc. Gregorio de Nacianceno (en Turquía central) argumentó, de manera muy persuasiva, que no es tocado por la salvación cualquier aspecto de la humanidad que el Hijo no asumió. “Lo no asumido es no sanado”, pero no hay aspecto alguno de lo que significa ser humano que fuera “no asumido”, por lo tanto no hay aspecto de la humanidad que no sea alcanzado por la salvación.

                Esto podría haber dado por concluido el tema si no fuera por los problemas creados por el pensamiento de Apolinar que condujo a algunos en la Iglesia de replantearse todo el concepto de la salvación y a adoptar un modelo en el que nosotros nos elevamos hasta Dios. Teodoro de Mopsuestia (en el sureste de Turquía) escribió audazmente sobre la historia de la humanidad como un camino desde lo que llamó la primera era (una era de mutabilidad, pecado, mortalidad e imperfección) a la segunda era (una era de perfección, impecabilidad e inmortalidad). Este punto de vista del progreso humano indicaba que Teodoro, así como previamente Arrio, no creía que los seres humanos necesitáramos que Dios bajara para salvarnos. Creía que podíamos llegar hasta Dios si teníamos un ejemplo suficientemente bueno. A diferencia de Arrio, Teodoro creía firmemente que el Verbo era igual al Padre; sin embargo la similitud de sus pensamientos sobre la salvación con los de Arrio le llevó a sostener que Jesús no es Dios el Verbo. Por el contrario, Jesús es un hombre (Teodoro le llamaba “hombre asumido”) en el que habita el Verbo, un hombre con una conexión especial con Dios.
                 

                Obsérvense la similitud del pensamiento de Teodoro con la posterior idea moderna del progreso ascendente de la humanidad, expresada con mayor claridad en el s. XIX. No es de extrañar que el s. XIX fuera testigo de cómo muchos cristianos adoptaron un punto de vista acerca de Cristo como el de Teodoro. Creían que Jesús era un hombre con una conexión especial con Dios, no que era Dios el Hijo viviendo en la tierra como un hombre.

                ¿Cómo respondió la Iglesia a Teodoro? Bueno, tuvo la suerte de vivir en un lugar bastante recóndito y durante su vida no atrajo mucha atención más allá de su propia región. Sin embargo en el año en que falleció, en 428, su estudiante Nestorio se convirtió en obispo de Constantinopla y comenzó a predicar ante todo el mundo cristiano la doctrina de su maestro. A continuación aparecen fragmentos de dos sermones diferentes de Nestorio, ambos predicados en el año 428: “Defendemos la conjunción, sin confusión, de las naturalezas. Confesamos a Dios en un hombre, adoramos al hombre que es venerado junto con el Dios todopoderoso en virtud de la divina conjunción” (Sermón 8). “Venero al que es llevado por aquel que le lleva, adoro al que veo por aquel que está oculto. Dios es indivisible de aquel que aparece y por esa razón yo no divido el honor de aquello que no está dividido. Separo las naturalezas, pero uno la adoración” (Sermón 9).
                 
                En estos dos fragmentos hay que notar que Nestorio parece ser ortodoxo según nuestra forma habitual de pensar, porque habla de “dos naturalezas” en Cristo. Pero, si observamos más detenidamente, destacan dos afirmaciones. Confiesa a “Dios en un hombre” y venera “al que es llevado por aquel que le lleva”. Ambos fragmentos demuestran que, para Nestorio, como para Teodoro antes que él, Jesús no es la misma persona que ha sido siempre el Hijo del Padre. Es un hombre en el que Dios habita; es el que es llevado por Dios, con una conexión con Dios. El hecho de que Nestorio aúne la adoración y venere al hombre por el Verbo que lo habita no cambia el hecho de que el hombre Jesús no es la misma persona que el Hijo eterno de Dios.
                 
                ¿Cuál es, entonces, el error del pensamiento de Teodoro y Nestorio? Dos cosas importantes: Hace de la llamada “divinidad de Cristo” poco más que una residencia divina y pone así nuestra salvación en manos de alguien que no es verdaderamente Dios. Un hombre habitado por Dios el Verbo en realidad no es diferente de una persona habitada por el Espíritu Santo. Todo creyente es habitado por Dios (el Espíritu Santo), pero esa inhabitación no nos capacita para salvar a nadie. Un hombre habitado por Dios no puede salvarnos. Sólo Dios mismo puede salvarnos, y el Cristo de Nestorio no es, como persona, Dios el Hijo.
                 
                El personaje más importante que respondió a Teodoro y a Nestorio fue Cirilo de Alejandría, quien enfatizó que la salvación no era cuestión de alcanzar un plano más elevado de existencia, sino de Dios descendiendo para llevarnos a sí mismo. Además, sostuvo que nuestra salvación está ligada a la propia relación de Cristo con el Padre: él es el verdadero, natural, Hijo de Dios y nosotros hemos sido hechos hijos e hijas de Dios por adopción. Comentando sobre Juan 1:12-13 (un pasaje que he citado y discutido anteriormente), escribe:
                 
                Porque tras haber dicho que les fue dada autoridad de parte aquel que es por naturaleza Hijo, para llegar a ser hijos de Dios, y de haber introducido de esta manera lo que es de adopción y de gracia, puede después añadir sin peligro (de malentendidos) que fueron engendrados de Dios; para mostrar la grandeza de la gracia que les fue conferida, reuniendo a los que eran ajenos a Dios Padre en una, por así decirlo, comunión natural y elevando a los esclavos a la nobleza de su Señor, por su entrañable amor hacia ellos. (Cirilo de Alejandría, Comentario de Juan, 1:13)
                 

                La frase fundamental de este pasaje es “comunión natural”. Cirilo usa esta frase para referirse a la comunión mutua que tienen las personas de la Trinidad al compartir la misma naturaleza, porque constituyen el mismo Dios. Sin embargo, aquí y en otras partes de sus escritos, sostiene que Dios concede a los creyentes compartir esa misma comunión. Dios no nos hace iguales a él de ninguna manera (ya ha negado esa posibilidad antes en su comentario) pero, aún así, nos concede una participación en la misma comunión que disfrutan las personas de la Trinidad. Sólo el verdadero, natural, Hijo de Dios podría concedernos esto por hacernos hijos a través de la adopción.

                Queda claro, por los escritos de Cirilo, que lo más importante de la Cristología no es que Cristo sea una persona o que tenga dos naturalezas, aunque, por supuesto, estas cosas sean ciertas de él. Lo más importante es que él sea la misma persona que ha sido siempre el Hijo eterno de Dios. A fin de cuentas, el Cristo de Nestorio no es Dios el Hijo. El niño nacido de María no es, según Nestorio, el Hijo de Dios engendrado desde la eternidad. Cirilo sostiene, correctamente, que el Verbo pre encarnado y Jesús después, son la misma persona. Aquel que una vez era únicamente Dios ahora es Dios y humano a la vez, pero sigue siendo la misma persona. No afirmar esto, implica que Dios no ha logrado nuestra salvación al bajar hasta nosotros. Y creo que el pensamiento de Cirilo representó y expresó el consenso de toda la Iglesia.
                 

                La definición de Calcedonia

                 

                La controversia Nestoriana condujo a dos concilios ecuménicos, el Tercero en Éfeso (Turquía occidental) en 431, que fue muy complicado desde el punto de vista político y no resolvió el problema permanentemente, y el Cuarto en Calcedonia (cerca de Nicea en el noroeste de Turquía) en 451, que produjo el segundo pronunciamiento doctrinal más importante de la Iglesia: la definición de Calcedonia. Hoy en día, la gente suele considerar la definición de Calcedonia como un documento de compromiso, diseñado para mediar entre los énfasis “alejandrinos” (como los de Atanasio y Cirilo) y los énfasis “antioquenos” (como los de Teodoro y Nestorio). El elemento central del documento, en la mente de muchos eruditos modernos, es la parte resaltada en rojo que cito a continuación:

                Por eso, siguiendo la enseñanza de los santos padres, nos unimos en la enseñanza de que debemos confesar a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
                 
                Este mismo es perfecto en deidad, este mismo es perfecto en humanidad; este mismo es verdadero Dios y verdadero hombre, comprendiendo alma racional y cuerpo. Es de la misma sustancia que el Padre de acuerdo a su deidad, y el mismo es de la misma sustancia que nosotros de acuerdo a su humanidad, igual a nosotros en todo excepto en el pecado. Fue engendrado antes de los tiempos del Padre, de acuerdo a su deidad, pero en los últimos tiempos, por nosotros y nuestra salvación, el mismo nació de la virgen María, portadora de Dios, de acuerdo a su humanidad.
                 
                Él es uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor y Unigénito, que se da a conocer en dos naturalezas unidas de manera inconfundible, inmutable, indivisible, inseparable. La distinción entre las dos naturalezas no es destruida en absoluto a causa de la unión, sino que la propiedad de cada naturaleza se conserva y concurre en un solo prosopon e hipostasis.
                 
                No está separado o dividido en dos prosopa, sino que es uno y el mismo Hijo, el Unigénito, Dios el Logos, el Señor Jesucristo.
                 
                Así hablaron de él los profetas desde el principio, y el mismo Jesucristo nos instruyó, y el Concilio de los padres nos ha transmitido (la fe).
                 

                La porción subrayada en rojo enfatiza las dos naturalezas y la única persona (prosopon e hipostasis son palabras que significan “persona”) y la claridad terminológica que aporta esta declaración es parte importante de la contribución de Calcedonia a nuestra comprensión de Cristo. Sin embargo, la declaración en rojo no es lo más importante que afirma la definición. Al contrario, el punto principal —repetido ocho veces en un párrafo y subrayado en azul— es que el niño nacido de María es el mismo que siempre ha sido el Hijo de Dios. Los obispos reunidos en Calcedonia están afirmando que, para que pudiésemos ser salvos, Dios mismo tuvo que bajar a salvarnos. Por lo tanto, no es sólo que el Verbo tiene que ser Dios, sino que Jesús y el Verbo son la misma persona. Si Jesús no es el Verbo, sino un hombre en quien el Verbo habita, Dios no ha bajado para salvarnos y, por lo tanto, no somos salvos. Pero Jesús es Dios el Verbo que se hizo hombre por nuestro bien. Esta es la verdad central que la Iglesia quiso proclamar.

                Por lo tanto, a menudo afirmo que el punto principal en la Cristología bíblica y patrística no es si Cristo es una persona con dos naturalezas, sino quién es esa persona. No es suficiente afirmar simplemente que Cristo es una persona y que tiene dos naturalezas. Nestorio afirmaba eso y, sin embargo, su Cristo era diferente del verdadero Cristo, el único que puede salvarnos. Muchas personas en los últimos doscientos años, como el pastor de la historia con la que empecé, han afirmado que Cristo es una persona en dos naturalezas, pero no han querido decir con esto que es el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre. La verdad crucial, la verdad que salva, es que para que nosotros fuéramos salvos, Dios tenía que bajar a salvarnos. Por lo tanto el que bajó tenía que ser verdaderamente Dios, tan completamente Dios como el Padre. Más aún, la verdad igualmente crucial es que el Hijo tuvo que bajar hasta nosotros, haciéndose humano para vivir, morir y resucitar como hombre. Si esta es la salvación que las Escrituras dicen que necesitamos, y tenemos, entonces este es el Salvador que debemos tener. Y, de acuerdo tanto a las Escrituras como al consenso histórico de la Iglesia, este es el Salvador que tenemos.
                 
                ¿Quién es Jesús? Él es el eterno y amado Hijo de Dios que se ha hecho hombre, sin dejar de ser quien ya era, para lograr nuestra salvación.
                 
                [Artículo traducido por Trini Bernal, con cambios ligeros realizados por Andrés Messmer.]

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                  “Los cristianos son ateos”

                  Introducción

                  Como dice Atenagoras, el apologeta cristiano del s. II, los cristianos primitivos fueron acusados de tres crímenes: el canibalismo, el incesto y el ateísmo.[1] Los tres fueron acusaciones serias,[2] pero aquí me gustaría explicar el que quizá parezca el más raro para nosotros hoy en día: el ateísmo. Quizá esta sea la acusación más antigua hecha contra los cristianos, y ya hay de ella encontradas en el Nuevo Testamento mismo (p. ej., Hch 19:23ss.) y una atestación clara encontrada a inicios del s. II durante el martirio de Policarpo.[3] Me gustaría plantear dos preguntas en este artículo: 1) ¿Por qué se hizo esta acusación contra los cristianos? 2) ¿Por qué fue una acusación tan seria?
                   
                  ¿Por qué se llamó ateos a los cristianos?
                   

                  Para lectores modernos (¡y para los primeros cristianos también!), la acusación de ateísmo suena ridícula. Después de todo, si algún grupo es conocido por su creencia en Dios, seguramente los cristianos se encuentran entre los primeros. Sin embargo, para la mente grecorromana, no era así. Los ciudadanos del Imperio romano practicaban lo que podría llamarse el politeísmo cívico, es decir, que el gobierno civil patrocinaba la adoración de varios dioses a través de las artes, fiestas, sacrificios, el teatro, etc.

                  Pero en el s. I d. C., apareció un grupo de personas que decían que no querían hacer sacrificios a los dioses reconocidos a nivel oficial, ir al teatro, ni demostrar respecto por las costumbres antiguas. Además, no representaban su dios en el arte, ni escribían obras de teatro en su honor, ni tenían la aprobación del gobierno civil. Para colmo, su dios era un dios relativamente nuevo y tenía su origen en el judaísmo, que históricamente había tenido muy mala fama en el mundo grecorromano. Por tanto, si lo vemos con empatía desde la perspectiva del ciudadano grecorromano medio, podemos ver cómo se podría aplicar la acusación de ateísmo a los cristianos. Sin embargo, lo que querían decir con el término era que no creían en los dioses grecorromanos que estaban aceptados y patrocinados por el gobierno.
                   
                  ¿Por qué era una acusación tan seria?
                   

                  Para responder a esta pregunta, tenemos que volver a unos cuantos siglos antes del cristianismo, a Atenas del s. V a. C. Sócrates estaba en su apogeo, y estaba enseñando algo peligroso: que los dioses no existen. Eso se había enseñado antes, empezando con Tales de Mileto en el s. VII, y seguido por otros llamados “filósofos naturales”, pero su enseñanza no tuvo el mismo impacto social como la de Sócrates. Según filósofos como él, los dioses eran vistos como necesarios por la gente común para asegurarse estabilidad social.[4] Cosas como los juramentos, los contractos y la defensa de la ciudad solo eran posibles si la gente creía en los dioses: ellos pueden ver lo que hacemos en el privado y tenemos que defenderlos en guerra. Sin embargo, como el oponente de Sócrates —Aristófanes— mostró, borrar a los dioses es borrar el freno social, invitando así al caos en la ciudad.[5] Sócrates fue acusado de dos cosas (y declarado culpable de lo mismo): ser ateo y corromper las mentes de los jóvenes de la ciudad con su enseñanza (es decir, el ateísmo). Curiosamente, sabemos por los escritos de Platón que, aunque Sócrates no creía en los dioses helenos conocidos en Atenas, sí creía en algún tipo de realidad divina. Es decir, Sócrates no estaba muy lejos de lo que llamamos hoy en día el “monoteísmo”.

                  La historia de Sócrates era muy bien conocida por todo el mundo grecorromano, y también durante los primeros siglos de la era cristiana. Por tanto, acusar a los cristianos de ser ateos fue una acusación muy seria, e hizo temblar a los gobernantes del Imperio romano, tanto a nivel local como a nivel imperio. Lo que más quería el Impero romano era el orden y la estabilidad, y pocas cosas podrían ser más amenazadoras que una revuelta social basada en descuidara los dioses. No adorar a los dioses significaba el deshecho de la sociedad misma, y así los cristianos fueron vistos como los que invitaban a la anarquía social total.
                   
                  Conclusión
                   

                  El cristianismo contribuyó más a la estabilidad del Imperio romano que cualquier otra religión, enseñanza filosófica o religión mistérica. Paradójicamente, si la gente hubiera imitado a los dioses grecorromanos, el Imperio se habría colapsado mucho antes de lo que lo hizo en realidad.[6] Los cristianos renunciaron por completo a todas las típicas amenazas que podían arruinar un imperio desde dentro o fuera —la deuda, la inestabilidad familiar, la pereza, el deseo por el poder y la guerra, etc.— , y en su lugar pusieron la única cosa que podía preservar un impero y asegurar su crecimiento y prosperidad: amar a Dios y a los demás.

                  Hoy, aunque no seamos acusados de ser ateos, sí queda el impulso principal de la acusación: somos acusados de quedarnos al margen de la sociedad y de perturbar el orden establecido. Igual que el Imperio romano logró su estabilidad gracias a la tolerancia religiosa, hoy en día se cree que la estabilidad solo se puede lograr a través de una tolerancia absoluta y total en cada esfera de la vida, incluyendo la religión. Por tanto, tenemos mucho que aprender de nuestros antepasados cristianos: tenemos que encontrar una manera de demostrar que, aunque no nos arrodillemos delante de los mismos dioses que ellos, tampoco somos una amenaza a la sociedad y, de hecho, contribuimos a su estabilidad y prosperidad.
                   

                  [1] Atenagoras, Súplica en favor de los cristianos, 3.
                  [2] Con respecto a las otras dos acusaciones, fueron entendidas como acusaciones de inhumanidad: según escritores como Heródoto, solo aquellos que vivían fuera del mundo civilizado practicaban el canibalismo y el incesto. Como se demostrará, las tres acusaciones eran tres maneras de decir lo mismo: los cristianos querían deshacer el orden civilizado establecido.
                  [3] Martirio de Policarpo 3:2; 9:2.
                  [4] Algo de esto se encuentra en la República de Platón; pero cf. también su Apología.
                  [5] Cf. Nubes, en el que se burla de Sócrates y demuestra que, si se aceptan las ideas de Sócrates, los deudores no pagarán sus dudas, y los hijos insultarán a sus padres.
                  [6] Esta crítica de la religión grecorromana era muy común, tanto por filósofos grecorromanos como Sócrates como por apologetas cristianos como Agustín; cf. Ciudad de Dios.

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                    Credere Deum, Credere Deo, Credere in Deum: tres maneras de creer en Dios

                    Introducción

                    “¿Crees en Dios?” Muchas veces cuando escuchamos esta pregunta, pensamos que es una pregunta intelectual: “¿Crees que Dios existe?” Esta interpretación de la pregunta es el resultado de por lo menos dos factores. Primero, el factor cultural: desde la Ilustración, Occidente ha estado muy interesado en los hechos y la evidencia, y por tanto creer en Dios se entiende como si existen buenos argumentos a favor de su existencia. Segundo, el factor lingüístico: como el español ha perdido casi por completo las declinaciones, también ha perdido su capacidad de matizar ciertas afirmaciones que otros idiomas siguen teniendo, como el alemán, griego y latín. A veces el idioma español puede compensar esta pérdida con otros componentes del idioma, pero no todos hacen el esfuerzo de hacerlo.
                     
                    Lo que me gustaría hacer en este artículo es explicar que la pregunta “¿Crees en Dios?” ha sido entendida de tres maneras distintas desde la antigüedad: 1) creer que Dios existe, 2) confiar en Dios y 3) confiarse a Dios. Aunque nuestra preocupación en Occidente ha sido la primera, la de las Escrituras ha sido la última. Desde Agustín,[1] la costumbre ha sido dividir las tres maneras de creer en Dios según la fraseología latina, que es lo que haré aquí.[2]
                     
                     
                    Tres maneras de creer en Dios
                     

                    Credere Deum: creer que Dios existe. Este tipo de fe en Dios afirma intelectualmente que Dios existe. Es la fe que se menciona en Santiago 2:19: «Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan» (RVR 60). Esto es nada más que el reconocimiento intelectual de que hay un Dios y que existe. De nuevo, esto ha sido la preocupación principal de Occidente desde la Ilustración, y es lo que la mayoría de la gente debate. Las Escrituras no se dirigen frecuentemente a este tema porque simplemente dan por sentado que Dios existe, y más bien nos llama a un nivel más alto de creencia en Dios. No estoy diciendo que esta forma de creer en Dios no es importante, sino que solo es el primer paso hacia lo que Dios quiere de nosotros.

                    Credere Deo: creer a Dios. Este tipo de fe en Dios cree que lo que Dios dice es veraz. Un buen ejemplo de este tipo de fe se encuentra en Génesis 15:6: después de que Dios le dice a Abraham que tendrá muchos descendientes, Abraham «creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (RVR 60). Dios habla, y nosotros le creemos. Como se puede ver, este tipo de fe va más allá de un mero reconocimiento mental de que Dios existe, y cree que lo que dice es veraz.
                     
                    Credere in Deum: confiarse a Dios. Este tipo de fe incluye las anteriores, pero también las supera. Las construcciones griega y latina subyacentes son más forzadas que nuestra traducción española literal de «creer en Dios». Este tipo de fe se refiere al compromiso personal a Dios, y así el lenguaje de confiarse a Dios, o incluso entregarse a él. Este tipo de fe se encuentra principalmente en los escritos de Juan, y nunca se refiere al acuerdo mental o a la creencia en un mensaje, sino en creer en el Padre o en el Hijo.[3] Por ejemplo, en Juan 3:18 este tipo de fe aparece dos veces (e implícitamente tres): «El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (RVR 60). Agustín explicó este tipo de fe en la siguiente manera: «¿Qué, entonces, es “creer en él”? Por creer amarle, por creer estimarle mucho, por creer entrarle y ser incorporado en sus miembros.»[4] En otras palabras, este tipo de fe es una rendición total y voluntaria a Dios.
                     
                    Conclusión
                     
                    Pese a nuestro entendimiento moderno de lo que significa creer en Dios, las Escrituras están preocupadas por otra cuestión. En el cristianismo, el caso no es tanto si pensamos o no que Dios existe, sino si estamos dispuestos a creerle y entregarnos plenamente a él. En otras palabras, el “creer” en las Escrituras no se ubica tanto en la mente, sino en la voluntad: la creencia es más volitiva que intelectual.[5]Curiosamente, el Credo apostólico empieza con este tipo de creencia en Dios, y se convierte en su método organizador. Confesar «Creo en Dios el Padre […] y en Jesucristo su Hijo […] y en el Espíritu Santo» es afirmar que uno se rinde a Dios, que se entrega a él, que se compromete a él. La única pregunta que nos queda es: ¿cuál de estos tipos de fe tienes tú?
                     
                    Bibliografía útil
                     

                    Th. CAMELOT, “Credere deo, credere deum, credere in deum pour l’histoire d’une formule traditionelle” Revue des Sciences philosophiques et théologiques 30 (1940-1941): 149-155.

                     
                    [1] Agustín, Com. Juan 29:6; Com. 1 Juan 10:1-2; cf. Juan Crisóstomo, Hom. Juan 69:1. Para otros de las edades patrística y medieval que emplearon esta distinción, ver el artículo de Camelot (ver abajo).
                    [2] He investigado los equivalentes griegos subyacentes en el Nuevo Testamento, y está obvio que el esquema de Agustín no es totalmente preciso. Las tres construcciones en griego son las siguientes: credere Deum = πιστεύω + ὅτι; credere Deo = πιστεύω + dativo (sin preposición, ἐπί, ἐν); credere in Deum = πιστεύω + εἰς + persona. Aunque parezca que hay algunas diferencias entre las varias construcciones, por lo menos las primeras dos tienen instancias en las que el significado abarca tanto el acuerdo mental como la fe salvífica. Lo que sí es interesante es que, excepto por dos posibles excepciones (ver abajo), la tercera construcción siempre se refiere a la fe salvífica. Para una posible distinción sutil entre las segunda y tercera maneras de creer, cf. Jn 6:29-30.
                    [3] De las 40 ocurrencias de πιστεύω + εἰς, sólo hay dos posibles excepciones: Rom 10:10 (pero el verbo πιστεύω está en la voz pasiva, así negando la fuerza de la preposición εἰς) y 1 Jn 5:10 (donde μαρτυρία no puede distarse mucho de la auto revelación de Dios).
                    [4] Agustín, Com. Juan 29:6 (traducción mía del inglés).
                    [5] De hecho, sugeriría que creer en Dios y más o menos sinónimo con amar a Dios, como un hijo ama a su padre.
                     

                    Actualizado: 5 sept 2021

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