“¿Crees en Dios?” Muchas veces cuando escuchamos esta pregunta, pensamos que es una pregunta intelectual: “¿Crees que Dios existe?” Esta interpretación de la pregunta es el resultado de por lo menos dos factores. Primero, el factor cultural: desde la Ilustración, Occidente ha estado muy interesado en los hechos y la evidencia, y por tanto creer en Dios se entiende como si existen buenos argumentos a favor de su existencia. Segundo, el factor lingüístico: como el español ha perdido casi por completo las declinaciones, también ha perdido su capacidad de matizar ciertas afirmaciones que otros idiomas siguen teniendo, como el alemán, griego y latín. A veces el idioma español puede compensar esta pérdida con otros componentes del idioma, pero no todos hacen el esfuerzo de hacerlo.
Lo que me gustaría hacer en este artículo es explicar que la pregunta “¿Crees en Dios?” ha sido entendida de tres maneras distintas desde la antigüedad: 1) creer que Dios existe, 2) confiar en Dios y 3) confiarse a Dios. Aunque nuestra preocupación en Occidente ha sido la primera, la de las Escrituras ha sido la última. Desde Agustín,
[1] la costumbre ha sido dividir las tres maneras de creer en Dios según la fraseología latina, que es lo que haré aquí.
[2]
Tres maneras de creer en Dios
Credere Deum: creer que Dios existe. Este tipo de fe en Dios afirma intelectualmente que Dios existe. Es la fe que se menciona en Santiago 2:19: «Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan» (RVR 60). Esto es nada más que el reconocimiento intelectual de que hay un Dios y que existe. De nuevo, esto ha sido la preocupación principal de Occidente desde la Ilustración, y es lo que la mayoría de la gente debate. Las Escrituras no se dirigen frecuentemente a este tema porque simplemente dan por sentado que Dios existe, y más bien nos llama a un nivel más alto de creencia en Dios. No estoy diciendo que esta forma de creer en Dios no es importante, sino que solo es el primer paso hacia lo que Dios quiere de nosotros.
Credere Deo: creer a Dios. Este tipo de fe en Dios cree que lo que Dios dice es veraz. Un buen ejemplo de este tipo de fe se encuentra en Génesis 15:6: después de que Dios le dice a Abraham que tendrá muchos descendientes, Abraham «creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (RVR 60). Dios habla, y nosotros le creemos. Como se puede ver, este tipo de fe va más allá de un mero reconocimiento mental de que Dios existe, y cree que lo que dice es veraz.
Credere in Deum: confiarse a Dios. Este tipo de fe incluye las anteriores, pero también las supera. Las construcciones griega y latina subyacentes son más forzadas que nuestra traducción española literal de «creer en Dios». Este tipo de fe se refiere al compromiso personal a Dios, y así el lenguaje de confiarse a Dios, o incluso entregarse a él. Este tipo de fe se encuentra principalmente en los escritos de Juan, y nunca se refiere al acuerdo mental o a la creencia en un mensaje, sino en creer en el Padre o en el Hijo.
[3] Por ejemplo, en Juan 3:18 este tipo de fe aparece dos veces (e implícitamente tres): «El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (RVR 60). Agustín explicó este tipo de fe en la siguiente manera: «¿Qué, entonces, es “creer en él”? Por creer amarle, por creer estimarle mucho, por creer entrarle y ser incorporado en sus miembros.»
[4] En otras palabras, este tipo de fe es una rendición total y voluntaria a Dios.
Pese a nuestro entendimiento moderno de lo que significa creer en Dios, las Escrituras están preocupadas por otra cuestión. En el cristianismo, el caso no es tanto si pensamos o no que Dios existe, sino si estamos dispuestos a creerle y entregarnos plenamente a él. En otras palabras, el “creer” en las Escrituras no se ubica tanto en la mente, sino en la voluntad: la creencia es más volitiva que intelectual.
[5]Curiosamente, el Credo apostólico empieza con este tipo de creencia en Dios, y se convierte en su método organizador. Confesar «Creo en Dios el Padre […] y en Jesucristo su Hijo […] y en el Espíritu Santo» es afirmar que uno se rinde a Dios, que se entrega a él, que se compromete a él. La única pregunta que nos queda es: ¿cuál de estos tipos de fe tienes tú?
Th. CAMELOT, “Credere deo, credere deum, credere in deum pour l’histoire d’une formule traditionelle” Revue des Sciences philosophiques et théologiques 30 (1940-1941): 149-155.
[1] Agustín,
Com. Juan 29:6;
Com. 1 Juan 10:1-2; cf. Juan Crisóstomo,
Hom. Juan 69:1. Para otros de las edades patrística y medieval que emplearon esta distinción, ver el artículo de Camelot (ver abajo).
[2] He investigado los equivalentes griegos subyacentes en el Nuevo Testamento, y está obvio que el esquema de Agustín no es totalmente preciso. Las tres construcciones en griego son las siguientes:
credere Deum = πιστεύω + ὅτι;
credere Deo = πιστεύω + dativo (sin preposición, ἐπί, ἐν);
credere in Deum = πιστεύω + εἰς + persona. Aunque parezca que hay algunas diferencias entre las varias construcciones, por lo menos las primeras dos tienen instancias en las que el significado abarca tanto el acuerdo mental como la fe salvífica. Lo que sí es interesante es que, excepto por dos posibles excepciones (ver abajo), la tercera construcción siempre se refiere a la fe salvífica. Para una posible distinción sutil entre las segunda y tercera maneras de creer, cf. Jn 6:29-30.
[3] De las 40 ocurrencias de πιστεύω + εἰς, sólo hay dos posibles excepciones: Rom 10:10 (pero el verbo πιστεύω está en la voz pasiva, así negando la fuerza de la preposición εἰς) y 1 Jn 5:10 (donde μαρτυρία no puede distarse mucho de la auto revelación de Dios).
[4] Agustín,
Com. Juan 29:6 (traducción mía del inglés).
[5] De hecho, sugeriría que creer en Dios y más o menos sinónimo con amar a Dios, como un hijo ama a su padre.