Mes: mayo 2024

La ortodoxia de Adrián Saravia según su testamento

Del testamento de Adrián Saravia:

En primer lugar, confieso que muero en la fe entregada a la Iglesia por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo y los profetas que componen el contenido de los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, y que actualmente es aceptada en la Iglesia de Inglaterra por la autoridad pública. Estos cincuenta años, después de haber abandonado y renunciado a los errores de la tiranía y la idolatría que imperan en la Iglesia Romana, he enseñado y profesado esta fe en privado y en público. Acepto y aprecio grandemente el llamado Credo de los Apóstoles, el Credo de Nicea y los otros tres Concilios ecuménicos con el de Atanasio porque todos ellos proceden de la Palabra de Dios. A estos añado la Confesión de la Iglesia de Inglaterra junto con la que los príncipes alemanes presentaron al Emperador de Augsburgo en el año de nuestro Señor de 1530. No conozco ningún error que haya sido condenado por la Palabra de Dios o por los padres de la Iglesia primitiva. Por lo tanto, condeno todas las herejías y enseñanzas contrarias a la Palabra escrita de Dios y, particularmente, aquellas que fueron condenadas por esos cuatro renombrados concilios generales, el de Nicea, el de Constantinopla, el primero de Éfeso y el de Calcedonia.

Traducción del inglés por Trini Bernal; modificada ligeramente por el autor.

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    El aprecio de ocho reformadores españoles por la Iglesia primitiva

    ¿Crees que los credos, concilios y maestros de la Iglesia primitiva tienen valor para los cristianos hoy en día? Por lo menos ocho de nuestros reformadores españoles —Constantino Ponce de la Fuente, Juan Díaz, Casiodoro de Reina, Antonio del Corro, Cipriano de Valera, Adrián Saravia, Juan de Nicolás i Sacharles y Jaime Salgado— pensaban que sí. Aquí tenemos sus palabras:

    ■ Constantino Ponce de la Fuente:

    (Después de citar los Credos apostólico, niceno y atanasio) «Aunque en forma muy breve, en estos tres símbolos se contiene toda la fe cristiana. En la exposición más amplia que de ellos haremos a continuación, se verá como de estos contenidos breves, como si fueran una fuente, o las raíces de una planta, emergen todas las doctrinas de la fe cristiana.»

    (Constantino Ponce de la Fuente, Doctrina Cristiana, cap. 31)

    ■ Juan Díaz:

    (Después de hablar de la máxima autoridad de las Escrituras, dice lo siguiente) «Abrazamos, no obstante, tres símbolos, Apostólico, Niceno y el de Atanasio, como un epítome de las Escrituras proféticas y apostólicas. También los cuatro grandes Concilios, Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense. […] Finalmente, queremos comprendidos en esta doctrina a los escritores eclesiásticos ortodoxos y santísimos padres, Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, etc.; pero solo en cuanto ellos mismos quieren ser reconocidos y leídos, y la sentencia, en ellos, tenga el testimonio de la Escritura.»

    (Juan Díaz, “Suma de la religión cristiana”, p. 104 en Claudius Senarclaeus, Historia de la muerte de Juan Díaz, 104, lenguaje actualizado)

    ■ Casiodoro de Reina:

    «Cuanto a lo que toca al autor de la Translación, si Católico es, el que fiel y sencillamente cree y profesa lo que la santa Madre Iglesia Cristiana Católica cree, tiene y mantiene, determinado por Espíritu Santo, por los Cánones de la Divina Escritura, en los Santos Concilios, y en los Símbolos y sumas comunes de la fe, que llaman comúnmente el de los Apóstoles, el de el Concilio Niceno y el de Atanasio, Católico es, e injuria manifiesta le hará quien no lo tuviera por tal.»

    (Casiodoro de Reina, Biblia del Oso, ‘Amonestación al Lector’, 1569, lenguaje actualizado)

    ■ Antonio del Corro:

    En su carta del 03 de julio de 1571, después de afirmar la autoridad de las Escrituras, afirma que los tres símbolos de Nicea, de Atanasio y de los Apóstoles, tienen autoridad, explican la fe y deben ser recibidos por todo cristiano.

    (Carta reproducida en el latín original: J. H. Hessels, Ecclesiae londino-batavae Archivum, vol 3 parte 1 [Cambridge], 144–145)

    ■ Cipriano de Valera:

    «[…] los tres Símbolos, de los Apóstoles, Niceno, [y] de Atanasio: los cuales son un sumario de lo que el cristiano debe creer tomado de la Escritura.»

    (Dos Tratados: De la misa y de su santidad, p. 463 en Reformistas Antiguos Españoles, lenguaje actualizado; luego, va a mencionar el sexto concilio [pero de manera ambigua] y rechazar Nicea II [ibid, 8, 51)

    ■ Adrián Saravia:

    «Recibo y abrazo el credo que es llamado de los apóstoles, y también de Nicea y de los otros tres concilios generales, con aquello que es de Atanasio. […] Asimismo, condeno todas las herejías y doctrinas que son ajenas de la palabra escrita de Dios, y sobre todo aquellas que los famosos cuatro concilios generales condenaron: Nicea, Constantinopla, Éfeso primero y Calcedonia.»

    (Testamento de Adrián Saravia, 03 de enero de 1613; cf. Willelm Nijenhuis, Adrianus Saravia (c. 1532–1613): Dutch Calvinist, first Reformed defender of the English episcopal Church order on the basis of the ius divinum [Leiden: Brill, 1980], 368)

    ■ Juan de Nicolás i Sacharles (implícitamente):

    «La doctrina de la Transubstanziazion, ¿no es una novedad, introduzida en la Iglesia Romana, haze solo unos cuatrozientos años? […] ¿Cuál de los Padres, que florezieron en los quinientos años primeros despues de Cristo; creyó jamás, que somos justificados por las obras de la Lei, i no por Fé […] Cuál de los Padres antiguos, sostuvo nunca, que hubiese otro purgatorio, en el cual, o por el cual, se purgasen nuestras almas, antes de entrar en el zielo; sino la sangre de nuestro Señor i Salvador […] ¿Cual, entre los antiguos, en los quinientos, o mas bien, en los seiszientos años primeros; creyo jamás, o enseñó; que el Obispo de Roma, es la cabeza de la Iglesia universál; que tiene poder para privar de sus reinos, a Reyes; absolver súbditos de la fidelidád jurada; dispensar votos, hechos a Dios; admitír en el catálogo de Santos, a quien le agrade; imponer leyes sobre la Iglesia universal; perdonar pecados como Juéz; librar almas del purgatorio; p ronunziar sentenzias supremas i absolutas, sin posibilidad de apelar, en materias de Fe?»

    (El español reformado, en Reformistas antiguos españoles VIII:24–26)

    ■ Jaime Salgado:

    «En cuanto a los Padres de la Iglesia antigua, y los cuatro concilios primitivos, los abrazamos como intérpretes de las Santas Escrituras; sí, y también afirmamos que pueden atar nuestra conciencia de manera subordinada a las Escrituras, pero no forzarla a la fe (ligant, non obligant).»

    (Jaime Salgado, El clérigo romano, 14; traducción propia)

    En conclusión, se puede concluir que, a nivel general, los reformadores españoles tomaron la misma postura que los reformadores magisteriales de otros países (y sobre todo los de Inglaterra): afirmaron que mucho de los primeros 4–5 siglos es bueno y correcto (en concreto, los tres símbolos o credos fundamentales y/o los primeros cuatro concilios ecuménicos de la Iglesia), pero que mucha teología medieval (¡pero no todo!) tiene que ser reformado a la luz de las Escrituras.

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      Carta encíclica del Patriarca de Constantinopla de 1920

      En lo que viene a continuación, hemos traducido uno de los textos más importantes para el comienzo del movimiento ecuménico moderno. Curiosamente, no viene de una tradición occidental, sino del Patriarca de Constantinopla.

      “A las iglesias de Cristo en todo lugar”[1]

      Encíclica del Patriarcado Ecuménico, 1920

      “Amaos unos a otros de todo corazón” (1 Pd 1:22).

      Nuestra propia iglesia sostiene que el acercamiento y la comunión entre las distintas iglesias cristianas no es impedido por las diferencias doctrinales que existen entre ellas. En nuestra opinión, este acercamiento es muy deseable y necesario. Sería útil de muchas formas para el interés real de cada iglesia en particular y para el cuerpo cristiano en su conjunto, así como para la preparación y el avance de esa bendita unión, que se completará en el futuro según la voluntad de Dios. Consideramos, por tanto, el tiempo presente como el más favorable para traer a colación esta importante cuestión y estudiarla juntos.

      Aunque, en este caso, debido a prejuicios, prácticas o pretensiones anticuadas, puedan surgir o plantearse las dificultades que tan a menudo han puesto en peligro los intentos de reencuentro en el pasado, no obstante, en nuestra opinión, dado que en esta fase inicial solo nos preocupan los contactos y el acercamiento, estas dificultades son de importancia menor. Si hay buena voluntad e intención, no pueden ni deben crear un obstáculo invencible e insuperable.

      Por tanto, considerando posible y oportuno tal esfuerzo, especialmente en vista de la esperanzadora creación de la Sociedad de Naciones, nos aventuramos a expresar a continuación, de forma breve, nuestro pensamiento y nuestra opinión sobre la forma en que entendemos este acercamiento y contacto, y cómo lo consideramos realizable; pedimos e invitamos encarecidamente el juicio y la opinión de las demás iglesias hermanas de Oriente y de las venerables iglesias cristianas de Occidente y de todo el mundo.

      Creemos que las dos medidas siguientes contribuirán en gran manera al acercamiento que tanto se desea y que tan útil sería, y creemos que tendrían éxito y serían fructíferas:

      En primer lugar, consideramos necesaria e indispensable la eliminación y abolición de todas las desconfianzas y resentimientos mutuos entre las diferentes iglesias que surgen de la tendencia de algunas de ellas a atraer y hacer proselitismo entre los seguidores de otras confesiones. Ya que nadie ignora lo que desgraciadamente está ocurriendo hoy en día en muchos lugares, perturbando la paz interna de las iglesias, especialmente en Oriente. Muchos problemas y sufrimientos son causados por otros cristianos, y se despiertan grandes odios y enemistades, con insignificantes resultados, por esta tendencia de algunos a hacer proselitismo y atraer a seguidores de otras confesiones cristianas.

      Tras este restablecimiento de la sinceridad y la confianza entre las iglesias, consideramos:

      En segundo lugar, que sobre todo se reavive y fortalezca el amor entre las iglesias, de manera que ya no se consideren mutuamente extrañas y extranjeras, sino parientes y parte de la familia de Cristo y “coherederos y miembros del mismo cuerpo, participando igualmente de la promesa en Cristo Jesús” (Ef 3:6).

      Porque, si las diferentes iglesias se inspiran en el amor, y lo anteponen a todo lo demás en sus juicios sobre los otros y en sus relaciones con ellos, en lugar de aumentar y ensanchar las disensiones existentes, deberían ser capaces de reducirlas y disminuirlas. Si se despierta un interés fraternal por la condición, el bienestar y la estabilidad de otras iglesias; y se está dispuesto a interesarse por lo que ocurre en esas iglesias y a obtener un mejor conocimiento de ellas y se desea ofrecer auxilio y ayuda mutuos, se lograrán muchas cosas buenas para la gloria y el beneficio de ellos mismos y del cuerpo cristiano. En nuestra opinión, tal amistad y disposición bondadosa hacia el otro pueden mostrarse y demostrarse especialmente, de las siguientes maneras:

      1. a) Aceptando un calendario común para la celebración de las grandes fiestas cristianas al mismo tiempo por todas las iglesias.
      2. b) Mediante el intercambio de cartas fraternales con ocasión de las grandes fiestas del año de las iglesias, como es costumbre, y en otras ocasiones excepcionales.
      3. c) Por medio de estrechas relaciones entre los representantes de todas las iglesias, dondequiera que se encuentren.
      4. d) A través de las relaciones entre las escuelas teológicas y los profesores de teología, mediante el intercambio de revistas teológicas y eclesiásticas y de otras obras publicadas por cada iglesia.
      5. e) Mediante el intercambio de estudiantes para la formación continua entre los seminarios de las diferentes iglesias.
      6. f) Convocando conferencias pan-cristianas para examinar cuestiones de interés común a todas las iglesias.
      7. g) A través del estudio histórico imparcial y más profundo de las diferencias doctrinales tanto por los seminarios como en libros.
      8. h) Mediante el respeto mutuo a las costumbres y prácticas de las diferentes iglesias.
      9. i) Permitiéndose mutuamente el uso de capillas y cementerios para funerales y entierros de creyentes de otras confesiones fallecidos en tierras extranjeras.
      10. j) Mediante un acuerdo acerca de la cuestión de los matrimonios mixtos entre las confesiones.
      11. k) Finalmente, a través de la mutua ayuda incondicional a las iglesias en sus esfuerzos para el avance religioso, la caridad y demás.

       

      Un contacto tan sincero y cercano entre las iglesias será tanto más útil y provechoso para todo el cuerpo de la Iglesia, ya que múltiples peligros acechan no solo a las iglesias particulares, sino a todas ellas. Estos peligros atacan el fundamento mismo de la fe cristiana y la esencia de la vida y la sociedad cristianas. Porque la terrible Guerra Mundial que acaba de finalizar ha sacado a la luz muchos síntomas malsanos en la vida de los cristianos y, a menudo, ha revelado una gran falta de respeto incluso hacia los principios elementales de justicia y caridad. Así, ha empeorado las heridas ya existentes y ha abierto otras nuevas de carácter más material, que demandan la atención y el cuidado de todas las iglesias. El alcoholismo, que aumenta cada día; el aumento del lujo innecesario bajo el pretexto de mejorar la vida y disfrutarla; la sensualidad y la lujuria cubiertas del manto de la liberación y la emancipación de la carne; el predominio del libertinaje y la indecencia descontrolados en la literatura, la pintura, el teatro y la música, bajo el respetable nombre del desarrollo del buen gusto y el cultivo de las bellas artes; el endiosamiento de la riqueza y el desprecio de los más altos ideales; todos estos temas y otros similares, al amenazar la esencia misma de las sociedades cristianas, son también temas oportunos que requieren y, de hecho, necesitan del estudio común y la cooperación de las iglesias cristianas.

      Por último, es deber de las iglesias que llevan el sagrado nombre de Cristo no olvidar ni descuidar por más tiempo su nuevo y gran mandamiento de amor. Tampoco deben seguir yendo tristemente a la zaga de las autoridades políticas que, aplicando el espíritu del evangelio y las enseñanzas de Cristo, han creado ya, bajo felices auspicios, la llamada Sociedad de Naciones para defender la justicia y cultivar la caridad y el acuerdo entre las naciones.

      Por todas estas razones, estando convencidos de la necesidad de establecer un contacto y una liga (confraternidad) entre las iglesias y creyendo que las otras iglesias comparten nuestra convicción como se ha dicho anteriormente, al menos como comienzo, solicitamos que cada una de ellas nos envíe en respuesta una declaración de su propio juicio y opinión sobre este asunto para que, habiendo alcanzado algún acuerdo o resolución común, procedamos juntos a su realización, y así “hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo, estando ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor” (Ef 4:15–16).

      [1] Fuente: Michael Kinnamon, ed., The Ecumenical Movement: An Anthology of Key Texts and Voices, 2ª ed. (Geneva: WCC Publications, 2016), 73–74; cf. https://www.oikoumene.org/es/node/70083?fbclid=IwAR24C7u0xzCdwmzTdSailAkxMS696vzaYS6taaEUHIqw23EvefZ-b-FRR7I. Trad. al español: Trini Bernal.

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