Mes: junio 2024

Martín Bucero y la liturgia en Estrasburgo

El día 26 de diciembre de 1524, Martín Bucero publicó una obra llamada Grund und Ursach (Fundamento y razón), en la que explicó al Duque Federico, el conde de Palatina, cómo y por qué los pastores habían cambiado la liturgia en Estrasburgo. Esa obra, una de las primeras sobre la liturgia protestante, llegó a ser posiblemente la más influyente de todas: es en Estrasburgo donde Juan Calvino aprendió la liturgia protestante y que tanto influyó en su propia liturgia en Ginebra, y desde Ginebra, llegó a todas partes del mundo reformado.

En el párrafo 95 de esa obra, Bucero cuenta la liturgia que se usa en su iglesia. La siguiente traducción está basada en una traducción inglesa que viene directamente del alemán original.[1]

Cuando se reúne los domingos toda la congregación, el ministro les amonesta a confesar sus pecados, a pedir perdón, y hace confesión a Dios en nombre de la congregación y declara la absolución de pecados a los fieles; después de eso, la congregación entera canta algunos salmos cortos o una canción de alabanza. Después de eso, el ministro ora una oración corta, lee algunas porciones de los escritos de los Apóstoles a la congregación y da una explicación muy breve de los mismos. Luego, la congregación canta los Diez mandamientos u otra cosa; después de esto, el pastor lee el Evangelio y predica el sermón. Después, la congregación canta los artículos de nuestra fe; luego el pastor ora por las autoridades y por toda la gente, y sobre todo por los que están congregados allí, para que aumente su fe y misericordia [y amor[2]] y la observancia de la memoria de la muerte de Cristo con utilidad. Luego les amonesta a aquellos que tienen pensado participar con él en la Cena del Señor: que lo deberían hacer en memoria de Cristo, que deberían morir a sus pecados, soportar su cruz de buena gana, amar a su prójimo en verdad y ser fortificados con fe; esto debe ocurrir cuando, con un corazón fiel, nos damos cuenta de la misericordia y bondad inmensurable que Cristo nos ha enseñado por sacrificar su cuerpo y sangre al Padre en la cruz por nosotros. Después de esta admonición, proclama el Evangelio acerca de la Cena del Señor como se describe en los tres evangelistas: Mateo 26:26–28, Marcos 14:22–24 y Lucas 22:19–20, igual que en Pablo, 1 Corintios 11:23–25.[3] A continuación, el pastor les distribuye el pan y la copa del Señor y él también participa del mismo. Luego la congregación canta de nuevo una canción de alabanza; después de eso, el ministro concluye la Cena del Señor con una oración breve, bendice a la gente y les permite irse en la paz del Señor. Esta es la manera y costumbre en la que ahora observamos la Cena del Señor solamente los domingos.
 
[1] Cf. Ottomar Cypris, Martin Bucer’s Gound and Reason: A Commentary and Translation (Yulee, FL: Good Samaritan Books, 2016), 139–140).
 

[2] Aquí parece que hay una variante textual. Solo está presente en la Deutsche Schriften de Martín Bucero.

[3] En el original, solo aparecían los capítulos, no los versículos.

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    Primera y segunda “reformas” españolas: similitudes y diferencias

    1. Introducción

    Entre los interesados en el protestantismo en España, es habitual hablar de las dos “reformas” españolas: la primera de las cuales tuvo lugar a mediados del s. XVI, y la segunda a finales del s. XIX. Este lenguaje se remonta, al menos, al año 1871[1] y tiene como efecto conectar estos dos periodos de la historia protestante española, como si la segunda fuera una continuación de la primera. Pero, ¿es esta, realmente, la mejor manera de hablar de estos dos “movimientos” (a falta de un mejor término)? En este ensayo, me gustaría mostrar lo que estos dos movimientos tienen en común y cómo se diferencian uno del otro. Al final, desarrollaré algunas propuestas acerca de la palabra “reforma” en el contexto de la historia protestante española.
     
     

    2. Qué tienen en común los dos movimientos

    Antes de mencionar las muchas diferencias entre los dos movimientos, me gustaría exponer lo que los dos movimientos tienen en común. En resumen, lo que tenían en común fue bastante mínimo: fueron periodos de presencia protestante relativamente intensa en España y ambos fracasaron a la hora de “reformar” la Iglesia en España. Observaremos estas semejanzas por partes.
     
    Durante el s. XVI —más concretamente entre las décadas de los 20 y 50— , el protestantismo llegó a todos los niveles de la sociedad española en todo el país. Están los importantes centros de Valladolid, Sevilla, Aragón, etc., y también importantes personajes de la Iglesia como Bartolomé Carranza, Agustín de Cazalla, Juan de Valdés, Constantino Ponce, Juan Gil, etc.; pero estos centros y personajes sólo ilustran una tendencia mucho más grande. Como Cipriano de Valera escribió en el “Exhortación al lector” de la Biblia: “No ay ciudad, y a manera de dezir, no ay villa ni lugar, no ay casa noble en España, que no aya tenido y aun tenga alguno, o algunos que Dios por su infinita misericordia aya alumbrado con la luz de su Evangelio”.
     
    Durante el s. XIX —más concretamente entre 1868/9 y 1875— España fue testigo de otra presencia relativamente intensa del protestantismo. Por primera vez desde el s. XVI, los protestantes eran “tolerados” en España y los misionerosinundaban el país recién abierto, especialmente los Hermanos, de Inglaterra. Estas son algunas de las cifras que aporta Kent Eaton en relación a este periodo de tiempo: se distribuyeron, por lo menos, 300.000 Biblias, se inauguraron unas 22 iglesias y cerca de 5.000 españoles se convirtieron al protestantismo.[2]
     
     
    La otra característica que ambos movimientos tuvieron en común fue que, en última instancia, fracasaron. El movimiento del s. XVI fracasó no por causa de una metodología mediocre o por mala doctrina, sino por causa de la persecución de la Inquisición española. (De no haber existido tan firme resistencia, uno se pregunta en qué se hubiera convertido España: quizá sería más parecida a sus vecinas Inglaterra, Francia o Alemania).
     
     
    El movimiento del s. XIX fracasó por dos razones. En primer lugar, enfrentó una dura oposición por parte de la Iglesia y del Estado, y es un prodigio que el protestantismo fuera capaz de ganar el terreno que ganó durante los aproximadamente siete años en que fue “tolerado” en España. En segundo lugar, el tipo de protestantismo que ofrecía era demasiado extraño y radical para ser aceptado en masa por la sociedad española. Sólo pudo hacer avances menores entre la gente de clase baja de unas pocas zonas aisladas de España.
     
     
    3. Qué diferencia a los dos movimientos
     

    En realidad, los dos movimientos en España tienen muy poco en común. Me gustaría enumerar cinco grandes diferencias entre ellos.[3]

     
    Influencia. En primer lugar, los dos movimientos tuvieron influencias distintas. El movimiento del s. XVI fue influenciado principalmente por personajes continentales, especialmente Erasmo y Lutero, mientras que el del s. XIX fue influenciado principalmente por personajes ingleses, especialmente Robert Chapman y George Lawrence. Además, el del s. XVI fue influenciado por pastores y teólogos, mientras que el del s. XIX lo fue por misioneros.
     
     
    Doctrina. En segundo lugar, los dos movimientos tuvieron diferente doctrina. El movimiento del s.. XVI fue influenciado por los bandos magisteriales de la Reforma (luteranos y reformados, aunque con cierta influencia de los disidentes), mientras que el del s. XIX fue influenciado por ingleses disidentes e inconformistas, especialmente los Hermanos. Hay toda una serie de diferencias teológicas entre estas dos amplias categorías (aunque sean de carácter secundario): bautismo, relaciones iglesia–estado, liturgia y gobierno de la iglesia, por nombrar unas pocas. Lo que es interesante notar es que, aunque Luis Usoz y Río y Benjamín Wiffen ya habían publicado varias obras en la colección Reformistas Antiguos Españoles, los misioneros ingleses que llegaban no las leían y, por lo tanto, no eran influidos por su teología, su espiritualidad y el enfoque general de la Escritura y la vida cristiana.[4]
     
     
    Protagonistas. En tercer lugar, ambos movimientos tuvieron distintos protagonistas. El del s. XVI fue impulsado por españoles, mientras que el del s. XIX fue impulsado por extranjeros, especialmente ingleses. Estos misioneros ingleses del s. XIX llegaban de la Inglaterra victoriana, lo que agravaba aún más las diferencias entre los dos países.
     
     
    Impacto. En cuarto lugar, los dos movimientos tuvieron diferentes centros de impacto. El del s. XVI tuvo éxito en centros urbanos, especialmente en Sevilla y Valladolid; mientras que el del s. XIX tuvo su éxito en áreas rurales, especialmente en Galicia. Además, el del s. XVI parece haberse extendido más, tanto a nivel geográfico como sociológico; mientras que el del s. XIX se aisló en algunas bolsas alrededor del país —Madrid, Barcelona y Galicia— y restringido principalmente a la clase baja.
     
    Objetivos. En quinto lugar, los dos movimientos tuvieron diferentes objetivos. El del s. XVI trató de conseguir una verdadera reforma de la doctrina y la práctica de la Iglesia; mientras que el del s. XIX se centró en el evangelismo. Esto se demuestra a través de los métodos y la literatura de los movimientos. El movimiento del s. XVI produjo tratados teológicos y predicó su doctrina evangélica en sus iglesias y otros puntos de predicación. El movimiento del s. XIX produjo folletos evangelísticos y predicó fuera de las iglesias españolas.
     
    4. Conclusión
     
    ¿Cómo podemos resumir los dos movimientos de los ss. XVI y XIX? Por un lado, ambos fueron periodos de una presencia protestante relativamente intensa en el país y ambos fracasaron a la hora de reformar la Iglesia en España. Por otro, tuvieron características muy diferentes entre sí, como su influencia, su doctrina, sus protagonistas, su impacto y sus objetivos.
     
    Teniendo esto en cuenta, deberíamos hacer una importante pregunta: ¿Es útil hablar de dos “reformas” españolas? Creo que el análisis anterior hace obvia la respuesta: No. Al fin y al cabo, ya que la primera “reforma” fracasó,[5] ¿cómo podemos aun hablar de una “segunda”? Además, los dos movimientos son tan drásticamente diferentes entre sí que es confuso conectarlos con el término en común “reforma”. No hay conexión intencional o no intencional, directa o indirecta, entre las “reformas” españolas del s. XVI y el s. XIX. Así, los misioneros del s. XIX entraron en España sin tener en cuenta lo que había sucedido en el s. XVI.[6]
     
    ¿Cómo deberíamos hablar, entonces, de estos dos “movimientos” históricos? Sólo propongo unas sugerencias. Primero, creo que deberíamos seguir refiriéndonos al movimiento del s. XVI como la “reforma española” (pero no la “primera” reforma). “Reforma” es lo que estaba ocurriendo en cada país de Europa en el e. XVI y el interés de España en figuras clave de la Reforma como Erasmo y Lutero la conecta con este movimiento paneuropeo. Los reformadores españoles se consideraron a sí mismos reformadores y parece que lo único que detuvo su éxito fue la Inquisición.
     
    Sin embargo, no creo que debiéramos seguir refiriéndonos al movimiento del s. XIX como la “segunda reforma”. Sencillamente, hay demasiada distancia entre lo que ocurría entonces y lo que pasaba en el s. XVI. Por lo tanto, me gustaría sugerir que nos refiriéramos a este periodo como “la primera ola de las misiones en España”. Admito que la frase es un poco engorrosa, pero ofrece algunas ventajas. Primero, no hace conexión directa ni indirecta con la reforma española del s. XVI. Segundo, se centra en los misioneros, que es la verdadera historia de 1868/9–1875. Tercero, deja la puerta abierta a futuras olas de misiones en España. De hecho, creo que podríamos incluso hablar de una “segunda” y posiblemente de una “tercera” ola de misiones en España, como en 1930 o de 1980 hasta el presente.[7]
     

    [1] Cf. Mrs. Robert Peddie, The Dawn of the Second Reformation in Spain (Edimburgo, 1871).
    [2] Protestant Missionaries in Spain, 1869 – 1936 (Lanham, MA: Lexington Books, 2015), 77, 126, 151, 256–257.
    [3] Para algunas de estas diferencias, cf. Eaton, Protestant Missionaries, 90– 93.
    [4] Este punto me fue confirmado por Ken Eaton en un email personal (31 de agosto de 2020): “En las fuentes que leí, no recuerdo que de 1868 a 1936 haya habido algún reconocimiento de trabajo protestante previo”.
    [5] Es importante notar que la primera “reforma” fracasó debido a la persecución y no a la metodología. En mi opinión, la Iglesia de España debería volver a los reformadores del s. XVI y continuar con su teología, su espiritualidad y su enfoque general de las Escrituras y la vida cristiana.
    [6] Lo que es más, es interesante pensar cuál hubiera sido su reacción ante los reformadores sspañoles: ¿Cómo hubieran respondido los Hermanos anti anglicanos a los reformadores españoles luteranos y reformados (= “anglicanos”)?
    [7] Me gustaría agradecer a Trini Bernal por traducir este artículo (ligeramente revisado por mí, y por tanto, los errores son míos).

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      La cuarta vía: la promesa de la Reforma española

      El éxito y el fracaso del protestantismo

      En muchos sentidos, la Reforma fue un tremendo éxito. Especialmente, la Iglesia recuperó la Biblia como su máxima autoridad para la fe y la práctica, la salvación solo por gracia, solo a través de la fe, solo en Cristo, y la adoración centrada solo en el Dios trino. Estas y otras verdades de la Reforma fueron auténticos redescubrimientos de las enseñanzas y prácticas de las Escrituras y las primeras cristianas y deben ser celebradas por los cristianos de todo el mundo.

      Sin embargo, en otros aspectos, la Reforma fue un fracaso. Como he escrito en otro lugar, el fracaso del protestantismo ha sido nuestra eclesiología: hemos fallado a la hora de preservar la unidad de la Iglesia a nivel visible. En cierto modo, el llamamiento de Pablo a los corintios se refiere también a nuestro contexto: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer” (1 Cor 1:10, RVR95). Aunque nos consolamos con el hecho de que, más allá de nuestras divisiones denominacionales superficiales, existe una unidad doctrinal más profunda e importante, tenemos que tomar nuestras divisiones más en serio. ¿Podría Pablo siquiera haber imaginado un estado del cristianismo en el que iglesias que predican el evangelio no tuvieran una unidad visible, cooperativa, o peor aún, se excluyeran unas a otras de la Cena del Señor?

      No pretendo en este breve artículo resolver el problema que ha atormentado al protestantismo durante los últimos quinientos años. Sin embargo, me gustaría abordarlo desde una nueva perspectiva y ofrecer un poco de esperanza de que el protestantismo no tiene por qué ser así, y que al menos algunos reformadores tuvieron la visión de preservar la unidad a pesar de las diferencias doctrinales en cuestiones secundarias.

      El contexto del siglo XVI
       

      Si nos remontamos al s. XVI, vemos que había cuatro grandes grupos protestantes: luteranos, reformados, anglicanos y anabaptistas. Podría decirse que los más conocidos eran los luteranos (“primera vía”) y los reformados (“segunda vía”). Fueron adversarios constantes entre ellos y nos han dejado un enorme corpus de obras polémicas dedicadas a convencer a la otra parte de los errores pendientes de su sistema. Hubo algunos intentos de unir los dos movimientos, como el Coloquio de Marburgo (1529) o la Concordia de Wittenberg, y unos pocos teólogos moderados como Felipe Melanchthon y Martin Bucero que trataron de ser los constructores de puentes, pero estos fueron incidentes y voces aisladas y nunca convencieron a las bases luterana y reformada más grandes.

       

      Aquí es donde la famosa “tercera vía” anglicana o vía media hace su aparición. Desde el s. XIX, muchos han pensado que el anglicanismo era una vía media entre el protestantismo y el catolicismo romano, pero así fue como la Iglesia de Inglaterra fue reinventada por los anglicanos de la Iglesia alta (“anglo-católicos”), como John Henry Newman que quería que fuese más católica romana.[1] En su concepción original en el s. XVI, aunque encajando ampliamente en el movimiento reformado, el anglicanismo habría sido más bien una vía media entre el luteranismo y los reformados.[2]Estaba abierto a las ideas de ambos grupos y la mayoría de las posiciones moderadas no solo eran bienvenidas en Inglaterra, sino que se les invitaba a participar y contribuir.

      El cuarto grupo de protestantes, los anabaptistas, normalmente no buscaban unirse a otros movimientos protestantes, sino que buscaban una reforma amplia e inmediata de la Iglesia.[3] Una parte de su movimiento, los llamados “anabaptistas espirituales”, trataron de llevar a cabo su reforma por medios violentos, lo que tuvo la desafortunada consecuencia de dañar a toda el movimiento anabaptista y condujo al rechazo total y a la persecución de protestantes y católicos por igual. Por estas razones, los anabaptistas se han contentado con permanecer aislados de otros protestantes y no buscar una unidad más amplia.
       
      La cuarta vía: la promesa de la Reforma española
       

      Es en este contexto que la poco conocida Reforma española puede ser tan útil, hasta profética, para nuestros tiempos. Las vidas y las obras de los reformadores españoles demuestras que, si bien debían mucho a las influencias luterana, reformada, anglicana y anabaptista, e incluso se unieron a sus filas y, en ocasiones, se convirtieron en sus pastores, nunca se consideraron realmente luteranos, reformados, anglicanos o anabaptistas en el sentido pleno. Se sentían cómodos en todos sitios y en ninguno a la vez. La razón, me gustaría sugerir, es que la Reforma española concibió una “cuarta vía” para la eclesiología protestante, una vía que adoptó el enfoque moderado de Melanchthon, Bucero y el anglicanismo, pero que fue más allá de ellos para incluir partes significativas de la visión anabaptista. Me gustaría sugerir que, en el área de la eclesiología, el protestantismo español tenía la visión más bíblica, y por tanto más católica, que cualquier grupo de la Reforma. Se habrían sentido muy cómodos con la famosa máxima de Agustín: En lo esencial, unidad; en lo no esencial, diversidad; en todas las cosas, caridad.

       
      En este breve artículo no puedo aportar todos los ejemplos con la documentación bibliográfica adjunta que demuestran la singularidad de la eclesiología protestante española, pero lo que sí puedo hacer es esbozar el esquema básico y establecer el argumento. En primer lugar, mostraré cómo adoptaron un enfoque de vía media entre las facciones luterana y reformada y en el segundo, cómo incorporaron importantes porciones de la visión anabaptista. Aunque muchos nombres pueden ser nuevos para los lectores, puedo asegurar que los que se proporcionan a continuación están entre los más importantes de la Reforma española.
       
       
       

      La vía media

      Como acabo de decir, los protestantes españoles adoptaron un enfoque de vía media ante la división luterano-reformada y a continuación se exponen algunos de los ejemplos más importantes.
       

      Documentos de la Inquisición de los años 1550, relativos a los importantes centros protestantes españoles de Valladolid y Sevilla, muestran que los protestantes de ambas ciudades fueron originales en su enfoque de la reforma de la fe cristiana y eclécticos en su apropiación del pensamiento protestante más amplio. Los informes muestran componentes tanto luteranos como reformados en su teología, sin división aparente entre algunos que se consideraban más luteranos y otros que se consideraban más reformados. Así mismo, los informes muestran que una amplia gama de libros humanistas, luteranos y reformados se introducían de contrabando y eran leídos por estos grupos, demostrando así su ecléctico interés. En temas tradicionalmente divisionistas como la Cena del Señor y el número de los sacramentos, algunos españoles parecen haber tendido hacia una visión luterana, mientras que otros hacia una visión reformada, pero no hay indicios de que hubiera ningún conflicto entre ellos.

      Francisco de Enzinas convivió con Felipe Melanchthon durante su formación en el seminario de Wittenberg y, aunque era más lingüista que teólogo (fue el primero que tradujo el Nuevo Testamento del griego al español), el hecho de que tradujera el catecismo de Juan Calvino de 1538 y el Tratado sobre la Libertad Cristiana de Martín Lutero y los publicara luego juntos como una sola obra, demuestra que no era estricto seguidor de ninguno de ellos.

      Juan Díaz, amigo íntimo de Enzinas, no tardó en impresionar y ganarse la confianza de Juan Calvino y Martin Bucero, el último de los cuales le llevó como secretario personal al segundo Coloquio de Regensburgo (1546) para la segunda ronda del diálogo católico-protestante patrocinado por el Imperio. Aunque ambos eran reformados, llegaron a defender la Confesión luterana de Augsburgo (1530) y esperaban la llegada del luterano Felipe Melanchthon, que lideraría la discusión por la posición protestante.

      En su confesión de fe, Casiodoro de Reina usó de manera intencionada un lenguaje ambiguo en el capítulo sobre la Cena del Señor, con algunas frases que suenan luteranas y otras que suenan reformadas. En dos cartas que escribió a Teodoro de Beza (1565, 1571), declaró su admiración hacia Martin Bucero y alude a su apoyo a la Concordia de Wittenberg.[4] Quizá lo más destacable es que durante unos cinco años (1579-1584) fue simultáneamente miembro de una iglesia Reformada y pastor de una iglesia luterana en Amberes, llegando incluso a ser propuesto como candidato a superintendente de la iglesia luterana en dicha ciudad.

      Finalmente, Antonio del Corro, íntimo amigo y colega pastor reformado de Reina, escribió una carta a la iglesia luterana de Amberes en 1567 en la que les suplicó que no permitieran que su compromiso con el luteranismo eclipsara su amor hacia sus hermanos reformados. Su idea era que los pastores reformados y luteranos leyeran públicamente y en voz alta una confesión de fe y mostraran a ambas iglesias cuánto tenían en común los dos grupos; sin embargo, nunca ocurrió porque la iglesia luterana no quiso cooperar (y, en cambio, hizo que las cosas empeoraran). Tras una experiencia difícil con la iglesia reformada de Londres, Corro se unió finalmente a la iglesia anglicana (como harían otros reformadores españoles de los ss. XVI y XVII).

      En resumen, nos parece que la apreciación de A. Gordon Kinder sobre Casiodoro de Reina es válida también para muchos otros reformistas españoles: “Si bien se mantuvo firme en el lado protestante, parece que se sintió a gusto tanto en el redil calvinista como en el luterano, y no sintió la necesidad de rechazar a uno para estar en el otro; evitó posturas extremistas y discusiones sobre sutilezas que amenazaban con dividir a ambos desde dentro”.[5]

      La “cuarta vía”

      Hasta aquí hemos visto la vía media de los reformadores españoles, pero ahora es momento de ver cómo la superaron al incorporar perspectivas importantes de la visión anabaptista, particularmente su énfasis en la imitación de la vida de Cristo, el amor fraternal y la negativa a denunciar el bautismo de los creyentes (sin aceptarlo ellos mismos necesariamente).[6]

      Juan de Valdés, probablemente el primer reformador de España, empieza a ser reconocido como una importante figura de la espiritualidad, especialmente por sus obras más famosas: Diálogo de la Doctrina Cristiana y 110 Consideraciones.[7] Atrajo un gran número de seguidores en Nápoles, Italia, donde su “círculo” se centró en un cristianismo sencillo: la lectura de la Biblia, la oración y la imitación de la vida de Cristo. Aunque no era un místico, su énfasis en la vida espiritual es innegable. Valdés fue moldeado por la espiritualidad de los conversos de los ss. XV y XVI, que se solapa significativamente con la espiritualidad anabaptista.

      La confesión de fe de Casiodoro de Reina se lee más como una historia de la obra trinitaria de Dios para redimir a la humanidad que como un tratado doctrinal seco y abstracto. El capítulo más largo de la confesión es, con diferencia, el que se refiere a las tres marcas de la iglesia verdadera y —único en las confesiones reformadas— las siete marcas de verdadero creyente, que se centran en la vida cristiana. Por último, aunque su confesión abordó el tema del bautismo, su primer borrador guardaba silencio acerca del tema del bautismo de creyentes vs. bautismo de infantes, implicando así que no quería ser dogmático sobre el tema (de forma similar a su enfoque sobre la Cena del Señor, como se vio anteriormente). Tras ser desafiado por otras iglesias reformadas para que añadiese una declaración en apoyo al bautismo de infantes, añadió un párrafo reservado sobre el tema, indicando que, aunque no se encontraba en las Escrituras, lo apoyaría debido a la tradición de la Iglesia y a la idea del pacto.[8]

      Antonio del Corro fue un pastor aprobado por Ginebra, pero se negó a firmar la confesión belga, ya que requería que condenara a los anabaptistas.[9] Como se dijo antes, Corro estaba más centrado en la vida correcta y en el amor fraternal que en la estricta adhesión dogmática y su carta a los pastores luteranos indicaba repetidamente que el amor fraternal era más importante que cualquier confesión de fe, las cuales, les recordaba, fueron escritas por hombres falibles. En otra carta que escribió a Casiodoro de Reina dijo que quería leer obras escritas por pensadores místicos y anabaptistas como Kaspar Schwenkfeld, Valentin Krautwald, Andreas Osiander, Justus Velsius y Jacopo Aconcio. No estaba necesariamente de acuerdo con su doctrina, pero, al menos, estaba abierto a escuchar lo que tenían que decir.[10]

      Por último, muchas obras españolas, cuando se refieren al tema de la fe, no se centran mucho en fe que justifica, sino en lo que ellos llaman fe “verdadera” y “viva”, por la que entienden una fe que se manifiesta por las obras. De hecho, me atrevería a sugerir que, en el conjunto de la teología de los reformadores españoles, estaban más preocupados por la correcta vida cristiana que por la doctrina de la justificación solo por la fe. Obviamente aceptaban y defendían lo segundo, pero sencillamente no era su principal preocupación; aunque creían y defendían Romanos 3–4, estaban más interesados en Santiago 2. Lo que se apoderó de sus corazones fue el hecho de que, gracias a la obra de Cristo en la cruz, el Padre había derramado el Espíritu sobre su pueblo de manera que pudiera vivir la imagen de Dios.

      Antes de terminar, es necesario notar que la apertura de los reformadores españoles al pensamiento anabaptista no significaba necesariamente que ellos mismos estuvieran de acuerdo con él, sino que los reconocían como verdaderos creyentes y, por tanto, no querían excluirlos de la iglesia visible. No obstante, sí que estaban al menos bastante abiertos al pensamiento y la espiritualidad anabaptistas, y existe una considerable coincidencia entre ambos. Esta no es mera valoración mía de las pruebas, sino que ha sido defendida por otros estudiosos del tema, como en la reciente monografía de Manuel Díaz Pineda.[11]

      Conclusión

      Debo aclarar que la visión que he reconstruido arriba no fue la posición de todos los reformadores españoles. Por ejemplo, Cipriano de Valera y Juan Aventrot eran claramente reformados y no se privaron de adoptar posturas que habrían excluido a luteranos y anabaptistas.[12]
       
      Sin embargo, estas voces representan la posición minoritaria entre los reformadores españoles y el argumento básico de este artículo sigue siendo cierto: el protestantismo español adoptó una posición moderada, o vía media, entre luteranos y reformados, y fue incluso más allá que los anglicanos en su aceptación de importantes aspectos de la visión anabaptista. Nunca se mostraron abiertos a posiciones heréticas en temas doctrinales clave y la mayoría, si no todos, afirmaron expresamente su lealtad a los principales credos y concilios cristianos de los cinco primeros siglos de la Iglesia, completamente en la línea de otros grupos protestantes de la época. Pero, dentro de esta ortodoxia esencial, estaban dispuestos a incluir a los cuatro grupos principales de la reforma.[13] Al no ser verdaderamente luterano, ni reformado, ni anglicano, ni anabaptista, su visión pide ser llamada de otra manera, que he sugerido como “la cuarta vía”.
       
      Irónicamente, aunque la “cuarta vía” de España fue rechazada por la mayoría de los grupos en el s. XVI, parece ser lo que la mayoría de la gente anhela en el s. XXI: de los diálogos ecuménicos entre los representantes de las denominaciones, al fenómeno de las iglesias no denominacionales, pasando por grupos de estudio bíblico para adultos que incluyen a todo tipo de cristianos independientemente de sus vínculos denominacionales. Desgraciadamente, la reforma española no puede ofrecernos un modelo de cómo podría ser esta “cuarta vía” a nivel práctico ya que fue brutalmente reprimida en España y nunca hubo un grupo de expatriados españoles lo suficientemente grande y estable como para implementar su visión en otros lugares de Europa. En el mejor de los casos, se puede reconstruir cuidadosamente, pero siempre con la advertencia de que es hipotético y especulativo.[14] Sin embargo, lo que puede ofrecernos es esperanza. Esperanza de que los protestantes no tenemos que dividirnos en denominaciones. Esperanza de que luteranos, reformados, anglicanos y anabaptistas podrían pertenecer a la misma iglesia. Esperanza en que durante la Reforma hubo al menos algunas personas que valoraron el amor fraternal tanto como la verdad. Esperanza de que el protestantismo pueda curarse de sus cismas y así encarnar mejor la “multiforme sabiduría de Dios” (Ef 3:10).[15]
       

      [1] Por ejemplo: cf. Diarmaid MacCulloch, “The Myth of the English Reformation”, Journal of British Studies 30 no 1 (1991): 1-19
      [2] Lo que es más, incluyeron ideas de reformadores de otros trasfondos, como de los italianos Pedro Mártir Vermigli y Bernardino Ochino.
      [3] Su visión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado hizo el diálogo muy difícil y la unidad, virtualmente, imposible.
      [4] Adrián Saravia (c. 1530-1613), un protestante hispano-flamenco, también respaldó la Concordia de Wittenberg en su obra De Sacra Eucharistia. Sin embargo, aunque su padre era español y su vida se solapó en muchos aspectos con las de Reina y Corro, Saravia parece haberse considerado más flamenco que español, como sostiene Paul Hauben (Three Spanish heretics and the Reformation [Genève: LibraireDroz, 1976], 116-125).
      [5] Casiodoro de Reina: Reformador español del siglo XVI (Sociedad Bíblica, 2019), 139–140.
      [6] Aparentemente, la única parte importante de la visión anabaptista que los reformadores españoles no incorporaron en la suya fue la separación de la Iglesia y el Estado. Por el contrario, y en cierto modo sorprendentemente, debido a su experiencia negativa con la Inquisición española, se inclinaron hacia el erastianismo, que colocaba al monarca cristiano como cabeza de la Iglesia.
      [7] El Beneficio de Cristo, otro clásico espiritual, fue escrito muy probablemente por sus seguidores y basado en sus enseñanzas.
      [8] Es interesante notar también que rechazó la confirmación, complemento necesario del bautismo infantil.
      [9] Hauben, Three Spanish heretics, 23
      [10] En una carta del 03 de julio de 1571, condenó los errores de algunas de las personas mencionadas en su carta junto con otros como Arrio, Pelagio y los papistas. Sin embargo, no especificó a qué errores se estaba refiriendo, lo que hace difícil juzgar su relación con ellos.
      [11] La reforma en España (Siglos XVI-XVII): Origen, naturaleza y creencias (Barcelona: Editorial Clie, 2017), esp. Parte 2, §4.2 y Parte 4, §3.
      [12] Por el momento, no estoy seguro de que Juan Pérez de Pineda fuera “claramente” reformado o solo quería quedar bien. Por ejemplo, aunque siempre estuvo en buenos términos con Ginebra, e incluso publicó catecismos que reflejaban la estructura y los contenidos reformados, hay que tener en cuenta la influencia de Constantino de la Fuente y el silencio ensordecedor sobre el bautismo de infantes. Mi agradecimiento a Jon Nelson por señalar algunas dificultades relacionadas con la clasificación de Pineda.
      [13] Aunque no se menciona en este artículo, la influencia del pensamiento de Sebastián Castellion en Reina y Corro no debe ser pasada por alto. Castellion fue un famoso defensor de la libertad de conciencia, lo que probablemente habría afectado la eclesiología de Reina y Corro.
      [14] Tengo pensado hacerlo en un artículo futuro.
      [15] Me gustaría agradecer a Jon Nelson, a Steven Griffin y a Manuel Díaz Pineda por la lectura de un borrador previo de este trabajo y sus útiles sugerencias.

       
       
       

      Artículo traducido por Trini Bernal, modificado ligeramente por el autor.

       
       
       

      NB: Después de publicar el artículo, leí una obra publicada por Paul Hauben (“Marcus Pérez and Marrano Calvinism in the Dutch Revolt and the Reformation”) en la que describe la fe de Marcos Pérez, Antonio del Corro, Renée de Ferrara y otros conversos con la etiqueta “calvinista ‘evangélico’”, con la cual quiere decir que, aunque siendo calvinistas en un sentido básico de la palabra, “les faltó la intransigencia miope ocasional de los reformados con respecto a los de otra fe” y que por tanto “toman una postura relativamente poco común en el calvinismo y la Reforma en general” (p. 132). Es decir, parece que el “calvinismo ‘evangélico’” de Hauben coincide en gran manera con mi “cuarta vía”.

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        El desarrollo de la doctrina: teoría y realidad

        Introducción

        Desde Vicente de Lérins en el s. V, hasta John Henry Newman en el XIX, hasta la discusión contemporánea, se ha derramado mucha tinta sobre el debate en torno al desarrollo de la doctrina. A pesar de que todas las partes están de acuerdo en que la fe cristiana ha sido “una vez dada a los santos” (Jd 3), no todos coinciden en lo que se supone que debe hacerse con ella: preservarla, aclararla, desarrollarla o quizá alguna otra cosa. Aunque yo no puedo resolver el problema de desarrollo doctrinal aquí, me gustaría aportar claridad a las opciones que hay sobre la mesa. Tradicionalmente, la explicación del desarrollo doctrinal se ha visto favorecida por el uso de ilustraciones, así que he intentado hacer lo mismo aquí.
         
        Tipo 1: el desarrollo es malo.
         

        Para empezar, algunos abordan el tema del desarrollo doctrinal de forma negativa. Los que sostienen esta posición dicen que la fe que fue dada una vez por todas a los santos, por Jesús y sus apóstoles, estaba completa y totalmente desarrollada y, por tanto, la doctrina que encontramos en el Nuevo Testamento debería ser cortada y pegada en cada generación posterior, de manera que la teología americana del s. XXI debería ser exactamente igual a la del mundo mediterráneo del s. I. Podemos comparar esta postura con el trabajo de un crítico textual tradicional del Nuevo Testamento: descubrir el texto original y preservarlo tan fielmente como sea posible, y cualquier sustracción o adición al texto original se consideraba una corrupción que debía ser restaurada. Los de este grupo ven el desarrollo doctrinal como ven el tipo textual bizantino: los cambios y adiciones son malos, y tiene que ser restaurado a la pureza del tipo textual alejandrino. Quizá los más famosos defensores de esta teoría fueran los diferentes movimientos de restauración del s. XIX, que buscaban devolver al cristianismo a lo que ellos entendían que era su estado original y prístino. El problema de este punto de vista es que nadie lo sigue de manera consistente. Casi todo el mundo usa términos teológicos pos neotestamentarios como “Trinidad” y “unión hipostática” y, a no ser que se trate de una iglesia carismática que se reúna en casas por las tardes para cenar, su liturgia también es pos neotestamentaria.

        Tipo 2: el desarrollo es bueno y necesario.
         

        En el otro lado del espectro están los que piensan que el desarrollo doctrinal es bueno y necesario. Las personas de este grupo argumentan que las Escrituras nos han dado el fundamento y que nosotros tenemos que construir sobre él. Se apresuran a añadir que el edificio posterior debe apoyarse firmemente en sus cimientos bíblicos, pero no deja de ser una verdadera construcción. La mejor ilustración de esta postura nos llega de Vicente de Lérins y de John Henry Newman: una semilla y un bebé. De la misma manera que una semilla y un bebé crecen orgánicamente hasta convertirse en árboles y en adultos, así también la incipiente doctrina del Nuevo Testamento tiene que desarrollarse a través de los años. De la misma manera que sería extraño que un bebé siguiera siendo bebé durante veinte años, también sería extraño que la Iglesia siguiera siendo la misma después de veinte siglos. Tal vez los católicos romanos sean los más famosos defensores de este punto de vista. El hecho de que algunas de sus doctrinas no puedan encontrarse explícitamente en las Escrituras no supone ningún problema para ellos, ya que afirman que son desarrolladas de otras doctrinas que sí se encuentra en las Escrituras. El principal problema de esta postura es que nadie la sigue consistentemente tampoco. Por ejemplo, muchas veces el fundamento de doctrinas como la supremacía papal, la mariología y el purgatorio no se busca en la propia Escritura, sino en autores patrísticos, en la devoción de los laicos y en escritos no canónicos (p. ej., la Apócrifa y los evangelios apócrifos).

        Tipo 3: el desarrollo no, la aclaración sí.
         

        Una tercera posición, menos considerada en occidente, es la de la clarificación doctrinal. Aquellos que sostienen este punto de vista afirman que el término “desarrollo” es incorrecto, ya que la fe ha sido verdaderamente dada una vez por todas a los santos. Sin embargo, esta fe fue dada en un momento y lugar concretos, y a medida que aparecen nuevas circunstancias y retos, debe ser “aclarada”. Tal vez podríamos compararlo con un padre que enseña a su hijo sobre la vida. En una situación ideal, el padre trasmitiría a su hijo todo lo que este necesita saber, pero no de forma sistemática, ni de una manera que aclare algunas de las enseñanzas más difíciles de entender del padre. De este modo, igual que el hijo crece en su entendimiento de las enseñanzas de su padre, así también la Iglesia crece en su entendimiento de la enseñanza apostólica. Desde esta perspectiva, no hay cambio ni desarrollo, sino solamente la clarificación. Este es el punto de vista típico de la Iglesia ortodoxa, aunque algunos protestantes también se inclinan a él. El principal problema con esta posición es que, a nivel práctico, el proceso de clarificación parece haberse parado en el s. VIII o IX: en el año 787 la Iglesia celebró el segundo concilio de Nicea, y desde el año 843 Oriente celebra el “Triunfo de la Ortodoxia”, y desde que Oriente y Occidente se separaron en 1054, Oriente afirma que los concilios ecuménicos posteriores son imposibles y, de este modo, para muchos parece estar anclado en el pasado. Volviendo a la ilustración anterior, parece como Oriente piensa que el bebé de las enseñanzas del Nuevo Testamento se fue aclarando progresivamente durante ocho o nueve siglos, momento en el que ya era un adulto hecho y derecho, pero desde entonces no ha progresado mucho mediante nuevas aclaraciones.

        Dos tipos más.
         

        Estos son los tres enfoques principales de la cuestión del desarrollo doctrinal, pero antes de terminar el estudio, me gustaría añadir otras dos posiciones. Ambas son derivaciones de la segunda de las opciones (el desarrollo doctrinal es bueno, como una semilla o un bebé crecen hasta convertirse en un árbol o en un adulto), pero intentan dar cuenta de las vicisitudes de la realidad histórica. Así, mientras que las tres primeras eran más teóricas e idealistas, estas dos siguientes son más prácticas y realistas.

        La primera propuesta adicional sobre el desarrollo doctrinal es el que generalmente confía en el proceso de desarrollo, pero que también ve que puede ser necesaria una revisión menor, y a veces mayor. Este enfoque ve el desarrollo doctrinal como algo parecido al viaje de regreso a la Tierra del Apolo 13 (al menos tal y como se retrató en una famosa película de Hollywood). En términos generales, la nave espacial llevaba una buena trayectoria hacia la Tierra pero, debido a un error de cálculo (no llevar roca lunar), la trayectoria se desvió y podría haber resultado desastrosa si no se hubiera corregido. Por lo tanto, lo que se necesitaba era una importante corrección de rumbo que devolviera a la nave a la trayectoria correcta. Esta es la posición de muchos protestantes, especialmente cuando tratan de articular su relación con la Edad Media: aunque la Iglesia lo hizo bien en desarrollar algunas doctrinas, en otras, como los sacramentos y la supremacía papal, su trayectoria se desvió debido a importantes malentendidos de las Escrituras y la tradición. Por tanto, se necesitaba una corrección de rumbo, que fue lo que ofreció la Reforma protestante. El problema de este enfoque es que puede servir para validar otros intentos de “corrección de rumbo”, y la proliferación de denominaciones protestantes —todas las cuales afirman ofrecer una “corrección de rumbo”— es una triste confirmación de su peligro inherente.
         
        El segundo enfoque adicional sobre el desarrollo doctrinal es el que plantea el tema como el desarrollo del lenguaje: el desarrollo es inevitable y puede ser un desarrollo orgánico desde dentro o un cambio sintético desde fuera. Por ejemplo, tomemos el idioma inglés. El desarrollo orgánico, desde dentro, se puede ilustrar con la contracción “can’t” que procede de la pronunciación rápida de “can not”, que más tarde se escribió como una palabra, “cannot”, y finalmente “can’t”, que reflejaba la forma hablada. Todo ello refleja el desarrollo orgánico, y cada etapa puede llamarse “inglés”. El cambio sintético, desde fuera, se puede ilustrar con la invasión normanda de 1066, en la que se introdujo el francés en la isla, efectuando un cambio importante en la lengua inglesa tanto a nivel de vocabulario como de gramática. Esto lleva a un fenómeno interesante: mientras que el inglés tanto antes como después de la invasión normanda puede llamarse “inglés”, hablantes de inglés tanto antes como después de dicha invasión no podían entenderse. Algunos entienden que la doctrina se ha desarrollado de manera similar: el desarrollo es de esperar, pero mientras algunos pueden ser explicados por la lógica interna de la propia doctrina cristiana, otros desarrollos deben atribuirse a circunstancias externas, y estos cambios sintéticos hacen que la conversación sea difícil. Tal vez un ejemplo muy conocido de este fenómeno es la oración a los santos: algunos estudiosos influyentes han señalado que la oración a los santos se puede explicar como una sustitución de la oración precristiana a las deidades locales, y no como algo orgánico del propio cristianismo. De este modo, las oraciones a los santos son como la intrusión del francés en el inglés: vino de fuera, pero el cristianismo pre y pos oraciones a los santos se llama de la misma manera, “cristianismo”, pero la conversación es difícil entre los que lo practican y los que no. No hay ninguna tradición eclesiástica que defienda este punto de vista, pero varios estudiosos admiten que en ocasiones la doctrina se ha desarrollado de esta manera. Lo interesante es que el lenguaje suele pasar por etapas de “purificación”, en las que gramáticos influyentes abogan por regresar a un estado más puro de la lengua, purificándola de sus barbarismos, palabras prestadas, etc. Este parece ser el punto de vista de los humanistas y los protestantes de los ss. XV–XVI, y quizá también el de diferentes movimientos de reforma monacal.
         
        Conclusión
         

        Para concluir, estas parecen ser las principales formas en que se ha abordado el desarrollo doctrinal a lo largo de los siglos. Mi intención aquí no ha sido resolver ninguna de las cuestiones, sino ayudarnos a pensar con más claridad sobre las opciones que hay sobre la mesa. Sin embargo, si tuviera que adivinar, diría que la verdad probablemente esté en algún sitio en el medio, evitando los extremos de ningún desarrollo por un lado y de desarrollo infalible por otro.

        Me gustaría agradecer a Trini Bernal por traducir este artículo; modificado ligeramente por el autor.

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          La mujer virtuosa de Proverbios 31: ¿la imagen de una mujer ideal?

          Introducción

          Para muchas mujeres es difícil leer Proverbios 31:10-31 sin sentirse mal. ¿Y quién les puede echar la culpa? Esa mujer lo hace todo: es la esposa y madre perfecta, muy trabajadora, la primera en levantarse y la última en acostarse, trabaja dentro y fuera del hogar (y de hecho, lleva varias empresas), cocina para todos, ayuda a los pobres, siempre está vigilante y sabe enseñar a otros. Al leer esta lista de responsabilidades, ¿qué más le queda al marido?
           
          Si somos honestos, ¿quién —sea hombre, mujer o superhéroe— puede hacer todo esto sin volverse loco? Me da pena pensar en las mujeres que se han propuesto este texto como el ejemplo a seguir, pues es una meta imposible. Además, ¿dónde está el capítulo 32 de Proverbios que habla del marido ideal? Es un silencio llamativo.
           

          En este artículo, me gustaría sugerir que la típica interpretación (protestante) de este texto —que habla de la mujer ideal— es equivocada, y que hay una interpretación mucho más satisfactoria que cuadra mucho mejor con el libro de Proverbios. Propongo que la “mujer virtuosa” de Proverbios 31 no se refiere a una mujer literal, sino a la Sabiduría. Baso esta afirmación en tres argumentos: el género literario de Proverbios, el papel de la mujer en Proverbios y los paralelismos entre la Sabiduría en Proverbios 1-30 y la mujer de Proverbios 31. Al final, veremos que el enfoque principal de este texto —igual que el resto del Antiguo Testamento— es Cristo mismo.

           
          1. El género literario de Proverbios
           

          Primero, hay que recordar que Proverbios es un libro sapiencial. Por tanto, no debemos sorprendernos cuando el verdadero significado de un texto sea algo diferente a lo que pensamos después de una lectura superficial. El propósito de un proverbio es hacernos meditar en ello, para buscar los tesoros que nos esperan. Así es cómo empieza el libro: “Para entender proverbio y declaración, palabras de sabios, y sus dichos profundos” (Prov 1:6; RVR60). Por tanto, hay que confesar que es una lectura un poco superficial llegar al final de Proverbios y pensar que de repente el autor quiere dar consejos prácticos a las mujeres para sus vidas cotidianas. No quiero dar la impresión de que dicha interpretación sea imposible, pero me parece una interpretación poca digna de un libro tan profundo y refinado como es Proverbios.

           

          2. El papel de la mujer en Proverbios

          Segundo, hay que recordar que esta no es la primera vez que una mujer ha aparecido en el libro. De hecho, en la primera sección principal del libro (cap. 1-9), la imagen de la mujer quizá sea la más recurrente: aparece en los capítulos 2, 5-7 y 9. Además, cada vez que aparece en estos capítulos, solo juega uno de estos dos papeles: o es una mujer adúltera, o es una mujer virtuosa. Pero es más que eso: la mujer en estos capítulos no simplemente ilustra el vicio y la virtud en la vida de un ser humano, sino que es la encarnación de lo mismo. Es decir, la mujer adúltera representa la tentación en la vida del creyente, y la mujer virtuosa representa la virtud en la misma.
           
          Además, es muy importante notar que aquí, al comienzo del libro, la mujer virtuosa siempre está soltera y está buscando un compañero, o, mejor dicho, un marido. La mujer soltera de Proverbios 9, que se llama “Sabiduría”, está llamando a los simples a venir a su casa: todo está preparado, solo hay que dejar las simplezas. El libro sigue con los capítulos 10-30 hablando de varios aspectos de la sabiduría, y vemos su valor y belleza una y otra vez. Pero acabamos el libro sin saber su destino: ¿se ha casado? ¿cómo es como esposa? ¿ha cumplido sus promesas de ser la ayuda idónea para los simples? Es dentro de este contexto literario que tenemos que interpretar la “mujer virtuosa” de Proverbios 31. Lo que tenemos aquí es el resto de la historia: sí que se ha casado, es la mujer ideal y sí que ha cumplido sus promesas.
           
          De hecho, uno casi podría hacer un bosquejo del libro entero basado en las etapas del noviazgo: en los capítulos 1-9 tenemos la propuesta de matrimonio, en los capítulos 10-30 tenemos el noviazgo y en el capítulo 31 tenemos el matrimonio. En cada momento, la Sabiduría se está ofreciendo a los simples para que vengan a ella y se cumplan de todos sus deseos, siempre y cuando dejen sus simplezas. No seguir la mujer adúltera, pues su camino te llevará a la muerte; mejor hacerse compañero de la mujer virtuosa, pues su camino te llevará a la vida en cada sentido de la palabra.
           
          3. Paralelismos entre la Sabiduría en Proverbios 1-30 y la mujer virtuosa de Proverbios 31
           

          Tercero, hay muchos paralelismos entre la Sabiduría en Proverbios 1-30 y la mujer virtuosa de Proverbios 31. La tabla de abajo las compara, y se ve que en muchos temas hay una coincidencia llamativa. Los paralelismos son tan extensos que es imposible evitar la conclusión: la mujer virtuosa de Proverbios 31 es la Sabiduría de Proverbios 1-30. Todas las referencias vienen de la RVR 60.

          Un articulista ha resumido los paralelismos entre la Sabiduría y la mujer de Proverbios 31 de la siguiente manera: “Los dos retratos se complementan. El retrato de la Sabiduría invitando a aquellos que hacen caso a su llamada para hacer su hogar con ella en el cap. 9 es complementado por el retrato de la mujer establecida con los suyos en el cap. 31. Y la seguridad y paz comprometida por la Sabiduría en el 1:33 es bien representado en el 31:10-31. Si el retrato en el cap. 9 es el de la Sabiduría buscando a compañeros, el retrato del cap. 31 ha de simbolizar a la Sabiduría por fin establecida con los suyos”.[1]

           
          Conclusión
           

          Me imagino que la interpretación propuesta arriba puede parecer novedosa para muchos lectores, pero en realidad era la interpretación típica y universal de la Iglesia durante siglos y siglos hasta la modernidad. La superioridad de esta interpretación no solamente se ve en su sensibilidad al contexto de Proverbios, ni en el alivio psicológico que da a las mujeres que quieren vivir fielmente a lo que creen que la Biblia les está diciendo, sino también en su enfoque cristológico. ¿Quién es la encarnación de la Sabiduría? ¿Quién nos ofrece la vida, bajo la condición de dejar nuestras simplezas? Solo Jesucristo puede hacer todo lo que hace la Sabiduría en el libro de Proverbios, y por tanto esta interpretación cuadra mucho mejor con lo que dijo Jesús a los discípulos en camino a Emaús: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc 24:27).

           
          [1]Thomas McCreesh, “Wisdom as Wife: Proverbs 31:10-31,” RB 92 no 1 (1985): 30. Muchas ideas de este artículo vienen de este artículo por McCreesh.

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