Mes: julio 2024

El fracaso del protestantismo: Sócrates, Jesús y el dilema de discípulos inferiores

1. Introducción

De vez en cuando, aparece un maestro que es demasiado grande para sus seguidores: sus enseñanzas son demasiadas profundas, su vida es demasiada ejemplar y ha conseguido mantener en tensión demasiadas verdades disparatas. Eso no significa necesariamente que el maestro o sus seguidores hayan fracasado de alguna manera, sino que simplemente el maestro era demasiado grande para que sus seguidores pudieran con él. Esto solo ha ocurrido unas pocas veces en la historia —tanto en Oriente como en Occidente— y aquí me gustaría enfocarnos en dos de ellas, y luego sacar unos paralelismos. Aunque parezca que el foco de este artículo recae sobre los maestros, el verdadero foco recae sobre sus seguidores, es decir, tú y yo.
 
2. Sócrates
 
Sócrates (o, si prefieren, Platón[1]) pertenece a ese grupo muy pequeño de hombres grandes. Cuando uno lee La república, El simposio, La apología, o cualquier otro diálogo en el que está presente, es obvio que Sócrates estaba a otro nivel que los demás. Sus teorías sobre la ética, la política y la educación han sido fundamentales para el progreso del Occidente, y su vida impecable y su coraje ante la muerte han sido considerados ejemplares a lo largo de la historia. Encontró una manera de encarnar la Verdad que pocos ni podrían haber imaginado, y lo hizo de manera armoniosa y coherente.
 
Sin embargo, después de Sócrates, lo que encontramos es la fragmentación de su vida y pensamiento en por lo menos cinco escuelas distintas, y cada una de ellas son fieles a Sócrates de alguna manera, e infieles de otras maneras:
  • Los académicos: Igual que Sócrates, los académicos buscaban el conocimiento teórico acerca de la realidad a través de la dialéctica; pero a diferencia de él, no enfatizaban mucho la sabiduría práctica y la vida virtuosa.

  • Los escépticos: Igual que Sócrates, los escépticos expresaban muchas dudas acerca del “sentido común” y tendían a suspender el juicio acerca de afirmaciones de la verdad; pero a diferencia de él, negaban la posibilidad de conocer la verdad en absoluto.

  • Los estoicos: Igual que Sócrates, los estoicos procuraban suprimir las pasiones alineándose de manera armoniosa con la naturaleza, y enfrentar la vida y muerte con coraje; pero a diferencia de él, no reflexionaban mucho sobre el conocimiento teórico y el dialéctico.

  • Los epicúreos: Igual que Sócrates, los epicúreos procuraban evitar el dolor y perseguir el placer, sobre todo quitándose los miedos; pero a diferencia de él, no procuraban llevar una vida virtuosa a nivel personal o social.

  • Los cínicos: Igual que Sócrates, los cínicos afirmaban que el hombre es un animal, y por tanto rechazaban la cultura como un convenio meramente humano; a diferencia de él, negaban que el hombre era racional y que podría contemplar realidades divinas.

Como se puede ver, cada escuela podría afirmar a Sócrates como suyo, pero solo en parte. El gran fallo de todas ellas era que tomaban parte de la vida y enseñanza de Sócrates, y luego la absolutizaban frente a las demás. Desde una perspectiva histórica, este proceso, que se puede describir como “la fragmentación convirtiendo la parte en el todo”, era un desastre para las cinco escuelas: aunque algunas sobrevivieron (y a veces, florecieron) por unos siglos, al final todos desaparecieron.[2] La lección clave a aprender es que dicha fragmentación conlleva la destrucción del movimiento.[3]
 
3. Jesús
 

Teniendo en cuenta la discusión anterior, espero que esté claro para los lectores a dónde voy con todo esto: nosotros cristianos, y sobre todo nosotros protestantes, hemos hecho con Jesús lo que los filósofos grecorromanos hacían con Sócrates. Cada denominación ha asumido diferentes partes de la vida y enseñanza de Jesús y la ha absolutizado. Muchas veces surgen nuevos movimientos y denominaciones en respuesta a extremos y deficiencias percibidos, solamente para establecer nuevos extremos y deficiencias, que provocarán más reacciones en el futuro. Igual que los herederos de Sócrates, hemos fragmentado la vida y enseñanza de Jesús, y las hemos absolutizado frente a las demás. De manera esquemática, ofrezco algunos ejemplos de cómo esto se ha manifestado en el protestantismo:

  • Los luteranos: Igual que Jesús, los luteranos se concentran en el perdón radical y la dialéctica entre la Ley y el Evangelio; pero a diferencia de él, tienen una tendencia a reducir el cristianismo al existencialismo que está separado de cualquier realidad histórica (a la Bultmann) y también han dejado atrás mucha de la moralidad cristiana tradicional (los luteranos están entre las denominaciones más liberales dentro del protestantismo).

  • Los anglicanos: Igual que Jesús, los anglicanos procuran ser una iglesia que es una, santa, católica y apostólica; pero a diferencia de él, no se preocupan por la pureza doctrinal y moral como deben.

  • Los reformados: Igual que Jesús, los reformados procuran la pureza doctrinal y la exaltación de Dios en todo; pero a diferencia de él, tienen una reputación de tener algunas de las iglesias menos acogedoras y con menos gracia y amor en todo el cristianismo.

  • Los anabaptistas y bautistas: Igual que Jesús, los anabaptistas y bautistas premian el amor fraternal y la santidad personal; pero a diferencia de él, se han divido en más denominaciones que cualquier otro grupo, y han abandonado la realidad universal de la Iglesia.

  • Los carismáticos y pentecostales: Igual que Jesús, los carismáticos y pentecostales se han concentrado en la dirección del Espíritu Santo; pero a diferencia de él, tienen una reputación de abandonar las Escrituras y de basar su predicación y vida eclesial en enseñanzas no encontradas en la Biblia.

Estos solamente son algunos ejemplos de la fragmentación dentro del protestantismo, pero está claro que todos nos quedamos cortos ante la plenitud de la vida y enseñanza de Jesús. Aunque no soy profeta, creo que es bastante razonable predecir que el mismo destino que tuvieron los herederos de Sócrates, también lo tendrá un protestantismo fragmentado: la extinción. Es verdad que las denominaciones protestantes han perdurado unos siglos, y quizás algunas perduren (o incluso florezcan) algunos siglos más, pero su desaparición es inevitable. Cuánta más desconexión haya entre nuestra afirmación de que como cristianos somos un pueblo unido, y una práctica de ese cristianismo dividida y fragmentada, más rápidamente vendrá nuestra caída y con más destrucción.
 
4. El camino hacia adelante: tres sugerencias
 

Antes de ofrecer algunas sugerencias respecto al camino hacia adelante, permítanme amortiguar el golpe de lo que he dicho arriba: la fragmentación, que no es necesariamente igual a la división (aunque sí que puede ser igual también), es inevitable en el cristianismo. Si era difícil para los seguidores de Sócrates replicar la plenitud de su vida y enseñanza, ¿cuándo más imposible es para nosotros seguir a Dios? Somos seres limitados que han sido llamados para proclamar lo ilimitado, finitos llamados para reflejar lo infinito, particulares llamados para abrazar lo universal. Por tanto, creo que es justo sugerir que una cierta cantidad de diversidad es inevitable.

Sin embargo, no pienso que la fragmentación sea lo ideal, y por tanto hay que plantearse la pregunta: ¿Qué podemos hacer para limitarla? Me gustaría sugerir tres ideas. Primero, debemos ser humildes. Tenemos que acordarnos de nuestras limitaciones. Este es uno de los beneficios que el pos modernismo ha introducido: nuestra cultura, trasfondo, experiencias, etc., nos ha preparado para ver el mundo de maneras muy concretas. Esas mismas influencias también nos ha limitado la capacidad de leer la Biblia de ciertas maneras, y por tanto nuestra interpretación de la Biblia está limitada. Así que, acuérdense de sus limitaciones, y sean humildes a la hora de evaluar sus propias creencias y las de los demás.
 
Segundo, debemos estar agradecidos. Con esto no me refiero a la gratitud en general, sino a la gratitud específicamente por otros que no sean como nosotros. Los bautistas deben estar agradecidos por los anglicanos, los carismáticos por los reformados, los luteranos por los anabaptistas, etc. Puedo hablar desde mi propia experiencia que he aprendido muchos de otras denominaciones. Soy bautista (con una “b” minúscula, como me gusta decir), pero he aprendido mucho de los anglicanos y su eclesiología, de los luteranos y su dialéctica entre la Ley y el Evangelio, de los reformados y su exaltación de Dios, de los anabaptistas y su énfasis en el amor y la comunidad, de los carismáticos y su dependencia de la dirección del Espíritu Santo en sus vidas, etc. No debemos ver a los demás como amenazas para nuestras propias creencias, sino como posibles fuentes de enriquecimiento y edificación. Si extendemos la metáfora del cuerpo de la iglesia local a la iglesia universal (y creo que se puede hacer), quizá nos ayude a ver cómo otras denominaciones pueden ser bendiciones para nosotros, incluso si no son como nosotros en cada aspecto.
 
Tercero, y más importante, tenemos que amarnos los unos a los otros. El amor es lo que permite que el amor intra trinitario de Dios se manifieste entre nosotros: los muchos unidos en uno por el amor. Nos permite seguir siendo fieles a quiénes somos —anglicanos, luteranos, reformados, bautistas, carismáticos, etc.— y, al mismo tiempo, nos permite aprender de los demás. Nadie puede encarnar la plenitud de Dios, pero la Iglesia puede hacerlo mucho mejor que cualquier persona o denominación por sí solos.
 
5. Una reflexión concluyente
 

Lo que he estado intentando decir en este artículo es que, si la Iglesia quiere reflejar la plenitud de Dios, tiene que ser católica en algún sentido. Pero es precisamente aquí donde la Reforma protestante ha fracasado. Sin embargo, creo que hay pasos que podemos dar hacia una “catolicidad protestante” permaneciendo fieles a nuestras propias creencias. Históricamente hablando, la Iglesia ha identificado dos grandes pecados: la herejía y el cisma. La herejía es una ruptura de doctrina, y el cisma es una ruptura de amor, y los dos son terribles. Como protestantes, podemos estar orgullosos de lo que hemos logrado con respecto a la herejía: la Reforma fue necesaria, y nuestros antepasados acabaron con mucha herejía que había entrado en la Iglesia durante los siglos anteriores. Sin embargo, de alguna manera, la Reforma ha sido una tragedia, porque hemos fragmentado el cuerpo de Cristo, que es uno, y no muchos. Así que, permítanme terminar con esta reflexión: si vamos a llamar a la Iglesia católica a quitarse del ojo la viga de herejía, tenemos que quitarnos primero la viga de cisma del nuestro.

[1] Sócrates escribió muy poco durante su vida, y nada se ha preservado. Lo que sabemos de él viene de escritores posteriores, sobre todo de Platón. Por tanto, separar el “Sócrates histórico” del “Sócrates de Platón” puede ser difícil a veces.
[2] De vez en cuando una escuela disfruta de momentos breves de avivamiento, pero nunca permanece.
[3] Se podría haber incluido en este resumen otros grandes pensadores. Por ejemplo, Mark Noll ha escrito lo siguiente acerca de Jonathan Edwards: “Los evangélicos no han reflexionado sobre la vida desde el suelo hacia arriba como cristianos, porque toda su cultura ha dejado de hacerlo. La piedad de Edwards continuó en la tradición de avivamiento, su teología continuó en el calvinismo académico, pero nadie continuó su cosmovisión saturada por Dios o su profunda filosofía teológica. La desaparición de la perspectiva de Edwards en la historia cristiana de los Estados Unidos ha sido una tragedia” (“Jonathan Edwards, Moral Philosophy, and the Secularization of American Christian Thought,” Reformed Journal 33 [1983]: 26; quoted in John Piper, The Supremacy of God in Preaching, rev. ed. [Grand Rapids, MI: Baker Books, 2004], 16).
 
 
 

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    La Iglesia I: ¡Sed la Iglesia!

    Cuando nos planteamos la pregunta ¿qué es la Iglesia?, la podemos responder desde dos perspectivas, a saber: externa e interna. Muchas veces, la respondemos desde la perspectiva externa, es decir, hablamos de la Iglesia como una entidad (“desde arriba”), y la describimos según las cuatro cualidades históricas —una, santa, católica y apostólica— y las tres marcas reformadas —predicación del Evangelio, administración de los sacramentos y la disciplina eclesiástica. Se ve fácilmente que la responsabilidad aquí recae sobre el liderazgo. Obviamente, hablar de la Iglesia desde esta perspectiva es válido e importante, pero tampoco es completo.

    Hace falta recordar la otra perspectiva, a saber, la interna. Aquí no hablamos de la Iglesia como entidad sino como organismo (“desde abajo”), y hablamos de la vida interior de la Iglesia. Según esta perspectiva —igual de válida que la otra—, la respuesta a la pregunta ¿qué es la Iglesia? sería algo así: la Iglesia es una comunidad de amor en la que la gente se ama en el poder del Espíritu para edificarse con el fin de ser más como Cristo a la gloria del Padre. Desde esta perspectiva, la responsabilidad de ser la Iglesia no recae sobre el liderazgo sino sobre los miembros mismos.
     
    Hablando de la Iglesia desde esta perspectiva “desde abajo”, surge la siguiente pregunta: ¿cómo podemos cumplir con nuestra responsabilidad de ser una comunidad de amor? Afortunadamente, el Nuevo Testamento nos da unas pautas a seguir: emplea muchos mandamientos “unos a otros”, y es ahí donde encontramos una gran parte de la respuesta a la pregunta. A continuación, veremos los mandamientos “unos a otros” del Nuevo Testamento. Los he colocado en cinco grupos principales: el mandamiento básico de amarse unos a otros, seguido por mandamientos de convivencia, el hablar, cómo tratar a los necesitados y qué hacer con un hermano débil o que vive en pecado. También he dividido los grupos por actitudes y disposiciones generales por un lado, y actividades concretas por otro. Así espero poder, no solamente presentar los mandamientos, sino también exponerlos para que se puedan comprender.
     
    Mandamiento básico: amarse unos a otros (Rom 12:10; 13:8-10; 1 Ped 2:17; 1 Jn 3:11, 23; 4:7, 11-12; 2 Jn 5).
    • Crecer y abundar en el amor unos por otros: 1 Tes 3:12.

    • Entrañablemente, de corazón puro: 1 Ped 1:22.

    Convivencia:
    • Actitudes y disposiciones: preferirse los unos a los otros en cuanto a la honra (Rom 12:10; Fil 2:3); unánimes entre vosotros (Rom 12:16; 2 Cor 13:11; Fil 1:27; 2:2); mantener la unidad del Espíritu (Ef 4:3); revestirse de humildad unos con otros (1 Ped 5:5); no juzgar antes de tiempo (1 Cor 4:5); someterse unos a otros (Ef 5:21).

    • Exhortaciones generales: preocuparse unos por otros (1 Cor 12:25); soportarse unos a otros en amor (Ef 4:1-2; Col 3:13); ser bondadosos unos con otros (Ef 4:32); perdonarse unos a otros (Ef 4:32; Col 3:13); considerarse unos a otros para estimularse al amor y a las buenas obras (Heb 10:24); perfeccionarse (2 Cor 13:11); vivir en paz (2 Cor 13:11; Heb 12:14); combatir unánimes por la fe del evangelio (Fil 1:27); seguir siempre lo bueno unos para con otros (1 Tes 5:15).

    • Actividades concretas: practicar la hospitalidad (Rom 12:13; Heb 13:2: sin murmuraciones [1 Pet 4:19]; no con los herejes [2 Jn 2:10]); gozarse con los que se gozan (Rom 12:15); llorar con los que lloran (Rom 12:15); servirse por amor unos a otros (Gál 5:13); no dejar de congregarse (Heb 10:25); orar unos por otros (Stg 5:16); ministrar al Señor y ayunar juntos (Hch 13:2); esperarse unos a otros (1 Cor 11:33); reconocer, honrar y recibir siervos (1 Cor 16:15-18; Fil 2:29; Col 4:10; 1 Tes 5:12-13); saludarse unos a otros (1 Cor 16:20; 2 Cor 13:12; Fil 4:21; 1 Tes 5:26; Heb 13:24; 1 Ped 5:14); no olvidar la ayuda mutua (Heb 13:16).

    Hablar:
    • Actitudes y disposiciones: airarse sin pecar (Ef 4:26-27); hablar para edificar (Ef 4:29-30).

    • Exhortaciones generales: hablar verdad (Ef 4:25); no mentir unos a otros (Col 3:9); alentarse unos a otros (1 Tes 4:18); exhortarse unos a otros cada día (Heb 3:13; 10:25); no murmurarse unos de otros (Fil 2:14; Stg 4:11); no quejarse unos contra otros (Stg 5:9); animarse unos a otros (1 Tes 5:11); edificarse unos a otros (1 Tes 5:11).

    • Actividades concretas: aconsejarse unos a otros (Rom 15:14); hablarse, enseñarse y exhortarse con salmos, himnos y cánticos espirituales (Ef 5:18); confesar las ofensas unos a otros (Stg 5:16); consolarse (2 Cor 13:11); amonestar a los ociosos, alentar a los de poco ánimo, sostener a los débiles y ser pacientes para con todos (1 Tes 5:14); no impedir hablar en lenguas ni menospreciar las profecías (1 Cor 14:39; 1 Tes 5:20; probar los espíritus [1 Jn 4:1-3]).

    Cómo tratar a los necesitados:
    • Compartir la necesidad de los santos (Rom 12:13); asociarse con los humildes (Rom 12:16); compartir con el que padece necesidad (Ef 4:28); acordarse de los presos (Heb 13:3).

    Qué hacer con un hermano débil o que vive en pecado:
    • Recibir al débil en la fe (Rom 14:1): no juzgarse unos a los otros (Rom 14:13); seguir lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación (Rom 14:19); soportar y agradar los fuertes a los débiles (Rom 15:1-3); tener un mismo sentir (Rom 15:5); recibir unos a otros (Rom 15:7).

    • Los espirituales restaurar a los sorprendidos en alguna falta (Gál 6:1; Stg 5:19-20): sobrellevar unos las cargas de otros (Gál 6:2).

    • Apartarse de los que causan divisiones y que ponen tropiezos (Rom 16:17): amonestar a los desobedientes (2 Tes 3:14-15).

    • Limpiarse de la vieja levadura (1 Cor 5:7, 13).

     

    En conclusión, me gustaría hacer unos comentarios y sacar algunas conclusiones. Primero, no creo que la lista de arriba sea exhaustiva. Es decir, no creo que el Nuevo Testamento nos haya dado todos los mandamientos “unos a otros” que hay que cumplir. Se puede argumentar que la misma situación existe con los dones espirituales que nos son enumerados en el Nuevo Testamento: nos pone muchos, que sirven como base y de ejemplo, pero no tenemos una lista exhaustiva de todos los dones espirituales que hay. De manera parecida, nos son dados muchos mandamientos “unos a otros” en el Nuevo Testamento, los cuales sirven como base y de ejemplo, pero no sirven como una lista exhaustiva de todo lo que Dios pide de nosotros como Iglesia. Hay que ser fiel lo que hay, y extenderlos donde no los haya.

    Segundo, mirando a los mandamientos que el Nuevo Testamento sí no da, vemos que el peso de los mandamientos recae sobre la convivencia y el hablar. En cuanto a la convivencia, tantos mandamientos nos deben persuadir fácilmente de que la vida cristiana no se puede vivir solo, y que debemos tomar muy en serio la división entre hermanos. El Señor no nos llama a ser el mejor amigo de todos, sino a algo mucho más profundo: ser el hermano o hermana de todos. ¿Estás viviendo en división? Entonces no estás cumpliendo este aspecto de cómo ser la Iglesia. En cuanto al hablar, tenemos que darnos cuenta de que “ir al culto” no significa llegar a la iglesia, sentarse en una silla para escuchar a un sermón y luego salir. “Ir al culto” significa que cada uno tiene que interactuar con otros, y que tiene que hacerlo para edificar a los demás. ¿Cuándo fue la última vez que oraste con alguien en la iglesia? ¿Cuándo fue la última vez que confesaste tus pecados a alguien en la iglesia? ¿Cuándo fue la última vez que lloraste con alguien por haber escuchado sus pruebas y luego le aconsejaste con principios bíblicos? No tiene que ser los domingos durante el culto cuando lo haces, pero sí que un buen momento para hacerlo.
     

    Tercero, no todos los mandamientos “unos a otros” son “bonitos”. Algunos nos llaman a ayudar a los que realmente no nos pueden devolver nada. Son mandamientos de servicio, que nos deben recordar el servicio salvífico que Jesucristo nos ofrece en el evangelio, de quien también obtenemos el poder para dicho servicio. Es decir, cuando servimos a los enfermos, los débiles, etc., nos debe recordar que Jesucristo hace los mismo con nosotros cada día, que lo hace por amor, y que nos da fuerza para hacerlo. Otros nos llaman a apartarnos —en amor— de los que están rechazando el señorío de Jesucristo en sus vidas. Ser una comunidad de amor no es lo mismo que ser una comunidad de gracia, algo que muchos confunden hoy en día (sin saber qué es realmente la gracia). A veces el acto más amoroso que podemos hacer —aunque nos duela más que al otro— es quitarles de la comunidad de amor. Tal acto no es “bonito” en ningún sentido, pero sí es amoroso.

    Volvemos a la pregunta principal: ¿cómo podemos cumplir con nuestra responsabilidad de ser una comunidad de amor? El Nuevo Testamento nos da una lista muy amplia de mandamientos “unos a otros”. Solo nos queda cumplirlos. Iglesia: ¡sed la Iglesia!
     
     
     

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      Dios, creación, género y el yo: la coherencia de todo ello

      Introducción

      Hay una coherencia fundamental entre quién es Dios y cómo creó el mundo, los sexos y el individuo. Es imposible hablar de lo uno sin lo otro y viceversa. Aunque en el momento en el que estamos viviendo la preocupación principal parece ser el género, en realidad tiene repercusiones muy importantes y, de hecho, muchos de los problemas a los que nos enfrentamos en occidente (y también en otros lugares) puede reducirse a un desequilibrio fundamental al respecto al orden creado, que a su vez procede de una visión desequilibrada de quién es Dios. Lo que me gustaría mostrar en este breve ensayo es que Dios fundamentalmente se conoce y se complace en sí mismo, la verdad de lo cual se refleja en la creación, el género y la psicología.
       
      Dios y el Orden Creado
       

      En primer lugar, debemos empezar por Dios, que es el fundamento y la fuente de toda realidad. Hablaré de Dios desde una perspectiva explícitamente cristiana y, por ahora, no me adentraré en el muy importante tema de si un no cristiano, como un filósofo natural o un religioso no cristiano, podría afirmar lo mismo. Como he escrito en un artículo anterior, desde la perspectiva cristiana, podríamos decir que el Padre, como fuente de la deidad, se conoce a sí mismo en el Hijo y se deleita en sí mismo en el Espíritu, lo que significa que el principio unificador de los atributos de Dios es triple: que Dios es, que se conoce a sí mismo y que se ama a sí mismo. Dejando a un lado los que se refieren a la existencia de Dios, sus atributos básicos son aquellos relacionados con el conocimiento y el amor. A nivel conceptual, el auto conocimiento de Dios implica atributos como la veracidad, la sabiduría y el orden, y su amor propio implica otros como la bondad, la gracia, el gozo y la comunidad. Esta diada básica es lo que encontramos en el Antiguo Testamento cuando habla del emet (verdad) y el jesed (misericordia) de Dios, y en el Nuevo Testamento cuando dice que Jesús estaba lleno de jaris (gracia) y alicia (verdad). Son sólo diferentes maneras de afirmar la misma realidad, que Dios es auto conocimiento y amor propio. Cuando Dios crea, tiene sentido que lo haga de manera que refleje su carácter.

      Así, cuando Dios creó el cosmos, dominó el caos con su conocimiento y su amor. Génesis 1:2 dice que el cosmos estaba “sin orden” y “vacío”. Así que, durante los tres primeros días de la creación de Dios, dominó el desorden dando lugar al orden y, durante los segundos tres días, dominó el vacío dando lugar a la vida. Creó el orden separando el cosmos en sus divisiones básicas y luego llenó cada división con su vida correspondiente.
       
      Cuando creó al ser humano, le invitó a participar en su actividad creadora. Los mandamientos que les dio en Génesis 1:28 reflejaban su acción de traer orden y vida a lo que estaba desordenado y vacío: someter y dominar la tierra corresponden a los tres primeros días de la creación de Dios, y fructificar, multiplicarse y llenarla corresponden a los segundos tres días. Pero la Biblia, además, especifica que cada sexo tenía su tarea respectiva. En Génesis 2:15 la tarea de Adán era “trabajar” y “cuidar” el huerto, mientras que en Génesis 3:20 a Eva se le llama “la madre de todos los vivientes”. Por tanto, el rol del hombre se corresponde principalmente con la actividad creadora de Dios de los tres primeros días, que a su vez se corresponde principalmente con el autoconocimiento de Dios y el orden, y el rol de la mujer se corresponde primordialmente con la actividad creadora de Dios durante los segundos tres días de la creación, que a su vez se corresponde con el amor propio de Dios, la comunidad y la afirmación de la vida.
       

      Sin embargo, estas no son distinciones absolutas, ya que cada psique humana tiene elementos “masculinos” y “femeninos”. Todos tenemos un dialogo interno, lo que implica que podemos conocernos plena y completamente, y también nos deleitamos en lo que hacemos, lo que significa que, en alguna medida, nos amamos a nosotros mismos. El pecado ha dañado y corrompido estas capacidades, al igual que la relación entre los géneros y la armonía de la creación, pero la realidad fundamental permanece.

      Implicaciones
       

      Así tenemos que hay una coherencia entre quién es Dios y cómo creó el cosmos, los sexos y el individuo. Esto es útil por dos razones, al menos. En primer lugar, el momento en el que vivimos actualmente parece estar dominado por el tema del género. Sin embargo, como hemos visto, el “género” no es un tema aislado, sino que forma parte de una escala de mayor significado. Eliminar el género conllevaría necesariamente eliminar el yo, la creación y el conocimiento de Dios. Debido a la coherencia entre la persona de Dios y su acto de creación, cualquier intento de cambiar o modificar el género conlleva inevitablemente más implicaciones. Cuando lo vemos desde esta perspectiva, el debate sobre el género es, en realidad, un debate sobre algo mucho mayor: qué —o quién— es la base de la realidad, y cómo ello “permea” la cuestión del género.

      En segundo lugar, cuando hablamos de la coherencia entre quién es Dios y cómo crea, encontramos que, especialmente en occidente, existe una tendencia a sobre enfatizar el amor, la comunidad y la afirmación de la vida en detrimento del orden y la verdad. Lo más probable es que esta sea una reacción al anterior movimiento cultural en occidente —la Ilustración— que sobre enfatizaba la verdad y la justicia en detrimento de la gracia y la misericordia. Cuando observamos el mundo desde nivel tan general, encontramos que muchos conflictos pueden explicarse desde esta perspectiva. La libertad religiosa se puede ver como un debate acerca de la relación entre la verdad del Estado y la libertad individual. Los debates económicos pueden considerarse como un debate entre la preferencia del capitalismo por la sabiduría y la preferencia del socialismo por el reparto de la comunidad. Los debates ecológicos se pueden considerarse como un debate sobre el derecho del hombre a llevar orden y utilidad al mundo y su responsabilidad de afirmar su vida y su prosperidad. Los debates políticos entre la derecha y la izquierda pueden considerarse como la tensión entre la preferencia de la derecha por la tradición y el orden, por un lado, y la preferencia de la izquierda por el progreso y la comunidad, por el otro.
       
      Conclusión
       

      Y, ¿dónde nos deja esto? En la actualidad, estamos debatiendo sobre el género y la importancia de la verdad. Hemos reaccionado sistemáticamente en contra de la noción de verdad, que ahora ha entrado en el ámbito de la palabra. Los cristianos no podemos renunciar a la verdad, porque hacerlo es traicionar a quien es Dios y a todo el orden creado. No obstante, tampoco podemos renunciar al amor, ya que hacerlo sería igualmente desastroso. Que Dios nos dé sabiduría para andar por esta fina línea y no desviarnos ni a derecha ni a izquierda.

      Artículo traducido por Trini Bernal, modificado ligeramente por el autor.
       
       

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