Mes: noviembre 2024

El amor es todo (parte 3)

En dos artículos previos (parte 1, parte 2), dijimos que el amor es el tema central de la Biblia y que la razón por la cual lo es, es porque Dios es amor: el Padre, el Hijo y el Espíritu siempre se han amado desde antes de la fundación del mundo. Pero, igual que en el primer artículo, al final del segundo nos planteamos otra pregunta clave: si Dios es amor, ¿cómo es dicho amor? Dando por hecho que Dios es amor y que debemos amar también, ¿tenemos algunas pistas de cómo se vive a nivel práctico?

Igual que en los artículos previos, la respuesta es a la vez simple y profunda: la cruz. Fíjense en todos los versículos de la Biblia que conectan de manera explícita el amor de Dios con la cruz:
 
  • Juan 3:16: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna»

  • Romanos 5:8: «Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros»

  • Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí»

  • Efesios 2:4-5: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo»

  • Efesios 5:2: «Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.»

  • Efesios 5:25: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella»

  • 2 Tesalonicenses 2:16: «Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia»

  • 1 Juan 4:9-10: «En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.»

Estos textos nos demuestran que el vínculo entre el amor intra trinitario y el que debemos tener unos por otros es el amor que el Padre, el Hijo y el Espíritu nos demostró en la cruz. Si queremos reflejar el amor eterno de Dios, tenemos que vivir la cruz.
 
Es imposible resumir el amor de Dios demostrado en la cruz, pero me gustaría ofrecer la siguiente frase como un sitio donde empezar: El amor es dar alegremente de sí mismo por el verdadero bien del otro. Permítanme desarrollar un poco cada parte de la frase. La palabra clave es “dar”, en contraposición de “tomar”, que es, en mi opinión, la esencia del amor propio, el egoísmo y de lo que la Biblia llama el pecado. Pero el amor no da porque es un deber o una obligación, sino que da “alegremente”. Tiene ganas de dar de sí mismo. No siempre es bonito —como por ejemplo cuando un padre decide levantarse por la noche con el bebé para que su mujer pueda dormir un poquito más—, pero sí provoca una alegría más profunda y duradera que cualquier inconveniente momentáneo que produzca. Este tipo de amor también da “de sí mismo”, es decir, implica un sacrificio personal, o por lo menos una implicación personal. Cuánto más da uno de sí mismo, más amoroso es. Es decir, que cada día tenemos un número de oportunidades casi infinitos para dar de nosotros mismos, sea mucho o poco. La meta de este amor es buscar y realizar el “bien” del otro. Pero no se conforma con los muchos falsos bienes que hay: la felicidad inmediata, la salida más fácil, el camino más cómodo, etc. Este amor busca el “verdadero bien” del otro, es decir, que su vida agrade a Dios. ¿Y cómo podemos agradar a Dios? Encarnar la cruz de Cristo en cada momento de nuestra vida.
 
Las implicaciones que la cruz tiene para nuestras vidas son casi infinitas. De hecho, me gustaría sugerir que el florecer de la sociedad humana tiene una relación directa con la cantidad de amor que esta tenga. La economía, el comercio, la medicina, la ley, el arte, la tecnología… El éxito de todo depende del amor. Es decir, la cruz nos es solo un evento histórico pero aislado de nuestras vidas, al contrario, la cruz tiene la respuesta a cualquier problema humano que tengamos. ¿Cómo sería una sociedad que se basa en cada uno dando de sí mismo por el verdadero bien de los demás?
 
Me gustaría concluir esta mini serie de artículos sobre el amor con 1 Juan 4:8-11, porque quizás es el mejor texto en la Biblia que abarca todo lo que hemos dicho del amor: «8 El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. 9 En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 11 Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.»
 
En el versículo 8 encontramos el amor intra trinitario: Dios es amor porque el Padre, el Hijo y el Espíritu siempre se han amado. Los versículos 9-10 hablan de la cruz de Cristo y cómo Dios nos mostró su amor en ella. Como hemos argumentado aquí, funciona como un vínculo entre el amor divino y el amor que debemos tener unos por otros. Por último, en el versículo 11 encontramos una llamada a amar como Dios. ¿Qué más nos falta en la vida que no se encuentra en este texto? Nada. El amor es todo.
 
 
 

 

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    El amor es todo (parte 2)

    En un artículo previo, vimos que muchos textos de la Biblia afirman que el amor es el tema central de la Biblia. El argumento propuesto allí no era nada novedoso por mi parte, sino que ha sido la postura predominante de la Iglesia desde los primeros siglos de su existencia. El amor es el mandamiento principal que Dios nos ha dado, y es el centro del cual irradia toda la vida cristiana. Si eres cristiano, lo que más te debe marcar la vida es el amor.

    Pero al final del artículo nos planteamos una de las preguntas más importantes e interesantes de toda la teología: ¿por qué? ¿Por qué el amor es el tema central de la Biblia? La respuesta es a la vez muy simple e increíblemente profunda: el tema central de la Biblia es el amor porque Dios es amor. Primera de Juan 4:8 y 16 lo dicen claramente: “Dios es amor”. Ni en griego ni en español dice que “A veces Dios ama” o “Dios empezó a amar cuando creó al hombre” sino “Dios es amor”. Quiere decir que el amor forma parte de la misma naturaleza de Dios: siempre ha sido amor, y siempre lo será.
     
    Pero el amor es un verbo relacional: uno no puede amar solo, y el amor no existe aislado de otros. Entonces, si tú y yo no hemos existido desde siempre, y si Dios es amor, ¿a quién ha estado amando Dios desde antes del comienzo del universo? Una vez más, la respuesta es a la vez simple y profunda. Juan 17 nos recuerda la oración más larga que Jesús hizo, y en el versículo 24 leemos una de las frases más importantes en toda la Biblia, en la que Jesús está hablando con su Padre: “me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Allí tenemos en forma germinal el comienzo de todo: quién es Dios, por qué existe el universo, cuál es el propósito de la vida, etc. Tú y yo amamos porque Padre, Hijo y Espíritu siempre han existido en una relación de amor desde antes de la fundación del mundo.
     
    Dicho de otra manera, la historia del ser humano comienza en Génesis 1:1, pero “antes” del comienzo del tiempo (lo cual es una contradicción de términos), ya existían Padre, Hijo y Espíritu en una relación de amor. El Hijo ya estaba con el Padre (Jn 1:1), disfrutaba de su gloria (Jn 17:5) y era su supremo gozo (Prov 8:22-31). El Espíritu, que quizá puede describirse mejor como el amor y comunión personal del Padre (cf. Rom 5:5; 2 Cor 13:13), también forma parte de la Deidad —o Trinidad—, y así también ha estado con el Padre e Hijo desde siempre (Gén 1:2; Ef 1:3-14; 2 Cor 13:14).
     
    Si te preguntara cuál es el versículo o libro más importante en la Biblia, me imagino que me dirías algo como Juan 3:16 o el libro de Romanos. Pero eso no habría sido la respuesta de la Iglesia primitiva. Para ellos, los cinco capítulos más importantes de la Biblia eran: Juan 1 y 17; Efesios 1; Colosenses 1; y Hebreos 1. ¿Por qué? Porque es ahí donde más se habla de la relación íntima entre Padre, Hijo y Espíritu. Es decir que, para la Iglesia primitiva, toda la teología irradiaba del centro de la relación de amor entre Padre, Hijo y Espíritu.
     
    Es dentro de este marco de amor intra trinitario que tú y yo encajamos. Es decir, Dios no nos creó por ninguna falta o deficiencia que tenía. No se daba cuenta de que le faltaba el amor, y así decidió crearnos para llenar dicho vacío. Todo al contrario: tú y yo somos el resultado del amor desbordante entre Padre, Hijo y Espíritu. De manera no muy diferente de cómo los niños son el resultado del amor desbordante entre marido y mujer, así también lo somos nosotros del amor entre Padre, Hijo y Espíritu. La creación es el resultado de la plenitud de amor de Dios, y nos creó para participar en su amor.
     
    Si seguimos las pistas que la Biblia nos da, llegamos a la conclusión de que el amor es, de verdad, todo. Pensemos, por ejemplo, en los grandes puntos de inflexión de la Biblia: Dios, creación, pecado, salvación y consumación: ¿Cómo es Dios? Amor. ¿Qué significa ser creado a la imagen de Dios? Vivir en su amor. ¿Qué es el pecado? Salir de su amor. ¿Qué es la cruz? La mayor demostración su amor. ¿Qué es la salvación? Dios, en su amor, haciéndonos volver a su amor. ¿Qué es la santificación? Crecer en su amor. ¿Cómo será la eternidad? Participar en su amor para siempre. Insisto: el amor es todo.
     
    Todo lo que nos hace humanos —nuestros cuerpos, sentimientos, habilidades, etc.— es un vehículo para encarnar el amor de Dios. El centro de lo que somos no es la mente (contra los platónicos y gnósticos) ni el cuerpo (contra los ateos y la sociedad occidental actual), sino la voluntad, porque ahí es dónde reside nuestra capacidad de escoger, decidir, elegir, amar.
     
    En resumen, hemos visto que el tema central de la Biblia es el amor porque Dios es amor. Antes de Génesis 1:1 y después de Apocalipsis 22:21, Dios es amor. Nuestra realidad forma parte de otra realidad infinitamente más grande: la del amor entre Padre, Hijo y Espíritu. Pero igual que en el artículo anterior, terminamos este artículo con otra pregunta importante: ¿Cómo es el amor de Dios? Sabemos que Dios es amor, y también que nosotros debemos amar, pero ¿cómo es? En el siguiente artículo veremos el vínculo entre el amor de Dios y nuestro amor.

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      El amor es todo (parte 1)

      Si nos preguntamos ¿Quién es el tema central de la Biblia?, la respuesta está fácil: Jesucristo. Textos como Lucas 24:25-27 y Juan 5:39 dejan claro que Jesucristo —y específicamente su muerte y resurrección— es el tema central de la Biblia. Pero si nos preguntamos ¿Cuál es el tema central de la Biblia?, muchas veces no es fácil encontrar una respuesta simple y satisfactoria. Después de todo, la Biblia es un libro bastante largo, con una historia de composición igual de larga: abarca más de mil páginas en nuestras traducciones españoles y fue escrito por decenas de hombres durante un periodo de un milenio y medio, más o menos. ¿Hay un tema central que da orden y estructura al caos?

      Creo que sí. La Biblia nos dice una y otra vez cuál es el tema central de la Biblia, pero como nos lo dice en varios textos, esparcidos en varios libros de la Biblia, a lo mejor no lo vemos tan claro. Por tanto, en lo que sigue voy a agrupar los versículos de la Biblia que nos dicen cuál es el tema central de la Biblia, y creo que quedará claro que el tema central es el amor:
       
      El amor es lo que cumple la ley y los profetas:
      • Mateo 7:12: «12 Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.»

      • Mateo 22:34-40: «34 Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. 35 Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: 36 Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? 37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el primero y grande mandamiento. 39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.»

      • Romanos 13:8-10: «8  No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. 9 Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.»

      • Gálatas 5:13-15: «13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. 14 Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 15 Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.»

      • Santiago 2:8: «8 Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis»

      El amor es la mayor virtud:
      • 1 Corintios 13:1-3, 13: «1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. […] 13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.»

      • Colosenses 3:12-14: «12  Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.»

      • 1 Pedro 1:5-7: «5 vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 6 al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 7 a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.»

      El amor fue el último —y por lo tanto el más importante— mandamiento que Jesús dio a sus discípulos:
      • Juan 13:34-35: «34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.»

      El amor es el fundamento y el propósito de la enseñanza:
      • 1 Juan 3:11: «11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.»

      • 2 Juan 5: «5 Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros.»

      • 1 Timoteo 1:5: «5 Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida»

      El amor es la única virtud cristiana que nunca dejará de ser:
      • 1 Corintios 13:8-13: «8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. 9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; 10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. 11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. 12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. 13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.»

      El amor es el efecto necesario de una genuina fe:
      • Gálatas 5:6: «6 porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor.»

      • 1 Juan 3:23: «23 Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado.»

      El amor es la forma en que imitamos a Dios:
      • Efesios 5:1-2: «1 Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. 2 Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.»

      Espero que los lectores puedan ver el testimonio uniforme de tantos textos de tantos libros: a la pregunta ¿Cuál es el tema central de la Biblia? la respuesta es el amor. No hay ningún otro tema que resume la Biblia como lo hace el amor. Algunos argumentan que la santidad es el tema que mejor abarca la diversidad de la Biblia, pero como hemos visto arriba, la santidad —resumida principalmente en los Diez mandamientos— es solamente una manera de describir y hacer explícito qué es el amor, y por tanto se entiende mejor como un subpunto del mismo. Otros argumentan que la soberanía de Dios es el tema central de la Biblia. Hablaremos de esto en otro momento, pero por ahora solo me gustaría hacer notar que la soberanía de Dios no aparece en tantos textos claves como hemos visto arriba con el amor. En resumen, el amor es único entre los otros temas de la Biblia.
       
      Por tanto, dado que el amor es el tema central de la Biblia, me gustaría plantear la pregunta de millón: ¿por qué? ¿Por qué es que el tema central de la Biblia es el amor? La respuesta a esta pregunta tan importante es el tema del siguiente artículo.
       
       
       

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        Martín Lutero y la Reforma protestante: Parte 3

        IV. Las relaciones entre católicos y protestantes hoy día

        Durante los 400–450 años posteriores, las relaciones entre católicos y protestantes eran bastante predecibles. La respuesta al protestantismo fue el asunto más importante tratado en el Concilio de Trento durante 1545–1563, y las distintas herejías del protestantismo fueron condenadas explícitamente, a menudo acompañadas de la maldición con la fórmula de anatema. El siguiente concilio ecuménico de la Iglesia fue el Vaticano I durante 1869–1870, y afirmó ampliamente las enseñanzas de Trento y condenó a todo aquel que se oponía a ellas. En palabras llanas, en los 400–450 años posteriores a la Reforma protestante, no existieron relaciones entre católicos y protestantes a excepción de excomulgaciones y condenas mutuas.
         
        No obstante, en los últimos 60 años ha habido un aumento increíble de diálogo entre las dos tradiciones. En 1960 la Iglesia católica reconoció oficialmente el movimiento ecuménico y estableció el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, cuyo propósito consiste en buscar la reconciliación con otras tradiciones cristianas. Durante 1962–1965 los protestantes fueron invitados a asistir al concilio ecuménico de la Iglesia católica, el concilio Vaticano II, en el que los protestantes fueron reconocidos oficialmente como “hermanos separados” y “comunidades eclesiales”, aunque no fueron oficialmente reconocidos como una “iglesia”. Recientemente, en 1999, delegados oficiales de la Iglesia católica y la Federación Mundial Luterana firmaron un documento titulado “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación” en el que afirmaron “articular una interpretación común de nuestra justificación por la gracia de Dios mediante la fe en Cristo”, aparentemente eliminando uno de los mayores obstáculos que dividía las dos tradiciones. Desde entonces también ha sido firmado por la Iglesia Anglicana, el Consejo Metodista Unido y la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas. En 2016, los luteranos y católicos celebraron una misa unida que fue el último desideratum que restaba para la unión completa entre las dos tradiciones. Aquí en España, la situación no es diferente. En una reciente entrevista en 2017, Carlos López, el obispo mayor de la Iglesia española reformada episcopal (anglicano español) declaró lo siguiente con respecto a la relación en su iglesia y la Iglesia católica: “El camino de la unidad ya es una realidad. Caminamos juntos”. Todas las señales apuntan a que millones de católicos y protestantes están en el camino de la reconciliación o se han reconciliado ya.
         

        V. Algunas reflexiones acerca de las relaciones futuras entre católicos y protestantes

        En este punto me gustaría ofrecer algunas de mis reflexiones acerca del diálogo entre católicos y protestantes. Aunque uno siempre se arriesga a hacer el ridículo cuando intenta predecir el futuro, creo que es relativamente seguro afirmar que la tendencia ecuménica va a continuar. Hay demasiadas fuerzas empujando en favor de la reconciliación como para que ésta se detenga en algún momento cercano en el tiempo. Permítanme mencionar tres de estas fuerzas.
         
        La primera es la minimización de la importancia de la doctrina y de la reivindicación de la verdad que la civilización occidental en su conjunto está experimentando y que tanto está afectando a la Iglesia. Un autor ha resaltado que mientras que en el siglo XVI era muy fácil ser hereje, hoy día es muy difícil. En general, la gente no considera las diferencias teológicas como algo importante, especialmente si no hacen daño a otros. Es difícil para la gente moderna apasionarse sobre si la salvación es por la fe y las obras o sólo por la fe, especialmente cuando ambos grupos parecen comportarse de manera similar.
         
        La segunda es la creciente oposición al cristianismo, desde el secularismo por un lado, y desde el extremismo religioso por otro, además del incremento de problemas importantes y globales tales como la pobreza, las enfermedades y las guerras. Además, los cristianos de ambas tradiciones están perdiendo aliados históricos en gobiernos en todo el mundo, dificultando la convivencia pacífica tal como la Biblia aconseja. Los católicos y protestantes se encuentran conviviendo en lugares más cercanos, lo cuál los obliga a dialogar y trazar acuerdos para alcanzar al menos una paz temporal con el fin de enfrentar estos problemas mayores. Pero algo sorprendente ocurre en este proceso: encuentran que el del otro lado no es tan malo como pensaba y, a menudo, forman relaciones profundas y duraderas unos con otros. Parece que cuando crece la oposición y la persecución también crece la unidad entre católicos y protestantes.
         
        La tercera es el propio Papa Francisco. Si hay algo que ha marcado su pontificado hasta ahora, ha sido su fomento de la construcción de puentes con otras comunidades religiosas, una de las cuales es el protestantismo. Por ejemplo, junto a la misa luterano-católica mencionada antes, el Papa Francisco grabó en 2014 un vídeo corto para un obispo anglicano llamado Tony Palmer en el cual dijo a unos cristianos carismáticos que la separación había terminado y que anhelaba abrazar a los cristianos protestantes como hermanos. Tiene una personalidad increíblemente atractiva y se muestra como un Papa misericordioso y perdonador que pide ayuda a otros y admite los pecados de la Iglesia católica. El Papa Francisco está muy lejos de los Papas de los siglos XIV y XV.
         
        Sin embargo, a pesar de los últimos 60 años de diálogo ecuménico y de las previsiones que nos indican que va a continuar, yo pienso que no ha de hacerlo, al menos de la manera en la que lo ha hecho hasta ahora. Permítanme explicarme. Para empezar, al igual que el erudito anglicano Alister McGrath —posiblemente el mayor experto mundial en la doctrina de la justificación— estoy asombrado por el hecho de que mientras que los católicos y protestantes del siglo XVI veían la doctrina de la salvación como algo positivamente fundamental para sus identidades, parece que hoy en el siglo XXI la ven negativamente como algo que divide las dos tradiciones. Parece como si hoy muchos vieran la cuestión como una vergüenza que sería mejor olvidar. Personalmente, creo que el “acuerdo” sobre la doctrina de la justificación entre los católicos y varios grupos protestantes es demasiado prematuro. Desde luego, si hay unidad en este punto tan fundamental, entonces debería haber también unidad en doctrinas como la de los sacramentos, las indulgencias, el purgatorio y los santos. Pero, ¿qué católico estaría dispuesto a abandonar los sacramentos? O ¿qué protestante estaría dispuesto a aceptar las indulgencias o el purgatorio?
         
        Lo mismo podría decirse con respecto a la autoridad. Mientras los protestantes sigan insistiendo en que sólo la Escritura es autoritativa, nunca podrán aceptar ciertas enseñanzas que los católicos afirman haber sido recibidas por medio de la tradición oral tales como la supremacía del Papa y la inmaculada concepción de María con su asunción corporal al cielo. Pero si estas dos tradiciones tienen el propósito de unirse, entonces deberían estar unidas también en estos temas. Pero, ¿qué católico está preparado para decir que el Papa es falible? O ¿qué protestante estaría dispuesto a aceptar que María fue inmaculadamente concebida y que ascendió corporalmente al cielo después de vivir una vida sin pecado? Expresándolo de una manera más llana, ¿qué católico estaría dispuesto a dejar de rezar a María y qué protestante estaría dispuesto a empezar a hacerlo?
         

        Mi pretensión no es que se perpetúe la división entre católicos y protestantes. De hecho, mi corazón sufre por las muchas divisiones dentro del cuerpo de Cristo. Por el contrario, mi deseo es conseguir que ambas partes se tomen sus diferencias en serio y que procuren alcanzar un verdadero acuerdo exhaustivo acerca de las cuestiones fundamentales de la salvación y la autoridad. Yo también quiero la paz como otros, pero no quiero la paz a costa de la verdad. Que Dios nos dé sabiduría a todos.

        [Me gustaría agradecer a Alberto Gómez por traducir este texto del inglés. He hecho algunos cambios ligeros a su traducción así que cualquier error se debe considerar el mío.]

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          Martín Lutero y la Reforma protestante: Parte 2

          III. Martín Lutero y la Reforma protestante

          Antes de fijarnos en Lutero, debe recordarse que hubo muchos otros, tanto antes como durante los días de Lutero, que demandaron una reforma de la Iglesia. En tiempos de Lutero, humanistas como Erasmo condenaron la corrupción moral de la Iglesia y hasta cierto punto mostraron simpatías hacia Lutero. Por ejemplo, la siguiente frase es atribuida a Erasmo hablando de Lutero: “Él es culpable de dos graves crímenes: ha golpeado al Papa en su corona y a los monjes en su barriga”. Lo que separaba a los humanistas de Lutero, sin embargo, era su diagnóstico del problema, así como el remedio para el mismo. Los humanistas generalmente pensaban que el problema era superficial, interpretando que la cuestión era que algunos (o muchos) en la Iglesia estaban corrompidos moralmente y se habían desviado de las buenas enseñanzas de la Iglesia. Su remedio, por tanto, consistía en reformar la moralidad, retornando a las prácticas cristianas básicas como la lectura de la Biblia y la oración. No era necesaria una “reforma” fundamental de la Iglesia. Lutero, por su parte, consideraba que el problema era mucho más profundo —“hasta la médula” podría decirse— y por ello su remedio era mucho más radical. Volvamos ahora a Lutero.

          Lutero nació en 1483 en el centro de Alemania. Su padre, un minero del carbón, tenía sus esperanzas puestas en que su hijo llegara a ser abogado, pero durante una tormenta en 1505, Lutero estuvo a punto de perder la vida a causa de un rayo y oró a santa Ana —la patrona de los mineros del carbón— prometiendo que se haría monje si le permitiera salir con vida. Por este motivo ingresó posteriormente en un monasterio agustiniano donde se dedicó a su desarrollo espiritual por medio de la oración, el ayuno y la confesión frecuente. Sin embargo, a pesar de que la enseñanza católica de que “Al que hace lo que de él depende, Dios no le negará su gracia” debería haberle traído consuelo, en realidad ésta incrementó su ansiedad. Vivió en constante angustia porque le perseguía el pensamiento de que él siempre podría haber hecho más: podría haber orado una hora más, podría haber ayunado un día más, podría haber confesado más pecados, etc.
          Para ilustrarlo con un ejemplo, como la enseñanza católica afirmaba que sólo los pecados confesados eran perdonados, Lutero empleaba hasta seis horas en el confesionario con su confesor y superior, Johann von Staupitz, confesando hasta las más pequeñas de sus ofensas. No obstante, esto no impedía que, tras sus confesiones, recordara más pecados, lo cual le llevaba de nuevo al confesionario. En cierta ocasión, von Staupitz se dirigió a Lutero y le dijo: “Mírame, hermano Martín. Cada vez que te tiras un pedo quieres confesar tus pecados… Si vas a confesar tanto, ¿por qué no haces algo digno de ser confesado? ¡Asesina a tu madre o a tu padre! ¡Comete adulterio! ¡Deja de venir con estos pecadillos!”
           
          Durante sus primeros años en el monasterio, Lutero fue torturado por la imagen que tenía de Dios, a quien veía como un Dios insignificante y vengador que amenazaba a los humanos con una condenación eterna y que estaba dispuesto a enviarlos al infierno —o al menos muchos años a las llamas del purgatorio— por no haber sido capaces de evitar pecados de los que era imposible apartarse. Lutero se veía espiritualmente estropeado y pensaba que era Dios el que lo había estropeado y que no había ninguna esperanza de cambio.
           

          Lutero se doctoró en teología en 1512 y fue enviado a Wittenberg donde ejerció como profesor del Nuevo Testamento. Posteriormente, durante su estudio de la carta a los Romanos, Lutero se topó con un importante descubrimiento. Durante mucho tiempo, la frase “la justicia de Dios” le había confundido, incluso enfurecido. Por muchos años Lutero había pensado que “la justicia de Dios” se refería a la justicia propia de Dios por la cual él es justo y por la cual él juzga nuestra injusticia. Pero en c. 1513, llegó al convencimiento agustiniano de la justicia de Dios: que ésta se refiere a la justicia por medio de la cual Dios nos otorga generosamente su justicia a nosotros. Lutero llegó a ver “la justicia de Dios” como algo posible por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo. Así, la “justicia de Dios” no es una expresión de juicio, sino de gracia. Aquello era como agua fresca para el alma seca de Lutero. En este momento, sin embargo, Lutero aun se veía como un hijo fiel de la Iglesia y así continuó por unos cuantos años más. En cualquier caso, Lutero comenzó a interesarse más y más en los Salmos y en las cartas a los Romanos, Gálatas y Hebreos, y su teología se volvió más centrada en Cristo como solución a todos los problemas de los hombres.

          Esto nos lleva a 1517. El Papa León X estaba intentando construir la nueva basílica de San Pedro en Roma y buscaba desesperadamente fondos para ello. Por ello, ofrecía indulgencias a los fieles católicos por toda Europa y en especial en las ricas tierras de Alemania. Uno de los vendedores más exitosos de aquellos días era Johann Teztel. Una de sus frases más famosas que usaba al predicar era: “Tan pronto la moneda en el cofre resuena, el alma al cielo brinca sin pena”. A Teztel no se le permitía entrar en Wittenberg para vender indulgencias dado que Wittenberg se jactaba de tener una gran colección de reliquias y temía que la predicación de éste pudiera perjudicar sus ventas. Por ello, Teztel predicó en el pueblo siguiente y muchos de los habitantes de Wittenberg acudieron a escucharle y comprar sus indulgencias. Cuando éstos volvieron y contaron a Lutero lo que habían hecho y cuando Lutero vio cómo habían puesto su fe en una hoja de papel que habían comprado para financiar el extravagante programa arquitectónico de Roma, quedó horrorizado y también enfurecido. Su creciente entendimiento cristológico de la salvación le llevó a creer que el tipo de predicación sobre las indulgencias ejemplificado en Teztel era herético y por ese motivo convocó a los eruditos a debatir los asuntos relacionados de la penitencia, el purgatorio y las indulgencias. Como todos los eruditos, Lutero convocó el debate clavando sus tesis en la puerta del castillo de Wittenberg. Este documento se llamó las 95 tesis de Lutero y a través de ello Lutero —sin saberlo y de manera inconsciente— inició lo que ahora llamamos la Reforma protestante.

          Es importante resaltar que en 1517 Lutero todavía se veía como un hijo fiel de la Iglesia. De hecho, en sus 95 tesis aun aceptaba la existencia del purgatorio y que el Papa tenía la suprema autoridad en la Iglesia. Su intención era meramente reformar algunos de los abusos extremos de la venta de indulgencias, situar el foco de la Iglesia de nuevo en la justicia de Dios que él nos ofrece por medio de Cristo y procurar la clarificación sobre algunas de las inconsistencias que muchos encontraban con el purgatorio y las indulgencias. Para Lutero, la contrición interna, el arrepentimiento verdadero y la predicación de la Palabra de Dios eran mucho más importantes que la penitencia externa y la venta de indulgencias por la manipulación emocional. Éstas no eran sólo preocupaciones de Lutero sino también de aquellos feligreses que le hacían preguntas tan incisivas como la registrada en su tesis número 82 en la cual cita una de las varias burlas chistosas de los laicos: “¿por qué el papa no vacía el purgatorio por su caridad santísima y por la gran necesidad de las almas —que es la causa más justa de todas— si redime almas innumerables por el funestísimo dinero de la construcción de la basílica, que es la causa más insignificante?” Lutero mismo veía estas incongruencias, pero no era capaz de dar una respuesta razonable. El debate al que Lutero llamaba tenía el propósito de aclarar estas cuestiones.
           
          Para gran sorpresa y consternación de Lutero, la Iglesia no sólo no le agradeció el haber traído al conocimiento del Papa estos abusos, sino que por el contrario se le ordenó que se retractase. Se cuenta que el Papa León X dijo que Lutero era “un monje alemán borracho” que cambiaría de parecer una vez estuviera sobrio. Pero Lutero no se serenó. Por el contrario, prosiguió en su interpretación radicalmente cristocéntrica de la Biblia y sus implicaciones para la teología y la vida. Lutero rápidamente se hizo famoso (o infame) por sus 95 tesis y los eruditos y teólogos le buscaban para debatir con él.
           

          Antes, sin embargo, él debía clarificar su posición ante su propio monasterio y universidad. Las 95 tesis de Lutero habían cogido a muchos por sorpresa y muchos buscaban una explicación. Esto condujo a la muy importante Disputa de Heidelberg en abril de 1518. Allí vemos a Lutero avanzando desde su crítica negativa a la penitencia, el purgatorio y las indulgencias hacia su entendimiento positivo de lo que él pensaba que tenía que tomar su lugar. Lutero expuso muchas cosas significativas en estas 40 tesis, pero por el bien del espacio solo se subrayarán cinco de las más relevantes.

          La primera es la tesis 16 en la cual Lutero escribe, “El hombre que piensa poseer la voluntad de lograr la gracia a base de hacer lo que de él depende, añade al pecado otro pecado y se hace doblemente reo”. Aquí Lutero se estaba oponiendo directamente a la enseñanza de “Al que hace lo que de él depende, Dios no le negará su gracia”. Lutero afirmaba que los humanos no se pueden preparar a sí mismos para recibir la gracia de Dios. Las implicaciones de esta afirmación tenían consecuencias directas en la comprensión de la Iglesia sobre el proceso de salvación y su relación con el sistema de sacramentos y fue un ataque directo y frontal al fundamento de la Iglesia occidental.
           

          Sabía que tal afirmación podría llevar a algunos a la desesperación por no poder alcanzar nunca la salvación, pero la intención era justamente la contraria. La tesis inmediatamente posterior, la número 17, abordaba la cuestión: “Hablar de esta suerte no equivale a dar al hombre un motivo de desesperación, sino de humildad, y a alentar su ardor para que busque la gracia de Cristo”. Según Lutero, la predicación de la Palabra de Dios y los requisitos de justicia que contiene nos obliga a concluir que somos pecadores y a abandonar cualquier esperanza de ser capaces de salvarnos a nosotros mismos por medio de nuestras propias obras.

          Pero el increíble descubrimiento de Lutero fue que esa desesperanza es lo que Dios usa para “prepararnos” para recibir la gracia de Cristo. La siguiente tesis, la 18, es muy similar: “Es cierto que se necesita que el hombre desespere totalmente de sí mismo para prepararse a recibir la gracia de Cristo”. Como se ve de forma clara, para Lutero la salvación no era una “responsabilidad compartida” entre Dios y el cristiano en la cual cada uno hace su parte. Por el contrario, Dios da su gracia de manera inmediata y sólo por medio de Cristo. Somos pecadores, Dios es justo y él es clemente hacia nosotros sólo por medio de su Hijo.
           
          Las dos siguientes tesis están entre las líneas más bellas que Lutero jamás escribió en su carrera y constituyen el fundamento de su teología como un todo. La tesis 25 dice, “No es justo quien obra muchas cosas, sino el que, sin obras, cree mucho en Cristo”. Lutero estaba articulando algo que iba en contra de la enseñanza cristiana de su época, y que cuestionaba que la “justificación” significaba hacer justo. Por contra, basándose en textos como Romanos 10:10 que dice que “del corazón uno cree para [conseguir] la justicia”, Lutero argumentaba que la fe es lo que Dios requiere al hombre para ser justo y no “hacer lo que de él depende”. Lutero no eliminaba la vida justa pero sí reubicaba su relación con respecto a la fe: en la teología medieval las buenas obras eran lo que le llevaba a uno a ser hecho justo; Lutero proponía que Dios contaba a alguien como justo en el momento en que creía en Cristo, emergiendo las buenas obras de manera orgánica como el fruto de un árbol.
           
          Siguiendo con su dicotomía obras–fe, Lutero escribía en su tesis 26, “La ley dice ‘haz esto’, y eso jamás se hace; dice la gracia ‘cree en éste’, y todo está ya realizado”. Esta tesis refleja el mismo corazón de la teología protestante que enfatiza que por la fe sola el creyente es unido con Cristo, el único que es justo a ojos de Dios. Por la fe Cristo ofrece su justicia al creyente por medio de la unión con él y así el creyente es visto como verdaderamente justo a ojos de Dios, aunque él o ella continúa siendo un pecador.
           
          Estamos ya en 1519 y las ideas de Lutero estaban esparciéndose rápidamente. Tan rápidamente que las elites le estaban prestando atención y llamándole hereje. En el verano de 1519, Johannes Eck recurrió al colega de Lutero en Wittenberg, Andreas von Karlstadt, para debatir 13 nuevas tesis que Lutero había publicado. Lutero debía asistir al debate y no involucrarse, pero tras unos días de escuchar desde el banquillo, no pudo permanecer quieto y entró en el debate. El debate entre Lutero y Eck discurrió acerca de la tesis número 13 de Lutero que decía lo siguiente: “Los muy débiles decretos de los pontífices romanos que han aparecido en los últimos cuatrocientos años afirman que la Iglesia romana es superior a todas las demás. Contra ellos está la historia de mil cien años, la prueba de la Escritura divina y el decreto del Concilio de Nicea, el más sagrado de todos los concilios”.
           
          Aquí se hace patente que la teología radicalmente cristocéntrica de Lutero basada en la Biblia le llevó a creer que ni el papado ni los concilios de la Iglesia tenían la autoridad suprema. En defensa de esta tesis, Lutero argumentó que los papas y los concilios de la Iglesia se habían contradicho a sí mismos y eran por lo tanto falibles. Por tanto, no podían tener la misma autoridad que la Escritura, la cual viene de Dios y nunca se contradice. Eck se aferró a aquello que vio como una debilidad en el razonamiento de Lutero y le preguntó si el Concilio de Constanza de 1415 se equivocó al condenar a Jan Hus, el reformador de Bohemia del siglo XV, a lo que Lutero respondió afirmativamente. Tras esto Eck entró a matar: acusó a Lutero de creer las mismas cosas que el hereje condenado, y de afirmar que sólo él tenía razón y que toda la Iglesia occidental estaba equivocada. Según el relato del propio Lutero sobre el debate, muchos fueron persuadidos por el argumento de Eck. Lutero intentó neutralizar los cargos de Eck por demostrar que diferentes concilios de la Iglesia se habían contradicho, provocando que fuera imposible seguirlos como guías autoritativas, pero el daño ya había sido hecho. Eck había resultado vencedor en esta parte crucial del debate y Lutero había sido calificado como un cismático que promovía las enseñanzas de un hereje condenado por un concilio eclesiástico y que cuestionaba la autoridad de todos excepto de sí mismo.
           
          Lo que acabamos de presenciar en este resumen acerca de la teología de Lutero de entre 1517 y 1519 es asombroso: en menos de dos años Lutero había pasado de ser un hijo fiel de la Iglesia, cuya intención era prevenirla de los males que estaban debilitando la eficacia del Evangelio, a ser calificado como hereje por cuestionar el sistema sacramental de la Iglesia y la autoridad del Papa. Lutero había sido testigo de que la Iglesia se había apartado de la gracia de Dios en Cristo hacia la justicia basada en obras. Su preocupación inicial era cómo estar bien con Dios. Sin embargo, cuando él debatió esta cuestión, sus oponentes no deseaban discutir acerca de lo que decía la Biblia sino más bien acerca de lo que habían dicho los Papas y concilios de la Iglesia (sobre todo en durante los últimos 400 años). La solución de Lutero para ambas cuestiones se ha convertido en doctrinas características protestantes desde entonces, a saber, sola fide (sólo por la fe) y sola Scriptura (sólo la Escritura).
           
          Con respecto a sola fide, Lutero fue profundamente influido por textos como Efesios 2:8-9 que dice “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe. Y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe”. Según la interpretación de Lutero de este texto, la salvación viene a través de la fe en la muerte y resurrección de Cristo. No es mediada a través de la Iglesia y sus sacramentos, sino que viene directamente de Dios por medio de la predicación de su Palabra. Esto llevó a Lutero y otros protestantes a revisar el papel del sistema sacramental y de su complemento, el purgatorio.
           

          Con respecto a sola Scriptura, Lutero fue profundamente influenciado por textos como 2ª Timoteo 3:15-17 que dice, “desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea completo, enteramente preparado para toda buena obra”. La palabra usada en este texto para traducir “inspirada por Dios” es la palabra theopneustos que literalmente significa “espirada por Dios”. Así, la Biblia proviene directamente de Dios y por ello es completamente verdadera y libre de cualquier error. Además, el mismo texto dice que la Biblia es suficiente para hacernos “completos” y “preparados para toda buena obra”. No hay ninguna mención a Papas, concilios de la Iglesia o a ninguna enseñanza oral posterior de los Apóstoles no registrada en la Biblia. Todo lo que necesitamos para vivir la vida descrita en este pasaje es la Biblia. Quizá más importante de todo, sin embargo, es el hecho de que el texto dice que las “Sagradas Escrituras” pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. ¿Qué más pueden ofrecer los Papas y los concilios que no se encuentra en las Escrituras? Lutero no tenía ninguna intención de eliminar completamente la tradición y los concilios de la Iglesia, sino más bien ponerlos en su lugar, esto es, bajo la autoridad de la Palabra de Dios ya que sólo ella es theopneustos. Muchos grupos protestantes escribieron confesiones a lo largo de los siglos XVI y XVII, pero ninguno de ellos puso a las confesiones al mismo nivel que la Biblia.

          El 15 de junio de 1520, el Papa León X emitió la bula papal Exsurge domine en la que enumeraba 41 enseñanzas heréticas que existían en Alemania y que estaban íntimamente conectadas con las enseñanzas de Martín Lutero. Después de enumerar las herejías, escribió lo siguiente, “Además, como los errores anteriores y muchos otros están contenidos en los libros o escritos de Martín Lutero, ya sea en latín o en otro idioma, igualmente condenamos, reprobamos y rechazamos completamente los libros y todos los escritos y sermones del mencionado Martín, ya sea en latín o en otro idioma, conteniendo los errores mencionados o alguno de ellos; y deseamos que sean considerados como completamente condenados, reprobados y rechazados. Prohibimos a todos los fieles de ambos sexos, en nombre de la santa obediencia y bajo las penas mencionadas en las que incurrirán inmediatamente, leerlos, apoyarlos, predicarlos, alabarlos, imprimirlos, publicarlos o defenderlos”. A Lutero se le dieron 60 días para retractarse o ser excomulgado de la Iglesia.
           

          Martín Lutero, a la recepción de la bula papal, la quemó el 10 de diciembre de 1520. Fue oficialmente excomulgado sólo días más tarde, el 3 de enero de 1521, con la bula papal Decet Romanum Pontificem. La Reforma protestante había comenzado.

          [Continuará…]
           

          [Algunas citas de Martín Lutero vienen de la Teófanes Egido, Lutero: obras (Ediciones Sígueme, 2016).]

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            Martín Lutero y la Reforma protestante: Parte 1

            1. Introducción

            En el año 1517, Martín Lutero era un hijo fiel de la Iglesia católica, que intentaba reformar los abusos que había observado y avisar al Papa de la corrupción generalizada por la venta de indulgencias. En 1520, sin embargo, el Papa declaró que Martín Lutero era un hereje, a lo que Lutero respondió quemando la bula papal, sellando así la ruptura entre los dos partidos y comenzando la Reforma protestante. Quienquiera que haya sido Lutero y aquello que dijera ha resonado en los oídos de muchos desde entonces. El protestantismo afirma tener más de 800 millones de adeptos, un número ligeramente inferior al de los fieles de la Iglesia católica (aunque se encuentra en crecimiento y consta de una membresía más activa en comparación con la decreciente e inactiva membresía de la Iglesia Católica).

            ¿Qué sucedió entre 1517 y 1520 para que se alcanzara una división tan drástica entre Lutero y la Iglesia católica? ¿Tiene el protestantismo algo en común con el catolicismo romano o es algo completamente nuevo que Lutero comenzó? ¿Existe alguna posibilidad de que los católicos y protestantes lleguen a reconciliarse y formen de nuevo una Iglesia unida? Ésta es la clase de preguntas a las que me gustaría responder en este escrito. En primer lugar, intentaré describir el contexto histórico de la Reforma protestante con especial atención a las diferentes crisis de la Iglesia de occidente en los siglos XIV y XV y también al sistema de salvación de la Iglesia de occidente en ese mismo periodo. En segundo lugar, me gustaría explicar la evolución teológica de Lutero durante los años 1517 al 1520. En tercer lugar, trataré de analizar en qué punto se encuentran las relaciones entre el catolicismo y el protestantismo. Y finalmente me gustaría hablar acerca de la posibilidad de una unificación futura entre el catolicismo y el protestantismo.

            II. Contexto histórico de la Reforma protestante

            Es importante recordar que la Reforma protestante no surgió en el vacío. Por el contrario, se dieron numerosas crisis, al menos retrocediendo 200 años, que propiciaron el estallido tal como aconteció a principios del siglo XVI. En esta sección, me gustaría explicar algunos de estos factores y después hablar sobre el asunto relacionado de la visión sobre la salvación en la Iglesia de occidente durante la Edad Media.
             
            II.1 Crisis espirituales en la Iglesia de Occidente medieval
             

            La primera crisis que ha de ser considerada es la del Papado de Aviñón de 1309 a 1378. Cuando el cristianismo se inició en el primer siglo, lo hizo como un movimiento “popular” que fue fuertemente ridiculizado y perseguido durante los tres primeros siglos. Sin embargo, con la conversión de Constantino al cristianismo en el s. IV, el cristianismo se encontró en una posición inesperada como religión oficial del Imperio romano y más allá de éste. Cuando la mitad occidental del Imperio romano cayó el siglo posterior, la única organización unificadora que permaneció fue la Iglesia cristiana. Así, la religión que había sido perseguida por el Imperio romano ahora se había vuelto esencial para garantizar la estabilidad y el progreso de una Europa fracturada. En el 800, fue el Papa León III el que coronó a Carlomagno como emperador del renovado Imperio romano en la antigua basílica de san Pedro en Roma. Este dramático evento sentó las bases para la concepción occidental de que el Papa era la suprema autoridad del territorio, por encima del príncipe, del rey y del emperador. Esta idea alcanzó su clímax en 1302 cuando el Papa Bonifacio VIII emitió la famosa bula papal Unam sanctam en la que el Papa declaraba su autoridad sobre todos los poderes espirituales y terrenales.

            La historia ha demostrado una y otra vez que el éxito de una organización conduce a su caída, al atraer a aquellos que están más interesados en los beneficios que ofrece que en los ideales que inicialmente propugnaba. No fue diferente con el papado romano. Con el tiempo, el papado llegó a percibirse como otro puesto de poder político, sin duda el mayor puesto de poder, y fue comprado y vendido a los hombres más ricos y poderosos de Europa, quienes a menudo se encontraban también entre los más corruptos. En el siglo XIV Francia estaba entre las naciones más poderosas de Europa occidental y por ello tenía sentido para muchos de los ricos y poderosos que el papado se moviera de Roma a Aviñón, Francia, como así sucedió en 1309. No hubo motivaciones religiosas tras este movimiento, sólo razones políticas, y esto sirvió de demostración para muchos cristianos fieles de que el papado había sido hecho cautivo por intereses políticos y de que había abandonado su principal responsabilidad de pastorear las almas de los fieles. Se puede imaginar el horror que muchos fieles cristianos sintieron cuando el papado romano, que había residido en Roma desde el primer siglo, se desarraigó de Roma, trasladándose a Francia por motivos políticos. El dinero y el poder habían corrompido a la Iglesia en sus estamentos más altos. Dado que el papado de Aviñón duró aproximadamente 70 años, Martín Lutero se referiría posteriormente a este periodo como la “cautividad babilónica de la Iglesia”, trazando un paralelismo con la cautividad de Israel en Babilonia que también duró 70 años y que fue la consecuencia de su desobediencia a Dios.
             
            La segunda crisis que considerar es el cisma de occidente de 1378 a 1417. Aunque el papado regresó a Roma en 1378, la corrupción no quedó atrás en Aviñón. En 1378, el Colegio cardenalicio eligió a Urbano VI como Papa. No obstante, sus inmediatos y austeros planes de reforma (combinados con disputas políticas entre italianos y franceses) hicieron surgir rumores de que se había vuelto loco y así el mismo Colegio cardenalicio, que sólo unos pocos meses antes había elegido a Urbano VI como Papa, se retiró al pueblo italiano de Anagni para elegir a otro Papa, esta vez Clemente VII, que regresó a Aviñón. Por segunda vez en el siglo XIV lo impensable había sucedido: dos papas elegidos formalmente, escogidos por el mismo Colegio cardenalicio, residiendo en dos ciudades distintas, cada uno afirmando ser el sucesor de Pedro y además sosteniendo del otro que era el antipapa. Aunque ninguno de los Papas consintió en ceder ante el otro, al final acordaron que lo mejor sería elegir a un tercer Papa que reemplazara a ambos. A consecuencia, el Colegio cardenalicio, en un concilio en Pisa, Italia, eligió a un nuevo Papa, Alejandro V. Desafortunadamente, después de la elección de Alejandro V, ni Urbano VI ni Clemente VII quisieron renunciar a su reivindicación de ser sucesor de Pedro y así la Iglesia quedó con tres Papas residiendo en tres ciudades distintas y cada uno reclamando ser el sucesor legítimo de Pedro. Aunque esto suene algo cómico en nuestros días, hemos de recordar que la mencionada bula papal del Papa Bonifacio VIII, Unam sactam también estipulaba que era imposible alcanzar la salvación si no se estaba en comunión con el Papa. Se puede intuir la angustia espiritual que muchos cristianos fieles debieron haber sentido durante este tiempo en el que tenían que elegir entre tres Papas debidamente elegidos. Esta división duró cerca de 40 años hasta que el Concilio de Constanza, cuando el consejo eligió un cuarto Papa, Martín V, que finalmente puso fin al cisma. De ese modo, entre el papado de Aviñón comenzando en 1309 y el final del cisma de occidente en 1417 hubo más de un siglo de conflictos esenciales en la Iglesia occidental.
             
            La última crisis que considerar es el declive moral dentro de la Iglesia occidental. Con la caída de Constantinopla en 1453 y el posterior éxodo masivo de los eruditos de habla griega del imperio bizantino al occidente de habla latina, la Iglesia occidental fue de nuevo expuesta a grandes cantidades de textos clásicos y lenguas que habían perdido lentamente a lo largo de los siglos. Este período de Europa occidental se conoce como el Renacimiento y en él Roma estaba en la vanguardia de la fascinación por la edad clásica, recientemente redescubierta. Desafortunadamente para la Iglesia, esto implicó que los Papas se interesaron más en proyectos humanísticos y en los lujos del Renacimiento que en pastorear las almas de los fieles cristianos. La corrupción que había llevado al papado de Aviñón y al cisma de occidente no había desaparecido y ahora estaba alcanzando nuevas cotas. Fue durante este periodo que fue elegido probablemente el Papa más corrupto de la historia de la Iglesia, Alejandro VI. Se decía de él que se había jactado de cometer en público los siete pecados capitales con excepción de la glotonería, debido a sus malas digestiones. Tenía varias concubinas que eran esposas de otros hombres en su corte y que le dieron al menos siete hijos, el más famoso de los cuales fue Cesar Borgia, el reputado modelo para El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Pero el Papa Alejandro VI fue sólo uno entre una hueste de Papas desde el siglo XV y principios del XVI que se caracterizaron por ser hombres de guerra, asesinos, adúlteros, extorsionadores, sobornadores, glotones, etc. Cierto es que la influencia del Renacimiento en Roma tuvo también efectos positivos, tales como las grandes obras arquitectónicas, el arte y proyectos bibliotecarios abordados durante este periodo. No obstante, ha de recordarse que estos proyectos se llevaron a cabo principalmente por motivos políticos tales como competir con Florencia y Venecia en cuanto al poder político y fueron sufragados en un grado importante con indulgencias. Dos siglos de corrupción habían plagado a la Iglesia occidental y esto no había pasado desapercibido para muchos cristianos fieles. Después de todo, Dante puso múltiples Papas en algunos de los círculos más bajos del infierno en su Divina comedia, ¡y a sus lectores les encantaba!
             
            II.2 El concepto medieval de la salvación
             

            Tras hablar de algunos de los antecedentes históricos de la Reforma Protestante, me gustaría ahora tratar el asunto del concepto medieval de la salvación. En la traducción latina de la Biblia (que fue escrita originalmente en hebreo, arameo y griego), los traductores latinos tuvieron que crear una nueva palabra para el término “justificar”. El término que escogieron fue justificari, que muchos consideraban proveniente de las palabras justum (“justo” o “recto”) y facere (“hacer”). El griego y el hebreo se perdieron rápidamente en el occidente tras la caída de Roma, resultando en la desafortunada situación de que un idioma secundario se convirtió en la base para la reflexión teológica en lugar de los lenguajes originales. La reflexión posterior sobre el término latino justificari indujo a muchos a concluir que la justificación era un proceso por el cual Dios hiciera justa la persona. Durante la Edad Media, se entendió que Dios llevaba a cabo este proceso a través de la Iglesia, y especialmente a través de los sacramentos que ofrecía. La Iglesia, por lo tanto, se convirtió en la administradora de la salvación de Dios a través de los sacramentos y, con el tiempo, desarrolló un sistema exhaustivo y coherente que aseguraba que la gente era hecha justa ya fuera en esta vida o en la venidera. La enseñanza de la Iglesia había desarrollado un dicho que sonaba aproximadamente como: “Al que hace lo que de él depende, Dios no le negará su gracia”. Por tanto, en tanto que uno se esforzara en agradar a Dios, especialmente en relación con ser un buen católico y en participar en los sacramentos de la Iglesia, Dios sería generoso, y tarde o temprano la persona sería hecha justa.

            Lo siguiente es un resumen de cómo funcionaba el proceso sacramental (y cómo sigue funcionando hasta hoy). Al nacer, los bebés entraban por la puerta de la salvación a través del sacramento del bautismo y ratificaban su entrada por medio del sacramento de la confirmación. Después de la confirmación, la persona podía participar en el sacramento de la eucaristía en la que literalmente se alimentaba del mismo Cristo, incrementando así su justicia delante de Dios. Si uno cometiera un pecado menor (i.e. venial), la Iglesia ofrecía el sacramento de penitencia a través del cual el sacerdote absolvía los pecados de la persona por medio de la confesión oral. Si uno cometiera un pecado grave (i.e., mortal), la Iglesia ofrecía el mismo sacramento de penitencia, pero esta vez acompañado de auto-penitencia en la forma de ayunos, oraciones, limosnas, etc., con el fin de hacer restitución por la ofensa cometida. En peligro extremo de muerte, la Iglesia ofrecía el sacramento de la unción de enfermos por el cual una persona podía ser absuelta de todos sus pecados justo antes de la muerte. Además de estos cinco sacramentos en los que todos los cristianos participaban, la mayoría también lo participaba o en el sacramento del matrimonio o en el de la orden sacerdotal (i.e., hacerse monje, monja, sacerdote, etc.).
             
            Aun así, la mayoría de la gente, a pesar de haber sido fieles hijos de la Iglesia durante toda su vida, no llegaba a ser hecha justa en su tiempo de vida en la tierra, y por ello la Iglesia enseñaba que el proceso se completaba en el purgatorio. Es en el purgatorio donde el individuo es purgado de todas sus tendencias malignas y sufre el castigo temporal por cualquier otro pecado cometido en su vida. La mayoría de la gente en este periodo era consciente de su pecaminosidad y por ello esperaba sufrir una larga y tortuosa estancia en el purgatorio que duraría cientos —si no miles— de años. Sin embargo, había dos formas de evitar este fatal destino. La primera era recibir el sacramento de la orden sacerdotal, ingresar en una orden religiosa y vivir una vida de penitencia marcada por el ascetismo, la disciplina y la austeridad. Existía la creencia de que era posible evitar de manera suficiente las inclinaciones pecaminosas de forma que el tiempo en el purgatorio llegara a ser relativamente corto. La segunda era a través de una indulgencia plenaria. De acuerdo con la teología medieval (y también en la actualidad), el Papa tiene la autoridad para liberar un alma del purgatorio, ya sea parcial o totalmente. Las indulgencias podían ser concedidas por diversas razones tales como haber luchado en las Cruzadas como soldado o haber peregrinado a Roma para contemplar reliquias. Pero en la víspera de la Reforma fueron otorgadas frecuentemente a cambio de dinero donado a la Iglesia, especialmente para la construcción de la nueva basílica de san Pedro en Roma. Cualquiera que fuese la opción tomada, la creencia era que uno era finalmente hecho justo tras pasar por el purgatorio lo cual hacía posible entrar en la presencia de Dios.
             
            Como resumen de lo anterior, es importante resaltar dos factores cuando se quiere reconstruir el cristianismo occidental en los albores de la Reforma protestante. Primero, existía una corrupción bastante extendida y a la vez había una preocupación general acerca de si la Iglesia occidental estaba siguiendo a Cristo fielmente. Segundo, la salvación se entendía como ser hecho justo y el sistema sacramental ofrecía a la gente una vía coherente y completa para llevar a cabo este proceso. Fue en este contexto que Martín Lutero nació y creció y en el que intentó vivir.
             
            [Continuará…]

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