HISTORIA Y TEOLOGÍA

El contexto histórico-teológico de las cinco solas de la Reforma

Durante los últimos años, he notado que muchos pastores y teólogos del mundo de habla hispana han afirmado que las cinco solas de la Reforma —sola Escritura, solo Cristo, solo por gracia, solo por fe y solo a Dios la gloria— forman el centro de la fe cristiana. Hace pensar que en su conjunto dichas solas resumen de manera suficiente las enseñanzas básicas de la Biblia y de nuestra salvación.

Sin embargo, dicha afirmación no puede ser correcta por varios motivos. Por ejemplo, ¿dónde está el Espíritu Santo? ¿dónde está la creación y la consumación? ¿dónde está la Trinidad? etc. También, si las cinco solas constituyen el centro de la fe cristiana, ¿por qué no las encontramos bien desarrolladas en la Iglesia primitiva? ¿o medieval? ¿o reformada? Sí, los lectores lo han leído bien: las cinco solas no fueron agrupadas como tal hasta después de la Reforma protestante y ni los reformadores mismos afirmaban que las cinco solas formaban el meollo de la fe cristiana. Es verdad que tres solas—sola gracia, sola fide y sola Escritura— fueron más o menos agrupadas durante el s. XVI, pero es incorrecto afirmar que las cinco solas tal cual forman el centro de la fe cristiana. Lo que sí encontramos en la Iglesia primitiva, medieval y reformada es una gran preocupación por entender los grandes credos, y sobre todo el credo niceno constantinopolitano, porque los cristianos los veían como guías fieles a la interpretación correcta de la Biblia.
 
Más bien, las cinco solas nacieron en un contexto histórico-teológico muy concreto y así reflejan algunas preocupaciones importantes de la Iglesia protestante a partir del s. XVI. En este artículo, me gustaría explicar el trasfondo histórico-teológico de las solas de la Reforma y así ayudar a los lectores a situarlas en su contexto.1 En resumen, el centro de la fe cristiana es la persona y obra de Dios, y las solas tienen que ver con ciertos puntos importantes, con respecto a cómo conocer y apropiar los beneficios que Dios nos ofrece en el evangelio. 
 

EL CONTEXTO HISTÓRICO-TEOLÓGICO DE LAS CINCO SOLAS

Al estudiar el contexto de la Reforma, algo que nos puede costar apreciar es que el cristianismo del s. XVI fue profundamente perfilado por los credos, y sobre todo por el más importante de todos, el credo niceno constantinopolitano.2 La gente recitaba los credos semana tras semana, año tras año, toda su vida, y les sirvieron para tener todo lo esencial sobre la Biblia de manera muy sumaria. Entonces, si alguien sospechaba que la Iglesia se equivocaba en algo, hacía falta recurrir a los credos —y sobre todo el niceno constantinopolitano— para justificarla.
 
Este el credo niceno constantinopolitano:
 
«Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre; por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras y subió al cielo; y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas. En una Iglesia santa, católica y apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.»3
 
Me gustaría llamar la atención de los lectores a unas frases sobre los artículos de Jesucristo y el Espíritu Santo. Las frases sobre Jesucristo son: “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo […] por nuestra causa fue crucificado […]” y la del Espíritu Santo es: “dador de vida”. La pregunta clave que tenemos que plantearnos es la siguiente: ¿qué implicaciones tienen de estas frases? ¿Por qué tuvo que bajarse Jesús, por qué fue crucificado y cómo nos da vida el Espíritu Santo?
 
Durante la Edad media, había un consenso creciente de que Jesús bajó del cielo y fue crucificado para cumplir con su parte en nuestra salvación y que el Espíritu Santo nos da vida a través de la Iglesia y sus sacramentos. En otras palabras, si la persona cumple con su parte en la salvación —es decir, realizar buenas obras y participar en los sacramentos—, entonces será salva (después de pasar por el purgatorio).
 
Sin embargo, a principios del s. XVI había una creciente voz de detractores que interpretaban estas frases del credo de otra manera. Específicamente, había gente que entendía que la Biblia ponía el énfasis de la salvación en Cristo y su gracia y que lo único que pedía de nosotros era la fe (correctamente entendida como arrepentimiento, fe y una nueva vida). Así que cuando recitaban el credo niceno constantinopolitano, entendían que Jesús bajó del cielo porque éramos incapaces de subir nosotros, que fue crucificado para pagar la deuda de nuestro pecado por completo y que el Espíritu Santo nos da vida por la fe. 
 
Cuando estos “reformadores” empezaron a debatir con los maestros de la Iglesia, y a insistir que la Iglesia se había desviado de la enseñanza bíblica y de la verdadera tradición universal de la Iglesia, se dieron cuenta que sus oponentes recurrían a la enseñanza oficial de la Iglesia (sobre todo desde el s. XI en adelante), mientras que ellos mismos recurrían a la Biblia. Por último, como entendían que Dios era creador, redentor y dador de vida, y como era el único soberano que es digno de adoración, hacía falta reformar ciertas cosas relacionadas con el culto, como el papel de la Virgen, rezar a los santos, etc. 
 
En definitiva, las cinco solas nacieron del debate del s. XVI sobre cómo nos apropiamos los beneficios de salvación que Dios nos ofrece en Cristo, cuál es nuestra autoridad final y quién es digno de adoración. No hay ninguna duda de que las cinco solas abarcan temas importantes, pero sólo se entienden dentro del contexto histórico–teológico de la interpretación del credo niceno constantinopolitano del s. XVI.
 

CONCLUSIÓN

En conclusión, lo que tenemos que afirmar de las cinco solas es que nacieron de los debates católico–protestante del s. XVI en adelante. A diferencia de los católicos, que interpretaban que el credo decía que la salvación viene de Dios al creyente mediada por la Iglesia, que el creyente se apropia los beneficios de salvación a través de las buenas obras y los sacramentos y que la enseñanza oficial de la Iglesia tiene el mismo nivel de autoridad que la Biblia, los protestantes interpretaban el credo a través de las cinco solas— sola Escritura (y no la tradición también), solo Cristo (y no la Iglesia también), solo por gracia (y no por las buenas obras también), solo por fe (y no por los sacramentos y buenas obras también) y solo a Dios la gloria (y no a María y a los santos también).
 
¿Son las cinco solas de la Reforma el centro de la fe cristiana? No. Más bien, nos ayudan a interpretar el credo niceno constantinopolitano correctamente, el cual nos ayuda interpretar la Biblia correctamente.
 

1.-Estoy profundamente endeudado a los pensamientos del Dr. Donald Fairbairn, cuyos comentarios al respecto se pueden encontrar en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=e-K–imnCoc (accedido el 24 de abril, 2019). En la conferencia, el Dr. Fairbairn solo habla de sola por fe y la obra de Cristo, pero creo que se puede expandir sus argumentos a las otras solas también.

2.-También el Padrenuestro y los Diez mandamientos eran muy importantes como textos que perfilaban el pensamiento de la gente, pero de momento estoy más interesado en el papel de los credos.
 

3.-La traducción viene de Wikipedia. Mi intento aquí no es proveer la mejor traducción posible del credo, sino dar una traducción suficientemente fiable.

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    Nicea II y la jurisprudencia religiosa judía: algunas consideraciones

    1. Introducción

    Como es bien sabido, tradicionalmente la Iglesia ha reconocido siete concilios ecuménicos: Nicea I (325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), Constantinopla II (553), Constantinopla III (680-681) y Nicea II (787). Sin embargo, los términos “Iglesia” y “tradicionalmente” son importantes: Con “Iglesia” normalmente nos referimos a la parte que venció, que suele considerarse la posición “ortodoxa” (y con razón) y con “tradicionalmente” normalmente nos referimos al hecho de que estos siete concilios son considerados “ecuménicos”, no por ninguna característica o rasgos que tuvieran en común (como, por ejemplo, que el obispo de Roma estuviera representado, que fueran convocados por emperadores, etc.), sino porque han sido reconocidos como tales por la “Iglesia” a lo largo del tiempo y el espacio.
     
    Aunque las tradiciones católica y ortodoxa aceptan completamente los siete concilios como ecuménicos (y por tanto autoritativos), los protestantes normalmente sólo aceptan los primeros cuatro. Sin embargo, dado que el quinto y el sexto concilio fueron principalmente una consecuencia del cuarto concilio (que se centró en la encarnación y en las dos naturalezas de Cristo), al menos en teoría, la mayoría de los protestantes también podrían aceptarlos. Donde los protestantes comienzan a plantear serias objeciones es con el séptimo concilio ecuménico: Nicea II.

    ¿De qué trató ese concilio? También trató de elaborar las implicaciones del cuarto concilio, pero se aplicó al tema de los iconos. Entendió los iconos como una especie de puerta a través de la cual podemos orar y adorar a Dios y dijo que debían ser “veneradas” (Gr: προσκύνησις) y “honradas” (Gr: τιμή), pero no “adoradas” (Gr: λατρεία), que está reservado sólo para Dios. Además, basó este argumento, al menos en parte, en la afirmación de que la tradición apostólica no escrita imponía este punto de vista. En resumen, Nicea II se centró en las imágenes y la tradición no escrita y de ahí el problema para los protestantes (especialmente cuando la tradición no escrita parece contradecir lo que ha sido escrito en la Escritura).
     
    Aunque creo que se puede hacer una buena argumentación bíblica para criticar el segundo concilio de Nicea (a pesar de 2 Tes. 3:6), y aunque algunos padres de la Iglesia como Agustín afirmaron que los concilios ecuménicos pueden equivocarse y ser corregidos por concilios subsiguientes (cf. De bautismo contra los donatistas, 2.3.4), en este artículo me gustaría presentar una evaluación de la autoridad de Nicea II desde una perspectiva diferente: Una perspectiva basada en la jurisprudencia religiosa judía aplicada al contexto teológico e histórico de la cristiandad de los ss. VIII y IX. Mi argumento no es que los cristianos deberíamos cortar y pegar la jurisprudencia religiosa judía a nuestra tradición religiosa, sino que, como las leyes religiosas judías y cristianas se han desarrollado en maneras parecidas, nos proporciona una buena metodología para evaluar nuestros concilios ecuménicos en general.
     
    2. Jurisprudencia religiosa judía[1]

    Para comenzar, me gustaría citar un texto de la Misná, que es el texto rabínico más temprano sobre la jurisprudencia religiosa judía (c. 200 d. C.) y contiene los debates y decisiones de algunos rabinos desde s. I a. C. hasta el s. II d. C. Una de las muchas características interesantes de este trabajo es que contiene tanto las posiciones mayoritarias (aceptadas) como las minoritarias (rechazadas). En un texto, Eduyot 1:5, se hace la pregunta: ¿Por qué, si seguimos la decisión mayoritaria, recogemos también la minoritaria? La respuesta contiene el precedente judío que, en mi opinión, es de ayuda para la presente discusión:
     
    Y, ¿por qué recogen la opinión de un individuo junto con la de la mayoría, si la ley sigue la opinión de la mayoría? Para que, si un tribunal prefiere la opinión de un individuo, pueda decidir basarse en ella. Porque un tribunal no tiene autoridad para anular la opinión de otro tribunal a no ser que sea mayor que él en sabiduría y en número. [Si] fuera mayor que el otro en sabiduría pero no en número, en número pero no en sabiduría, no tiene autoridad para anular su opinión, a no ser que sea mayor tanto en sabiduría como en número. (trad. Jacob Neusner)
     

    Este pasaje contiene un sabio consejo sobre el tema de la tradición en general y me gustaría destacar tres lecciones que puede enseñarnos. Primero, como norma general, la decisión mayoritaria de un tribunal (en nuestro contexto, “concilio ecuménico”) debe ser respetada. Después de todo, como mínimo deberíamos respetar a nuestros antepasados espirituales (como nos gustaría que nuestros descendientes espirituales nos respetaran a nosotros), y no es cosa menor cuando una mayoría de los más sabios hombres se reúnen y llegan a una conclusión común sobre un asunto determinado. Segundo, y para equilibrar lo recién expuesto, la decisión de un tribunal no es definitiva en sentido absoluto. En nuestro lenguaje actual diríamos que la tradición no está al mismo nivel que las Escrituras. Las decisiones son tomadas por hombres y los hombres pueden estar equivocados a veces, incluso los mejores. Tercero, los requisitos para revocar la decisión de un tribunal son altos, pero no imposibles. ¿Qué se necesita? Un tribunal posterior, mayor tanto en sabiduría como en número, debe reunirse. [2] Aunque puede ser difícil evaluar qué tribunal es mayor en sabiduría, y si bien en nuestro contexto moderno haya que tener en cuenta números mayores como las estadísticas de crecimiento de la población, el pasaje básicamente está diciendo que un tribunal más grande y mejor es el único que puede deshacer la decisión de un tribunal anterior.

    3. El cristianismo en los ss. VIII y IX
     

    Lo que la mayoría de la gente conoce del cristianismo de este periodo procede de Nicea II: Hubo un concilio y la “Iglesia” decidió aprobar los iconos y la tradición no escrita, que se ha convertido en “tradición”. Lo que menos gente sabe es que, tanto antes como después de Nicea II, se dio un largo (y, a veces, sangriento) debate sobre estos temas, y especialmente sobre los iconos. Los que estaban a favor de las imágenes fueron llamados “iconófilos” (“aficionados de las imágenes”) o “iconódulos” (“servidores de las imágenes”) y los que estaban en contra de ellas fueron llamados iconoclastas (“rompedores de las imágenes”). El siguiente esquema proporciona los puntos de inflexión en el debate y nos ayuda a contextualizar Nicea II:

    • 726: El Emperador León III prohíbe el uso de iconos en el culto y ordena su destrucción.

    • 754: El emperador Constantino V convoca el (¡autoproclamado ecuménico!) Concilio de Hieria que respalda la posición iconoclasta. Tuvo 338 firmantes.

    • 780: La Emperatriz Irene anula la orden de León.

    • 787: El Emperador Constantino VI (en realidad, la Emperatriz Irene) convoca Nicea II, que respalda la posición iconódula. Tuvo 263 firmantes.

    • 794: Carlomagno convoca el Concilio de Fráncfort y toma una postura mediadora entre la posición iconoclasta y la iconódula (cf. Libri Carolini). Fue un concilio bastante grande con un número desconocido de firmantes.

    • 813: El Emperador León V restaura la posición iconoclasta.

    • 843: La Emperatriz Teodora restaura la posición iconódula, lo que da paso al “Triunfo de la Ortodoxia” y se convierte en el punto de vista “tradicional” de la “Iglesia” desde entonces.

     

    Para los que han estado haciendo la cuenta, el debate duró unos 120 años, en los que la posición iconódula fue la posición “oficial” durante sólo 30 años. Además, el Concilio de Hieria —que se tomó como la continuación de los seis concilios ecuménicos previos y el séptimo concilio ecuménico por derecho propio— fue mayor en número que el Concilio Nicea II con 75 firmantes. Por desgracia, no sabemos cuántas personas estaban presentes en el Concilio de Fráncfort pero fue, con toda seguridad, un concilio bastante grande que representó a gran parte del Cristianismo de Occidente. También es significativo el hecho de que los Concilios de Hieria y de Fráncfort fueron convocados tanto en Oriente como en Occidente y ambos se opusieron a la posición oficial de Nicea II (aunque con desacuerdos entre sí).

    4. Conclusión
     

    ¿Qué puede enseñarnos la jurisprudencia religiosa judía acerca de Nicea II? Me gustaría hacer tres sugerencias.

    En primer lugar, y desde un punto de vista general, deberíamos adoptar un enfoque conservador acerca de los concilios ecuménicos. Esto es uno de los puntos débiles del protestantismo en general, y el movimiento evangélico en particular: No aprendemos lecciones de la historia y, por lo tanto, estamos condenados a repetir sus errores (y herejías). Creo que, en general, necesitamos tener mucho más respeto hacia la historia del que hemos tenido hasta ahora. Obviamente no estoy diciendo que debemos considerar los concilios tan autoritativos como las Escrituras, sino que nuestra práctica habitual de ignorarlos o descartarlos por completo, u oponerlos a una posición de Sola Scriptura, es imprudente, en el mejor de los casos, y arrogante en el peor.
     
    En segundo lugar, creo que tenemos un buen argumento para no contar Nicea II entre los “concilios ecuménicos” de la Iglesia. En el s. VIII hubo otros dos concilios (¡autoproclamados ecuménicos!) de mayor número que Nicea II, uno en el este y otro en el oeste. Nicea II afirma haber anulado el Concilio de Hieria, pero no reunió las condiciones necesarias para hacerlo según m. Eduyot 1:5, ya que fue poco numeroso. Y, quién sabe si el Concilio de Fráncfort tuvo más firmantes que Nicea II, lo que podría anularlo. Además, desde el s. XVI, los protestantes han denunciado Nicea II, añadiendo así más “firmantes” no oficiales en contra de dicho concilio. Aunque los protestantes nunca nos hemos reunido para denunciar Nicea II de forma ecuménica, no hay que descartar nuestros números enormes.[3]
     
    En tercer lugar, y quizá para sorpresa de algunos lectores, no defiendo (al menos no en este momento) que Nicea II debiera ser anulado por completo. Parte del fracaso de los protestantes (y de los cristianos occidentales en general) ha sido su incapacidad (¿o su denegación?) de comprender las sutilezas que ofreció el texto griego de Nicea II: Una diferencia entre veneración y honor por un lado, y adoración por el otro. La mayoría del resto de ataques que recibe de los occidentales también tiene respuestas sutiles y bien articuladas. Además, aunque los Concilios de Hieria y de Fráncfort se opusieron a Nicea II, tampoco estaban de acuerdo entre sí: Hieria era estrictamente iconoclasta, mientras que Fráncfort adoptó la postura tradicional gregoriana de mantener el arte religioso, pero sólo con fines de educación religiosa e inspiración. Así que, en realidad tenemos tres concilios (autoproclamados ecuménicos) que defienden tres posiciones diferentes. Lo que hace falta, por consiguiente, es más dialogo sobre el tema y que todas las tradiciones se sometan a sí mismas a la Palabra de Dios.
     

    [1] Para un debate general, cf. Nathaniel Helfgot, “Minority Opinions and their Role in Hora’ah” Milin Havivin 4 (2010): 36-60
    [2] La reflexión judía posterior identificaría la “sabiduría” con el liderazgo y el “número” con los discípulos.
    [3] Cabe preguntarse si Nicea II habría triunfado de no haber contado con el apoyo del gobierno y la presión política.

    Me gustaría agradecer a Trini Bernal por su ayuda en traducir este artículo al español. Lo he modificado ligeramente, así que los errores son míos.

     
     
     

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      Los Credos apostólico, niceno-constantinopolitano y de Atanasio: textos originales y traducciones

      Puede ser difícil encontrar traducciones responsables y fieles a los Credos apostólico, niceno-constantinopolitano y de Atanasio, por no el mencionar encontrarlos en sus idiomas originales. Por tanto, en este artículo se incluyen estos tres Credos —tan básicos para la fe cristiana— tanto en sus idiomas originales como en español. Las traducciones españolas y el latín de los Credos apostólico y de Atanasio vienen de Heinrich Denzinger y Peter Hünermann, El magisterio de la Iglesia: Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, 38ª edición (Barcelona, España: Herder, 1999), *30, *75 y *150 (con algunos cambios ligeros). El texto del griego y del latín del Credo niceno-constantinopolitano viene de Norman Tanner y Giuseppe Alberigo, Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1 (Georgetown University Press, 1990), 24. Sin embargo, aparte de algunos errores en Denzinger y Hünermann, la puntuación y algunas pequeñas diferencias, los textos originales son iguales. El Credo apostólico es un poco especial, porque ha sufrido algunos pequeños cambios entre los testimonios más antiguos que tenemos del s. II y la forma estándar del s. XVI. Sin embargo, la forma estándar se remonta a la Edad Media, y hemos usado el Orden bautismal romano del s. IX como texto básico. Se han marcado algunas variantes en las notas de pie de página.

      Credo apostólico

      Latín original:
       

      Credo in Deum Patrem omnipotentem, Creatorem caeli et terrae. Et in Iesum Christum, Filium eius unicum, Dominum nostrum, qui conceptus est de Spiritu Sancto, natus ex Maria Virgine, passus sub Pontio Pilato, crucifixus, mortuus, et sepultus, descendit ad inferna,[1] tertia die resurrexit[2] a mortuis, ascendit ad caelos, sedet[3] ad dexteram Dei Patris omnipotentis, inde venturus est[4] iudicare vivos et mortuos. Credo in Spiritum Sanctum, [5] sanctam Ecclesiam catholicam, sanctorum communionem, remissionem peccatorum, carnis resurrectionem, [6] vitam aeternam.

      Traducción:
       

      Creo en Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, su Hijo único, Señor nuestro, que fue concebido del Espíritu Santo, nació de María virgen, padeció bajo Poncio Pilato, [fue] crucificado, murió y [fue] sepultado, bajó a los muertos, al tercer día resucitó de los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, de allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo también en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.

      Credo niceno-constantinopolitano
       

      Griego original:

      Πιστεύομεν εἰς ἕνα θεὸν πατέρα παντοκράτορα, ποιητὴν οὐρανοῦ καὶ γῆς ὁρατῶν τε πάντων καὶ ἀοράτων· καὶ εἰς ἕνα κύριον Ἰησοῦν Χριστὸν τὸν υἱὸν τοῦ θεοῦ τὸν μονογενῆ, τὸν ἐκ τοῦ πατρὸς γεννηθέντα πρὸ πάντων τῶν αἰώνων, φῶς ἐκ φωτός, θεὸν ἀληθινὸν ἐκ θεοῦ ἀληθινοῦ, γεννηθέντα οὐ ποιηθέντα, ὁμοούσιον τῷ πατρί, δι’ οὗ τὰ πάντα ἐγένετο, τὸν δι’ ἡμᾶς τοὺς ἀνθρώπους καὶ διὰ τὴν ἡμετέραν σωτηρίαν κατελθόντα ἐκ τῶν οὐρανῶν καὶ σαρκωθέντα ἐκ πνεύματος ἁγίου καὶ Μαρίας τῆς παρθένου καὶ ἐνανθρωπήσαντα σταυρωθέντα τε ὑπὲρ ἡμῶν ἐπὶ Ποντίου Πιλάτου καὶ παθόντα καὶ ταφέντα καὶ ἀναστάντα τῇ τρίτῃ ἡμέρᾳ κατὰ τὰς γραφὰς καὶ ἀνελθόντα εἰς τοὺς οὐρανοὺς καὶ καθεζόμενον ἐν δεξιᾷ τοῦ πατρὸς καὶ πάλιν ἐρχόμενον μετὰ δόξης κρῖναι ζῶντας καὶ νεκρούς, οὗ τῆς βασιλείας οὐκ ἔσται τέλος· καὶ εἰς τὸ πνεῦμα τὸ ἅγιον, τὸ κύριον καὶ ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ πατρὸς ἐκπορευόμενον, τὸ σὺν πατρὶ καὶ υἱῷ συμπροσκυνούμενον καὶ συνδοξαζόμενον, τὸ λαλῆσαν διὰ τῶν προφητῶν· εἰς μίαν ἁγίαν καθολικὴν καὶ ἀποστολικὴν ἐκκλησίαν· ὁμολογοῦμεν ἕν βάπτισμα εἰς ἄφεσιν ἁμαρτιῶν· προσδοκῶμεν ἀνάστασιν νεκρῶν καὶ ζωὴν τοῦ μέλλοντος αἰῶνος. ἀμήν.
       
      Latín original:
       
      Credimus in unum deum patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium; et in unum dominum Iesum Christum filium dei unigenitum, ex patre natum ante omnia saecula, deum ex deo, lumen ex lumine, deum verum ex deo vero, natum non factum, omousion patri, hoc est eiusdem cum patre substantiae,[7] per quem omnia facta sunt, qui propter nos homines et nostram salutem descendit et incarnatus est de spiritu sancto et Maria virgine humanatus est et crucifixus pro nobis est sub Pontio Pilato et sepultus et tertia die resurrexit et ascendit in caelis et sedit ad dexteram patris et iterum venturus cum gloria iudicare vivos et mortuos, cuius regni non erit finis; et in spiritum sanctum, dominum et vivificatorem, ex patre procedentem, cum patre et filio coadorandum et conglorificandum, qui locutus est per prophetas; in unam catholicam et apostolicam ecclesiam; confitemur unum baptisma in remissionem peccatorum et expectamus resurrectionem mortuorum et vitam futuri saeculi. amen.
       
      Traducción del griego:
       

      Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre,[8] por quien todo fue hecho; por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Por nuestra causa fue crucificado bajo Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Y en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados y esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

      Credo de Atanasio
       

      Latín original:

      Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est, ut teneat catholicam fidem: quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit.

      Fides autem catholica haec est, ut unum Deum in Trinitate, et Trinitatem in unitate veneremur, neque confudentes personas, neque substantiam separantes: alia est enim persona Patris, alis [persona] Filii, alia [persona] Spiritus Sancti; sed Patris et Filii et Spiritus Sancti una est divinitas, aequalis gloria, coaeterna maiestas.
      Qualis Pater, talis Filius, talis [et] Spiritus Sanctus: increatus Pater, increatus Filius, increatus Spiritus Sanctus; immensus Pater, immensus Filius, immensus Spiritus Sanctus; aeternus Pater, aeternus Filius, aeternus Spiritus Sacntus; et tamen non tres aeterni, sed unus aeternus; sicut non tres increati nec tres immensi, sed unus increatus et unus immensus. Similiter omnipotens Pater, omnipotens Filius, omnipotens Spiritus Sanctus; et tamen non tres omnipotentes, sed unus omnipotens. Ita Deus Pater, Deus Filius, Deus Spiritus Sanctus; et tamen non tres Dii, sed unus Deus. Ita Dominus Pater, Dominus Filius, Dominus Spiritus Sanctus; et tamen non tres Domini, sed unus est Dominus: quia, sicut singillatim unamquamque personam [et] Deum ac Dominum confiteri christiana veritate compellimur, ita tres Deos aut Dominos dicere catholica religione prohibemur.

      Pater a nullo est factus nec creatus nec genitus; Filius a Patre solo est, non factus nec creatus, sed genitus; Spiritus Sanctus a Patre et Filio, non factus nec creatus nec genitus, sed procedens. Unus ergo Pater, non tres Patres; unus Filius, non tres Filii; unus Spiritus Sanctus, non tres Spiritus Sancti. Et in hac Trinitate nihil prius aut posterius, nihil maius aut minus, sed totae tres personae coaeternae sibi sunt et coaequales. Ita ut per omnia, sicut iam supra dictum est, et unitas in Trinitate et Trinitas in unitate veneranda sit. Qui vult ergo salvus esse, ita de Trinitate sentiat.

      Sed necessarium est ad aeternam salutem, ut incarnationem quoque Domini nostri Iesu Christi fideliter credat. Est ergo fides recta, ut credamus et confiteamur, quia Dominus noster Iesus Christus Dei Filius [et] Deus [pariter] et homo est: Deus est ex substantia Patris ante saecula genitus, et homo est ex substantia matris in saeculo natus; perfectus Deus, perfectus homo ex anima rationali et humana carne subsistens; aequalis Patri secundum divinitatem, minor Patre secundum humanitatem; qui, licet Deus sit et homo, non duo tamen, sed unus est Christus; unus autem non conversione divinitatis in carnem, sed assumptione humanitatis in Deum; unus omnino, non confusione substantiae, sed unitate personae. Nam sicut anima rationalis et caro unus est homo, ita Deus et homo unus est Christus. Qui passus est pro salute nostra, descendit ad inferos, tertia die resurrexit a mortuis, ascendit ad caelos, sedet ad dexteram Patris, inde venturus est iudicare vivos et mortuos. Ad cuius adventum omnes homines resurgere habent cum corporibus suis, et reddituri sunt de factis propriis rationem; et qui bona egerunt, ibunt in vitam aeternam, qui vero mala, in ignem aeternum.

      Haec est fides catholica: quam nisi quisque fideliter firmiterque crediderit, salvus esse non poterit.
       
      Traducción:
       

      Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica: y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.

      Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la [persona] del Hijo y otra la [persona] del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad.
       

      Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno; como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así [es] Dios el Padre, Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo; y, sin embargo, no tres dioses, sino un solo Dios. Así, [es] Señor el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espíritu Santo; y, sin embargo, no tres Señores, sino un solo es Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular, así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores.

      El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado; el Hijo es sólo del Padre, no hecho ni creado sino engendrado; el Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no hecho ni creado ni engendrado, sino que procede. Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos. Y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.

      Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es, pues, fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es [igualmente] Dios y hombre; es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la sustancia de la madre en el tiempo; perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad. Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo; y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo. El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. A su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos; y los que hicieron el bien, irán a la vida eterna; los que, en cambio, el mal, al fuego eterno.
       

      Esta es la fe católica: todo el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse.

      [1] ad infernos: el Catecismo Romano (1564) y el Brevario Romano (1568) tienen “inferos”. Denzinger y Hünermann lo tradujó como “infiernos”, pero lo he cambiado a “muertos”.
      [2] resurrexit: Dicta Abbatis tiene “surrexit”.
      [3] sedet: Dicta Abbatis tiene “sedit”.
      [4] est: Dicta Abbatis y el Salterio latino-griego “papae Gregorii” omiten “est”.
      [5] El Catecismo Romano añade aquí la palabra “Credo”.
      [6] El Antiguo ordo romano (s. X) añade aquí la palabra “et”.
      [7] “hoc est […] substantiae”: adición latina al texto griego.
      [8] La versión latina añade aquí la frase “hoc est, eiusdem cum patre substantiae” (“es decir, de la misma substancia con el Padre”).

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        La tradición reformada y la escatología: el amileniarismo no es la única opción

        I. Introducción

        Como observador ocasional de los comentarios de varios pastores y teólogos reformados de habla hispana sobre la escatología, me parece interesante que haya tanta afición por la postura amileniarista. De hecho, algunos de estos líderes insisten que el amileniarismo es “la” postura reformada, y que si uno no mantiene dicha postura entonces no es reformado “de verdad”. No sé por qué es así, pero a lo mejor es porque algunos creen que la única otra opción que les queda es la del dispensacionalismo histórico —que dice que Dios cumplirá sus promesas hechas a Israel en el milenio, con el templo y los sacrificios restaurados como antes— y que dicha postura no les gusta. (Por cierto, si yo pensara que fueran las únicas dos opciones de las cuales escoger, igual preferiría el amileniarismo.)
         
        Sea cual sea la razón, me gustaría responder a esta tendencia y proponer que los reformados no debemos pensar que el amileniarismo es la única opción escatológica verdaderamente reformada, ni mucho menos exigir que sea “la” postura reformada. He fraseado mi argumento así a propósito. En este momento no voy a argumentar —es decir, ofrecer argumentos desde una perspectiva exegética y sistemática, es decir, bíblica— ni a favor del premileniarismo o del posmileniariasmo, ni en contra del amileniarismo. Creo que cada postura tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y sinceramente no lo tengo muy claro qué postura es la correcta (o por lo menos más correcta que las otras). Además, igual que los judíos no adivinaron bien la primera venida del Mesías, también creo que es difícil pensar que los cristianos adivinamos bien la segunda. Por tanto, el propósito de este artículo no es persuadir a los lectores a creer en alguna postura, sino retarles a dejar de insistir que, si uno es reformado, también tiene que ser amileniarista. Para tal fin, voy a usar tres argumentos históricos de la Iglesia primitiva y pos reformada.
         
        II. Tres argumentos históricos
         

        Los tres argumentos que me gustaría compartir son las siguientes: 1) que los grandes credos históricos no especificaron una postura escatológica, 2) que en la Iglesia primitiva muchos no eran amileniaristas sino premileniaristas y 3) que muchos de los autores de las confesiones reformadas del s. XVII no eran amileniaristas sino mileniaristas. Imagino que estas afirmaciones pueden chocar a muchos lectores del campo reformado, pero les aseguro que están basadas en hechos bien documentados por expertos de toda banda escatológica.

        II.1. Los grandes credos históricos no especificaron una postura escatológica[1]
         
        Aquí vamos a echar un vistazo a tres de los credos más importantes de la Iglesia primitiva, a saber: el apostólico, el niceno constantinopolitano y el atanasio. En los siguientes textos he subrayado todas las frases que hablan de la escatología. Los lectores deben notar en seguida que dichas frases son escasísimas.[2]
         

        Credo apostólico:

        Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra. Y en Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor, que fue concebido por el Espíritu Santo, nació de la Virgen María, padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos: al tercer día resucitó de entre los muertos, ascendió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso: desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna. Amén.
         
        Credo niceno constantinopolitano:
         

        Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre; por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras y subió al cielo; y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas. En una Iglesia santa, católica y apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

        Credo atanasio:
         

        Quienquiera desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe Católica: quien no la observare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente. Esta es la Fe Católica: que veneramos a un Dios en la Trinidad y a la Trinidad en unidad. Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias. Porque otra es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo: Pero la divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad. Como el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres eternos, sino uno eterno. Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente. Como es Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres dioses, sino un Dios. Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es Señor el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres señores sino un Señor. Porque, así como la verdad cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la religión católica nos prohíbe decir que son tres Dioses o Señores. Al Padre nadie lo hizo: ni lo creó, ni lo engendró. El Hijo es sólo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo: no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente de ellos. Por tanto, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada es primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas las tres personas son coeternas y coiguales las unas para con las otras. Así, para que la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad sea venerada por todo, como se dijo antes. Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad. Pero, para la salud eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es pues fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios de la substancia del Padre, engendrado antes de los siglos, y es hombre de la substancia de la madre, nacido en el tiempo. Dios perfecto, hombre perfecto: con alma racional y carne humana. Igual al Padre, según la divinidad; menor que el Padre, según la humanidad. Aunque Dios y hombre, Cristo no es dos, sino uno. Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por Dios. Completamente uno, no por mezcla de las substancias, sino por unidad de la persona. Porque, como el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y hombre son un Cristo. Que padeció por nuestra salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Ascendió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente; de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos. A su venida, todos los hombres tendrán que resucitar con sus propios cuerpos, y tendrán que dar cuenta de sus propios actos. Los que actuaron bien irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno. Esta es la fe católica, quien no la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse. Amén.

        Hay mucho que se podría decir de estos textos, pero la razón principal por la cual los he incluido es para hacer hincapié en el hecho de que ninguno defiende una postura escatológica. Más bien, se centran en cuatro hechos básicos y fundamentales: 1) Cristo volverá, 2) todos resucitaremos, 3) todos seremos juzgados justamente y 4) viviremos para siempre. Si la Iglesia primitiva no desarrolló más su postura sobre la escatología, ¿por qué debemos hacerlo nosotros? Puedo imaginar ciertas circunstancias en las que sí que lo debemos hacer, pero ¿hemos entrado en una etapa de nuestra historia como Iglesia en la que es necesario especificar a nivel oficial y ecuménico nuestra postura sobre la escatología? Yo creo que no.
         
        II.2. En la Iglesia primitiva muchos no eran amileniaristas sino premileniaristas
         

        Imagino que esto va a ser un shock para muchos lectores de trasfondo reformado, pero es un hecho muy bien documentado que la postura escatológica más antigua —con el primer testimonio pos neotestamentario datando en el s. I— es el premileniarismo, y que además es la única postura de la cual tenemos evidencia hasta finales del s. II o principios del s. III. A partir de ahí encontramos las dos posturas juntas en la Iglesia hasta el s. V cuando Agustín cambió su postura del premilenialismo al amilenialismo afectando así a la trayectoria de la Iglesia hasta el s. XVII.

        Si nos centramos solo en la evidencia de los ss. I-II, vemos que muchos de los pastores y teólogos más importantes eran premileniaristas. Esta es una lista de cinco de ellos con sus referencias: Papio[3] (cf. Eusebio, Historia 3:39:11-13), el autor de Bernabé (cap. 15), Justino Mártir (Diálogo 80-81), Ireneo (Contra las herejías 5:32-36) y Tertuliano (Contra Marción 3:25). Si avanzamos en el tiempo hasta los ss. III-IV, vemos que Jerónimo menciona otros autores como Apolinario, Victorino de Petau y Lactantio (cf. Jerónimo, De viris il. 18; Com. Ezeq. 11:36:1; Com. Is. prefacio 18;) y que Eusebio de Cesarea dice que muchos escritores eclesiásticos mantenían la misma opinión que Papio (Historia 3:39:13). En otras palabras, el premileniarismo estaba bien representado en estos siglos también. Se podrían citar más autores, pero creo que estos demuestran suficientemente que el premileniarismo era una postura con mucho tirón en la Iglesia primitiva.
         
        Obviamente había defensores del amileniarismo, como por ejemplo Clemente de Alejandría, Orígenes, Eusebio de Cesarea y Agustín (tardío), pero que yo sepa no tenemos evidencia de ningún amileniarista hasta finales del s. II o inicios del s. III.
         
        Por lo tanto, si es verdad que el premileniarismo es una postura histórica, y si la tradición reformada es un intento de “reformar” la Iglesia católica para volver a la verdadera tradición de la Iglesia, ¿por qué no incluir el premileniarismo como una postura válida dentro del campo reformado? Por decirlo de otra manera: para los que quieren insistir en que el amileniarismo es “la” postura reformada, ¿están dispuestos a afirmar que gente como Papio, Justino Mártir, Ireneo y Tertuliano no eran reformados “de verdad”? Creo que dicha afirmación sería increíble para todos.
         
        II.3. Muchos de los autores de las confesiones reformadas del s. XVII no eran amileniaristas sino mileniaristas
         

        Imagino de nuevo que esta noticia va a ser un shock para los lectores, pero es un hecho histórico ampliamente demostrado por varios expertos —amileniaristas y premileniaristas[4]— que muchos de los autores de las grandes confesiones reformadas del s. XVII, como la de Westminster y la segunda confesión bautista de Londres entre otros, no eran amileniaristas sino mileniaristas, lo cual es más parecido al pre o posmileniarismo que al amileniarismo. ¿Cómo surgió tanta influencia mileniarista? Durante la primera mitad del s. XVII dos hombres, el alemán Johann Heinrich Alsted y el inglés Joseph Mede, publicaron libros sobre la escatología que defendieron una postura mileniarista, y el impacto que tuvieron en el mundo reformado fue enorme, sobre todo durante segundo tercio del s. XVII.

        Esta es una lista muy incompleta de algunos mileniaristas influyentes: William Twisse (prolocutor de la asamblea de Westminster), Thomas Goodwin (miembro de la asemblea de Westminster), Jeremiah Burroughs (miembro de la asemblea de Westminster), John Milton, Isaac Newton, Nathaniel Holmes, Henry More, Wiliam Sherwin, Benjamin Keach (convocador de la asamblea general de bautistas en Londres en 1689) y Hansard Knollys (otro convocador de la asamblea general de bautistas en Londres en 1689).[5]
        Curiosamente, ni la Confesión de Westminster ni la de Londres especificaron su postura sobre la escatología con respecto al milenio. ¿Por qué? Sinceramente no lo sé, pero me gustaría pensar que no lo incluyeron porque lo veían como algo demasiado controvertido, cuya evidencia histórica no era suficientemente clara, y que era una doctrina de segundo o tercer nivel.
         
        III. Conclusión
         
        Me gustaría repetir que mi propósito en este artículo no ha sido el de persuadir a los lectores a creer en alguna postura escatológica, sino el de persuadirles a dejar de insistir que el amileniarismo es la única postura “verdaderamente reformada”. Desde una perspectiva histórica, tanto la Iglesia primitiva como la Iglesia pos reformada que escribió las confesiones reformadas clásicas tenía mucha gente no amileniarista. ¿Se puede defender el amileniarsimo desde una perspectiva bíblica? Sin duda, y los que lo quieren hacer tienen todo mi apoyo. ¿Hay apoyo histórico para ello? Por supuesto, y de nuevo tienen mi apoyo. Pero ¿debe ser la única postura permisible dentro del mundo reformado? De ninguna manera. Nunca lo ha sido, y tampoco lo debe ser hoy día.
         

        [1] Para este argumento, cf. Dayton Hartman, “Creedal Eschatology” (http://www.centerforbaptistrenewal.com/blog/2019/2/12/creedal-eschatology; accedido el 17 de abril, 2019).
        [2] Los textos vienen de Wikipedia (el credo atanasio se conoce también como el credo quicumque). Seguramente no son las mejores traducciones, pero tampoco es mi propósito en este momento ofrecer una nueva traducción de los textos. Lo importante es notar las pocas referencias a la escatología.
        [3] Es importante recordar que Papio era un discípulo de Juan, el posible autor del libro de Apocalipsis.
        [4] Cf., por ejemplo, Robert Clouse, “Millennialism in the Seventeenth Century,” Grace Journal 6 no. 1 (1965): 3-15; Jeffrey K. Jue, Heaven Upon Earth: Joseph Mede (1586–1638) and the Legacy of Millenarianism (Dordrecht, Holland: Springer, 2006).
        [5] Cf. Mal Couch (ed.), Dictionary of Premillennial Theology, s.v. Mede, Joseph; traducido al español: Diccionario de teología premilenarista(Editorial Portavoz, 2000); Clouse, “Millennialism,” 9; Benjamin Knollys, The World that Now is; and the World that is to Come (London, 1681), 29-30; A Complete Collection of State-Trials and Proceedings upon High-Treason, and other Crimes and Misdemeanours; from the Reign of King Richard II to the Reign of King George II, Vol. 2 (London, 1742), §66: The Trial of Benjamin Keach. Crawford Gribben ha hecho el argumento de que debemos abandonar la división tripartita de a, pre y posmileniarismo con respeto a la escatología de los puritanos del s. XVI; “The Eschatology of the Puritan Confessions,” SBET 20 no 1 (2002): 51-78.

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          El proyecto Plantinga: el argumento teleológico

          C. Stephen Evans, PhD, Yale University
          Profesor de filosofía y humanidades, Baylor University (Tejas, EE. UU.)

          1. Introducción

          A diferencia del argumento del ajuste fino del universo que vimos anteriormente, el argumento teleológico —también conocido como el argumento del diseño— tiene mucha más historia: se remonta hasta la antigüedad y cruza varias culturas, siendo bien atestiguado por autores como Platón, Aristóteles y Cicerón, entre otros. Además, es posible que por lo menos dos textos de la Biblia afirmen lo mismo: Salmo 19:1 dice «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» y Romanos 1:19-20 dice «porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (RV60).
           
          2. El argumento teleológico
           

          ¿Qué es el argumento teleológico? La palabra «teleológico» viene de una palabra griega que lleva la idea de «propósito» o «fin», y ese es el enfoque del argumento: por su orden, su lógica, sus leyes y su regularidad, el universo parece tener un propósito, y por tanto es lógico postular un dador de dicho propósito. El universo tiene tanto orden y tanta belleza —un “plus” que no es necesario para la supervivencia— que parece que fue diseñado así a propósito. ¿Cómo se puede explicar este diseño y belleza del universo? El teísta responde que el mundo y las realidades que contiene funcionan como señales que nos dan la sensación de que algo existe más allá de lo físico. Para poner un ejemplo, cuando los exploradores encuentran en el bosque bloques de piedra cuadrados que parecen haber sido arreglados para un propósito, concluyen que en algún momento en el pasado había allí seres humanos. Si ampliamos la ilustración de tal manera que los bloques abarcan todo el universo, debemos llegar a la misma conclusión: el universo tiene orden y belleza, y por tanto es lógico postular un diseñador: Dios.

          Sin embargo, no todos están convencidos. Hasta el s. XIX el argumento teleológico no tenía respuesta (hasta el escéptico David Hume reconoció su poder), pero gracias a la teoría de la evolución darwiniana y los hallazgos cosmológicos del s. XX, muchos ateos afirman que el “orden” del universo es simplemente “aparente”: ya tenemos explicaciones científicas para el “orden” que observamos y por tanto no hace falta suponer la teoría de un diseñador. Dicen que todo el universo ha progresado poco a poco como un todo, lo cual ha dado la impresión de que haya orden, pero realmente lo que observamos es el resultado de un “relojero ciego” (para usar la famosa frase de Richard Dawkins). Pero ¿por qué somos tan vulnerables para creer que hay agentes detrás de los fenómenos que observamos? Dicen los ateos que, en nuestra evolución humana, era necesario creer cosas así porque era necesario para la supervivencia: si uno veía que se movía un arbusto, le vendría bien para la supervivencia suponer que era un depredador que lo movía. El que huyó, viviría y pasaría su tendencia a huir a su descendencia; el que no, moriría y no pasaría su tendencia a no huir a la suya. Por tanto, suponer que hay un agente detrás del diseño aparente del universo no es nada más que una “resaca evolucionaria”.
           
          En respuesta, el teísta tiene dos opciones posibles. La primera es demostrar la falsedad de la evolución. Este contra argumento es difícil de montar, pero no imposible. La teoría de la evolución aun tiene huecos muy grandes que no ha podido explicar, como el comienzo de la vida, por dar un ejemplo famoso. Además, en 2016 la Sociedad Real de Inglaterra celebró una conferencia sobre “nuevas tendencias en la evolución biológica” en la cual muchos científicos dieron a conocer sus inquietudes respecto a la teoría de la evolución. De hecho, más de 1.000 científicos, médicos, astrónomos, etc., han firmado una petición diciendo que son “escépticos” acerca de la teoría de la evolución darwiniana (pincha aquí). La teoría de la evolución ya no disfruta de su infalibilidad como antes.
           
          La segunda es demostrar que el diseño aparente y el diseño verdadero no son mutuamente exclusivos, sino hechos complementarios. Este argumento es mucho más fácil de montar porque hace que la ciencia sea complementaria con el teísmo, y así socava por completo el argumento ateístico. El hecho de que entendemos cómo funciona el universo no implica la ausencia de un agente detrás de ello. Si Dios ha creado el universo, también ha creado todo lo que hay en ello, incluso las leyes que lo rigen. Volviendo a la ilustración de los exploradores, poder explicar que los bloques de piedra fueron cortados con herramientas, que llevan equis tiempo allí, que vienen de tal montaña, etc., no borra la necesidad de un agente que llevó a cabo la obra. De manera parecida, poder describir la gravedad, datar el universo, etc., no borra la necesidad de un agente que lo creó.
           
          3. Conclusión
           
          El argumento teleológico es un argumento que se puede trazar a través de una historia de miles de años en muchas culturas distintas y ha sido defendido por algunos de los filósofos y científicos más inteligentes de la historia del mundo. Algunos afirman que la ciencia ha “matado” a Dios, pero eso solo es posible si Dios y la ciencia están en guerra. Pero si Dios es quien creó la ciencia, entonces su creación no le puede matar. Hasta que alguien pueda postular un mejor contra argumento al diseño del universo, la conclusión más lógica a deducir es que hay un Diseñador.
           
           
           

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            El Proyecto Plantinga: el argumento ontológico

            Elizabeth Burns, PhD, Queens College (Cambridge)
            Lectora en Filosofía de la religión, Universidad de Londres

            1. Introducción

            El llamado argumento “ontológico” por la existencia de Dios tiene sus orígenes en Platón y se mantuvo vivo en la tradición platónica, aunque se suele asociar más con Anselmo de Canterbury (c. 1033-1109). Sea cual fuera la forma del argumento en la escuela platónica, Anselmo lo construyó así:
            • Hay un Ser mejor que cualquier cosa que podamos imaginar. Es decir, hay un Ser de grandeza máxima en todas las formas imaginables (omnisciencia, omnipotencia, perfección moral, etc.)

            • Si este Ser solo existiera como idea en la mente, sería inferior al que sería si existiera de verdad.

            • Dicho estado sería una deficiencia en este Ser, y por tanto sería una contradicción en la definición misma: existir de verdad sería más apropiado para este Ser de grandeza máxima.

            • Por tanto, este Ser existe (= Dios).

            2. El debate
             
            Algunos de los mejores y más brillantes filósofos han interactuado con este argumento a lo largo del tiempo, y sus reacciones han variado de la aceptación total como un argumento aplastante, al rechazo total como un simple “juego de palabras”. Pero en los años 70, Alvin Plantinga defendió y modificó el argumento, y al juicio de muchos, lo reforzó considerablemente. Su versión del argumento es así:
            • Es posible imaginar un mundo donde es posible que exista un Ser de grandeza máxima, no solamente como idea sino de verdad.

            • Si este Ser de grandeza máxima puede existir, y existe de verdad, en un mundo posible, entonces tiene que existir en todos los mundos posibles, incluido el nuestro. Tiene que ser así porque un Ser de grandeza máxima tiene que existir, no solamente en un mundo posible, sino en todos.

            • Por tanto, un Ser de grandeza máxima existe en nuestro mundo (= Dios).

            • [Para resumir su argumento con una afirmación negativa: No existe un mundo imaginario en el cual no se puede imaginar un Ser de grandeza máxima.]

            Sin embargo, este argumento no ha estado exento de críticas. William Rowe (Profesor de la filosofía de la religión, Purdue University) ha objetado que el argumento de Plantinga es una “petición de principio”, pues da por sentado precisamente lo que afirma comprobar: da por sentado que puede existir un Ser de grandeza máxima para comprobar que dicho Ser existe de verdad. Plantinga respondió que la premisa de que un Ser de grandeza máxima podría existir no es ilógica y tampoco va en contra de la lógica, y afirma que solo ha establecido la racionalidad del argumento, y no necesariamente su veracidad. (Como inciso, me gustaría añadir que se puede responder de manera parecida a la crítica de Rowe: dar por sentado que un Ser de grandeza máxima no podría existir también es una “petición de principio”.)
             
            3. “Grados” y la grandeza máxima
             

            Elizabeth Burns cree que Plantinga ha cedido demasiado y ha intentado reforzar su argumento. Apoyándose en la obra de Iris Murdoch, Burns hace un argumento a favor de la realidad de la Excelencia máxima (= Dios) basado en la ubiquidad de grados. Nuestras mentes con capaces de ascender y descender por una escala de grados de excelencia mayores y menores, respectivamente. Dicha capacidad implica que existe una Excelencia máxima, pues es el estándar por el cual se miden dichos grados mayores y menores. Por ejemplo, si tenemos delante de nosotros cinco personas, somos capaces de ponerlas en orden según sus grados de justicia, porque tenemos una idea de la “justicia máxima” por la cual la podemos medir. Se pueden aplicar ejemplos parecidos a varias cualidades, incluida la de ser, y por tanto existe un Ser de “ser máximo”. Burns vuelve al argumento original de Plantinga y lo expande así (lo he alterado y abreviado ligeramente):

            • Es posible que exista una Excelencia máxima en un mundo posible.

            • La Excelencia máxima existe de verdad en cualquier mundo que tenga grados de excelencia.

            • Sí que existen grados de excelencia en nuestro mundo.

            • Por tanto, la Excelencia máxima existe en nuestro mundo.

            4. Conclusión

            El argumento ontológico es difícil de entender —y criticar— porque parece que la afirmación de una posibilidad conlleva su veracidad de manera necesaria, algo que no tiene ningún paralelismo fuera del lenguaje acerca de Dios. Sin embargo, como ha dicho Plantinga, como mínimo este argumento apoya la racionalidad de creer en un Ser de grandeza máxima en todo (omnisciencia, omnipotencia, perfección moral, etc.). Además, si Elizabeth Burns está en lo cierto, el fenómeno de grados es otro argumento que refuerza el argumento de Plantinga. Sea lo que sea, tanto teístas como ateístas deben tomar en serio el argumento ontológico por la existencia de Dios.

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              El proyecto Plantinga: El ajuste fino del universo

              1. Introducción

              Hoy comenzamos una nueva serie en Casa Reina y Valera que se llama “Argumentos a favor de la existencia de Dios: el proyecto Plantinga”. Como ya saben los filósofos, Alvin Plantinga ha sido clave en lo que se refiere al “renacimiento teístico” dentro de la comunidad filosófica. En 1986, dio una conferencia titulada “(Unas) dos docenas de argumentos teísticos”, en la que perfiló de manera resumida unas dos decenas de argumentos a favor del teísmo. En 2018, un grupo de expertos desarrolló cada uno de los argumentos y los publicó en el libro (inglés) «Two Dozen (or so) Arguments for God: The Plantinga Project» (Oxford University Press).
               
              Los argumentos del libro son de tal amplitud y profundidad, que me imagino que la mayoría de los lectores —yo incluido— se encontrarán perdidos de vez en cuando. Por tanto, el propósito de esta serie es el de resumir y hacer accesibles algunos de los mejores (¡y más entendibles!) argumentos a favor del teísmo, presentándolos así al mundo de habla hispana. De vez en cuando complementaré la materia de los distintos capítulos con mis propias reflexiones y explicaciones, pero lo demás viene de los capítulos mismos.

              Robin Collins, PhD en filosofía (Notre Dame, IN, EEUU)
               

              Profesor distinguido de filosofía, Messiah College (PA, EEUU)

              2. El argumento del ajuste fino del universo

              El primer argumento teístico en nuestra serie es el argumento del ajuste fino del universo, explicado y desarrollado por el Dr. Robin Collins. El argumento del ajuste fino, también conocido como el argumento del ajuste fino antrópico, afirma que la probabilidad estadística que nuestro universo exista tal como existe —con sus leyes físicas y naturales, y con su capacidad de soportar la vida— es 1 en 10 elevado a 120. Es decir, que las distintas leyes físicas y naturales que componen nuestro universo son tan finamente ajustadas que, si una variara incluso un poquito, no podría existir nuestro universo: se habría expandido o colapsado demasiado rápido como para formarse. Para dar una idea de cuán improbable es nuestro universo, la probabilidad de que exista tal como existe es 1 en 100,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,
              000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,
              000,000,000,000,000,000,000. Además, la distribución inicial de masa-energía en el universo (es decir, el Big Bang) tendría que haber sido aun más precisa, siendo estimado a 1 en 10 elevado a 10 elevado a 123, un número tan incomprensiblemente grande que dudo que una representación visual nos podría ayudar a apreciar su magnitud.
               
              La improbabilidad estadística de nuestro universo ha convencido a muchos científicos y filósofos de que nuestro universo no está aquí por casualidad, sino que solo se puede explicar recurriendo a un creador incomprensiblemente poderoso e inteligente: Dios. Hay que recordar que dicha evidencia científica es relativamente nueva, y que por tanto el argumento teístico que se basa en ello también es nuevo. Sin embargo, ha convencido de su valor a muchos expertos de varias disciplinas.
               
              Pero no todos están convencidos, y se han levantado dos contra argumentos. El primero es simplemente afirmar que debemos aceptar la improbabilidad estadística como lo que es: un dato crudo. Las cosas ocurrieron cómo ocurrieron, sea cual sea la improbabilidad. No hace falta sacar ninguna “conclusión teística” de estos números porque no implican nada; simplemente son lo que son.
               
              En respuesta a dicho argumento, no creo que haga falta otro argumento nuevo, sino insistir que, desde la perspectiva de las estadísticas, la afirmación de que nuestro universo está aquí por el destino ciego es increíble. Quizás una ilustración nos podría ayudar. Se estima que el número de átomos en el universo es 10 elevado a 80, y digamos que cada átomo representa una posible forma de cómo se podría haber creado el universo. Si cada átomo en el universo representara una posible forma en que se podría haber formado nuestro universo, y si todos —menos uno— condujeran a un universo que no podría soportar la vida, ¿debemos aceptar como un “dato crudo” que el átomo que fue escogido a ciegas fue el único que podría crear un universo capaz de soportar la vida? ¿Quién podría creer esto? (Por cierto, para que la ilustración se ajustara más a la realidad tendríamos que aumentar el número de átomos en el universo por 10 elevado a 40.)
               
              El segundo contra argumento es la teoría del multiverso. Los que proponen dicha teoría afirman que la razón por la que la probabilidad parece tan pequeña es porque la ecuación solo toma en cuanta nuestro universo. Pero ¿qué pasa si existen múltiples universos —quizá 10 elevado a 120 o incluso un número infinito— que no soportan la vida, que son caóticos, etc., y que “por casualidad” estamos viviendo en el único que sí soporta la vida? Esto significaría que todos los posibles universos realmente existen, y que vivimos en uno de ellos, que es el mejor. Se combina esta teoría con lo que se llama el “principio antrópico”, que afirma que podemos observar que el universo tiene orden y es “amable” con la vida precisamente porque solo un universo que tiene orden y que es “amable” con la vida podría producir seres que lo podrían observar.
               
              Creo que hay dos respuestas a este contra argumento. Primero, no existe ninguna evidencia empírica en absoluto de que existan otros universos aparte del nuestro, y tampoco existe justificación filosófica para suponer dichos universos aparte de la de evitar la aparente implicación de que nuestro universo es “especial”, es decir, que tiene diseño y propósito, y que por tanto implica un creador.
               
              Segundo, si los que proponen el multiverso están dispuestos a creer en esta casualidad tan increíble, me parece lógico que deben estar más dispuestos a creer en otras teorías del universo mucho más creíbles. Por ejemplo, según la hipótesis del cerebro de Boltzmann, es muchísimo más probable que el universo (y toda la realidad) sea la proyección de una sola mente desencarnada que se ha creado por casualidad y brevemente debido a un flujo puntual en un mar de caos, que existan múltiples mentes encarnadas dentro de un verdadero universo físico. Es decir, si uno está dispuesto a aceptar la increíble imposibilidad estadística de que nuestro universo existe por casualidad, entonces debe estar muchísimo más dispuesto a aceptar que el universo físico realmente no existe, y que todo es simplemente la proyección de una mente desencarnada. Hablando estrictamente desde la perspectiva de las estadísticas, los que proponen de la hipótesis del cerebro de Boltzmann son mucho más lógicos que los del multiverso.
               
              3. Conclusión

              Hay que insistir en que nuestro entendimiento del universo aun está en las etapas principales, y que no sería prudente basar todo el caso teístico en nuestro entendimiento científico actual del universo. Sin embargo, lo que sí parece cierto es que nuestro universo es increíblemente improbable —1 en 10 elevado a 120 improbable— y que dicho dato pide una explicación. Evocar la teoría del multiverso sin ninguna evidencia empírica parece demostrar la presuposición ateística de los que lo proponen, más que ofrecer argumentos científicos y filosóficos satisfactorios por la existencia de nuestro universo. Hasta que haya más evidencia en su contra, el argumento del ajuste fino del universo es un buen argumento a favor del teísmo.
               
              PD: Robin Collins ha avanzado el argumento en su capítulo, pero es bastante técnico y difícil de entender. Sin embargo, los que están interesados en el argumento del ajuste fino del universo y que pueden leer el inglés (y que son filósofos/científicos) lo deben leer.

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                El Proyecto Plantinga: El argumento cosmológico kalam

                El Proyecto Plantinga: El argumento cosmológico kalam

                William Lane Craig, PhD, Universidad de Birmingham y Universidad de Múnich

                Profesor de Filosofía, Talbot Escuela de Teología, Universidad Bautista de Houston (EEUU)

                1. Introducción

                El argumento cosmológico kalamkalam significa “palabra” o “discurso” en árabe— ha tenido una historia interesante. Aunque está estrechamente relacionado con el argumento cosmológico, y por tanto sus raíces se remontan hasta la antigüedad, fue formulado por primera vez por el teólogo musulmán al-Ghazali del s. XI-XII. Originalmente lo presentó así:
                • Cada entidad que tiene un comienzo tiene una causa por dicho comienzo.

                • El mundo es una entidad que tiene un comienzo.

                • Por tanto, tiene una causa por su comienzo.

                El argumento estuvo presente en Occidente durante los siguientes siglos, pero tenía mala fama durante la primera mitad del s. XX. Sin embargo, en 1979, William Lane Craig lo resucitó con la publicación de su primera tesis doctoral. Desde entonces, ha crecido su influencia y ha generado mucha discusión, tanto a favor como en contra.
                 
                2. El argumento cosmológico kalam en el s. XXI


                A la luz de los hallazgos científicos modernos, Craig ha actualizado la formulación original de al-Ghazali, y la ha modificado ligeramente también. Lo presenta así:

                • Si el universo empezara a existir, entonces el universo tiene una causa por su comienzo.

                • El universo empezó a existir.

                • Por tanto, el universo tiene una causa.

                Con respecto a la primera premisa, solo ha habido una posible objeción que está basada en un debate filosófico sobre la naturaleza del tiempo con respecto al pasado, presente y futuro. Para los interesados, pueden investigar el llamado “Teoría-A” y “Teoría-B” del tiempo, igual que los dos libros de Craig sobre el tema: The Tensed Theory of Time y The Tenseless Theory of Time. Por decirlo de una manera sencilla, no parece que haya una buena objeción a la primera premisa.

                La segunda premisa es el centro y foco del debate. Craig defiende la premisa con argumentos filosóficos y científicos. Su primer argumento filosófico es así:
                • Un infinito concreto no puede existir.

                • Un regreso temporal infinito de eventos es un infinito concreto.

                • Por tanto, un regreso temporal infinito de eventos no puede existir.

                Es importante ver que este argumento solo es aplicable a los infinitos “concretos” y no a los “teoréticos”, como los números, las series, etc. Por tanto, mientras que los científicos y filósofos puedan usar teorías que incluyen realidades infinitas —hasta realidades infinitas concretas—, dichas teorías nunca pueden actualizarse en nuestro mundo.
                 
                Presenta su segundo argumento filosófico así:
                • Una colección formada por la adición sucesiva no puede ser un infinito concreto.

                • La serie temporal de acontecimientos es una colección formada por la adición sucesiva.

                • Por tanto, la serie temporal de acontecimientos no puede ser un infinito concreto.

                Con estos dos argumentos, Craig ha demostrado que las realidades infinitas concretas no pueden existir, y que el tiempo, por su propia naturaleza, es una realidad concreta. Por tanto, el universo, que está compuesto por el tiempo y el espacio, no puede ser una entidad infinita. Al contrario, tanto el tiempo como el espacio tienen que ser finitos, confirmando así la premisa de que el universo empezó a existir.
                 
                En cuanto a la evidencia científica, tanto el teorema borde-Guth-Vilenkin como los argumentos expuestos por James Hartle y Stephen Hawking han demostrado que la concepción clásica del tiempo y del espacio no pueden extenderse hasta el pasado infinito, sino que tienen que alcanzar una barrera en algún momento en el pasado finito. Aunque Hawkins mismo postula una realidad de gravedad cuántica antes del universo que existía fuera del tiempo y que por tanto simplemente “es”, esa afirmación es difícil de defender: existía “antes” (¡!) del universo y de alguna manera es la “causa” del universo. También, es difícil de demostrar cómo esta realidad podría ser estática “desde siempre”, y luego cambiar de alguna manera para hacer existir al universo.
                 
                3. Conclusión
                 
                Craig ha presentado argumentos convincentes que apoyan sus dos premisas. Hasta que no haya evidencia en su contra, estamos obligados a concluir que el universo empezó a existir, lo cual exige necesariamente una causa. ¿Qué podría ser la causa? Los teístas postulan a Dios. ¿Qué postulan los ateos?
                 
                 
                 

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                  Prolegómenos a la historia de la Iglesia: comprensión de la filosofía, la religión y la cosmovisión

                  Los estudiantes de historia de la Iglesia se sienten distanciados del material que están estudiando, en parte, porque no comprenden el mundo en el que nació y creció el cristianismo. Ese mundo fue (principalmente) el Imperio romano.[1] El cristianismo se implicó en su cultura —llamada grecorromana debido a la fusión de las culturas griega (oriental) y romana (occidental)— resultando en una mutua influencia. El propósito de este ensayo es mostrar diez maneras en que la filosofía, la religión y la cosmovisión grecorromana influenciaron la teología cristiana. Espero que esto pueda ayudar a los estudiantes a entender mejor la historia de la Iglesia, especialmente la de los primeros 1.500 años.

                   

                  1. Hermenéutica. Para cuando el cristianismo apareció en el mundo antiguo, los griegos llevaban siglos interpretando textos antiguos, especialmente La Ilíada y La Odisea de Homero, y habían desarrollado tres formas básicas de interpretar textos difíciles de comprender: 1) Muchas personas comunes adoptaban un enfoque literal (o literalista). Por ejemplo, si Homero hablaba de dioses luchando unos con otros durante la guerra de Troya, creían que esto tenía que entenderse literalmente, i.e., que había dioses y que luchaban ente sí durante la guerra de Troya. 2) Los filósofos liberales tendían a ir al extremo opuesto del pueblo llano y rechazaban por completo los textos sagrados. Los consideraban ridículos e indignos de los dioses, por lo que se negaban a reconocer su autoridad. Después de todo, ¿por qué se iban a preocupar tanto por los asuntos humanos como para estar dispuestos a luchar entre sí? Así, rechazaron por completo la idea de los dioses y buscaron explicaciones naturales para todo. Estos son los antecedentes (al menos en parte) de los filósofos naturales, empezando por Tales de Mileto en el s. VI a. C. y continuando hasta nuestros días. 3) Los filósofos conservadores solían recurrir a la alegoría para explicar estos textos difíciles. Por ejemplo, ellos dirían que los textos que hablan de dioses peleando entre sí, en realidad hablaban del conflicto interno del hombre (i.e. psicología) o la “batalla” entre los cuatro elementos: fuego, aire, agua y tierra. Estas tres opciones hermenéuticas (especialmente la primera y la tercera) serán las principales de las que dispondrán los cristianos a la hora de interpretar el Antiguo Testamento.

                  2. Disputa entre poetas y filósofos. Hacia el final de su obra maestra La República, Platón hace referencia a “una antigua disputa entre la filosofía y la poesía” (Libro X, 607b). Básicamente, Platón se está refiriendo a la disputa entre razón (filosofía) y revelación (poesía), y cuál es más autoritativa: ¿Debería la razón someterse a la revelación o la revelación a la razón? Esta “disputa” se manifestará, a lo largo de la historia cristiana, en unos pocos momentos clave, como en el caso de Pedro Abelardo en el s. XII y la Ilustración francesa en el s. XVIII. Si el tema de los poetas es fides quaerens intellectum (“fe en busca de conocimiento”), el tema de los filósofos es intellectus quaerens fidem(“conocimiento en busca de fe”)

                  3. Deducción platónica vs. inducción aristotélica. Este punto es similar (y posiblemente vinculado) al anterior, sin embargo, es suficientemente importante como para merecer su propio tratamiento. Básicamente, existen dos enfoques fundamentales de la epistemología (i.e., vías de conocimiento): Deducción, que comienza con el cuadro general y va descendiendo para interpretar los hechos pequeños a la luz del mismo, e inducción, que comienza con los hechos pequeños de abajo y va subiendo hasta intentar dar forma el cuadro general. Platón adoptó un enfoque básicamente deductivo del conocimiento y Aristóteles uno básicamente inductivo. Este conflicto entre puntos de vista epistemológicos se repite una y otra vez a lo largo de la historia de la Iglesia. Un ejemplo particularmente grave tuvo lugar en la Edad Media con el conflicto entre nominalistas (inductivos) y realistas (deductivos).
                   

                  4. División tripartita del alma. Remontándose a sus primeras tradiciones,[2] y tomando su forma canónica en las obras de Platón y Aristóteles, los griegos entendían que el alma se divide en tres partes: razón, espíritu (i.e., impulso) y apetitos. Con esta base, extrapolaron que las clases y las sociedades debían estructurarse según esas mismas divisiones. En cuanto a las clases, algunas personas eran sabias y, por lo tanto, debían gobernar; otras eran valientes y, por lo tanto, debían luchar y otros eran apetitivos y, por lo tanto, debían ser los productores (“la clase obrera”). En cuanto a las sociedades, los griegos contemplaban tres tipos básicos[3]: monarquías, gobernadas por una persona sabia que deseaba la verdad; aristocracias, gobernadas por hombres valientes que deseaban el honor; y políticas, gobernadas por mucha gente corriente que deseaba la libertad y la igualdad. Todo este esquema de pensamiento sobre la psicología, las clases y la sociedad se convertirá en la base de la reflexión cristiana.

                  5. Cuatro virtudes filosóficas. Este punto podría haberse incluido en el anterior, pero es de tal importancia e influencia que merece ser tratado por separado. Según los griegos (de nuevo, esp. Platón y Aristóteles), cada parte del alma tiene su virtud correspondiente: La virtud de la parte racional era la sabiduría, la virtud de la parte enérgica era la valentía y la virtud de la parte apetitiva era la moderación. Cuando todas estas virtudes trabajan juntas en armonía producen justicia, que es la cuarta virtud. Estas virtudes serán introducidas en la tradición cristiana y constituirán cuatro de las siete virtudes cristianas, que son la columna vertebral de la instrucción y la reflexión ética cristiana: Las cuatro virtudes filosóficas más las tres virtudes cristianas de fe, esperanza y amor.

                  6. La teoría ética de Aristóteles. En su justamente famosa obra Ética a Nicomaco, Aristóteles avanzó la teoría general de que, si alguien quiere ser algo, debe practicarlo hasta llegar a serlo. Por ejemplo, si alguien quiere ser panadero, debe practicar los hábitos de un panadero hasta que finalmente se convierta en panadero. Aplicó estos mismos principios a la ética y, especialmente, a la cuestión de la justicia: si alguien quiere ser una persona justa, debe practicar la justicia hasta que se convierta en justo. Esto se conoce como “ética por habituación” y se convirtió en la posición estándar de los pensadores cristianos de la Edad Media. No obstante, cuando Martín Lutero trató de convertirse en una persona justa a través de la práctica de la justicia, lo que encontró es que sólo se hizo más consciente de cuán injusto era, especialmente a la luz de los santos estándares de Dios. Este era el trasfondo de la Reforma protestante y sigue siendo un punto de discusión entre los pensadores católicos y protestantes.
                   

                  7. La cadena del ser de Aristóteles. A pesar de que Aristóteles no fue el primer pensador griego que habló de una cadena del ser, sí que es su más famoso defensor. Aristóteles situó toda la realidad en una cadena (o escalera) del ser basada en sus respectivas capacidades. Por ejemplo, en la base estarían las rocas y los minerales, que son irracionales, inmóviles y estáticos. Sobre ellos estarían las plantas, que son irracionales e inmóviles, pero organismos dinámicos. Encima estarían los animales, que son irracionales, pero móviles y dinámicos. Sobre ellos estarían los humanos, que son racionales, móviles y dinámicos. Finalmente, sobre los humanos están los dioses, que son inmortales y perfectos. Los cristianos tomaron esta cadena del ser de Aristóteles y la aplicaron a muchas áreas de la vida, como el Estado y la Iglesia.

                  8. Libre albedrío vs. Determinismo. Antes de que apareciera el cristianismo, los griegos (y otras sociedades, para el caso) ya estaban bien versados en el debate entre libre albedrío y determinismo. En cuanto al determinismo, había al menos dos formas de entenderlo: algunos pensaban que los dioses controlaban nuestros destinos y otros que lo hacían las estrellas. Sea cual sea la fuente, la cuestión es que sus debates influirían posteriormente en los argumentos cristianos sobre la relación entre la soberanía divina y la responsabilidad humana.
                   

                  9. Trívium y quadrívium. Para cuando el cristianismo entró en escena, la educación grecorromana estaba dividida entre el trívium y el quadrívium. El trívium consistía en la gramática, la dialéctica y la retórica, y el quadrívium en lageometría, la aritmética, la música y la astronomía. Este será el fundamento de la educación primaria y secundaria durante la Edad Media y más adelante.

                  10. Prioridad de lo espiritual sobre lo físico. Aunque los griegos eran conscientes de que tenían cuerpos, no pensaban mucho en ellos. De hecho, los veían como jaulas en las que sus espíritus habían sido encerrados y habían inventado una rima pegadiza para captar esta idea: soma sema (“tumba del cuerpo”). Esto se convierte en el trasfondo de muchas herejías y falsas enseñanzas a lo largo de la historia de la Iglesia. Por ejemplo, en la Iglesia primitiva el Gnosticismo básicamente despreciaba el mundo físico en favor del espiritual. Un ejemplo más controvertido sería la postura de muchos protestantes modernos que, en realidad, no tienen mucha teología del cuerpo, los sacramentos o el mundo físico en general.
                   

                  Aunque hay mucho más que decir acerca de los prolegómenos a la lectura de la historia de la Iglesia en general, y de la influencia de la religión, la filosofía y la cosmovisión grecorromana en particular, aquellos estudiantes que entienden estas diez ideas básicas lo tendrán mucho más fácil a la hora de leer la historia de la Iglesia.

                  [1] Esto es una simplificación excesiva, ya que el cristianismo se esparció rápidamente fuera del Imperio romano en otras partes del mundo. No obstante, creció rápidamente dentro del Imperio romano y, a partir del s. VII, encontró en Europa su mayor centro de influencia.
                  [2] La división tripartita del alma parece ser de origen proto indoeuropea, apareciendo en la literatura india más antigua, como el Rig Veda (c. 1200 a. C.). Los indios también aplicaron su esquema tripartito a la sociedad y a la política, como hicieron los griegos.
                  [3] Cada tipo tiene su forma corrupta, pero no las discutiremos en esta ocasión.
                   
                  Traducido por Trini Bernal; ligeramente modificado por el autor.

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                    La correspondencia entre el Papa Pío IX y Charles Hodge

                    Introducción

                    Poca gente sabe que el Papa Pío IX invitó a los protestantes a asistir el concilio Vaticano I que se celebró en 1869–1870 y que Charles Hodge le contestó. Antes de leer las traducciones a continuación, permítanme hacer comentarios introductorios.
                     
                    Primero, sobre la invitación del Papa Pío IX. Se nota que su preocupación principal es afirmar y defender la supremacía papal. No está interesado en el diálogo, sino en invitar a los cristianos no católico romanos a volver al seno de la Iglesia. Para él, estar en comunión con la iglesia de Roma es igual a estar en comunión con Dios, y viceversa. Echa la culpa del caos moderno a los que no se someten a la autoridad, y por tanto a todos aquellos que no quieren someterse al Papa. Nunca se refiere a los no católicos con la etiqueta ‘iglesias’, sino con otras como ‘cristianos separados de nosotros’ e ‘hijos errantes’, pues la primera apelación sería una concesión demasiado grande: para él, solo hay una iglesia, la católica romana.
                     
                    Ahora, sobre la respuesta de Charles Hodge. La respuesta de Hodge no es una respuesta sistemática sobre las diferencias entre protestantes y católico romanos, sino una respuesta a los temas mencionados por el Papa Pío IX. Esto ayuda a explicar por qué no mencionó temas como la justificación por la fe sola, la transubstanciación, los siete sacramentos, etc. Desde el inicio, se debería notar que Hodge no le llama ‘Papa Pío’, sino ‘Pío, obispo de Roma’, que es una afirmación sutil (¡o no tan sutil!) de la postura típica de las iglesias no católico romanas: la autoridad del Papa está limitada a Roma. Se puede dividir la respuesta de Hodge en tres partes: no somos herejes, no somos cismáticos y el Concilio de Trento sigue siendo un obstáculo a la comunión. En cuanto a no ser herejes, Hodge afirma el Credo apostólico y la doctrina de los primeros seis concilios ecuménicos, que para él es la doctrina de ‘toda la iglesia primitiva’. En cuanto a no ser cismáticos, Hodge define la Iglesia, no como todos aquellos que están sometidos a la iglesia de Roma como afirma el Papa Pío, sino como todos aquellos que creen el evangelio. Hodge abraza como hermanos a todos aquellos que se someten a la Biblia y abrazan sus doctrinas. En cuanto al obstáculo del Concilio de Trento, Hodge afirma que los protestantes siguen creyendo las mismas doctrinas por las cuales los reformadores del s. XVI fueron excomulgados de la Iglesia católica romana. En concreto, menciona los siguientes cuatro temas: sola Escritura, el derecho al juicio privado, el sacerdocio universal y la perpetuidad del apostolado. Al final, ninguna iglesia no protestante asistió el Vaticano I, y el Papa Pío no contestó la carta de Hodge.
                     
                    Las cartas fueron traducidas por Trini Bernal y ligeramente modificadas por el autor.
                     
                    Iam Vos Omnes (1868)
                     

                    Carta Apostólica de Su Santidad el Papa Pio IX a todos los protestantes y otros no católicos en la convocatoria del [Primer] Concilio Vaticano, 13 de septiembre de 1868, para que vuelvan a la Iglesia Católica[1]

                    A TODOS LOS PROTESTANTES Y OTROS NO CATÓLICOS
                     

                    Pío IX, Papa

                    Todos ustedes saben ya que Nosotros, habiendo sido elevados, a pesar de Nuestra indignidad, a esta Cátedra de Pedro, y por lo tanto investidos con el gobierno supremo y la tutela de toda la Iglesia Católica, divinamente confiado a Nosotros por Cristo nuestro Señor, hemos juzgado oportuno llamar a Nuestros Venerables Hermanos, los Obispos de toda la tierra, a unirse para celebrar el próximo año, un Concilio Ecuménico; para que, de acuerdo con Nuestros Venerables Hermanos que están llamados a compartir Nuestros cuidados, tomemos las medidas que sean más oportunas y necesarias, tanto para disipar las tinieblas de los muchos errores nocivos que en todas partes prevalecen cada vez más, con gran pérdida de almas, como para establecer y confirmar cada día más y más entre el pueblo cristiano confiado a Nuestra vigilancia el Reino de la verdadera Fe, la Justicia y la Paz de Dios. Confiados en los estrechos lazos y en la más afectuosa unión que de manera tan marcada nos une a Nosotros y a esta Santa Sede a estos Nuestros Venerables Hermanos, quienes, a lo largo de todo el tiempo de Nuestro Supremo Pontificado, nunca han dejado de dar muestras claras de su amor y veneración por Nosotros y por esta Santa Sede; tenemos la firme esperanza de que este Concilio Ecuménico, convocado por Nosotros en este momento, producirá, por inspiración de la Divina Gracia, como en épocas pasadas hicieron otros Concilios Generales, abundantes frutos de bendición, para mayor gloria de Dios y para la eterna salvación de los hombres.
                     
                    Sostenidos por esta esperanza, incitados y urgidos por el amor de nuestro Señor Jesucristo, que dio su vida por toda la raza humana, no podemos abstenernos, con ocasión del futuro Concilio, de dirigir Nuestras Apostólicas y paternales palabras a todos aquellos que, si bien reconocen al mismo Jesucristo como Redentor y se glorían en el nombre de cristianos, no profesan la verdadera fe de Cristo, ni se atienen y siguen la Comunión de la Iglesia Católica. Y lo hacemos para advertirles y conjurarles y suplicarles con todo el calor de Nuestro celo, y con toda caridad, que consideren y examinen seriamente si siguen el camino que les marcó Jesucristo nuestro Señor, y que conduce a Eterna Salvación. Nadie puede negar o dudar que Jesucristo mismo, para aplicar los frutos de su redención a todas las generaciones de los hombres, edificó su única Iglesia en ese mundo sobre Pedro, es decir, la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica; y que le dio todo el poder necesario para que el depósito de la fe se conservara íntegro e inviolable, y para que la misma Fe se enseñara a todos los pueblos, razas y naciones, para que a través del bautismo todos los hombres llegaran a ser miembros de su cuerpo místico, y para que la nueva vida de gracia, sin la cual nadie merece ni alcanza la vida eterna, se conservara siempre y se perfeccionara en ellos; y para que esta misma Iglesia, que es su cuerpo místico, permanezca siempre firme e inamovible en su propia naturaleza hasta el fin de los tiempos, y para que prospere y provea para todos sus hijos todo lo necesario para la Salvación.
                     
                    Ahora bien, quien quiera examinar y reflexionar sobre la condición de las diversas sociedades religiosas, divididas entre sí, y separadas de la Iglesia Católica, la cual, desde los días de nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles jamás ha dejado de ejercer, por medio de sus legítimos pastores, y aún continúa ejerciendo, el poder divino que le fue encomendado por este mismo Señor; no puede dejar de complacerse de que ninguna de estas sociedades por sí misma, ni todas ellas juntas, pueden en manera alguna constituir y ser esa Única Iglesia Católica que nuestro Señor Jesucristo edificó y estableció y quiso que continuara; y que no puede decirse en modo alguno que sean ramas o partes de esa Iglesia, ya que están visiblemente separadas de la unidad Católica. Porque, mientras que estas sociedades están destituidas de esa autoridad viva establecida por Dios, que enseña especialmente a los hombres lo que es de la Fe, y lo que es la regla moral, y los dirige y los guía en todas aquellas cosas que pertenecen a la salvación eterna, así han variado continuamente en sus doctrinas, y este cambio y variación es constante entre ellos. Todo el mundo debe entender perfectamente, y ver clara y evidentemente, que tal estado de cosas se opone directamente a la naturaleza de la Iglesia instituida por nuestro Señor Jesucristo; porque en esa Iglesia la verdad debe continuar siempre firme y siempre inaccesible a todo cambio, como un depósito dado a esa Iglesia para ser guardado en su integridad, para cuya custodia la presencia y la ayuda del Espíritu Santo han sido prometidas a la Iglesia para siempre. Nadie, además, puede ignorar que de estas doctrinas y opiniones discordantes han surgido cismas sociales, y estos, a su vez, han dado lugar a sectas y comuniones sin número, que se propagan sin cesar, en perjuicio creciente de la sociedad cristiana y civil.
                     
                    De hecho, cualquiera que reconozca la religión como el fundamento de la sociedad no puede sino percibir y reconocer el desastroso efecto que esta división de principios, esta oposición, esta lucha de sectas religiosas entre sí, ha tenido sobre la sociedad civil, y cuán poderosamente esta negación de la autoridad establecida por Dios, para determinar la creencia de la mente humana, y para dirigir las acciones de los hombres tanto en la vida privada como en la social, ha provocado, propagado y fomentado esos deplorables trastornos, esas conmociones por las que casi todos los pueblos están gravemente perturbados y afligidos.
                     
                    Por lo tanto, que todos los que no se adhieren la unidad y la verdad de la Iglesia Católica aprovechen la oportunidad de este Concilio, por el que la Iglesia Católica, de la que sus antepasados fueron miembros, da una nueva prueba de su perfecta unidad e inconquistable vitalidad; y que, obedeciendo a los anhelos de sus propios corazones, se apresuren a rescatarse a sí mismos de un estado en el que no pueden asegurar su propia salvación. Y que no cesen de ofrecer las más fervientes oraciones al Dios de Misericordia, para que derribe el muro de separación, para que disipe las nieblas del error y para que les guíe de vuelta al seno de la Santa Madre Iglesia, donde sus padres hallaron los saludables pastos de vida y en la que sólo se conserva y se transmite íntegramente la doctrina de Jesucristo, y se dispensan los misterios de la gracia celestial.
                     

                    En cuanto a nosotros, viendo que debemos, de acuerdo con el deber de Nuestro supremo Ministerio Apostólico, a Nosotros confiado por nuestro Señor Jesucristo mismo, cumplir con el más ferviente celo todos los oficios de un buen Pastor, y con amor paternal seguir y abrazar a todos los hombres en todo el mundo — por consiguiente enviamos esta Nuestra Carta a todos los cristianos separados de Nosotros, en la cual les exhortamos y rogamos, una y otra vez, que apresuren su regreso al Único Rebaño de Cristo; porque con toda Nuestra alma deseamos ardientemente su salvación en Jesucristo, y tememos que un día tengamos que rendir cuentas al mismo Señor, que es Nuestro Juez, si, estando en Nuestra mano, no les indicamos, y les preparamos el camino para alcanzar esta salvación eterna. Verdaderamente, en cada una de Nuestras oraciones, con súplica y acción de gracias, no cesamos, día y noche, de rogar humilde y encarecidamente para ellos, al Eterno Pastor de las almas, la abundancia de luz y gracia celestial.

                    Y puesto que, a pesar de Nuestra indignidad, somos su Vicario aquí en la tierra, esperamos, pues, con las manos extendidas, y con el más ardiente deseo, el retorno de Nuestros hijos errantes a la iglesia católica, para acogerlos con el mayor cariño a la casa de su Padre Celestial, y enriquecerlos con sus inagotables tesoros. De este anhelado regreso a la verdad y a la unidad de la Iglesia Católica depende la salvación no sólo de los individuos, sino también de toda la sociedad cristiana; y nunca podrá disfrutar de verdadera paz el mundo entero, hasta que exista un solo Redil y un solo Pastor.
                     
                    Entregado en Roma, en San Pedro, el 13 de septiembre de 1868, en el vigésimo tercer año de Nuestro Pontificado.
                     
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                    Texto de una carta escrita por Charles Hodge, del Seminario Teológico de Princeton, en nombre de las dos Asambleas Generales de la Iglesia Presbiteriana de EE.UU., explicando por qué se declinaba la invitación del Papa a enviar delegados al primer Concilio Vaticano de 1869-70.[2]

                     
                    A Pio IX, Obispo de Roma,
                     

                    Por su carta encíclica de 1869 invita a los protestantes a enviar delegados al Concilio convocado para reunirse en Roma durante el mes de diciembre del año en curso. Dicha carta ha sido puesta en conocimiento de las dos Asambleas Generales de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos. Esas asambleas representan a unos cinco mil ministros y un número aún mayor de congregaciones cristianas.

                    Creyendo, como creemos, que es la voluntad de Cristo que su Iglesia en la tierra esté unida, y reconociendo el deber de hacer todo lo que consistentemente podemos para promover la caridad y la comunión cristianas, consideramos correcto presentar de manera breve las razones que impiden nuestra participación en las deliberaciones del próximo Concilio que se acerca.

                    No es porque hayamos renunciado a ningún artículo de la fe católica. No somos herejes. Aceptamos cordialmente todas las doctrinas contenidas en ese Símbolo que se conoce como el Credo de los Apóstoles. Consideramos que todas las decisiones doctrinales de los primeros seis concilios ecuménicos son coherentes con la Palabra de Dios, y por esa coherencia, las recibimos como expresión de nuestra fe. Creemos, por tanto, en la doctrina de la Trinidad y de la persona de Cristo tal y como son expresadas en los símbolos adoptados por el Concilio de Nicea 321 d. C., el Concilio de Constantinopla 381 d. C. y, más ampliamente, el Concilio de Calcedonia 451 d. C. Creemos que hay tres personas en la Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que estos tres son de la misma sustancia e iguales en poder y gloria. Creemos que el Hijo Eterno de Dios se hizo hombre tomando para sí un cuerpo verdadero y un alma racional, y así fue, y sigue siendo, tanto Dios como hombre en dos naturalezas distintas y una persona para siempre. Creemos que nuestro divino Señor y Salvador Jesucristo es el profeta que había de venir al mundo, cuyas enseñanzas estamos obligados a creer y en cuyas promesas confiamos. Él es el Sumo Sacerdote que satisface de manera infinitamente meritoria la justicia divina, cuya intercesión siempre prevalente, es la base de la justificación y la aceptación del pecador ante Dios. Lo reconocemos como nuestro Señor, no sólo porque somos sus criaturas, sino también porque hemos sido comprados por su sangre. A su autoridad estamos obligados a someternos, en su cuidado confiamos y a su servicio deberían consagrarse todas las criaturas, tanto en los cielos como en la tierra.
                     
                    Aceptamos todas las doctrinas relacionadas con el pecado, la gracia y la predestinación, conocidas como Agustinas, que recibieron la aprobación no sólo del Concilio de Cartago y otros Sínodos provinciales, sino también del Concilio Ecuménico de Éfeso 431 d. C. y de Zósimo, obispo de Roma.
                     

                    Por lo tanto, no podemos ser declarados herejes sin involucrar en la misma condena a toda la iglesia primitiva.

                    Tampoco somos cismáticos. Recibimos cordialmente como miembros de la Iglesia visible de Cristo en la tierra a todos aquellos que profesan la religión verdadera junto con sus hijos. Deseamos sinceramente mantener comunión cristiana con ellos, siempre que no exijan, como condición de esa comunión, que profesemos doctrinas que la Palabra de Dios condena o que practiquemos lo que la Palabra de Dios prohíbe. Si en algún caso alguna Iglesia impone tales términos antibíblicos de comunión, el error y la falta es de esa iglesia y no nuestro.
                     
                    Pero, aunque no declinamos su invitación porque seamos herejes o cismáticos, sin embargo, estamos excluidos de aceptarla porque seguimos manteniendo con creciente confianza aquellos principios por los cuales nuestros padres fueron excomulgados y declarados malditos por el Concilio de Trento, que representaba, y todavía representa, a la iglesia que usted preside.
                     

                    Los más importante de esos principios son: En primer lugar, que la Palabra de Dios, contenida en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, es la única norma infalible de fe y conducta. El Concilio de Trento, sin embargo, declara Anatema a todo el que no reciba las enseñanzas de la tradición pari pietatis affectu (con el mismo aprecio piadoso) que las mismas Escrituras. Lo cual no podemos hacer sin incurrir en la condenación que nuestro Señor pronunció contra los Fariseos, que anularon la Palabra de Dios por sus tradiciones (Mt 15:6).

                    En segundo lugar, el derecho al juicio privado. Cuando abrimos las Escrituras, encontramos que están dirigidas a las personas. Nos hablan a nosotros. Se nos encomienda escudriñarlas (Jn 5:39), creer lo que enseñan. Se nos hace personalmente responsables de nuestra fe. El apóstol nos ordena declarar maldito a un apóstol o a un ángel de cielo que enseñe algo contrario a la Palabra de Dios divinamente autenticada (Gal 1:8). Nos hace jueces, ha puesto en nuestras manos la regla del juicio y nos hace responsable de nuestros juicios.
                     
                    Además, encontramos que la enseñanza del Espíritu Santo fue prometida no sólo al clero, y mucho menos a un orden del clero exclusivamente, sino a todos los creyentes. Está escrito: “Seremos enseñados por Dios”. El Apóstol Juan dice a los creyentes: “Tenéis la unción del Santo y conocéis todas las cosas […] pero la unción que vosotros habéis recibido de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1 Jn 2:20, 27). Esta enseñanza del Espíritu se autentica a sí misma, como este mismo apóstol nos enseña, cuando dice: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo” (1 Jn 5:10). “No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad” (1 Jn 2:21). El juico privado, por tanto, no sólo es un derecho, sino un deber, del que ningún hombre puede absolverse, o ser absuelto por otros.
                     
                    En tercer lugar, creemos en el sacerdocio universal de todos los creyentes, es decir, que todos los creyentes tienen, por medio de Cristo, acceso por un sólo Espíritu al Padre (Ef 2:18), para que podamos acercarnos con confianza al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y hallar gracia que nos ayude en el momento de necesidad (Heb 4:16). “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb 10:19–22). Admitir, por tanto, el sacerdocio del clero, cuya intervención es necesaria para asegurarnos la remisión de los pecados y otros beneficios de la redención de Cristo, es renunciar al sacerdocio de nuestro Señor, o a su suficiencia para asegurar nuestra reconciliación con Dios.
                     
                    En cuarto lugar, negamos la perpetuidad del apostolado. Así como ningún hombre puede ser apóstol sin el Espíritu de profecía, ningún hombre puede ser apóstol sin los dones de apóstol. Esos dones, según aprendemos de las Escrituras, eran el conocimiento pleno de la verdad derivado de Cristo por revelación inmediata (Gal 1:12) e infalibilidad personal como maestros y gobernantes. Lo que eran las señales del apostolado nos lo enseña Pablo, cuando dice a los Corintios: “Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Cor12:12). En cuanto a los prelados que se proclaman apóstoles y que demandan la misma confianza en sus enseñanzas y la misma sumisión a su autoridad que es debida a los mensajeros inspirados de Cristo, sin pretender poseer ni los dones ni las señales del apostolado, no podemos someternos a sus pretensiones. Sería rendir a hombres falibles la sujeción debida sólo a Dios o a sus mensajeros divinamente autenticados e infalibles.
                     
                    Mucho menos podemos reconocer al Obispo de Roma como el Vicario de Cristo en la tierra, revestido de la autoridad sobre la Iglesia y el mundo que fue ejercida por nuestro Señor mientras estaba aquí en la carne. Es evidente que nadie que no tenga los atributos de Cristo puede ser el vicario de Cristo. Reconocer al Obispo de Roma como el vicario de Cristo es, por tanto, reconocerlo virtualmente como divino.
                    Debemos permanecer firmes en la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. No podemos perder nuestra salvación por poner a un hombre en el lugar de Dios, dándole a uno con pasiones similares a las nuestras el control de nuestra vida interior y exterior, que sólo se debe a aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento, y en quien habita toda la plenitud de la Deidad.
                     
                    Se podrían señalar otras razones, igualmente convincentes, por las que no podemos, con buena conciencia estar representados en el Concilio propuesto. Pero, como el Concilio de Trento, cuyos cánones aún están en vigor, declara malditos a todos los que sostienen los principios arriba enumerados, no es necesario nada más para demostrar que nuestro rechazo a su invitación es una cuestión de necesidad.
                     
                    Sin embargo, aunque no podemos regresar a la comunión con la Iglesia de Roma, deseamos vivir en amor con todos los hombres. Amamos a todos aquellos que aman a nuestro Señor Jesucristo con sinceridad. Consideramos como hermanos cristianos a todos aquellos que le alaban, le aman y le obedecen como su Dios y Salvador, y esperamos estar unidos en los cielos con todos los que se unen a nosotros en la tierra al decir: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc 1:6).
                     
                    Firmado en nombre de las dos Asambleas Generales de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos de América.
                     

                    Charles Hodge

                     

                    [1] Texto en inglés: https://novusordowatch.org/pius9-iam-vos-omnes/; Texto latín-inglés: James Stone, The Invitation Heeded: Reasons for a Return to Catholic Unity (New York: Catholic Publication Society), 5–14)
                    [2] Fuente: https://banneroftruth.org/us/resources/articles/2010/charles-hodges-letter-to-pope-pius-ix/.

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