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¿Quién es Jesús? Una introducción a la Cristología

[Nota introductoria: este artículo es la traducción de un escrito de Donald Fairbairn, una autoridad casi sin igual sobre la doctrina de Cristo y la Trinidad en los ss. IV–V. Ha publicado varios libros sobre el tema, y el artículo a continuación es un resumen de parte de algunos de dichos libros, como Life in the Trinity (La vida en la Trinidad) y Creeds and Confessions (Los credos y las confesiones). Para los que manejan el inglés, les animamos a comprar sus libros, que están entre los mejores sobre sus temas respectivos.]

Seguramente la pregunta más importante del mundo es la que forma parte del título de este artículo: “¿Quién es Jesús?” Responder esta cuestión es la tarea de lo que llamamos la “cristología”, una palabra que significa “el estudio de Cristo” y que se refiere a la rama de la teología cristiana que trata de la persona de Cristo.
 
Normalmente, cuando se nos hace esta pregunta, respondemos diciendo algo como: “Es completamente Dios y completamente hombre”. Esto es cierto, por supuesto, pero como respuesta a la pregunta de quién es Jesús, es más ambigua de lo que podríamos suponer. Cuenta una historia (no sé si es una historia real, pero ciertamente podría haber sucedido muchas veces) que un pastor en el s. XIX estaba siendo sometido a juicio por herejía. Los que le investigaban le hicieron la que consideraban una pregunta suficientemente específica: “¿Niega la divinidad de Cristo?” Su respuesta, según la historia, fue: “Nunca he negado la divinidad de ningún hombre, y mucho menos la de Cristo”.
 
Noten dos cosas en su respuesta. Primero, el pastor no está usando la palabra “divinidad” de la misma forma en que nosotros la usamos cuando decimos que Cristo es divino. Para él, “divinidad” significa poco más que el que Cristo tenga una conexión especial con Dios o que personifique algunos aspectos del carácter de Dios de una forma única. Ciertamente no significa que crea que Cristo es Dios, o no atribuiría la divinidad a todo el mundo. En segundo lugar, la franqueza del pastor nos permite ver que su visión de Cristo es insuficiente. Pero, supongamos que hubiera respondido simplemente: “No, no niego la divinidad de Cristo”. ¿Hubieran formulado más preguntas los investigadores para ver qué quería decir al afirmar que Cristo era divino? ¿Indagaríamos nosotros más, o nos conformaríamos con la afirmación de la divinidad de Cristo, sin tratar de averiguar qué se quiso decir con eso?
 
Hoy muchas personas afirman la divinidad de Cristo. De hecho, cualquiera que se llame a sí mismo cristiano, tieneque afirmar la divinidad de Cristo en algún sentido. Pero, como el pastor del s. XIX de la historia, muchas personas hoy —incluyendo muchos pastores y líderes de iglesias— interpretan lo que significa que Cristo sea divino de muy diferente manera a como la Biblia y la tradición cristiana lo han interpretado. Sin embargo, debido a que a menudo nos satisface la mera frase “Cristo es divino y humano”, generalmente fracasamos a la hora de investigar más profundamente lo que una persona quiere decir con eso, en comparación con lo que la Biblia quiere decir y con lo que la Iglesia ha querido decir con eso durante la mayor parte de su historia. Prestemos atención, entonces, al Nuevo Testamento y a las primeras reflexiones de la Iglesia sobre las Escrituras.
 

Jesús en el Nuevo Testamento: Algunos pasajes clave

 

Mateo 16:13-20

Sabemos cuán significativa es la pregunta “¿Quién es Jesús?” porque Jesús mismo la hizo. En Mateo 16, pregunta a los discípulos quién dice la gente que es él. Tras la respuesta de ellos, Jesús plantea la pregunta más relevante: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16:15). La memorable respuesta de Pedro es: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16:16). Notemos que esta respuesta no se centra en el hecho de que Jesús es un hombre (lo que era con toda seguridad obvio), ni tampoco en el hecho de que es Dios per se. En vez de eso, Pedro se centra en dos conceptos familiares para los judíos del primer siglo: el concepto de “Mesías” (que es “Cristo” en griego) y el concepto de “Hijo de Dios”.
 
A lo largo del Antiguo Testamento, los israelitas habían estado esperando que Dios enviara un hombre que aplastara la cabeza a la serpiente y deshiciera los efectos de la caída. Al principio este hombre fue llamado la “Simiente” (ver Gn 3:15) y, con el tiempo, empezó a ser llamado el “Mesías”, que significa “el ungido”. Este Mesías prometido vendría de los descendientes de Eva, de Abraham, de Isaac (no de Ismael), de Jacob (no de Esaú), de Judá, de David. El Mesías sería profeta (ver Dt 18:15-22) y, más extraordinariamente, rey y sacerdote eterno (ver Sal 110). La eternidad de su servicio como rey y sacerdote fue un indicio temprano de que sería más que un hombre. Más adelante en el Antiguo Testamento quedó más claro que él mismo sería eterno (y, por tanto, divino). Miqueas declaró en el 5:2, no sólo que el Mesías nacería en Belén, sino que aunque saliera de Belén, sus “salidas” son desde el principio, desde los días de la eternidad. (A esto parece referirse Juan el Bautista cuando declara en Juan 1:30: “Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo”). El Mesías, entonces, es no sólo un hombre enviado por Dios para ser profeta, sacerdote y rey; de alguna manera va a ser Dios mismo. También en el Antiguo Testamento, la idea de Mesías está unida a la de “Hijo de Dios”. Los reyes de Israel eran llamados hijos de Dios; y el Mesías, como rey eterno, será el Hijo de Dios de una manera única.
 
En el momento en que Pedro une esas ideas llamando a Jesús con ambos nombres “Mesías” e “Hijo de Dios”, él y los demás discípulos han pasado meses, quizás un par de años, con Jesús. Le han visto sanar, le han oído enseñar y se han preguntado: “¿Quién es, pues, este hombre?” Pedro y los demás están empezando a darse cuenta de que es el Mesías y de que no es sólo un Mesías humano sino el Hijo de Dios de una manera única, una manera más grande que cualquier hombre que pudiera ser llamado hijo de Dios. De hecho, los tres primeros Evangelios, y especialmente Marcos, pueden verse, entre otras cosas, como un seguimiento del viaje del conocimiento acerca de Jesús que hacen los discípulos. Al seguirle se dan cuenta de que es más que un gran maestro. Él es el Mesías, y más grande y diferente de lo que esperaban del Mesías.
 
Juan 1:1-18
 

En vez de comenzar con acontecimientos alrededor del nacimiento de Cristo (como en Mateo y Lucas) o con su anuncio de que el reino de Dios se ha acercado (como en Marcos), Juan comienza con el Verbo, el Logos, en su relación eterna con Dios. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1:1-2). Aquí establece la eternidad del Verbo, la distinción entre el Verbo y Dios de manera que pueden estar uno “con” otro y la identidad del Verbo como Dios. Un poco más adelante Juan hace su conocida afirmación: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). Aquí Juan deja claro que el nacimiento del Verbo en carne no es el comienzo de su existencia. Siempre ha estado con Dios y siempre ha sido Dios. Siempre ha sido el único Hijo del Padre. Sin embargo, ahora que se ha hecho humano, podemos verle por quién es.

Justo antes de su famosa afirmación, Juan ha unido el estatus único de Hijo de Dios del Verbo a nuestra filiación como hijos (¡e hijas!) de Dios. Escribe: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn 1:12-13). Aquí vemos que Juan afirma que aquellos que creen en el nombre de Jesús se convierten en “hijos” de Dios de una manera no carnal, ni física. Jesús es el Verbo, el que ha estado eternamente con Dios, el único Hijo del Padre. Nosotros somos, de alguna manera, introducidos en esa relación que él tiene con el Padre, de forma que podemos ser llamados hijos de Dios también.
 

Filipenses 2:5-11

Las cartas del Nuevo Testamento explican con más detalle la imagen de Jesús que hemos recibido de los Evangelios y, quizá, Filipenses 2 sea el pasaje más claro. Aquí Pablo exhorta a los lectores a una actitud de humildad en base a la humildad mostrada por Cristo. El autor explica: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Flp 2:5-8) Este pasaje muestra el movimiento descendente del Hijo de Dios. Era igual a Dios, pero se humilló a sí mismo haciéndose humano y, aún más, consintiendo morir en la forma más vergonzosa de la época: por crucifixión. Este movimiento descendente fue seguido de un movimiento ascendente: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Flp 2:9-11).
 
Este pasaje, que podría ser una cita de un antiguo himno de alabanza de la iglesia primitiva, presenta el gran drama de la actuación del Hijo para nuestra redención. A través de otros pasajes de la Escritura, sabemos que su humillación no implicó que dejó de ser Dios. Más bien, se hizo humano mientras seguía siendo Dios, murió como humano mientras seguía siendo Dios y fue exaltado como hombre de vuelta a la posición que, como Dios, jamás había abandonado. Dicho de otro modo, Jesús comenzó como solo Dios, se hizo humano, de manera que era Dios y hombre, murió, fue exaltado y un día será reconocido como Señor por todo el mundo. Su humillación y exaltación nos permiten reconocer quién ha sido siempre: el Hijo de Dios.
 

Estos pasajes, y muchos otros como estos, nos aportan la estructura básica para nuestro entendimiento de quién es Jesucristo. Él no es simplemente un humano que es divino en cierto sentido. No es un hombre que fue elevado a estatus de Dios. Él comenzó como Dios, como el único Hijo de Dios el Padre. Precisamente, el hecho mismo de que le llamemos Dios “Padre” implica que tiene un hijo y, aunque es cierto que somos hijos de Dios, no siempre lo hemos sido. Si Dios siempre ha sido Padre, entonces, tiene que haber tenido siempre un Hijo, y lo tuvo. El Verbo, el Hijo, Jesús, siempre ha estado con el Padre. Y sin embargo, ese Hijo eterno de Dios ha entrado en el tiempo y en el espacio haciéndose humano para redimirnos, para traernos de vuelta a Dios su Padre, de manera que su Padre pudiera convertirse en nuestro Padre también.

Reflexión de la Iglesia Primitiva acerca de Cristo

Como grandes pensadores cristianos reflexionaron en estos y otros pasajes, se centraron en la relación entre quién es Cristo y qué hace Cristo para lograr nuestra salvación. Jaroslav Pelikan ha llamado correctamente la atención sobre esta conexión en su obra de cinco volúmenes The Christian Tradition (La tradición cristiana), usando como epígrafe organizador la declaración: “Cristo tenía que ser quien era para hacer lo que hizo”. Me gustaría ampliar esta declaración a la siguiente: “Cristo tiene que ser quien es para hacer lo que hace para darnos la clase de salvación que tenemos”.
 
Si la salvación fuera solo una cosa, una serie de bienes, entonces algo así podría ser fácilmente transferido. Dios podría haberlo confiado a otra persona y esa persona podría transmitir esa serie de bienes o beneficios a otros. Pero, si la salvación es más que una serie de bienes, si es una conexión personal con Dios, entonces sólo Dios puede otorgar esa relación personal a las personas. Si tú me regalas alguna cosa, yo puedo volverme y entregar esa cosa a otra persona. Pero si tú me das el regalo de tu misma persona, yo no puedo darte a otro. Solo puedes hacer eso. En el caso del regalo de la relación con Dios, solo Dios puede concederlo. Esto implica que la persona que nos da el derecho de ser hijos de Dios, Jesús, tiene que ser Dios para poder ponernos en relación con Dios. Un simple humano con una conexión especial con Dios, o un hombre inspirado por Dios, no sería realmente Dios y no podría salvarnos, si eso es lo que queremos decir cuando hablamos de salvación.
 
Otra forma de abordar el mismo tema es preguntarnos si podemos alzarnos hasta Dios por nosotros mismos. Si la respuesta a esta pregunta es “sí”, entonces todo lo que necesitamos es un líder, alguien que nos sirva de ejemplo a seguir y que nos muestre el camino para alcanzar a Dios. Entonces podríamos salvarnos siguiendo el ejemplo de esa persona. En ese caso podríamos, esencialmente, ganar nuestra propia salvación. Pero si no podemos alcanzar a Dios, entonces necesitamos ser salvos, Dios tiene que descender hasta nosotros. Luego, una vez más, el que nos salva, Jesús, tiene que ser Dios.
 

Siguiendo esta línea de razonamiento, la Iglesia del segundo y tercer siglo afirmaba la verdad central de que Dios el Hijo, completamente igual al Padre, ha bajado personalmente a la tierra para salvarnos. Por ejemplo, a finales del segundo siglo, Ireneo de Lyon (en lo que hoy es Francia) combatió la herejía del Gnosticismo (que, entre otras cosas, veía al Cristo divino y al Jesús humano como dos personas separadas) escribiendo esto:

Los Gnósticos afirman que un Ser sufrió y nació, y que este fue Jesús; pero que hubo otro que descendió sobre Él y que este era Cristo, quien también volvió a ascender… Su doctrina aparta de Aquel que es verdaderamente Dios, ignorando que Su Palabra unigénita… es Jesucristo mismo, nuestro Señor, que también sufrió por nosotros y resucitó por nosotros y que vendrá de nuevo en la gloria de Su Padre… (Ireneo, Contra herejías 3.16.6 [c. 180])
 

Igualmente, más o menos en la misma época, Tertuliano de Cartago (en la Túnez moderna) respondió a la negación de Marción de que el Hijo de Dios realmente muriese en la cruz, declarando: “Respóndeme a esto, asesino de la verdad: ¿No fue Dios verdaderamente crucificado? Y, siendo verdaderamente crucificado, ¿no murió verdaderamente? Y habiendo verdaderamente muerto, ¿no resucitó verdaderamente?” (Tertuliano, Sobre la carne de Cristo 5.2 [c.190])

 

El primer gran desafío a este consenso: el arrianismo

El consenso de la Iglesia —que el eterno Hijo de Dios verdaderamente se hizo humano, nació y murió por nuestra salvación— fue desafiado de diferentes formas en los primeros siglos del cristianismo. El más serio de ellos vino de Arrio, un presbítero de Alejandría (Egipto) a comienzos del siglo cuarto. Arrio sostenía que la salvación era una elevación de la humanidad hacia Dios y, por lo tanto, en su opinión, Jesús no tenía que ser totalmente Dios. Un ser entre Dios y humanidad bastaría como líder para mostrarnos el camino por el que podríamos alzarnos hasta Dios nosotros mismos. Así mismo, Arrio se tomó muy en serio la idea de que solo hay un Dios; por tanto él y sus seguidores sostenían que el Hijo no era totalmente Dios y eterno, sino un ser subordinado, el primer y más grande ser creado. (Notarán que la teología moderna de los Testigos de Jehová suena como el antiguo arrianismo). Alrededor del año 318 o 319, Arrio escribió lo siguiente:
Conocemos un Dios —único no engendrado, único eterno, único sin principio, único verdadero, único poseedor de inmortalidad, único sabio, único bueno, único maestro, […] que engendró un Hijo unigénito antes de los tiempos de la eternidad, a través del cual hizo los tiempos y todo. Pero no le engendró en apariencia sino en verdad, habiéndolo sometido a su propia voluntad, una perfecta criatura de Dios inmutable e inalterable. […] El Hijo, engendrado por el Padre, creado y establecido antes de los tiempos, no existía antes de ser engendrado. Más bien, el Hijo engendrado atemporalmente antes de todo, solo fue llevado a la subsistencia por el Padre. Pues no es eterno, ni co eterno, ni no engendrado con el Padre (Arrio, Carta a Alejandro de Alejandría)
Vemos aquí que Arrio traza una diferencia entre Dios y el Hijo y considera al Hijo una criatura. En un sentido, parece algo perfectamente razonable: si realmente solo hay un Dios creador de todo, entonces todo lo demás, como el Hijo, tiene que ser una criatura; y si el Padre tiene un Hijo, entonces parecería que el Hijo debería haber llegado a la existencia después que el Padre. Pero Arrio no tiene en cuenta varias cosas: que el Hijo es eterno y por lo tanto el mismo Dios que el Padre, que “engendrar” es diferente para Dios y para los seres humanos (en lugar de implicar que el Hijo es más joven, la palabra “engendrar” es una manera de describir la singular relación filial entre el Hijo y el Padre) y que la salvación, como la Biblia la describe, no podría tener lugar si el Hijo no fuera igual al Padre. El Jesús de Arrio solo podría conducirnos a Dios. No podría llevarnos a Dios porque él mismo no es Dios.
 
La respuesta de la Iglesia a Arrio fue rápida y directa. Fue condenado en un concilio que tuvo lugar en Nicea (en lo que hoy conocemos como el noroeste de Turquía) en el 325, que conocemos como el “Primer concilio ecuménico”. Más tarde, Atanasio (el líder clave de la Iglesia durante la controversia arriana) escribió lo siguiente:
 
Arrio se atrevió a decir: ‘El Verbo no es verdaderamente Dios. Aunque sea declarado Dios, no es verdadero Dios. Por gracia compartida, es declarado Dios solo de nombre, como todos los demás…’ Pero nosotros hablamos sin reservas de la fe religiosa con base en las divinas Escrituras; la ponemos como la luz en el candelero, diciendo: ‘Él es por naturaleza verdadero y legitimo Hijo del Padre, perteneciente a su sustancia, la Sabiduría unigénita, y verdadero y único Hijo de Dios. Por lo tanto, es verdadero Dios, homoousios con el verdadero Padre’. (Atanasio, Contra los Arrianos 1.6, 1.9 [ca. 340])
 

En este texto, la palabra homoousious era una palabra que el Concilio de Nicea había usado en el 325 para indicar que Jesús es de la misma sustancia que el Padre. No es un ser semi-divino como Arrio pensaba, sino igual al Padre, de manera que (con el Espíritu Santo) constituyen un sólo Dios en lugar de tres.

A pesar de que la Iglesia reconocía abiertamente que Arrio estaba equivocado acerca de Jesús, los asuntos que él y sus seguidores suscitaron precipitaron medio siglo de intensa discusión. El resultado final de aquella discusión fue un concilio que tuvo lugar en Constantinopla (el Estambul actual) en el 381 (que conocemos como el “Segundo concilio ecuménico), en el que se ratificó un credo que ha pasado a ser la declaración doctrinal más importante de la Iglesia cristiana (y que nosotros conocemos como Credo niceno). El credo dice así:
 
Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible
 
Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, homoousios con el Padre, por quien todo fue hecho; por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Por nuestra causa fue crucificado bajo Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin.
 
Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
 
En la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.
 

Es de resaltar, en este credo, la confesión de fe en Dios el Padre, en el Hijo de Dios, Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Debido a que el Hijo es homoousious (de la misma sustancia) con el Padre, es Dios así como el Padre es Dios. Y, puesto que el Espíritu Santo recibe adoración junto al Padre y al Hijo, es Dios al igual que ellos. Las tres personas constituyen un solo Dios, no tres dioses independientes. De igual importancia es notar que el unigénito Hijo de Dios, el que es Dios verdadero de Dios verdadero, ha bajado y se ha hecho hombre por nuestra salvación. Para salvarnos, tenía que sercompletamente Dios, pero además tenía que bajar haciéndose hombre también. Jesús no es simplemente divino y humano de alguna forma. Él es Dios el Hijo que se ha hecho hombre para salvarnos. Aquí la Iglesia sigue cuidadosamente las líneas establecidas en Juan 1 y Filipenses 1.

El segundo gran desafío a este consenso: el nestorianismo

 

Podría pensarse que el Credo de Nicea habría resuelto de una vez por todas la cuestión de quién es Jesús. Pero, a finales del siglo cuarto, un hombre llamado Apolinar de Laodicea —intentando ser fiel a la fe Nicena— adoptó un punto de vista de la humanidad de Cristo que la Iglesia reconoció inadecuado. Apolinar sostenía que ser espiritual y físico a la vez es ser humano y, como el Verbo ya era espiritual, simplemente tomar un cuerpo humano le hacía plenamente humano. En respuesta, la Iglesia reconoció correctamente que para ser plenamente humano, no solo necesitaba un cuerpo, sino una mente humana, emociones humanas, etc. Gregorio de Nacianceno (en Turquía central) argumentó, de manera muy persuasiva, que no es tocado por la salvación cualquier aspecto de la humanidad que el Hijo no asumió. “Lo no asumido es no sanado”, pero no hay aspecto alguno de lo que significa ser humano que fuera “no asumido”, por lo tanto no hay aspecto de la humanidad que no sea alcanzado por la salvación.

Esto podría haber dado por concluido el tema si no fuera por los problemas creados por el pensamiento de Apolinar que condujo a algunos en la Iglesia de replantearse todo el concepto de la salvación y a adoptar un modelo en el que nosotros nos elevamos hasta Dios. Teodoro de Mopsuestia (en el sureste de Turquía) escribió audazmente sobre la historia de la humanidad como un camino desde lo que llamó la primera era (una era de mutabilidad, pecado, mortalidad e imperfección) a la segunda era (una era de perfección, impecabilidad e inmortalidad). Este punto de vista del progreso humano indicaba que Teodoro, así como previamente Arrio, no creía que los seres humanos necesitáramos que Dios bajara para salvarnos. Creía que podíamos llegar hasta Dios si teníamos un ejemplo suficientemente bueno. A diferencia de Arrio, Teodoro creía firmemente que el Verbo era igual al Padre; sin embargo la similitud de sus pensamientos sobre la salvación con los de Arrio le llevó a sostener que Jesús no es Dios el Verbo. Por el contrario, Jesús es un hombre (Teodoro le llamaba “hombre asumido”) en el que habita el Verbo, un hombre con una conexión especial con Dios.
 

Obsérvense la similitud del pensamiento de Teodoro con la posterior idea moderna del progreso ascendente de la humanidad, expresada con mayor claridad en el s. XIX. No es de extrañar que el s. XIX fuera testigo de cómo muchos cristianos adoptaron un punto de vista acerca de Cristo como el de Teodoro. Creían que Jesús era un hombre con una conexión especial con Dios, no que era Dios el Hijo viviendo en la tierra como un hombre.

¿Cómo respondió la Iglesia a Teodoro? Bueno, tuvo la suerte de vivir en un lugar bastante recóndito y durante su vida no atrajo mucha atención más allá de su propia región. Sin embargo en el año en que falleció, en 428, su estudiante Nestorio se convirtió en obispo de Constantinopla y comenzó a predicar ante todo el mundo cristiano la doctrina de su maestro. A continuación aparecen fragmentos de dos sermones diferentes de Nestorio, ambos predicados en el año 428: “Defendemos la conjunción, sin confusión, de las naturalezas. Confesamos a Dios en un hombre, adoramos al hombre que es venerado junto con el Dios todopoderoso en virtud de la divina conjunción” (Sermón 8). “Venero al que es llevado por aquel que le lleva, adoro al que veo por aquel que está oculto. Dios es indivisible de aquel que aparece y por esa razón yo no divido el honor de aquello que no está dividido. Separo las naturalezas, pero uno la adoración” (Sermón 9).
 
En estos dos fragmentos hay que notar que Nestorio parece ser ortodoxo según nuestra forma habitual de pensar, porque habla de “dos naturalezas” en Cristo. Pero, si observamos más detenidamente, destacan dos afirmaciones. Confiesa a “Dios en un hombre” y venera “al que es llevado por aquel que le lleva”. Ambos fragmentos demuestran que, para Nestorio, como para Teodoro antes que él, Jesús no es la misma persona que ha sido siempre el Hijo del Padre. Es un hombre en el que Dios habita; es el que es llevado por Dios, con una conexión con Dios. El hecho de que Nestorio aúne la adoración y venere al hombre por el Verbo que lo habita no cambia el hecho de que el hombre Jesús no es la misma persona que el Hijo eterno de Dios.
 
¿Cuál es, entonces, el error del pensamiento de Teodoro y Nestorio? Dos cosas importantes: Hace de la llamada “divinidad de Cristo” poco más que una residencia divina y pone así nuestra salvación en manos de alguien que no es verdaderamente Dios. Un hombre habitado por Dios el Verbo en realidad no es diferente de una persona habitada por el Espíritu Santo. Todo creyente es habitado por Dios (el Espíritu Santo), pero esa inhabitación no nos capacita para salvar a nadie. Un hombre habitado por Dios no puede salvarnos. Sólo Dios mismo puede salvarnos, y el Cristo de Nestorio no es, como persona, Dios el Hijo.
 
El personaje más importante que respondió a Teodoro y a Nestorio fue Cirilo de Alejandría, quien enfatizó que la salvación no era cuestión de alcanzar un plano más elevado de existencia, sino de Dios descendiendo para llevarnos a sí mismo. Además, sostuvo que nuestra salvación está ligada a la propia relación de Cristo con el Padre: él es el verdadero, natural, Hijo de Dios y nosotros hemos sido hechos hijos e hijas de Dios por adopción. Comentando sobre Juan 1:12-13 (un pasaje que he citado y discutido anteriormente), escribe:
 
Porque tras haber dicho que les fue dada autoridad de parte aquel que es por naturaleza Hijo, para llegar a ser hijos de Dios, y de haber introducido de esta manera lo que es de adopción y de gracia, puede después añadir sin peligro (de malentendidos) que fueron engendrados de Dios; para mostrar la grandeza de la gracia que les fue conferida, reuniendo a los que eran ajenos a Dios Padre en una, por así decirlo, comunión natural y elevando a los esclavos a la nobleza de su Señor, por su entrañable amor hacia ellos. (Cirilo de Alejandría, Comentario de Juan, 1:13)
 

La frase fundamental de este pasaje es “comunión natural”. Cirilo usa esta frase para referirse a la comunión mutua que tienen las personas de la Trinidad al compartir la misma naturaleza, porque constituyen el mismo Dios. Sin embargo, aquí y en otras partes de sus escritos, sostiene que Dios concede a los creyentes compartir esa misma comunión. Dios no nos hace iguales a él de ninguna manera (ya ha negado esa posibilidad antes en su comentario) pero, aún así, nos concede una participación en la misma comunión que disfrutan las personas de la Trinidad. Sólo el verdadero, natural, Hijo de Dios podría concedernos esto por hacernos hijos a través de la adopción.

Queda claro, por los escritos de Cirilo, que lo más importante de la Cristología no es que Cristo sea una persona o que tenga dos naturalezas, aunque, por supuesto, estas cosas sean ciertas de él. Lo más importante es que él sea la misma persona que ha sido siempre el Hijo eterno de Dios. A fin de cuentas, el Cristo de Nestorio no es Dios el Hijo. El niño nacido de María no es, según Nestorio, el Hijo de Dios engendrado desde la eternidad. Cirilo sostiene, correctamente, que el Verbo pre encarnado y Jesús después, son la misma persona. Aquel que una vez era únicamente Dios ahora es Dios y humano a la vez, pero sigue siendo la misma persona. No afirmar esto, implica que Dios no ha logrado nuestra salvación al bajar hasta nosotros. Y creo que el pensamiento de Cirilo representó y expresó el consenso de toda la Iglesia.
 

La definición de Calcedonia

 

La controversia Nestoriana condujo a dos concilios ecuménicos, el Tercero en Éfeso (Turquía occidental) en 431, que fue muy complicado desde el punto de vista político y no resolvió el problema permanentemente, y el Cuarto en Calcedonia (cerca de Nicea en el noroeste de Turquía) en 451, que produjo el segundo pronunciamiento doctrinal más importante de la Iglesia: la definición de Calcedonia. Hoy en día, la gente suele considerar la definición de Calcedonia como un documento de compromiso, diseñado para mediar entre los énfasis “alejandrinos” (como los de Atanasio y Cirilo) y los énfasis “antioquenos” (como los de Teodoro y Nestorio). El elemento central del documento, en la mente de muchos eruditos modernos, es la parte resaltada en rojo que cito a continuación:

Por eso, siguiendo la enseñanza de los santos padres, nos unimos en la enseñanza de que debemos confesar a uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
 
Este mismo es perfecto en deidad, este mismo es perfecto en humanidad; este mismo es verdadero Dios y verdadero hombre, comprendiendo alma racional y cuerpo. Es de la misma sustancia que el Padre de acuerdo a su deidad, y el mismo es de la misma sustancia que nosotros de acuerdo a su humanidad, igual a nosotros en todo excepto en el pecado. Fue engendrado antes de los tiempos del Padre, de acuerdo a su deidad, pero en los últimos tiempos, por nosotros y nuestra salvación, el mismo nació de la virgen María, portadora de Dios, de acuerdo a su humanidad.
 
Él es uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor y Unigénito, que se da a conocer en dos naturalezas unidas de manera inconfundible, inmutable, indivisible, inseparable. La distinción entre las dos naturalezas no es destruida en absoluto a causa de la unión, sino que la propiedad de cada naturaleza se conserva y concurre en un solo prosopon e hipostasis.
 
No está separado o dividido en dos prosopa, sino que es uno y el mismo Hijo, el Unigénito, Dios el Logos, el Señor Jesucristo.
 
Así hablaron de él los profetas desde el principio, y el mismo Jesucristo nos instruyó, y el Concilio de los padres nos ha transmitido (la fe).
 

La porción subrayada en rojo enfatiza las dos naturalezas y la única persona (prosopon e hipostasis son palabras que significan “persona”) y la claridad terminológica que aporta esta declaración es parte importante de la contribución de Calcedonia a nuestra comprensión de Cristo. Sin embargo, la declaración en rojo no es lo más importante que afirma la definición. Al contrario, el punto principal —repetido ocho veces en un párrafo y subrayado en azul— es que el niño nacido de María es el mismo que siempre ha sido el Hijo de Dios. Los obispos reunidos en Calcedonia están afirmando que, para que pudiésemos ser salvos, Dios mismo tuvo que bajar a salvarnos. Por lo tanto, no es sólo que el Verbo tiene que ser Dios, sino que Jesús y el Verbo son la misma persona. Si Jesús no es el Verbo, sino un hombre en quien el Verbo habita, Dios no ha bajado para salvarnos y, por lo tanto, no somos salvos. Pero Jesús es Dios el Verbo que se hizo hombre por nuestro bien. Esta es la verdad central que la Iglesia quiso proclamar.

Por lo tanto, a menudo afirmo que el punto principal en la Cristología bíblica y patrística no es si Cristo es una persona con dos naturalezas, sino quién es esa persona. No es suficiente afirmar simplemente que Cristo es una persona y que tiene dos naturalezas. Nestorio afirmaba eso y, sin embargo, su Cristo era diferente del verdadero Cristo, el único que puede salvarnos. Muchas personas en los últimos doscientos años, como el pastor de la historia con la que empecé, han afirmado que Cristo es una persona en dos naturalezas, pero no han querido decir con esto que es el Hijo eterno de Dios que se ha hecho hombre. La verdad crucial, la verdad que salva, es que para que nosotros fuéramos salvos, Dios tenía que bajar a salvarnos. Por lo tanto el que bajó tenía que ser verdaderamente Dios, tan completamente Dios como el Padre. Más aún, la verdad igualmente crucial es que el Hijo tuvo que bajar hasta nosotros, haciéndose humano para vivir, morir y resucitar como hombre. Si esta es la salvación que las Escrituras dicen que necesitamos, y tenemos, entonces este es el Salvador que debemos tener. Y, de acuerdo tanto a las Escrituras como al consenso histórico de la Iglesia, este es el Salvador que tenemos.
 
¿Quién es Jesús? Él es el eterno y amado Hijo de Dios que se ha hecho hombre, sin dejar de ser quien ya era, para lograr nuestra salvación.
 
[Artículo traducido por Trini Bernal, con cambios ligeros realizados por Andrés Messmer.]

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    Cristo en toda la Escritura

    I. Introducción

    En Lucas 24:25-26, 44-46, Jesucristo dice a dos discípulos que todo el Antiguo Testamento habla del sufrimiento y la subsecuente gloria del Mesías (cf. Jn 5:39). En esa ocasión, Jesús estaba andando con ellos desde Jerusalén hasta Emaús, una caminata de unos 10 kilómetros que habría durado unas tres horas. ¿Podría hablar Ud sobre el sufrimiento y la subsecuente gloria del Mesías por el mismo tiempo? Claro que muchos empezaríamos con Isaías 53, pero ¿podría hablar de ‘todo lo que han dicho los profetas’ y de ‘la ley de Moisés, los profetas y los salmos’?
     
    Me gustaría sugerir que una de las razones por las que muchos no podríamos superar el reto es que ya no utilizamos un método hermenéutico fundamental que los apóstoles y otros cristianos de generaciones previas sí utilizaban. ¿Cómo se llama este método? Se llama la tipología, y puede abrir unas vías tremendas para ver el sufrimiento y la subsecuente gloria del Mesías en toda la Escritura.
     
     

    II. Cinco ejemplos de tipología cristológica en el Antiguo Testamento

    Me gustaría compartir cinco ejemplos de tipología cristológica en el Antiguo Testamento que hablan de las experiencias del sufrimiento y la subsecuente gloria del Mesías. En muchos casos, cumplen también con lo que dijo el apóstol Pablo de que la ‘gloria’ vino al tercer día (cf 1 Cor 15:3-4). La clave interpretativa en estos ejemplos es la tipología, así que estamos buscando correspondencias generales entre las historias veterotestamentarias y su cumplimiento en el Mesías.
     
     

    II.1. Adán y Eva (Gén 2)

    • Adán, siendo perfecto y sin pecado, no tenía mujer. Dios le hizo caer un sueño profundo, abrió su costado y formó su mujer de su propio cuerpo. Al despertarse, Adán vio su gloriosa y perfecta mujer.

    • Jesús, el verdadero Adán, siendo perfecto y sin pecado, no tenía mujer. En la cruz, le cayó el sueño profundo de la muerte. El soldado romano le abrió su costado con una lanza y emanó sangre y agua, formando así su mujer de su propio cuerpo. Al despertar de la muerte, verá a su gloriosa y perfecta mujer en la eternidad (cf. Ef 5:25-27).

     
    II.2. Abraham e Isaac (Gén 22)
     
    • Dios manda a Abraham sacrificar a su único hijo amado y los dos viajan juntos por tres días hasta el Monte Moriah[1]e Isaac es quien lleva la leña (en hebreo ‘leña’ es la misma palabra para ‘madera’ y ‘árbol’) subiendo la montaña; pero al tercer día Dios rescata a Isaac de la muerte en el último minuto por proveer otro sacrificio.

    • Jesús, el único hijo amado de Dios, fue el sacrificio quien llevó su ‘madera’ subiendo Gólgota; pero, a diferencia de Isaac, no fue rescatado en el último minuto[2] porque él fue el verdadero “otro sacrificio” que Dios proveyó; sin embargo, al tercer día Dios le soltó de la muerte.

     

    II.3. José y sus hermanos (Gén 37-50)

    • José fue el hijo amado de su padre y fue traicionado por sus hermanos por plata; fue condenado injustamente como criminal y enviado a la cárcel (un tipo de muerte) con dos criminales, uno de los cuales era inocente y el otro culpable; luego José fue liberado de la cárcel (un tipo de resurrección) y sentado a la diestra del Faraón, desde donde salvó a mucha gente de la muerte y perdonó a sus hermanos traidores.

    • Jesús fue el hijo amado de su Padre y fue traicionado por sus hermanos (Judás y los otros líderes religiosos) por plata; fue condenado injustamente como criminal y enviado a la tumba después de ser crucificado con dos criminales, uno de los cuales era inocente y el otro culpable; luego Jesús fue levantado de la muerte y sentado a la diestra del Padre, desde donde salva a mucha gente de la muerte y perdona a sus hermanos traidores.

     
    II.4. Los filisteos derrotan a los israelitas (1 Sam 4-6)
     
    • Los filisteos derrotan a los israelitas, llevan cautiva el arca y la ponen delante de su dios, Dagón. Por la mañana del tercer día los filisteos encuentran a Dagón derrumbado delante del arca, con su cabeza y manos cortadas.

    • Jesús, la verdadera arca del Señor, es llevado cautivo por el verdadero enemigo, la muerte. Pero al tercer día demuestra Jesús que la ha cortado la cabeza y las manos por levantarse de los muertos.

     
    II.5. Daniel en el foso de los leones (Dan 6)
     
    • Daniel fue condenado a la muerte por su piedad (oraciones) por unos soberanos celosos y malvados, que habían engañado y obligado al rey para que le echara en el foso de muerte. Pero temprano al tercer día (es decir, el tercer díadespués de ser condenado por sus oraciones), fue liberado del foso y restaurado a su lugar glorioso.

    • Jesús fue condenado a la muerte por su piedad por unos soberanos celosos y malvados, que engañaron y obligaron a Pilato a que le condenara a la cruz y a la tumba. Pero temprano al tercer día fue liberado de la tumba y restaurado a su lugar glorioso por su ascensión a la diestra de Dios.

     
    III. Conclusión
     

    Espero que estos ejemplos hayan animado a los lectores a tomar en serio las palabras de Jesús cuando afirmó que toda la Escritura habla de su sufrimiento y subsecuente gloria. El método usado aquí no ha sido la de buscar profecías sino la tipología, un método poco usado por nosotros los protestantes, pero que debemos recuperar. Ahora les animo a coger sus Biblias y leerlas con la expectativa de encontrar el mismo patrón en otras partes. Les aseguro que la búsqueda no será en vano.

     
    PD: Casi todo lo que he escrito arriba viene de Warren Gage, Milestones to Emmaus: The Third Day Resurrection in the Old Testament (Fort Lauderdale, FL: St. Andrews House, 2015). Me gustaría agradecerle por darme permiso para publicar un resumen de parte de su pensamiento encontrado en este libro. El libro entero debe ser traducido al español cuanto antes.
     

    [1] Según 2 Chr 3:1 es el mismo sitio donde Salomón construyó el Templo. [2] Aunque se lo pidio: ‘Padre, si es posible, pase de mí esta copa’.

     
     

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      Revelación–respuesta: el canto evangélico y el ritmo bíblico de la adoración

      Introducción

      Si estás leyendo esto, es muy probable que seas protestante, y si eres protestante, es muy probable que formes partes del grupo que se llama “evangélico”. David Bebbington, en su celebrado estudio sobre el movimiento evangélico en Gran Bretaña, concluyó que hay cuatro características que lo unen: biblicismo, crucicentrismo, conversionismo y activismo.[1] A esta lista de cuatro, me gustaría proponer otra: su forma de culto. Es decir, el culto de muchas iglesias evangélicas sigue más o menos el mismo patrón: una bienvenida (quizá con una breve oración y/o lectura de la Biblia) seguida por muchas canciones (normalmente entre tres y seis) y por último una predicación seguida por una despedida (oración y/o llamada a responder).
       
      En este artículo, no voy a hablar del culto evangélico en sí, sino de un componente que me resulta extraño: la práctica de cantar antes de escuchar a la Palabra. Me parece extraño porque la Biblia nos da otro patrón para la relación entre cantar y escuchar la Palabra: primero Dios nos habla a nosotros, y luego respondemos a él en canción. A continuación, veremos ejemplos de la Biblia en los que Dios habla o actúa primero, y luego su pueblo le responde en canción.
       
      El patrón bíblico de la adoración
       

      Este no es el momento adecuado para proporcionar todos los textos bíblicos que hablan del patrón bíblico de la adoración. Mi meta aquí es más modesta: proporcionar algunos de los textos más conocidos sobre el tema, que pueden ilustrar el caso de que el canto suele seguir a la palabra o el acto de Dios, y no precederla.

      • Éxodo 14-15: En Éxodo 14, Dios libra a los israelitas de los egipcios, y en Éxodo 15, Moisés y los israelitas responden con una canción. Luego, en los vv. 20-21, María y las mujeres también responden con una canción.

      • Jueces 4-5: En Jueces 4, Dios libra a los israelitas de Jabín rey de Canaán, y en Jueces 5, Débora y Barac responden con una canción.

      • 1 Reyes 8: en los primeros versículos del capítulo, el Templo está dedicado al Señor y la nube del Señor lo llena de tal modo que los sacerdotes no pueden seguir ministrando. Luego Salomón responde con una oración extendida y con una bendición para la gente, y todos responden ofreciendo sacrificios.

      • Job 38:6-7: los ángeles alababan y se regocijaban cuando Dios creó el mundo.

      • El libro de los salmos: Una y otra vez los salmistas dan fe de que su canto funciona como respuesta a la obra de Dios: p. ej., 9:11-12; 13:6; 18 título (cf. vv. 46-49); 30 título (cf. vv. 4-5, 11-12); 33:3-5; 51:14; 59:16-17; etc…

      • El libro de Lamentaciones: El libro entero es un lamento que responde al juicio de Dios.

      • Apocalipsis 5: El Cordero toma el libro de la mano derecha de Dios, y los que rodean el trono responden con una canción.

      El ritmo bíblico de la adoración
       
      Como estos textos demuestran, el patrón consistente de la adoración bíblica se puede resumir con el ritmo de revelación–respuesta. Es decir, Dios se revela, se manifiesta, habla, y nosotros respondemos con una canción de manera adecuada. En la Biblia, nuestra adoración sigue la revelación de Dios, y no el revés. Esa es la razón por la que el culto evangélico me parece extraño, incluso no bíblico, en ciertos momentos: nos atrevemos a hablar primero a Dios, sin escucharle en su Palabra, sea leída o predicada.
       
      No estoy argumentando que el culto evangélico es malo o anti-bíblico. Al contrario, quiero afirmar que aprecio mucho el énfasis que muchas iglesias evangélicas ponen en la Palabra. Sin embargo, los evangélicos afirmamos la doctrina de sola Escritura y la necesidad de reformarse siempre a la luz de ella. Por tanto, me gustaría retar a las iglesias evangélicas a ser más bíblicas con respecto al patrón de la adoración: primero debemos escuchar a Dios en su palabra —sea leída o predicada—, y luego responderle de manera adecuada.
       
      Sugerencias prácticas
       

      Supongo que habrá varias maneras de cumplir con el patrón de revelación–respuesta, pero me gustaría ofrecer dos maneras en las que se puede hacer. Primero, los cultos evangélicos deben tomarse en serio la práctica de otras denominaciones más tradicionales de empezar el culto con una lectura de la Biblia. El director de música podrá planear las canciones que la siguen, para que la gente pueda responder con una canción de manera adecuada (hace falta un poco de planificación para hacer esto). Segundo, en lugar de cantar entre tres y seis canciones antes de la predicación, ¿por qué no prorrogar el tiempo de cantar hasta después de la predicación? Muchas iglesias cantan por lo menos una canción después de la predicación, y si se selecciona bien, mucha gente dice que es el mejor momento del culto, en el que puede responder al Señor. El canto es el punto álgido de nuestra adoración, y nuestros corazones están más llenos y dispuestos a cantarle después de haberle escuchado en su Palabra.

      Estas son nada más que sugerencias, pero me gustaría retar a todos a tomarse en serio el patrón bíblico de la adoración de revelación–respuesta, no solamente para el canto, sino para cada aspecto del culto y de sus vidas.
       

      [1] Evangelicalism in Modern Britain: A History from the 1730s to the 1980s (London: Routledge, 1989).

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        “Los cristianos son ateos”

        Introducción

        Como dice Atenagoras, el apologeta cristiano del s. II, los cristianos primitivos fueron acusados de tres crímenes: el canibalismo, el incesto y el ateísmo.[1] Los tres fueron acusaciones serias,[2] pero aquí me gustaría explicar el que quizá parezca el más raro para nosotros hoy en día: el ateísmo. Quizá esta sea la acusación más antigua hecha contra los cristianos, y ya hay de ella encontradas en el Nuevo Testamento mismo (p. ej., Hch 19:23ss.) y una atestación clara encontrada a inicios del s. II durante el martirio de Policarpo.[3] Me gustaría plantear dos preguntas en este artículo: 1) ¿Por qué se hizo esta acusación contra los cristianos? 2) ¿Por qué fue una acusación tan seria?
         
        ¿Por qué se llamó ateos a los cristianos?
         

        Para lectores modernos (¡y para los primeros cristianos también!), la acusación de ateísmo suena ridícula. Después de todo, si algún grupo es conocido por su creencia en Dios, seguramente los cristianos se encuentran entre los primeros. Sin embargo, para la mente grecorromana, no era así. Los ciudadanos del Imperio romano practicaban lo que podría llamarse el politeísmo cívico, es decir, que el gobierno civil patrocinaba la adoración de varios dioses a través de las artes, fiestas, sacrificios, el teatro, etc.

        Pero en el s. I d. C., apareció un grupo de personas que decían que no querían hacer sacrificios a los dioses reconocidos a nivel oficial, ir al teatro, ni demostrar respecto por las costumbres antiguas. Además, no representaban su dios en el arte, ni escribían obras de teatro en su honor, ni tenían la aprobación del gobierno civil. Para colmo, su dios era un dios relativamente nuevo y tenía su origen en el judaísmo, que históricamente había tenido muy mala fama en el mundo grecorromano. Por tanto, si lo vemos con empatía desde la perspectiva del ciudadano grecorromano medio, podemos ver cómo se podría aplicar la acusación de ateísmo a los cristianos. Sin embargo, lo que querían decir con el término era que no creían en los dioses grecorromanos que estaban aceptados y patrocinados por el gobierno.
         
        ¿Por qué era una acusación tan seria?
         

        Para responder a esta pregunta, tenemos que volver a unos cuantos siglos antes del cristianismo, a Atenas del s. V a. C. Sócrates estaba en su apogeo, y estaba enseñando algo peligroso: que los dioses no existen. Eso se había enseñado antes, empezando con Tales de Mileto en el s. VII, y seguido por otros llamados “filósofos naturales”, pero su enseñanza no tuvo el mismo impacto social como la de Sócrates. Según filósofos como él, los dioses eran vistos como necesarios por la gente común para asegurarse estabilidad social.[4] Cosas como los juramentos, los contractos y la defensa de la ciudad solo eran posibles si la gente creía en los dioses: ellos pueden ver lo que hacemos en el privado y tenemos que defenderlos en guerra. Sin embargo, como el oponente de Sócrates —Aristófanes— mostró, borrar a los dioses es borrar el freno social, invitando así al caos en la ciudad.[5] Sócrates fue acusado de dos cosas (y declarado culpable de lo mismo): ser ateo y corromper las mentes de los jóvenes de la ciudad con su enseñanza (es decir, el ateísmo). Curiosamente, sabemos por los escritos de Platón que, aunque Sócrates no creía en los dioses helenos conocidos en Atenas, sí creía en algún tipo de realidad divina. Es decir, Sócrates no estaba muy lejos de lo que llamamos hoy en día el “monoteísmo”.

        La historia de Sócrates era muy bien conocida por todo el mundo grecorromano, y también durante los primeros siglos de la era cristiana. Por tanto, acusar a los cristianos de ser ateos fue una acusación muy seria, e hizo temblar a los gobernantes del Imperio romano, tanto a nivel local como a nivel imperio. Lo que más quería el Impero romano era el orden y la estabilidad, y pocas cosas podrían ser más amenazadoras que una revuelta social basada en descuidara los dioses. No adorar a los dioses significaba el deshecho de la sociedad misma, y así los cristianos fueron vistos como los que invitaban a la anarquía social total.
         
        Conclusión
         

        El cristianismo contribuyó más a la estabilidad del Imperio romano que cualquier otra religión, enseñanza filosófica o religión mistérica. Paradójicamente, si la gente hubiera imitado a los dioses grecorromanos, el Imperio se habría colapsado mucho antes de lo que lo hizo en realidad.[6] Los cristianos renunciaron por completo a todas las típicas amenazas que podían arruinar un imperio desde dentro o fuera —la deuda, la inestabilidad familiar, la pereza, el deseo por el poder y la guerra, etc.— , y en su lugar pusieron la única cosa que podía preservar un impero y asegurar su crecimiento y prosperidad: amar a Dios y a los demás.

        Hoy, aunque no seamos acusados de ser ateos, sí queda el impulso principal de la acusación: somos acusados de quedarnos al margen de la sociedad y de perturbar el orden establecido. Igual que el Imperio romano logró su estabilidad gracias a la tolerancia religiosa, hoy en día se cree que la estabilidad solo se puede lograr a través de una tolerancia absoluta y total en cada esfera de la vida, incluyendo la religión. Por tanto, tenemos mucho que aprender de nuestros antepasados cristianos: tenemos que encontrar una manera de demostrar que, aunque no nos arrodillemos delante de los mismos dioses que ellos, tampoco somos una amenaza a la sociedad y, de hecho, contribuimos a su estabilidad y prosperidad.
         

        [1] Atenagoras, Súplica en favor de los cristianos, 3.
        [2] Con respecto a las otras dos acusaciones, fueron entendidas como acusaciones de inhumanidad: según escritores como Heródoto, solo aquellos que vivían fuera del mundo civilizado practicaban el canibalismo y el incesto. Como se demostrará, las tres acusaciones eran tres maneras de decir lo mismo: los cristianos querían deshacer el orden civilizado establecido.
        [3] Martirio de Policarpo 3:2; 9:2.
        [4] Algo de esto se encuentra en la República de Platón; pero cf. también su Apología.
        [5] Cf. Nubes, en el que se burla de Sócrates y demuestra que, si se aceptan las ideas de Sócrates, los deudores no pagarán sus dudas, y los hijos insultarán a sus padres.
        [6] Esta crítica de la religión grecorromana era muy común, tanto por filósofos grecorromanos como Sócrates como por apologetas cristianos como Agustín; cf. Ciudad de Dios.

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          Abraham es un nuevo Adán: La estructura toledoth de Génesis

          Conocidas tentativas de estructurar Génesis

          Al echar un vistazo a obras tradicionales acerca de Génesis y cómo estructuran el libro al completo (p. ej., el comentario de Gordan Wenham, el trabajo de David Dorsey sobre la estructura literaria del AT, el panorama del AT de Andrew Hill y John Walton), no quedo satisfecho.[1] Si bien parte de su perspectiva es útil, su estructura general no parece tener plenamente en cuenta las claves retóricas del texto ni las antiguas técnicas literarias.
           
          En relación a las claves retóricas del texto, como es bien sabido, Génesis tiene diez secciones toledoth, que muchos comentaristas coinciden en que funcionan como marcadores estructurales.[2] La mayoría de los comentaristas son conscientes de esto, pero muchos agrupan arbitrariamente las secciones toledoth en grupos más grandes de dos, tres o, incluso, cinco toledoth, dando al libro una estructura desequilibrada. En cuanto a las antiguas técnicas literarias, de aquellos que intentan respetar la estructura toledoth del libro, muchos no hacen más que enumerarlos, como si el libro no fuera más que una progresión estricta y lineal de diez toledoth desde Adán hasta José. Parecen no ser conocedores de las antiguas técnicas literarias del quiasmo, el paralelismo y otras técnicas similares.
           

          Una nueva propuesta

          Una vez expuestas mis “quejas”, me gustaría proponer la siguiente estructura para el Génesis. En primer lugar, las secciones toledoth deben tomarse en serio, y eso es lo que voy a hacer. En segundo lugar, las antiguas técnicas literarias también hay que tomarlas en serio y, tras haber considerado diferentes técnicas, he llegado a la conclusión provisional de que el paralelismo es el mejor camino a seguir. ¿Qué es el paralelismo? Para poner un solo ejemplo bien conocido, paralelismo es lo que encontramos en Génesis 1 en cuanto a la actividad creadora de Dios: los primeros seis días de la creación pueden dividirse en grupos de tres, el primero de los cuales comprende la “formación” y el segundo el “llenado”,[3] con el primero, el segundo y el tercer día de cada grupo correspondiéndose el uno al otro (uno – cuatro, dos – cinco, tres – seis). La estructura sería algo así (los números a la izquierda se refieren a los días de la creación y las letras muestran la estructura paralela):
           

          1. A. Día 1: luz y oscuridad 

          2.          B. Día 2: aire y mar[4]

          3.                     C. Día 3: tierra seca
           

          4. A’. Día 4: sol, luna y estrellas

          5.          B’. Día 5: aves y peces
           

          6.                    C’. Día 6: animales terrestres y seres humanos

           

          Esto sólo es un ejemplo muy conocido de estructura paralela, pero ilustra mi argumento sobre el libro de Génesis en su conjunto: los diez toledoth se repiten (“paralelan”) entre sí, con cinco toledoth en cada parte. Cuando se hace así, se pueden ver algunas conexiones interesantes, como espero que se vea a continuación. Es importante recordar que la persona cuyo nombre aparece en el toledoth no es el centro de la sección, sino su descendiente(s). Por ejemplo, el “toledoth de Taré” (Gen 11:27–25:11) se centra en uno de sus hijos, Abraham, más que en el propio Taré. Así, para facilitar la comprensión del argumento del libro, he sustituido las personas nombradas en el toledoth por sus descendientes. Siguiendo el ejemplo anterior, esta es mi propuesta para la estructura de Génesis (de nuevo, los números de la izquierda corresponden al toledoth, y las letras muestras la estructura paralela):

           

          1. A. Adán y Eva; la lucha Caín – Abel

          2.           B. La línea setita (se mencionan 10 descendientes) y la corrupción de la humanidad
           

          3.           C. Noé; la narración del diluvio; la lucha Sem – Cam

          4.                     D. Lista de 3 hijos y 70 naciones; la torre de Babel (arrogancia; opresión)
           

          5.                               E. Los descendientes de Sem (se mencionan 12 descendientes; Abraham)

          6. A’. Abraham y Sara; lucha Ismael – Isaac
           

          7.           B’. Los doce descendientes de Ismael (distanciamiento)

          8.                     C’. Jacob; Labán, Lea y Raquel; la lucha Esaú – Jacob
           

          9.                               D’. Los descendientes de Esaú: 3 esposas y aprox. 70 descendientes; Edom

          10.                                        E’. Doce patriarcas; José
           
           
          Observaciones
           

          Permítanme explicar en detalle lo que sólo podría escribirse brevemente en el esquema anterior.

          A – A’
           

          En primer lugar, a nivel de macroestructura, el mensaje más obvio del libro es que Abraham es el nuevo Adán. Por tanto, no debe ser ninguna coincidencia que el llamamiento de Abraham por parte de Dios en Génesis 12:1-3 es el punto de inflexión más importante del libro (si no de todo el AT). La estructura paralela entre Adán y Abraham sugiere la idea de recapitulación, como re-creación y la contracción del enfoque del trato de Dios con el mundo hacia su trato con una nación, Israel. Al mirarlo desde esta perspectiva, podemos ver a Israel como un microcosmos de la humanidad. Además, parece que es así como los judíos han interpretado la relación de Abraham con Adán. Por ejemplo, en Midrash Génesis Rabá 14:6 dice: “[Adán] puede pecar y no habrá nadie que lo solucione. Por eso crearé primero a Adán para que, si peca, venga Abraham y arregle las cosas”.[5] Puede haber otros paralelismos, como entre Eva y Sara, o entre las luchas fraternales de Caín y Abel, por un lado, y las de Ismael e Isaac por otro; pero no entraré en esos detalles aquí. Este quizá sea el argumento más poderoso para estructurar los diez toledoth de manera paralela.

           
          B – B’
           

          Ambos textos son básicamente genealogías que terminan con una nota de pecado: así como la humanidad se entregó a la violencia antes del diluvio, también los ismaelitas son descritos como “estableciéndose allí frente a todos sus parientes” (Gen 25:18), lo que evoca la profecía original de que sería un “asno montés”, con su mano contra todos y viceversa (Gen 16:12).

          C – C’
           
          Las luchas fraternales entre Cam y Sem (y Jafet) por un lado, y las de Esaú y Jacob por otro, ayudan a explicar el paralelismo entre estas dos secciones toledoth.
           
           D – D’
           

          La lista de naciones de Génesis 10 está formada por tres hijos, de los que salen 70 naciones y que culmina en la torre de Babel, un lugar de arrogancia y opresión. Del mismo modo, Esaú contrae matrimonio con tres mujeres, de las que se mencionan aproximadamente 70 descendientes, que habitan en Edom/Seir, el montañoso país vecino al sur de Israel, un lugar de arrogancia y opresión. Así, Edom sería una nueva torre de Babel, al menos en cierto sentido.

          E – E’
           

          El linaje de Sem menciona doce descendientes (la décima generación incluye a los tres hermanos Abram, Nacor y Aram) que pueden evocar a los doce patriarcas. La genealogía semita prepara para el personaje principal, el piadoso Abraham, mientras que el final del toledoth de Jacob se centra en el personaje principal, el piadoso José. Además, ambos preparan para un éxodo: Abram y Sara desde Babilonia y los doce patriarcas desde Egipto.

          Conclusión
           

          Admito que algunos paralelismos no son tan convincentes como otros, sin embargo, una investigación más profunda podría aportar más información de la aquí señalada. La mayor ventaja de esta estructura con respecto a otras es que toma en serio las secciones toldeoth de Génesis y las antiguas técnicas literarias. Así mismo, la misma estructura nos aporta información muy valiosa: Génesis trata de la creación de la humanidad y de Israel por parte de Dios, y del éxodo de Israel de Babilonia y de Egipto. Si mi propuesta demuestra ser errónea de alguna manera, al menos espero que abra nuevos horizontes a la hora de analizar la estructura de Génesis (y de otros libros de la Biblia).

           

          [1] Obviamente, Génesis forma parte del Pentateuco, pero su estructura toledoth y su trama coherente justifican que lo tratemos como una obra independiente.
          [2] En realidad, hay once de estas frases toledoth, pero la mayoría cuenta las dos apariciones en el toledoth de Esaú como si formaran una sección (Gen 36:1, 9).
          [3] Esto, a su vez, se corresponde con Gen 1:2, que dice que la tierra estaba “sin forma” y “vacía”.
          [4] Técnicamente, el mar recibe su nombre en el tercer día, pero las “aguas” ya van apareciendo en el segundo día.
          [5] Midrash Rabbah, trad. Rabbi Dr. H. Freedman y Maurice Simon (London, The Soncino Press, 1939), 1:114.


          Traducido por Trini Bernal, con algunas modificaciones realizadas por el autor.

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            La sorprendente estructura de los Diez mandamientos

            1. Introducción

            Muchos ya conocemos los Diez mandamientos de Éxodo 20 y Deuteronomio 5, pero por si acaso, aquí los tienen en forma resumida:
             
            1. No tener dioses ajenos

            2. No hacer imágenes

            3. No tomar el nombre de Dios en vano

            4. Guardar el sábado

            5. Honrar a tus padres

            6. No matarás

            7. No cometerás adulterio

            8. No hurtarás

            9. No mentirás

            10. No codiciarás

            Hasta aquí, todo bien, pero surge la pregunta: ¿por qué están estructurados así, y cuál es su lógica? Aunque los Diez mandamientos juegan un papel central en la catequesis cristiana, muchos no profundizan más que observar que algunos mandamientos hablan de nuestra relación con Dios (normalmente los 1–4), mientras que otros hablan de nuestra relación con los hombres (normalmente los 5–10). En este artículo, me gustaría profundizar en la estructura y lógica de los Diez mandamientos. (Como comentario parentético, permítanme reconocer mi deuda con la comunidad judía al respecto, y sobre todo a los sefardí de la Edad media.)
             

            2. La estructura de los Diez mandamientos

            Cuando consideramos la estructura de los Diez mandamientos, el tema más importante es cómo los podemos dividir para que nos ayude a entenderlos mejor. Los cristianos solemos dividirlos en dos grupos, con los primeros tres o cuatro hablando de nuestra relación con Dios, y los últimos seis o siete de nuestra relación con los hombres. Sin embargo, me gustaría sugerir que hay otra manera —quizá mejor— de dividirlos: en dos grupos de cinco mandamientos que hablan de nuestra relación con Dios y nuestras autoridades y los otros cinco de nuestra relación con nuestros iguales. Existen por lo menos tres argumentos a favor de dicha división.
             
            Primero, el primer conjunto de cinco mandamientos es mucho más largo que el segundo conjunto. Si contamos las palabras en Éxodo 20:2-17 en hebreo, el primer conjunto de cinco contiene 146 palabras, lo cual da una media de unas 29 palabras por mandamiento. En cambio, el segundo conjunto contiene solo 26 palabras (15 de las cuales se encuentran en el último mandamiento), es decir, una media de unas cinco palabras por mandamiento. Esto quiere decir, que el primer conjunto de cinco mandamientos es casi seis veces más grande que el segundo conjunto de cinco mandamientos. Además, el mandamiento más corto en el primer conjunto (16 palabras) es más largo que el mandamiento más largo del segundo conjunto (15 palabras). Todo esto sugiere que tenemos aquí dos conjuntos distintos.
             
            Segundo, parte de la razón por la que el primer conjunto es más grande que el segundo, es el hecho de que el segundo conjunto solo contiene los mandamientos, mientras que el primer conjunto contiene tanto los mandamientos como comentarios al respecto: explicaciones, razones o incentivos. De nuevo, esto sugiere que tenemos dos conjuntos de mandamientos.
             

            Tercero, todos los primeros cinco mandamientos contienen la frase “Jehová tu Dios”, mientras que ninguno de los últimos cinco la contienen. Dicha observación sirve para reforzar dos argumentos. Primero, sirve como otro argumento a favor de dividir los Diez mandamientos en dos conjuntos de cinco mandamientos. Segundo, argumenta a favor de interpretar los primeros cinco mandamientos como dirigidos a nuestra relación con Dios, y los últimos cinco como dirigidos a nuestra relación con los hombres.

            (Algunos han afirmado que las referencias a la “tierra” en los vv. 2 y 12 forman un inclusio de los primero y quinto mandamientos, lo cual serviría como otro argumento, pero es un argumento débil, como mucho.)
             
            Antes de seguir, permítanme aclarar una duda que a lo mejor algunos lectores tienen. El quinto mandamiento habla de nuestra relación con nuestros padres, así que ¿cómo se puede afirmar que habla de nuestra relación con Dios? La respuesta es que el primer conjunto de cinco mandamientos habla de nuestra relación con Dios y sus representantes, mientras que el segundo conjunto habla de nuestra relación con nuestros iguales. Es decir, Dios realiza su voluntad en la tierra a través de las autoridades que ha establecido, y la figura más básica y primaria en nuestras vidas es la de nuestros padres. En el comentario sobre el quinto mandamiento en Deuteronomio 16:18-18:22 (algo sobre lo que tengo planeado escribir en el futuro), se expande el quinto mandamiento para incluir a otros representantes de Dios como jueces, reyes, sacerdotes y profetas. Quizá sería más útil pensar en el primer conjunto como referido a la autoridad (plano vertical), y en el segundo conjunto a nuestros iguales (plano horizontal).
             
            3. La lógica de los Diez mandamientos
             
            En la sección anterior, espero haber establecido por lo menos la posibilidad de dividir los Diez mandamientos en dos grupos de cinco. En esta sección, me gustaría enseñar cómo dicha estructura nos ayuda a entender la lógica de por qué fueron organizados en este orden. Hay tres ideas que me gustaría compartir.
             
            Primero, los dos conjuntos de cinco mandamientos están organizados en orden descendiente, de los pecados relativamente más graves a los pecados relativamente menos graves. Veamos primero el primer conjunto. El pecado más serio es tener dioses ajenos, el siguiente es hacer una imagen, el siguiente es tomar el nombre de Dios en vano (sobre todo con respecto a juramentos y la apostasía), el siguiente es no guardar el sábado y el último es no honrar a los padres (y otras autoridades establecidas por Dios). Ahora veamos el segundo conjunto. El pecado más grave que podemos cometer contra uno de nuestros iguales es matarlos (es decir, el homicidio), el siguiente es el pecado sexual, el siguiente es robarles, el siguiente es contar una mentira en su contra y el último es codiciar lo que tienen. Por tanto, los Diez mandamientos no han sido recopilados y organizados al alzar, sino que reflejan una manera muy lógica de estructurar cómo vemos la santidad.
            Segundo, y partiendo de la observación previa, se puede ver que los primeros cinco mandamientos corresponden de manera paralela a los últimos cinco (1 = 6, 2 = 7, etc.). Confieso que algunos paralelismos son más difíciles de ver que otros, pero por lo menos los quiero incluir aquí para estimular más reflexión al respecto.
             
            El primero mandamiento acerca de no tener dioses ajenos y el sexto mandamiento acerca de no matar comparten la idea de que otros tienen valor objetivo e inherente, y que no pueden ser descartados de nuestras vidas. Rechazar a Dios por otros dioses ajenos es una manera de “matarlo”, y matar a una persona es un ataque contra Dios, pues somos hechos a su imagen.
             
            El segundo mandamiento acerca de imágenes y el séptimo mandamiento acerca del adulterio comparten la idea de relaciones comprometidas y por tanto exclusivas. El AT frecuentemente compara la idolatría con el adulterio, y muchas veces los dos son asociados y van de la mano. En algún sentido, la idolatría es una manera de “tener una aventura” a espaldas de Dios.
             
            El tercer mandamiento de no tomar (literalmente “llevar”) el nombre de Dios en vano y el octavo mandamiento de no hurtar comparten la idea del valor de las posesiones de los demás. Igual que un ladrón se lleva la propiedad de otro y la usa injustamente para sus propios fines egoístas, nosotros también nos llevamos el nombre (= fama, reputación) de Dios y lo usamos injustamente para nuestros propios fines egoístas.
             
            El cuarto mandamiento del sábado y el noveno mandamiento de mentir son más difíciles de reconciliar, pero no imposible. Éxodo 20:8-11 y Deuteronomio 5:12-15 dicen que Israel debe descansar los sábados porque Dios creó el mundo en seis días y reposó en el séptimo, y porque Dios rescató a Israel de Egipto, respectivamente. Por tanto, guardar el sábado es una manera de testificar la verdad acerca de quién es Dios y qué ha hecho en nuestro mundo. No guardar el sábado, por tanto, es una manera de negar que Dios es el creador del mundo y el redentor de Israel, que es una manera de mentir.
             
            El quinto mandamiento del honrar a los padres y el décimo mandamiento de codiciar son quizá los más difíciles de reconciliar, pero de nuevo, no imposible. En su raíz, codiciar tiene que ver con el deseo de ser otra persona, incluso ser más que otros. Esta idea está conectada con el deseo de ser superior a los demás, que, en un sentido, es un ataque a la autoridad. Por tanto, estos mandamientos comparten la idea de estar contento con nuestro estado en la vida, sobre todo con respecto a nuestros superiores.
             

            Por último, la macro estructura de los Diez mandamientos es un quiasmo que abarca los tres aspectos del ser humano: nuestro corazón, nuestras palabras y nuestras acciones. La macro estructura es así:

            A: Corazón: mandamientos 1 y 2
            B: Palabras: mandamiento 3
            C: Acciones: mandamientos 4 y 5
            C’: Acciones: mandamientos 6, 7 y 8
            B’: Palabras: mandamiento 9
            A’: Corazón: mandamiento 10
             

            El quiasmo nos enseña dos cosas. Primero, nuestra relación con Dios está vinculada con nuestra relación con los demás. Si amamos a Dios con nuestro corazón, nuestras palabras y nuestras acciones, también amaremos a nuestros prójimos de manera parecida.

            Segundo, la manera de amar a Dios y al prójimo es diferente. Con respecto a amar a Dios, el amor empieza en el corazón, luego abarca a nuestras palabras y por fin afecta a cómo vivimos. Con respecto a amar al prójimo, empezamos con nuestras acciones, luego con nuestras palabras y por último le amamos en nuestro corazón. Sin embargo, los Diez mandamientos curiosamente empiezan y terminan en el mismo lugar: amar a Dios y al prójimo desde el corazón.
             
            4. Conclusión
            Mi propósito en este artículo ha sido el de demostrar que los Diez mandamientos no son diez reglas fortuitas, sino una colección de normas de amar a Dios y al prójimo que han sido organizadas de manera muy profunda. No ofrezco mi interpretación como la única opción posible, sino que la ofrezco como otro intento de profundizar en lo que es uno de los textos más importantes en la Biblia, los Diez mandamientos. Si nosotros los cristianos creemos de verdad que “toda palabra es inspirada por Dios” (2 Tim 3:16), no debemos sorprendernos cuando encontramos significado profundo, no solamente en las palabras, sino también en el orden en el que están ordenadas.
             

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              Credere Deum, Credere Deo, Credere in Deum: tres maneras de creer en Dios

              Introducción

              “¿Crees en Dios?” Muchas veces cuando escuchamos esta pregunta, pensamos que es una pregunta intelectual: “¿Crees que Dios existe?” Esta interpretación de la pregunta es el resultado de por lo menos dos factores. Primero, el factor cultural: desde la Ilustración, Occidente ha estado muy interesado en los hechos y la evidencia, y por tanto creer en Dios se entiende como si existen buenos argumentos a favor de su existencia. Segundo, el factor lingüístico: como el español ha perdido casi por completo las declinaciones, también ha perdido su capacidad de matizar ciertas afirmaciones que otros idiomas siguen teniendo, como el alemán, griego y latín. A veces el idioma español puede compensar esta pérdida con otros componentes del idioma, pero no todos hacen el esfuerzo de hacerlo.
               
              Lo que me gustaría hacer en este artículo es explicar que la pregunta “¿Crees en Dios?” ha sido entendida de tres maneras distintas desde la antigüedad: 1) creer que Dios existe, 2) confiar en Dios y 3) confiarse a Dios. Aunque nuestra preocupación en Occidente ha sido la primera, la de las Escrituras ha sido la última. Desde Agustín,[1] la costumbre ha sido dividir las tres maneras de creer en Dios según la fraseología latina, que es lo que haré aquí.[2]
               
               
              Tres maneras de creer en Dios
               

              Credere Deum: creer que Dios existe. Este tipo de fe en Dios afirma intelectualmente que Dios existe. Es la fe que se menciona en Santiago 2:19: «Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan» (RVR 60). Esto es nada más que el reconocimiento intelectual de que hay un Dios y que existe. De nuevo, esto ha sido la preocupación principal de Occidente desde la Ilustración, y es lo que la mayoría de la gente debate. Las Escrituras no se dirigen frecuentemente a este tema porque simplemente dan por sentado que Dios existe, y más bien nos llama a un nivel más alto de creencia en Dios. No estoy diciendo que esta forma de creer en Dios no es importante, sino que solo es el primer paso hacia lo que Dios quiere de nosotros.

              Credere Deo: creer a Dios. Este tipo de fe en Dios cree que lo que Dios dice es veraz. Un buen ejemplo de este tipo de fe se encuentra en Génesis 15:6: después de que Dios le dice a Abraham que tendrá muchos descendientes, Abraham «creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (RVR 60). Dios habla, y nosotros le creemos. Como se puede ver, este tipo de fe va más allá de un mero reconocimiento mental de que Dios existe, y cree que lo que dice es veraz.
               
              Credere in Deum: confiarse a Dios. Este tipo de fe incluye las anteriores, pero también las supera. Las construcciones griega y latina subyacentes son más forzadas que nuestra traducción española literal de «creer en Dios». Este tipo de fe se refiere al compromiso personal a Dios, y así el lenguaje de confiarse a Dios, o incluso entregarse a él. Este tipo de fe se encuentra principalmente en los escritos de Juan, y nunca se refiere al acuerdo mental o a la creencia en un mensaje, sino en creer en el Padre o en el Hijo.[3] Por ejemplo, en Juan 3:18 este tipo de fe aparece dos veces (e implícitamente tres): «El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (RVR 60). Agustín explicó este tipo de fe en la siguiente manera: «¿Qué, entonces, es “creer en él”? Por creer amarle, por creer estimarle mucho, por creer entrarle y ser incorporado en sus miembros.»[4] En otras palabras, este tipo de fe es una rendición total y voluntaria a Dios.
               
              Conclusión
               
              Pese a nuestro entendimiento moderno de lo que significa creer en Dios, las Escrituras están preocupadas por otra cuestión. En el cristianismo, el caso no es tanto si pensamos o no que Dios existe, sino si estamos dispuestos a creerle y entregarnos plenamente a él. En otras palabras, el “creer” en las Escrituras no se ubica tanto en la mente, sino en la voluntad: la creencia es más volitiva que intelectual.[5]Curiosamente, el Credo apostólico empieza con este tipo de creencia en Dios, y se convierte en su método organizador. Confesar «Creo en Dios el Padre […] y en Jesucristo su Hijo […] y en el Espíritu Santo» es afirmar que uno se rinde a Dios, que se entrega a él, que se compromete a él. La única pregunta que nos queda es: ¿cuál de estos tipos de fe tienes tú?
               
              Bibliografía útil
               

              Th. CAMELOT, “Credere deo, credere deum, credere in deum pour l’histoire d’une formule traditionelle” Revue des Sciences philosophiques et théologiques 30 (1940-1941): 149-155.

               
              [1] Agustín, Com. Juan 29:6; Com. 1 Juan 10:1-2; cf. Juan Crisóstomo, Hom. Juan 69:1. Para otros de las edades patrística y medieval que emplearon esta distinción, ver el artículo de Camelot (ver abajo).
              [2] He investigado los equivalentes griegos subyacentes en el Nuevo Testamento, y está obvio que el esquema de Agustín no es totalmente preciso. Las tres construcciones en griego son las siguientes: credere Deum = πιστεύω + ὅτι; credere Deo = πιστεύω + dativo (sin preposición, ἐπί, ἐν); credere in Deum = πιστεύω + εἰς + persona. Aunque parezca que hay algunas diferencias entre las varias construcciones, por lo menos las primeras dos tienen instancias en las que el significado abarca tanto el acuerdo mental como la fe salvífica. Lo que sí es interesante es que, excepto por dos posibles excepciones (ver abajo), la tercera construcción siempre se refiere a la fe salvífica. Para una posible distinción sutil entre las segunda y tercera maneras de creer, cf. Jn 6:29-30.
              [3] De las 40 ocurrencias de πιστεύω + εἰς, sólo hay dos posibles excepciones: Rom 10:10 (pero el verbo πιστεύω está en la voz pasiva, así negando la fuerza de la preposición εἰς) y 1 Jn 5:10 (donde μαρτυρία no puede distarse mucho de la auto revelación de Dios).
              [4] Agustín, Com. Juan 29:6 (traducción mía del inglés).
              [5] De hecho, sugeriría que creer en Dios y más o menos sinónimo con amar a Dios, como un hijo ama a su padre.
               

              Actualizado: 5 sept 2021

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                El contexto histórico-teológico de las cinco solas de la Reforma

                Durante los últimos años, he notado que muchos pastores y teólogos del mundo de habla hispana han afirmado que las cinco solas de la Reforma —sola Escritura, solo Cristo, solo por gracia, solo por fe y solo a Dios la gloria— forman el centro de la fe cristiana. Hace pensar que en su conjunto dichas solas resumen de manera suficiente las enseñanzas básicas de la Biblia y de nuestra salvación.

                Sin embargo, dicha afirmación no puede ser correcta por varios motivos. Por ejemplo, ¿dónde está el Espíritu Santo? ¿dónde está la creación y la consumación? ¿dónde está la Trinidad? etc. También, si las cinco solas constituyen el centro de la fe cristiana, ¿por qué no las encontramos bien desarrolladas en la Iglesia primitiva? ¿o medieval? ¿o reformada? Sí, los lectores lo han leído bien: las cinco solas no fueron agrupadas como tal hasta después de la Reforma protestante y ni los reformadores mismos afirmaban que las cinco solas formaban el meollo de la fe cristiana. Es verdad que tres solas—sola gracia, sola fide y sola Escritura— fueron más o menos agrupadas durante el s. XVI, pero es incorrecto afirmar que las cinco solas tal cual forman el centro de la fe cristiana. Lo que sí encontramos en la Iglesia primitiva, medieval y reformada es una gran preocupación por entender los grandes credos, y sobre todo el credo niceno constantinopolitano, porque los cristianos los veían como guías fieles a la interpretación correcta de la Biblia.
                 
                Más bien, las cinco solas nacieron en un contexto histórico-teológico muy concreto y así reflejan algunas preocupaciones importantes de la Iglesia protestante a partir del s. XVI. En este artículo, me gustaría explicar el trasfondo histórico-teológico de las solas de la Reforma y así ayudar a los lectores a situarlas en su contexto.1 En resumen, el centro de la fe cristiana es la persona y obra de Dios, y las solas tienen que ver con ciertos puntos importantes, con respecto a cómo conocer y apropiar los beneficios que Dios nos ofrece en el evangelio. 
                 

                EL CONTEXTO HISTÓRICO-TEOLÓGICO DE LAS CINCO SOLAS

                Al estudiar el contexto de la Reforma, algo que nos puede costar apreciar es que el cristianismo del s. XVI fue profundamente perfilado por los credos, y sobre todo por el más importante de todos, el credo niceno constantinopolitano.2 La gente recitaba los credos semana tras semana, año tras año, toda su vida, y les sirvieron para tener todo lo esencial sobre la Biblia de manera muy sumaria. Entonces, si alguien sospechaba que la Iglesia se equivocaba en algo, hacía falta recurrir a los credos —y sobre todo el niceno constantinopolitano— para justificarla.
                 
                Este el credo niceno constantinopolitano:
                 
                «Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María la Virgen y se hizo hombre; por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras y subió al cielo; y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas. En una Iglesia santa, católica y apostólica. Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.»3
                 
                Me gustaría llamar la atención de los lectores a unas frases sobre los artículos de Jesucristo y el Espíritu Santo. Las frases sobre Jesucristo son: “que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo […] por nuestra causa fue crucificado […]” y la del Espíritu Santo es: “dador de vida”. La pregunta clave que tenemos que plantearnos es la siguiente: ¿qué implicaciones tienen de estas frases? ¿Por qué tuvo que bajarse Jesús, por qué fue crucificado y cómo nos da vida el Espíritu Santo?
                 
                Durante la Edad media, había un consenso creciente de que Jesús bajó del cielo y fue crucificado para cumplir con su parte en nuestra salvación y que el Espíritu Santo nos da vida a través de la Iglesia y sus sacramentos. En otras palabras, si la persona cumple con su parte en la salvación —es decir, realizar buenas obras y participar en los sacramentos—, entonces será salva (después de pasar por el purgatorio).
                 
                Sin embargo, a principios del s. XVI había una creciente voz de detractores que interpretaban estas frases del credo de otra manera. Específicamente, había gente que entendía que la Biblia ponía el énfasis de la salvación en Cristo y su gracia y que lo único que pedía de nosotros era la fe (correctamente entendida como arrepentimiento, fe y una nueva vida). Así que cuando recitaban el credo niceno constantinopolitano, entendían que Jesús bajó del cielo porque éramos incapaces de subir nosotros, que fue crucificado para pagar la deuda de nuestro pecado por completo y que el Espíritu Santo nos da vida por la fe. 
                 
                Cuando estos “reformadores” empezaron a debatir con los maestros de la Iglesia, y a insistir que la Iglesia se había desviado de la enseñanza bíblica y de la verdadera tradición universal de la Iglesia, se dieron cuenta que sus oponentes recurrían a la enseñanza oficial de la Iglesia (sobre todo desde el s. XI en adelante), mientras que ellos mismos recurrían a la Biblia. Por último, como entendían que Dios era creador, redentor y dador de vida, y como era el único soberano que es digno de adoración, hacía falta reformar ciertas cosas relacionadas con el culto, como el papel de la Virgen, rezar a los santos, etc. 
                 
                En definitiva, las cinco solas nacieron del debate del s. XVI sobre cómo nos apropiamos los beneficios de salvación que Dios nos ofrece en Cristo, cuál es nuestra autoridad final y quién es digno de adoración. No hay ninguna duda de que las cinco solas abarcan temas importantes, pero sólo se entienden dentro del contexto histórico–teológico de la interpretación del credo niceno constantinopolitano del s. XVI.
                 

                CONCLUSIÓN

                En conclusión, lo que tenemos que afirmar de las cinco solas es que nacieron de los debates católico–protestante del s. XVI en adelante. A diferencia de los católicos, que interpretaban que el credo decía que la salvación viene de Dios al creyente mediada por la Iglesia, que el creyente se apropia los beneficios de salvación a través de las buenas obras y los sacramentos y que la enseñanza oficial de la Iglesia tiene el mismo nivel de autoridad que la Biblia, los protestantes interpretaban el credo a través de las cinco solas— sola Escritura (y no la tradición también), solo Cristo (y no la Iglesia también), solo por gracia (y no por las buenas obras también), solo por fe (y no por los sacramentos y buenas obras también) y solo a Dios la gloria (y no a María y a los santos también).
                 
                ¿Son las cinco solas de la Reforma el centro de la fe cristiana? No. Más bien, nos ayudan a interpretar el credo niceno constantinopolitano correctamente, el cual nos ayuda interpretar la Biblia correctamente.
                 

                1.-Estoy profundamente endeudado a los pensamientos del Dr. Donald Fairbairn, cuyos comentarios al respecto se pueden encontrar en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=e-K–imnCoc (accedido el 24 de abril, 2019). En la conferencia, el Dr. Fairbairn solo habla de sola por fe y la obra de Cristo, pero creo que se puede expandir sus argumentos a las otras solas también.

                2.-También el Padrenuestro y los Diez mandamientos eran muy importantes como textos que perfilaban el pensamiento de la gente, pero de momento estoy más interesado en el papel de los credos.
                 

                3.-La traducción viene de Wikipedia. Mi intento aquí no es proveer la mejor traducción posible del credo, sino dar una traducción suficientemente fiable.

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                  Nicea II y la jurisprudencia religiosa judía: algunas consideraciones

                  1. Introducción

                  Como es bien sabido, tradicionalmente la Iglesia ha reconocido siete concilios ecuménicos: Nicea I (325), Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451), Constantinopla II (553), Constantinopla III (680-681) y Nicea II (787). Sin embargo, los términos “Iglesia” y “tradicionalmente” son importantes: Con “Iglesia” normalmente nos referimos a la parte que venció, que suele considerarse la posición “ortodoxa” (y con razón) y con “tradicionalmente” normalmente nos referimos al hecho de que estos siete concilios son considerados “ecuménicos”, no por ninguna característica o rasgos que tuvieran en común (como, por ejemplo, que el obispo de Roma estuviera representado, que fueran convocados por emperadores, etc.), sino porque han sido reconocidos como tales por la “Iglesia” a lo largo del tiempo y el espacio.
                   
                  Aunque las tradiciones católica y ortodoxa aceptan completamente los siete concilios como ecuménicos (y por tanto autoritativos), los protestantes normalmente sólo aceptan los primeros cuatro. Sin embargo, dado que el quinto y el sexto concilio fueron principalmente una consecuencia del cuarto concilio (que se centró en la encarnación y en las dos naturalezas de Cristo), al menos en teoría, la mayoría de los protestantes también podrían aceptarlos. Donde los protestantes comienzan a plantear serias objeciones es con el séptimo concilio ecuménico: Nicea II.

                  ¿De qué trató ese concilio? También trató de elaborar las implicaciones del cuarto concilio, pero se aplicó al tema de los iconos. Entendió los iconos como una especie de puerta a través de la cual podemos orar y adorar a Dios y dijo que debían ser “veneradas” (Gr: προσκύνησις) y “honradas” (Gr: τιμή), pero no “adoradas” (Gr: λατρεία), que está reservado sólo para Dios. Además, basó este argumento, al menos en parte, en la afirmación de que la tradición apostólica no escrita imponía este punto de vista. En resumen, Nicea II se centró en las imágenes y la tradición no escrita y de ahí el problema para los protestantes (especialmente cuando la tradición no escrita parece contradecir lo que ha sido escrito en la Escritura).
                   
                  Aunque creo que se puede hacer una buena argumentación bíblica para criticar el segundo concilio de Nicea (a pesar de 2 Tes. 3:6), y aunque algunos padres de la Iglesia como Agustín afirmaron que los concilios ecuménicos pueden equivocarse y ser corregidos por concilios subsiguientes (cf. De bautismo contra los donatistas, 2.3.4), en este artículo me gustaría presentar una evaluación de la autoridad de Nicea II desde una perspectiva diferente: Una perspectiva basada en la jurisprudencia religiosa judía aplicada al contexto teológico e histórico de la cristiandad de los ss. VIII y IX. Mi argumento no es que los cristianos deberíamos cortar y pegar la jurisprudencia religiosa judía a nuestra tradición religiosa, sino que, como las leyes religiosas judías y cristianas se han desarrollado en maneras parecidas, nos proporciona una buena metodología para evaluar nuestros concilios ecuménicos en general.
                   
                  2. Jurisprudencia religiosa judía[1]

                  Para comenzar, me gustaría citar un texto de la Misná, que es el texto rabínico más temprano sobre la jurisprudencia religiosa judía (c. 200 d. C.) y contiene los debates y decisiones de algunos rabinos desde s. I a. C. hasta el s. II d. C. Una de las muchas características interesantes de este trabajo es que contiene tanto las posiciones mayoritarias (aceptadas) como las minoritarias (rechazadas). En un texto, Eduyot 1:5, se hace la pregunta: ¿Por qué, si seguimos la decisión mayoritaria, recogemos también la minoritaria? La respuesta contiene el precedente judío que, en mi opinión, es de ayuda para la presente discusión:
                   
                  Y, ¿por qué recogen la opinión de un individuo junto con la de la mayoría, si la ley sigue la opinión de la mayoría? Para que, si un tribunal prefiere la opinión de un individuo, pueda decidir basarse en ella. Porque un tribunal no tiene autoridad para anular la opinión de otro tribunal a no ser que sea mayor que él en sabiduría y en número. [Si] fuera mayor que el otro en sabiduría pero no en número, en número pero no en sabiduría, no tiene autoridad para anular su opinión, a no ser que sea mayor tanto en sabiduría como en número. (trad. Jacob Neusner)
                   

                  Este pasaje contiene un sabio consejo sobre el tema de la tradición en general y me gustaría destacar tres lecciones que puede enseñarnos. Primero, como norma general, la decisión mayoritaria de un tribunal (en nuestro contexto, “concilio ecuménico”) debe ser respetada. Después de todo, como mínimo deberíamos respetar a nuestros antepasados espirituales (como nos gustaría que nuestros descendientes espirituales nos respetaran a nosotros), y no es cosa menor cuando una mayoría de los más sabios hombres se reúnen y llegan a una conclusión común sobre un asunto determinado. Segundo, y para equilibrar lo recién expuesto, la decisión de un tribunal no es definitiva en sentido absoluto. En nuestro lenguaje actual diríamos que la tradición no está al mismo nivel que las Escrituras. Las decisiones son tomadas por hombres y los hombres pueden estar equivocados a veces, incluso los mejores. Tercero, los requisitos para revocar la decisión de un tribunal son altos, pero no imposibles. ¿Qué se necesita? Un tribunal posterior, mayor tanto en sabiduría como en número, debe reunirse. [2] Aunque puede ser difícil evaluar qué tribunal es mayor en sabiduría, y si bien en nuestro contexto moderno haya que tener en cuenta números mayores como las estadísticas de crecimiento de la población, el pasaje básicamente está diciendo que un tribunal más grande y mejor es el único que puede deshacer la decisión de un tribunal anterior.

                  3. El cristianismo en los ss. VIII y IX
                   

                  Lo que la mayoría de la gente conoce del cristianismo de este periodo procede de Nicea II: Hubo un concilio y la “Iglesia” decidió aprobar los iconos y la tradición no escrita, que se ha convertido en “tradición”. Lo que menos gente sabe es que, tanto antes como después de Nicea II, se dio un largo (y, a veces, sangriento) debate sobre estos temas, y especialmente sobre los iconos. Los que estaban a favor de las imágenes fueron llamados “iconófilos” (“aficionados de las imágenes”) o “iconódulos” (“servidores de las imágenes”) y los que estaban en contra de ellas fueron llamados iconoclastas (“rompedores de las imágenes”). El siguiente esquema proporciona los puntos de inflexión en el debate y nos ayuda a contextualizar Nicea II:

                  • 726: El Emperador León III prohíbe el uso de iconos en el culto y ordena su destrucción.

                  • 754: El emperador Constantino V convoca el (¡autoproclamado ecuménico!) Concilio de Hieria que respalda la posición iconoclasta. Tuvo 338 firmantes.

                  • 780: La Emperatriz Irene anula la orden de León.

                  • 787: El Emperador Constantino VI (en realidad, la Emperatriz Irene) convoca Nicea II, que respalda la posición iconódula. Tuvo 263 firmantes.

                  • 794: Carlomagno convoca el Concilio de Fráncfort y toma una postura mediadora entre la posición iconoclasta y la iconódula (cf. Libri Carolini). Fue un concilio bastante grande con un número desconocido de firmantes.

                  • 813: El Emperador León V restaura la posición iconoclasta.

                  • 843: La Emperatriz Teodora restaura la posición iconódula, lo que da paso al “Triunfo de la Ortodoxia” y se convierte en el punto de vista “tradicional” de la “Iglesia” desde entonces.

                   

                  Para los que han estado haciendo la cuenta, el debate duró unos 120 años, en los que la posición iconódula fue la posición “oficial” durante sólo 30 años. Además, el Concilio de Hieria —que se tomó como la continuación de los seis concilios ecuménicos previos y el séptimo concilio ecuménico por derecho propio— fue mayor en número que el Concilio Nicea II con 75 firmantes. Por desgracia, no sabemos cuántas personas estaban presentes en el Concilio de Fráncfort pero fue, con toda seguridad, un concilio bastante grande que representó a gran parte del Cristianismo de Occidente. También es significativo el hecho de que los Concilios de Hieria y de Fráncfort fueron convocados tanto en Oriente como en Occidente y ambos se opusieron a la posición oficial de Nicea II (aunque con desacuerdos entre sí).

                  4. Conclusión
                   

                  ¿Qué puede enseñarnos la jurisprudencia religiosa judía acerca de Nicea II? Me gustaría hacer tres sugerencias.

                  En primer lugar, y desde un punto de vista general, deberíamos adoptar un enfoque conservador acerca de los concilios ecuménicos. Esto es uno de los puntos débiles del protestantismo en general, y el movimiento evangélico en particular: No aprendemos lecciones de la historia y, por lo tanto, estamos condenados a repetir sus errores (y herejías). Creo que, en general, necesitamos tener mucho más respeto hacia la historia del que hemos tenido hasta ahora. Obviamente no estoy diciendo que debemos considerar los concilios tan autoritativos como las Escrituras, sino que nuestra práctica habitual de ignorarlos o descartarlos por completo, u oponerlos a una posición de Sola Scriptura, es imprudente, en el mejor de los casos, y arrogante en el peor.
                   
                  En segundo lugar, creo que tenemos un buen argumento para no contar Nicea II entre los “concilios ecuménicos” de la Iglesia. En el s. VIII hubo otros dos concilios (¡autoproclamados ecuménicos!) de mayor número que Nicea II, uno en el este y otro en el oeste. Nicea II afirma haber anulado el Concilio de Hieria, pero no reunió las condiciones necesarias para hacerlo según m. Eduyot 1:5, ya que fue poco numeroso. Y, quién sabe si el Concilio de Fráncfort tuvo más firmantes que Nicea II, lo que podría anularlo. Además, desde el s. XVI, los protestantes han denunciado Nicea II, añadiendo así más “firmantes” no oficiales en contra de dicho concilio. Aunque los protestantes nunca nos hemos reunido para denunciar Nicea II de forma ecuménica, no hay que descartar nuestros números enormes.[3]
                   
                  En tercer lugar, y quizá para sorpresa de algunos lectores, no defiendo (al menos no en este momento) que Nicea II debiera ser anulado por completo. Parte del fracaso de los protestantes (y de los cristianos occidentales en general) ha sido su incapacidad (¿o su denegación?) de comprender las sutilezas que ofreció el texto griego de Nicea II: Una diferencia entre veneración y honor por un lado, y adoración por el otro. La mayoría del resto de ataques que recibe de los occidentales también tiene respuestas sutiles y bien articuladas. Además, aunque los Concilios de Hieria y de Fráncfort se opusieron a Nicea II, tampoco estaban de acuerdo entre sí: Hieria era estrictamente iconoclasta, mientras que Fráncfort adoptó la postura tradicional gregoriana de mantener el arte religioso, pero sólo con fines de educación religiosa e inspiración. Así que, en realidad tenemos tres concilios (autoproclamados ecuménicos) que defienden tres posiciones diferentes. Lo que hace falta, por consiguiente, es más dialogo sobre el tema y que todas las tradiciones se sometan a sí mismas a la Palabra de Dios.
                   

                  [1] Para un debate general, cf. Nathaniel Helfgot, “Minority Opinions and their Role in Hora’ah” Milin Havivin 4 (2010): 36-60
                  [2] La reflexión judía posterior identificaría la “sabiduría” con el liderazgo y el “número” con los discípulos.
                  [3] Cabe preguntarse si Nicea II habría triunfado de no haber contado con el apoyo del gobierno y la presión política.

                  Me gustaría agradecer a Trini Bernal por su ayuda en traducir este artículo al español. Lo he modificado ligeramente, así que los errores son míos.

                   
                   
                   

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                    Los Credos apostólico, niceno-constantinopolitano y de Atanasio: textos originales y traducciones

                    Puede ser difícil encontrar traducciones responsables y fieles a los Credos apostólico, niceno-constantinopolitano y de Atanasio, por no el mencionar encontrarlos en sus idiomas originales. Por tanto, en este artículo se incluyen estos tres Credos —tan básicos para la fe cristiana— tanto en sus idiomas originales como en español. Las traducciones españolas y el latín de los Credos apostólico y de Atanasio vienen de Heinrich Denzinger y Peter Hünermann, El magisterio de la Iglesia: Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, 38ª edición (Barcelona, España: Herder, 1999), *30, *75 y *150 (con algunos cambios ligeros). El texto del griego y del latín del Credo niceno-constantinopolitano viene de Norman Tanner y Giuseppe Alberigo, Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1 (Georgetown University Press, 1990), 24. Sin embargo, aparte de algunos errores en Denzinger y Hünermann, la puntuación y algunas pequeñas diferencias, los textos originales son iguales. El Credo apostólico es un poco especial, porque ha sufrido algunos pequeños cambios entre los testimonios más antiguos que tenemos del s. II y la forma estándar del s. XVI. Sin embargo, la forma estándar se remonta a la Edad Media, y hemos usado el Orden bautismal romano del s. IX como texto básico. Se han marcado algunas variantes en las notas de pie de página.

                    Credo apostólico

                    Latín original:
                     

                    Credo in Deum Patrem omnipotentem, Creatorem caeli et terrae. Et in Iesum Christum, Filium eius unicum, Dominum nostrum, qui conceptus est de Spiritu Sancto, natus ex Maria Virgine, passus sub Pontio Pilato, crucifixus, mortuus, et sepultus, descendit ad inferna,[1] tertia die resurrexit[2] a mortuis, ascendit ad caelos, sedet[3] ad dexteram Dei Patris omnipotentis, inde venturus est[4] iudicare vivos et mortuos. Credo in Spiritum Sanctum, [5] sanctam Ecclesiam catholicam, sanctorum communionem, remissionem peccatorum, carnis resurrectionem, [6] vitam aeternam.

                    Traducción:
                     

                    Creo en Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, su Hijo único, Señor nuestro, que fue concebido del Espíritu Santo, nació de María virgen, padeció bajo Poncio Pilato, [fue] crucificado, murió y [fue] sepultado, bajó a los muertos, al tercer día resucitó de los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, de allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo también en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.

                    Credo niceno-constantinopolitano
                     

                    Griego original:

                    Πιστεύομεν εἰς ἕνα θεὸν πατέρα παντοκράτορα, ποιητὴν οὐρανοῦ καὶ γῆς ὁρατῶν τε πάντων καὶ ἀοράτων· καὶ εἰς ἕνα κύριον Ἰησοῦν Χριστὸν τὸν υἱὸν τοῦ θεοῦ τὸν μονογενῆ, τὸν ἐκ τοῦ πατρὸς γεννηθέντα πρὸ πάντων τῶν αἰώνων, φῶς ἐκ φωτός, θεὸν ἀληθινὸν ἐκ θεοῦ ἀληθινοῦ, γεννηθέντα οὐ ποιηθέντα, ὁμοούσιον τῷ πατρί, δι’ οὗ τὰ πάντα ἐγένετο, τὸν δι’ ἡμᾶς τοὺς ἀνθρώπους καὶ διὰ τὴν ἡμετέραν σωτηρίαν κατελθόντα ἐκ τῶν οὐρανῶν καὶ σαρκωθέντα ἐκ πνεύματος ἁγίου καὶ Μαρίας τῆς παρθένου καὶ ἐνανθρωπήσαντα σταυρωθέντα τε ὑπὲρ ἡμῶν ἐπὶ Ποντίου Πιλάτου καὶ παθόντα καὶ ταφέντα καὶ ἀναστάντα τῇ τρίτῃ ἡμέρᾳ κατὰ τὰς γραφὰς καὶ ἀνελθόντα εἰς τοὺς οὐρανοὺς καὶ καθεζόμενον ἐν δεξιᾷ τοῦ πατρὸς καὶ πάλιν ἐρχόμενον μετὰ δόξης κρῖναι ζῶντας καὶ νεκρούς, οὗ τῆς βασιλείας οὐκ ἔσται τέλος· καὶ εἰς τὸ πνεῦμα τὸ ἅγιον, τὸ κύριον καὶ ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ πατρὸς ἐκπορευόμενον, τὸ σὺν πατρὶ καὶ υἱῷ συμπροσκυνούμενον καὶ συνδοξαζόμενον, τὸ λαλῆσαν διὰ τῶν προφητῶν· εἰς μίαν ἁγίαν καθολικὴν καὶ ἀποστολικὴν ἐκκλησίαν· ὁμολογοῦμεν ἕν βάπτισμα εἰς ἄφεσιν ἁμαρτιῶν· προσδοκῶμεν ἀνάστασιν νεκρῶν καὶ ζωὴν τοῦ μέλλοντος αἰῶνος. ἀμήν.
                     
                    Latín original:
                     
                    Credimus in unum deum patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium; et in unum dominum Iesum Christum filium dei unigenitum, ex patre natum ante omnia saecula, deum ex deo, lumen ex lumine, deum verum ex deo vero, natum non factum, omousion patri, hoc est eiusdem cum patre substantiae,[7] per quem omnia facta sunt, qui propter nos homines et nostram salutem descendit et incarnatus est de spiritu sancto et Maria virgine humanatus est et crucifixus pro nobis est sub Pontio Pilato et sepultus et tertia die resurrexit et ascendit in caelis et sedit ad dexteram patris et iterum venturus cum gloria iudicare vivos et mortuos, cuius regni non erit finis; et in spiritum sanctum, dominum et vivificatorem, ex patre procedentem, cum patre et filio coadorandum et conglorificandum, qui locutus est per prophetas; in unam catholicam et apostolicam ecclesiam; confitemur unum baptisma in remissionem peccatorum et expectamus resurrectionem mortuorum et vitam futuri saeculi. amen.
                     
                    Traducción del griego:
                     

                    Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible; y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia que el Padre,[8] por quien todo fue hecho; por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Por nuestra causa fue crucificado bajo Poncio Pilato: padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos, y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Y en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados y esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

                    Credo de Atanasio
                     

                    Latín original:

                    Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est, ut teneat catholicam fidem: quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit.

                    Fides autem catholica haec est, ut unum Deum in Trinitate, et Trinitatem in unitate veneremur, neque confudentes personas, neque substantiam separantes: alia est enim persona Patris, alis [persona] Filii, alia [persona] Spiritus Sancti; sed Patris et Filii et Spiritus Sancti una est divinitas, aequalis gloria, coaeterna maiestas.
                    Qualis Pater, talis Filius, talis [et] Spiritus Sanctus: increatus Pater, increatus Filius, increatus Spiritus Sanctus; immensus Pater, immensus Filius, immensus Spiritus Sanctus; aeternus Pater, aeternus Filius, aeternus Spiritus Sacntus; et tamen non tres aeterni, sed unus aeternus; sicut non tres increati nec tres immensi, sed unus increatus et unus immensus. Similiter omnipotens Pater, omnipotens Filius, omnipotens Spiritus Sanctus; et tamen non tres omnipotentes, sed unus omnipotens. Ita Deus Pater, Deus Filius, Deus Spiritus Sanctus; et tamen non tres Dii, sed unus Deus. Ita Dominus Pater, Dominus Filius, Dominus Spiritus Sanctus; et tamen non tres Domini, sed unus est Dominus: quia, sicut singillatim unamquamque personam [et] Deum ac Dominum confiteri christiana veritate compellimur, ita tres Deos aut Dominos dicere catholica religione prohibemur.

                    Pater a nullo est factus nec creatus nec genitus; Filius a Patre solo est, non factus nec creatus, sed genitus; Spiritus Sanctus a Patre et Filio, non factus nec creatus nec genitus, sed procedens. Unus ergo Pater, non tres Patres; unus Filius, non tres Filii; unus Spiritus Sanctus, non tres Spiritus Sancti. Et in hac Trinitate nihil prius aut posterius, nihil maius aut minus, sed totae tres personae coaeternae sibi sunt et coaequales. Ita ut per omnia, sicut iam supra dictum est, et unitas in Trinitate et Trinitas in unitate veneranda sit. Qui vult ergo salvus esse, ita de Trinitate sentiat.

                    Sed necessarium est ad aeternam salutem, ut incarnationem quoque Domini nostri Iesu Christi fideliter credat. Est ergo fides recta, ut credamus et confiteamur, quia Dominus noster Iesus Christus Dei Filius [et] Deus [pariter] et homo est: Deus est ex substantia Patris ante saecula genitus, et homo est ex substantia matris in saeculo natus; perfectus Deus, perfectus homo ex anima rationali et humana carne subsistens; aequalis Patri secundum divinitatem, minor Patre secundum humanitatem; qui, licet Deus sit et homo, non duo tamen, sed unus est Christus; unus autem non conversione divinitatis in carnem, sed assumptione humanitatis in Deum; unus omnino, non confusione substantiae, sed unitate personae. Nam sicut anima rationalis et caro unus est homo, ita Deus et homo unus est Christus. Qui passus est pro salute nostra, descendit ad inferos, tertia die resurrexit a mortuis, ascendit ad caelos, sedet ad dexteram Patris, inde venturus est iudicare vivos et mortuos. Ad cuius adventum omnes homines resurgere habent cum corporibus suis, et reddituri sunt de factis propriis rationem; et qui bona egerunt, ibunt in vitam aeternam, qui vero mala, in ignem aeternum.

                    Haec est fides catholica: quam nisi quisque fideliter firmiterque crediderit, salvus esse non poterit.
                     
                    Traducción:
                     

                    Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica: y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.

                    Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la [persona] del Hijo y otra la [persona] del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad.
                     

                    Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno; como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así [es] Dios el Padre, Dios el Hijo, Dios el Espíritu Santo; y, sin embargo, no tres dioses, sino un solo Dios. Así, [es] Señor el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espíritu Santo; y, sin embargo, no tres Señores, sino un solo es Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular, así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores.

                    El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado; el Hijo es sólo del Padre, no hecho ni creado sino engendrado; el Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no hecho ni creado ni engendrado, sino que procede. Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos. Y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.

                    Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es, pues, fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es [igualmente] Dios y hombre; es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la sustancia de la madre en el tiempo; perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad. Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo; y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo. El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. A su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos; y los que hicieron el bien, irán a la vida eterna; los que, en cambio, el mal, al fuego eterno.
                     

                    Esta es la fe católica: todo el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse.

                    [1] ad infernos: el Catecismo Romano (1564) y el Brevario Romano (1568) tienen “inferos”. Denzinger y Hünermann lo tradujó como “infiernos”, pero lo he cambiado a “muertos”.
                    [2] resurrexit: Dicta Abbatis tiene “surrexit”.
                    [3] sedet: Dicta Abbatis tiene “sedit”.
                    [4] est: Dicta Abbatis y el Salterio latino-griego “papae Gregorii” omiten “est”.
                    [5] El Catecismo Romano añade aquí la palabra “Credo”.
                    [6] El Antiguo ordo romano (s. X) añade aquí la palabra “et”.
                    [7] “hoc est […] substantiae”: adición latina al texto griego.
                    [8] La versión latina añade aquí la frase “hoc est, eiusdem cum patre substantiae” (“es decir, de la misma substancia con el Padre”).

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