REFORMA ESPAÑOLA

Primera y segunda “reformas” españolas: similitudes y diferencias

1. Introducción

Entre los interesados en el protestantismo en España, es habitual hablar de las dos “reformas” españolas: la primera de las cuales tuvo lugar a mediados del s. XVI, y la segunda a finales del s. XIX. Este lenguaje se remonta, al menos, al año 1871[1] y tiene como efecto conectar estos dos periodos de la historia protestante española, como si la segunda fuera una continuación de la primera. Pero, ¿es esta, realmente, la mejor manera de hablar de estos dos “movimientos” (a falta de un mejor término)? En este ensayo, me gustaría mostrar lo que estos dos movimientos tienen en común y cómo se diferencian uno del otro. Al final, desarrollaré algunas propuestas acerca de la palabra “reforma” en el contexto de la historia protestante española.
 
 

2. Qué tienen en común los dos movimientos

Antes de mencionar las muchas diferencias entre los dos movimientos, me gustaría exponer lo que los dos movimientos tienen en común. En resumen, lo que tenían en común fue bastante mínimo: fueron periodos de presencia protestante relativamente intensa en España y ambos fracasaron a la hora de “reformar” la Iglesia en España. Observaremos estas semejanzas por partes.
 
Durante el s. XVI —más concretamente entre las décadas de los 20 y 50— , el protestantismo llegó a todos los niveles de la sociedad española en todo el país. Están los importantes centros de Valladolid, Sevilla, Aragón, etc., y también importantes personajes de la Iglesia como Bartolomé Carranza, Agustín de Cazalla, Juan de Valdés, Constantino Ponce, Juan Gil, etc.; pero estos centros y personajes sólo ilustran una tendencia mucho más grande. Como Cipriano de Valera escribió en el “Exhortación al lector” de la Biblia: “No ay ciudad, y a manera de dezir, no ay villa ni lugar, no ay casa noble en España, que no aya tenido y aun tenga alguno, o algunos que Dios por su infinita misericordia aya alumbrado con la luz de su Evangelio”.
 
Durante el s. XIX —más concretamente entre 1868/9 y 1875— España fue testigo de otra presencia relativamente intensa del protestantismo. Por primera vez desde el s. XVI, los protestantes eran “tolerados” en España y los misionerosinundaban el país recién abierto, especialmente los Hermanos, de Inglaterra. Estas son algunas de las cifras que aporta Kent Eaton en relación a este periodo de tiempo: se distribuyeron, por lo menos, 300.000 Biblias, se inauguraron unas 22 iglesias y cerca de 5.000 españoles se convirtieron al protestantismo.[2]
 
 
La otra característica que ambos movimientos tuvieron en común fue que, en última instancia, fracasaron. El movimiento del s. XVI fracasó no por causa de una metodología mediocre o por mala doctrina, sino por causa de la persecución de la Inquisición española. (De no haber existido tan firme resistencia, uno se pregunta en qué se hubiera convertido España: quizá sería más parecida a sus vecinas Inglaterra, Francia o Alemania).
 
 
El movimiento del s. XIX fracasó por dos razones. En primer lugar, enfrentó una dura oposición por parte de la Iglesia y del Estado, y es un prodigio que el protestantismo fuera capaz de ganar el terreno que ganó durante los aproximadamente siete años en que fue “tolerado” en España. En segundo lugar, el tipo de protestantismo que ofrecía era demasiado extraño y radical para ser aceptado en masa por la sociedad española. Sólo pudo hacer avances menores entre la gente de clase baja de unas pocas zonas aisladas de España.
 
 
3. Qué diferencia a los dos movimientos
 

En realidad, los dos movimientos en España tienen muy poco en común. Me gustaría enumerar cinco grandes diferencias entre ellos.[3]

 
Influencia. En primer lugar, los dos movimientos tuvieron influencias distintas. El movimiento del s. XVI fue influenciado principalmente por personajes continentales, especialmente Erasmo y Lutero, mientras que el del s. XIX fue influenciado principalmente por personajes ingleses, especialmente Robert Chapman y George Lawrence. Además, el del s. XVI fue influenciado por pastores y teólogos, mientras que el del s. XIX lo fue por misioneros.
 
 
Doctrina. En segundo lugar, los dos movimientos tuvieron diferente doctrina. El movimiento del s.. XVI fue influenciado por los bandos magisteriales de la Reforma (luteranos y reformados, aunque con cierta influencia de los disidentes), mientras que el del s. XIX fue influenciado por ingleses disidentes e inconformistas, especialmente los Hermanos. Hay toda una serie de diferencias teológicas entre estas dos amplias categorías (aunque sean de carácter secundario): bautismo, relaciones iglesia–estado, liturgia y gobierno de la iglesia, por nombrar unas pocas. Lo que es interesante notar es que, aunque Luis Usoz y Río y Benjamín Wiffen ya habían publicado varias obras en la colección Reformistas Antiguos Españoles, los misioneros ingleses que llegaban no las leían y, por lo tanto, no eran influidos por su teología, su espiritualidad y el enfoque general de la Escritura y la vida cristiana.[4]
 
 
Protagonistas. En tercer lugar, ambos movimientos tuvieron distintos protagonistas. El del s. XVI fue impulsado por españoles, mientras que el del s. XIX fue impulsado por extranjeros, especialmente ingleses. Estos misioneros ingleses del s. XIX llegaban de la Inglaterra victoriana, lo que agravaba aún más las diferencias entre los dos países.
 
 
Impacto. En cuarto lugar, los dos movimientos tuvieron diferentes centros de impacto. El del s. XVI tuvo éxito en centros urbanos, especialmente en Sevilla y Valladolid; mientras que el del s. XIX tuvo su éxito en áreas rurales, especialmente en Galicia. Además, el del s. XVI parece haberse extendido más, tanto a nivel geográfico como sociológico; mientras que el del s. XIX se aisló en algunas bolsas alrededor del país —Madrid, Barcelona y Galicia— y restringido principalmente a la clase baja.
 
Objetivos. En quinto lugar, los dos movimientos tuvieron diferentes objetivos. El del s. XVI trató de conseguir una verdadera reforma de la doctrina y la práctica de la Iglesia; mientras que el del s. XIX se centró en el evangelismo. Esto se demuestra a través de los métodos y la literatura de los movimientos. El movimiento del s. XVI produjo tratados teológicos y predicó su doctrina evangélica en sus iglesias y otros puntos de predicación. El movimiento del s. XIX produjo folletos evangelísticos y predicó fuera de las iglesias españolas.
 
4. Conclusión
 
¿Cómo podemos resumir los dos movimientos de los ss. XVI y XIX? Por un lado, ambos fueron periodos de una presencia protestante relativamente intensa en el país y ambos fracasaron a la hora de reformar la Iglesia en España. Por otro, tuvieron características muy diferentes entre sí, como su influencia, su doctrina, sus protagonistas, su impacto y sus objetivos.
 
Teniendo esto en cuenta, deberíamos hacer una importante pregunta: ¿Es útil hablar de dos “reformas” españolas? Creo que el análisis anterior hace obvia la respuesta: No. Al fin y al cabo, ya que la primera “reforma” fracasó,[5] ¿cómo podemos aun hablar de una “segunda”? Además, los dos movimientos son tan drásticamente diferentes entre sí que es confuso conectarlos con el término en común “reforma”. No hay conexión intencional o no intencional, directa o indirecta, entre las “reformas” españolas del s. XVI y el s. XIX. Así, los misioneros del s. XIX entraron en España sin tener en cuenta lo que había sucedido en el s. XVI.[6]
 
¿Cómo deberíamos hablar, entonces, de estos dos “movimientos” históricos? Sólo propongo unas sugerencias. Primero, creo que deberíamos seguir refiriéndonos al movimiento del s. XVI como la “reforma española” (pero no la “primera” reforma). “Reforma” es lo que estaba ocurriendo en cada país de Europa en el e. XVI y el interés de España en figuras clave de la Reforma como Erasmo y Lutero la conecta con este movimiento paneuropeo. Los reformadores españoles se consideraron a sí mismos reformadores y parece que lo único que detuvo su éxito fue la Inquisición.
 
Sin embargo, no creo que debiéramos seguir refiriéndonos al movimiento del s. XIX como la “segunda reforma”. Sencillamente, hay demasiada distancia entre lo que ocurría entonces y lo que pasaba en el s. XVI. Por lo tanto, me gustaría sugerir que nos refiriéramos a este periodo como “la primera ola de las misiones en España”. Admito que la frase es un poco engorrosa, pero ofrece algunas ventajas. Primero, no hace conexión directa ni indirecta con la reforma española del s. XVI. Segundo, se centra en los misioneros, que es la verdadera historia de 1868/9–1875. Tercero, deja la puerta abierta a futuras olas de misiones en España. De hecho, creo que podríamos incluso hablar de una “segunda” y posiblemente de una “tercera” ola de misiones en España, como en 1930 o de 1980 hasta el presente.[7]
 

[1] Cf. Mrs. Robert Peddie, The Dawn of the Second Reformation in Spain (Edimburgo, 1871).
[2] Protestant Missionaries in Spain, 1869 – 1936 (Lanham, MA: Lexington Books, 2015), 77, 126, 151, 256–257.
[3] Para algunas de estas diferencias, cf. Eaton, Protestant Missionaries, 90– 93.
[4] Este punto me fue confirmado por Ken Eaton en un email personal (31 de agosto de 2020): “En las fuentes que leí, no recuerdo que de 1868 a 1936 haya habido algún reconocimiento de trabajo protestante previo”.
[5] Es importante notar que la primera “reforma” fracasó debido a la persecución y no a la metodología. En mi opinión, la Iglesia de España debería volver a los reformadores del s. XVI y continuar con su teología, su espiritualidad y su enfoque general de las Escrituras y la vida cristiana.
[6] Lo que es más, es interesante pensar cuál hubiera sido su reacción ante los reformadores sspañoles: ¿Cómo hubieran respondido los Hermanos anti anglicanos a los reformadores españoles luteranos y reformados (= “anglicanos”)?
[7] Me gustaría agradecer a Trini Bernal por traducir este artículo (ligeramente revisado por mí, y por tanto, los errores son míos).

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    La cuarta vía: la promesa de la Reforma española

    El éxito y el fracaso del protestantismo

    En muchos sentidos, la Reforma fue un tremendo éxito. Especialmente, la Iglesia recuperó la Biblia como su máxima autoridad para la fe y la práctica, la salvación solo por gracia, solo a través de la fe, solo en Cristo, y la adoración centrada solo en el Dios trino. Estas y otras verdades de la Reforma fueron auténticos redescubrimientos de las enseñanzas y prácticas de las Escrituras y las primeras cristianas y deben ser celebradas por los cristianos de todo el mundo.

    Sin embargo, en otros aspectos, la Reforma fue un fracaso. Como he escrito en otro lugar, el fracaso del protestantismo ha sido nuestra eclesiología: hemos fallado a la hora de preservar la unidad de la Iglesia a nivel visible. En cierto modo, el llamamiento de Pablo a los corintios se refiere también a nuestro contexto: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer” (1 Cor 1:10, RVR95). Aunque nos consolamos con el hecho de que, más allá de nuestras divisiones denominacionales superficiales, existe una unidad doctrinal más profunda e importante, tenemos que tomar nuestras divisiones más en serio. ¿Podría Pablo siquiera haber imaginado un estado del cristianismo en el que iglesias que predican el evangelio no tuvieran una unidad visible, cooperativa, o peor aún, se excluyeran unas a otras de la Cena del Señor?

    No pretendo en este breve artículo resolver el problema que ha atormentado al protestantismo durante los últimos quinientos años. Sin embargo, me gustaría abordarlo desde una nueva perspectiva y ofrecer un poco de esperanza de que el protestantismo no tiene por qué ser así, y que al menos algunos reformadores tuvieron la visión de preservar la unidad a pesar de las diferencias doctrinales en cuestiones secundarias.

    El contexto del siglo XVI
     

    Si nos remontamos al s. XVI, vemos que había cuatro grandes grupos protestantes: luteranos, reformados, anglicanos y anabaptistas. Podría decirse que los más conocidos eran los luteranos (“primera vía”) y los reformados (“segunda vía”). Fueron adversarios constantes entre ellos y nos han dejado un enorme corpus de obras polémicas dedicadas a convencer a la otra parte de los errores pendientes de su sistema. Hubo algunos intentos de unir los dos movimientos, como el Coloquio de Marburgo (1529) o la Concordia de Wittenberg, y unos pocos teólogos moderados como Felipe Melanchthon y Martin Bucero que trataron de ser los constructores de puentes, pero estos fueron incidentes y voces aisladas y nunca convencieron a las bases luterana y reformada más grandes.

     

    Aquí es donde la famosa “tercera vía” anglicana o vía media hace su aparición. Desde el s. XIX, muchos han pensado que el anglicanismo era una vía media entre el protestantismo y el catolicismo romano, pero así fue como la Iglesia de Inglaterra fue reinventada por los anglicanos de la Iglesia alta (“anglo-católicos”), como John Henry Newman que quería que fuese más católica romana.[1] En su concepción original en el s. XVI, aunque encajando ampliamente en el movimiento reformado, el anglicanismo habría sido más bien una vía media entre el luteranismo y los reformados.[2]Estaba abierto a las ideas de ambos grupos y la mayoría de las posiciones moderadas no solo eran bienvenidas en Inglaterra, sino que se les invitaba a participar y contribuir.

    El cuarto grupo de protestantes, los anabaptistas, normalmente no buscaban unirse a otros movimientos protestantes, sino que buscaban una reforma amplia e inmediata de la Iglesia.[3] Una parte de su movimiento, los llamados “anabaptistas espirituales”, trataron de llevar a cabo su reforma por medios violentos, lo que tuvo la desafortunada consecuencia de dañar a toda el movimiento anabaptista y condujo al rechazo total y a la persecución de protestantes y católicos por igual. Por estas razones, los anabaptistas se han contentado con permanecer aislados de otros protestantes y no buscar una unidad más amplia.
     
    La cuarta vía: la promesa de la Reforma española
     

    Es en este contexto que la poco conocida Reforma española puede ser tan útil, hasta profética, para nuestros tiempos. Las vidas y las obras de los reformadores españoles demuestras que, si bien debían mucho a las influencias luterana, reformada, anglicana y anabaptista, e incluso se unieron a sus filas y, en ocasiones, se convirtieron en sus pastores, nunca se consideraron realmente luteranos, reformados, anglicanos o anabaptistas en el sentido pleno. Se sentían cómodos en todos sitios y en ninguno a la vez. La razón, me gustaría sugerir, es que la Reforma española concibió una “cuarta vía” para la eclesiología protestante, una vía que adoptó el enfoque moderado de Melanchthon, Bucero y el anglicanismo, pero que fue más allá de ellos para incluir partes significativas de la visión anabaptista. Me gustaría sugerir que, en el área de la eclesiología, el protestantismo español tenía la visión más bíblica, y por tanto más católica, que cualquier grupo de la Reforma. Se habrían sentido muy cómodos con la famosa máxima de Agustín: En lo esencial, unidad; en lo no esencial, diversidad; en todas las cosas, caridad.

     
    En este breve artículo no puedo aportar todos los ejemplos con la documentación bibliográfica adjunta que demuestran la singularidad de la eclesiología protestante española, pero lo que sí puedo hacer es esbozar el esquema básico y establecer el argumento. En primer lugar, mostraré cómo adoptaron un enfoque de vía media entre las facciones luterana y reformada y en el segundo, cómo incorporaron importantes porciones de la visión anabaptista. Aunque muchos nombres pueden ser nuevos para los lectores, puedo asegurar que los que se proporcionan a continuación están entre los más importantes de la Reforma española.
     
     
     

    La vía media

    Como acabo de decir, los protestantes españoles adoptaron un enfoque de vía media ante la división luterano-reformada y a continuación se exponen algunos de los ejemplos más importantes.
     

    Documentos de la Inquisición de los años 1550, relativos a los importantes centros protestantes españoles de Valladolid y Sevilla, muestran que los protestantes de ambas ciudades fueron originales en su enfoque de la reforma de la fe cristiana y eclécticos en su apropiación del pensamiento protestante más amplio. Los informes muestran componentes tanto luteranos como reformados en su teología, sin división aparente entre algunos que se consideraban más luteranos y otros que se consideraban más reformados. Así mismo, los informes muestran que una amplia gama de libros humanistas, luteranos y reformados se introducían de contrabando y eran leídos por estos grupos, demostrando así su ecléctico interés. En temas tradicionalmente divisionistas como la Cena del Señor y el número de los sacramentos, algunos españoles parecen haber tendido hacia una visión luterana, mientras que otros hacia una visión reformada, pero no hay indicios de que hubiera ningún conflicto entre ellos.

    Francisco de Enzinas convivió con Felipe Melanchthon durante su formación en el seminario de Wittenberg y, aunque era más lingüista que teólogo (fue el primero que tradujo el Nuevo Testamento del griego al español), el hecho de que tradujera el catecismo de Juan Calvino de 1538 y el Tratado sobre la Libertad Cristiana de Martín Lutero y los publicara luego juntos como una sola obra, demuestra que no era estricto seguidor de ninguno de ellos.

    Juan Díaz, amigo íntimo de Enzinas, no tardó en impresionar y ganarse la confianza de Juan Calvino y Martin Bucero, el último de los cuales le llevó como secretario personal al segundo Coloquio de Regensburgo (1546) para la segunda ronda del diálogo católico-protestante patrocinado por el Imperio. Aunque ambos eran reformados, llegaron a defender la Confesión luterana de Augsburgo (1530) y esperaban la llegada del luterano Felipe Melanchthon, que lideraría la discusión por la posición protestante.

    En su confesión de fe, Casiodoro de Reina usó de manera intencionada un lenguaje ambiguo en el capítulo sobre la Cena del Señor, con algunas frases que suenan luteranas y otras que suenan reformadas. En dos cartas que escribió a Teodoro de Beza (1565, 1571), declaró su admiración hacia Martin Bucero y alude a su apoyo a la Concordia de Wittenberg.[4] Quizá lo más destacable es que durante unos cinco años (1579-1584) fue simultáneamente miembro de una iglesia Reformada y pastor de una iglesia luterana en Amberes, llegando incluso a ser propuesto como candidato a superintendente de la iglesia luterana en dicha ciudad.

    Finalmente, Antonio del Corro, íntimo amigo y colega pastor reformado de Reina, escribió una carta a la iglesia luterana de Amberes en 1567 en la que les suplicó que no permitieran que su compromiso con el luteranismo eclipsara su amor hacia sus hermanos reformados. Su idea era que los pastores reformados y luteranos leyeran públicamente y en voz alta una confesión de fe y mostraran a ambas iglesias cuánto tenían en común los dos grupos; sin embargo, nunca ocurrió porque la iglesia luterana no quiso cooperar (y, en cambio, hizo que las cosas empeoraran). Tras una experiencia difícil con la iglesia reformada de Londres, Corro se unió finalmente a la iglesia anglicana (como harían otros reformadores españoles de los ss. XVI y XVII).

    En resumen, nos parece que la apreciación de A. Gordon Kinder sobre Casiodoro de Reina es válida también para muchos otros reformistas españoles: “Si bien se mantuvo firme en el lado protestante, parece que se sintió a gusto tanto en el redil calvinista como en el luterano, y no sintió la necesidad de rechazar a uno para estar en el otro; evitó posturas extremistas y discusiones sobre sutilezas que amenazaban con dividir a ambos desde dentro”.[5]

    La “cuarta vía”

    Hasta aquí hemos visto la vía media de los reformadores españoles, pero ahora es momento de ver cómo la superaron al incorporar perspectivas importantes de la visión anabaptista, particularmente su énfasis en la imitación de la vida de Cristo, el amor fraternal y la negativa a denunciar el bautismo de los creyentes (sin aceptarlo ellos mismos necesariamente).[6]

    Juan de Valdés, probablemente el primer reformador de España, empieza a ser reconocido como una importante figura de la espiritualidad, especialmente por sus obras más famosas: Diálogo de la Doctrina Cristiana y 110 Consideraciones.[7] Atrajo un gran número de seguidores en Nápoles, Italia, donde su “círculo” se centró en un cristianismo sencillo: la lectura de la Biblia, la oración y la imitación de la vida de Cristo. Aunque no era un místico, su énfasis en la vida espiritual es innegable. Valdés fue moldeado por la espiritualidad de los conversos de los ss. XV y XVI, que se solapa significativamente con la espiritualidad anabaptista.

    La confesión de fe de Casiodoro de Reina se lee más como una historia de la obra trinitaria de Dios para redimir a la humanidad que como un tratado doctrinal seco y abstracto. El capítulo más largo de la confesión es, con diferencia, el que se refiere a las tres marcas de la iglesia verdadera y —único en las confesiones reformadas— las siete marcas de verdadero creyente, que se centran en la vida cristiana. Por último, aunque su confesión abordó el tema del bautismo, su primer borrador guardaba silencio acerca del tema del bautismo de creyentes vs. bautismo de infantes, implicando así que no quería ser dogmático sobre el tema (de forma similar a su enfoque sobre la Cena del Señor, como se vio anteriormente). Tras ser desafiado por otras iglesias reformadas para que añadiese una declaración en apoyo al bautismo de infantes, añadió un párrafo reservado sobre el tema, indicando que, aunque no se encontraba en las Escrituras, lo apoyaría debido a la tradición de la Iglesia y a la idea del pacto.[8]

    Antonio del Corro fue un pastor aprobado por Ginebra, pero se negó a firmar la confesión belga, ya que requería que condenara a los anabaptistas.[9] Como se dijo antes, Corro estaba más centrado en la vida correcta y en el amor fraternal que en la estricta adhesión dogmática y su carta a los pastores luteranos indicaba repetidamente que el amor fraternal era más importante que cualquier confesión de fe, las cuales, les recordaba, fueron escritas por hombres falibles. En otra carta que escribió a Casiodoro de Reina dijo que quería leer obras escritas por pensadores místicos y anabaptistas como Kaspar Schwenkfeld, Valentin Krautwald, Andreas Osiander, Justus Velsius y Jacopo Aconcio. No estaba necesariamente de acuerdo con su doctrina, pero, al menos, estaba abierto a escuchar lo que tenían que decir.[10]

    Por último, muchas obras españolas, cuando se refieren al tema de la fe, no se centran mucho en fe que justifica, sino en lo que ellos llaman fe “verdadera” y “viva”, por la que entienden una fe que se manifiesta por las obras. De hecho, me atrevería a sugerir que, en el conjunto de la teología de los reformadores españoles, estaban más preocupados por la correcta vida cristiana que por la doctrina de la justificación solo por la fe. Obviamente aceptaban y defendían lo segundo, pero sencillamente no era su principal preocupación; aunque creían y defendían Romanos 3–4, estaban más interesados en Santiago 2. Lo que se apoderó de sus corazones fue el hecho de que, gracias a la obra de Cristo en la cruz, el Padre había derramado el Espíritu sobre su pueblo de manera que pudiera vivir la imagen de Dios.

    Antes de terminar, es necesario notar que la apertura de los reformadores españoles al pensamiento anabaptista no significaba necesariamente que ellos mismos estuvieran de acuerdo con él, sino que los reconocían como verdaderos creyentes y, por tanto, no querían excluirlos de la iglesia visible. No obstante, sí que estaban al menos bastante abiertos al pensamiento y la espiritualidad anabaptistas, y existe una considerable coincidencia entre ambos. Esta no es mera valoración mía de las pruebas, sino que ha sido defendida por otros estudiosos del tema, como en la reciente monografía de Manuel Díaz Pineda.[11]

    Conclusión

    Debo aclarar que la visión que he reconstruido arriba no fue la posición de todos los reformadores españoles. Por ejemplo, Cipriano de Valera y Juan Aventrot eran claramente reformados y no se privaron de adoptar posturas que habrían excluido a luteranos y anabaptistas.[12]
     
    Sin embargo, estas voces representan la posición minoritaria entre los reformadores españoles y el argumento básico de este artículo sigue siendo cierto: el protestantismo español adoptó una posición moderada, o vía media, entre luteranos y reformados, y fue incluso más allá que los anglicanos en su aceptación de importantes aspectos de la visión anabaptista. Nunca se mostraron abiertos a posiciones heréticas en temas doctrinales clave y la mayoría, si no todos, afirmaron expresamente su lealtad a los principales credos y concilios cristianos de los cinco primeros siglos de la Iglesia, completamente en la línea de otros grupos protestantes de la época. Pero, dentro de esta ortodoxia esencial, estaban dispuestos a incluir a los cuatro grupos principales de la reforma.[13] Al no ser verdaderamente luterano, ni reformado, ni anglicano, ni anabaptista, su visión pide ser llamada de otra manera, que he sugerido como “la cuarta vía”.
     
    Irónicamente, aunque la “cuarta vía” de España fue rechazada por la mayoría de los grupos en el s. XVI, parece ser lo que la mayoría de la gente anhela en el s. XXI: de los diálogos ecuménicos entre los representantes de las denominaciones, al fenómeno de las iglesias no denominacionales, pasando por grupos de estudio bíblico para adultos que incluyen a todo tipo de cristianos independientemente de sus vínculos denominacionales. Desgraciadamente, la reforma española no puede ofrecernos un modelo de cómo podría ser esta “cuarta vía” a nivel práctico ya que fue brutalmente reprimida en España y nunca hubo un grupo de expatriados españoles lo suficientemente grande y estable como para implementar su visión en otros lugares de Europa. En el mejor de los casos, se puede reconstruir cuidadosamente, pero siempre con la advertencia de que es hipotético y especulativo.[14] Sin embargo, lo que puede ofrecernos es esperanza. Esperanza de que los protestantes no tenemos que dividirnos en denominaciones. Esperanza de que luteranos, reformados, anglicanos y anabaptistas podrían pertenecer a la misma iglesia. Esperanza en que durante la Reforma hubo al menos algunas personas que valoraron el amor fraternal tanto como la verdad. Esperanza de que el protestantismo pueda curarse de sus cismas y así encarnar mejor la “multiforme sabiduría de Dios” (Ef 3:10).[15]
     

    [1] Por ejemplo: cf. Diarmaid MacCulloch, “The Myth of the English Reformation”, Journal of British Studies 30 no 1 (1991): 1-19
    [2] Lo que es más, incluyeron ideas de reformadores de otros trasfondos, como de los italianos Pedro Mártir Vermigli y Bernardino Ochino.
    [3] Su visión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado hizo el diálogo muy difícil y la unidad, virtualmente, imposible.
    [4] Adrián Saravia (c. 1530-1613), un protestante hispano-flamenco, también respaldó la Concordia de Wittenberg en su obra De Sacra Eucharistia. Sin embargo, aunque su padre era español y su vida se solapó en muchos aspectos con las de Reina y Corro, Saravia parece haberse considerado más flamenco que español, como sostiene Paul Hauben (Three Spanish heretics and the Reformation [Genève: LibraireDroz, 1976], 116-125).
    [5] Casiodoro de Reina: Reformador español del siglo XVI (Sociedad Bíblica, 2019), 139–140.
    [6] Aparentemente, la única parte importante de la visión anabaptista que los reformadores españoles no incorporaron en la suya fue la separación de la Iglesia y el Estado. Por el contrario, y en cierto modo sorprendentemente, debido a su experiencia negativa con la Inquisición española, se inclinaron hacia el erastianismo, que colocaba al monarca cristiano como cabeza de la Iglesia.
    [7] El Beneficio de Cristo, otro clásico espiritual, fue escrito muy probablemente por sus seguidores y basado en sus enseñanzas.
    [8] Es interesante notar también que rechazó la confirmación, complemento necesario del bautismo infantil.
    [9] Hauben, Three Spanish heretics, 23
    [10] En una carta del 03 de julio de 1571, condenó los errores de algunas de las personas mencionadas en su carta junto con otros como Arrio, Pelagio y los papistas. Sin embargo, no especificó a qué errores se estaba refiriendo, lo que hace difícil juzgar su relación con ellos.
    [11] La reforma en España (Siglos XVI-XVII): Origen, naturaleza y creencias (Barcelona: Editorial Clie, 2017), esp. Parte 2, §4.2 y Parte 4, §3.
    [12] Por el momento, no estoy seguro de que Juan Pérez de Pineda fuera “claramente” reformado o solo quería quedar bien. Por ejemplo, aunque siempre estuvo en buenos términos con Ginebra, e incluso publicó catecismos que reflejaban la estructura y los contenidos reformados, hay que tener en cuenta la influencia de Constantino de la Fuente y el silencio ensordecedor sobre el bautismo de infantes. Mi agradecimiento a Jon Nelson por señalar algunas dificultades relacionadas con la clasificación de Pineda.
    [13] Aunque no se menciona en este artículo, la influencia del pensamiento de Sebastián Castellion en Reina y Corro no debe ser pasada por alto. Castellion fue un famoso defensor de la libertad de conciencia, lo que probablemente habría afectado la eclesiología de Reina y Corro.
    [14] Tengo pensado hacerlo en un artículo futuro.
    [15] Me gustaría agradecer a Jon Nelson, a Steven Griffin y a Manuel Díaz Pineda por la lectura de un borrador previo de este trabajo y sus útiles sugerencias.

     
     
     

    Artículo traducido por Trini Bernal, modificado ligeramente por el autor.

     
     
     

    NB: Después de publicar el artículo, leí una obra publicada por Paul Hauben (“Marcus Pérez and Marrano Calvinism in the Dutch Revolt and the Reformation”) en la que describe la fe de Marcos Pérez, Antonio del Corro, Renée de Ferrara y otros conversos con la etiqueta “calvinista ‘evangélico’”, con la cual quiere decir que, aunque siendo calvinistas en un sentido básico de la palabra, “les faltó la intransigencia miope ocasional de los reformados con respecto a los de otra fe” y que por tanto “toman una postura relativamente poco común en el calvinismo y la Reforma en general” (p. 132). Es decir, parece que el “calvinismo ‘evangélico’” de Hauben coincide en gran manera con mi “cuarta vía”.

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      La ortodoxia de Adrián Saravia según su testamento

      Del testamento de Adrián Saravia:

      En primer lugar, confieso que muero en la fe entregada a la Iglesia por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo y los profetas que componen el contenido de los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, y que actualmente es aceptada en la Iglesia de Inglaterra por la autoridad pública. Estos cincuenta años, después de haber abandonado y renunciado a los errores de la tiranía y la idolatría que imperan en la Iglesia Romana, he enseñado y profesado esta fe en privado y en público. Acepto y aprecio grandemente el llamado Credo de los Apóstoles, el Credo de Nicea y los otros tres Concilios ecuménicos con el de Atanasio porque todos ellos proceden de la Palabra de Dios. A estos añado la Confesión de la Iglesia de Inglaterra junto con la que los príncipes alemanes presentaron al Emperador de Augsburgo en el año de nuestro Señor de 1530. No conozco ningún error que haya sido condenado por la Palabra de Dios o por los padres de la Iglesia primitiva. Por lo tanto, condeno todas las herejías y enseñanzas contrarias a la Palabra escrita de Dios y, particularmente, aquellas que fueron condenadas por esos cuatro renombrados concilios generales, el de Nicea, el de Constantinopla, el primero de Éfeso y el de Calcedonia.

      Traducción del inglés por Trini Bernal; modificada ligeramente por el autor.

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        El aprecio de ocho reformadores españoles por la Iglesia primitiva

        ¿Crees que los credos, concilios y maestros de la Iglesia primitiva tienen valor para los cristianos hoy en día? Por lo menos ocho de nuestros reformadores españoles —Constantino Ponce de la Fuente, Juan Díaz, Casiodoro de Reina, Antonio del Corro, Cipriano de Valera, Adrián Saravia, Juan de Nicolás i Sacharles y Jaime Salgado— pensaban que sí. Aquí tenemos sus palabras:

        ■ Constantino Ponce de la Fuente:

        (Después de citar los Credos apostólico, niceno y atanasio) «Aunque en forma muy breve, en estos tres símbolos se contiene toda la fe cristiana. En la exposición más amplia que de ellos haremos a continuación, se verá como de estos contenidos breves, como si fueran una fuente, o las raíces de una planta, emergen todas las doctrinas de la fe cristiana.»

        (Constantino Ponce de la Fuente, Doctrina Cristiana, cap. 31)

        ■ Juan Díaz:

        (Después de hablar de la máxima autoridad de las Escrituras, dice lo siguiente) «Abrazamos, no obstante, tres símbolos, Apostólico, Niceno y el de Atanasio, como un epítome de las Escrituras proféticas y apostólicas. También los cuatro grandes Concilios, Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense. […] Finalmente, queremos comprendidos en esta doctrina a los escritores eclesiásticos ortodoxos y santísimos padres, Tertuliano, Cipriano, Ambrosio, Agustín, Jerónimo, etc.; pero solo en cuanto ellos mismos quieren ser reconocidos y leídos, y la sentencia, en ellos, tenga el testimonio de la Escritura.»

        (Juan Díaz, “Suma de la religión cristiana”, p. 104 en Claudius Senarclaeus, Historia de la muerte de Juan Díaz, 104, lenguaje actualizado)

        ■ Casiodoro de Reina:

        «Cuanto a lo que toca al autor de la Translación, si Católico es, el que fiel y sencillamente cree y profesa lo que la santa Madre Iglesia Cristiana Católica cree, tiene y mantiene, determinado por Espíritu Santo, por los Cánones de la Divina Escritura, en los Santos Concilios, y en los Símbolos y sumas comunes de la fe, que llaman comúnmente el de los Apóstoles, el de el Concilio Niceno y el de Atanasio, Católico es, e injuria manifiesta le hará quien no lo tuviera por tal.»

        (Casiodoro de Reina, Biblia del Oso, ‘Amonestación al Lector’, 1569, lenguaje actualizado)

        ■ Antonio del Corro:

        En su carta del 03 de julio de 1571, después de afirmar la autoridad de las Escrituras, afirma que los tres símbolos de Nicea, de Atanasio y de los Apóstoles, tienen autoridad, explican la fe y deben ser recibidos por todo cristiano.

        (Carta reproducida en el latín original: J. H. Hessels, Ecclesiae londino-batavae Archivum, vol 3 parte 1 [Cambridge], 144–145)

        ■ Cipriano de Valera:

        «[…] los tres Símbolos, de los Apóstoles, Niceno, [y] de Atanasio: los cuales son un sumario de lo que el cristiano debe creer tomado de la Escritura.»

        (Dos Tratados: De la misa y de su santidad, p. 463 en Reformistas Antiguos Españoles, lenguaje actualizado; luego, va a mencionar el sexto concilio [pero de manera ambigua] y rechazar Nicea II [ibid, 8, 51)

        ■ Adrián Saravia:

        «Recibo y abrazo el credo que es llamado de los apóstoles, y también de Nicea y de los otros tres concilios generales, con aquello que es de Atanasio. […] Asimismo, condeno todas las herejías y doctrinas que son ajenas de la palabra escrita de Dios, y sobre todo aquellas que los famosos cuatro concilios generales condenaron: Nicea, Constantinopla, Éfeso primero y Calcedonia.»

        (Testamento de Adrián Saravia, 03 de enero de 1613; cf. Willelm Nijenhuis, Adrianus Saravia (c. 1532–1613): Dutch Calvinist, first Reformed defender of the English episcopal Church order on the basis of the ius divinum [Leiden: Brill, 1980], 368)

        ■ Juan de Nicolás i Sacharles (implícitamente):

        «La doctrina de la Transubstanziazion, ¿no es una novedad, introduzida en la Iglesia Romana, haze solo unos cuatrozientos años? […] ¿Cuál de los Padres, que florezieron en los quinientos años primeros despues de Cristo; creyó jamás, que somos justificados por las obras de la Lei, i no por Fé […] Cuál de los Padres antiguos, sostuvo nunca, que hubiese otro purgatorio, en el cual, o por el cual, se purgasen nuestras almas, antes de entrar en el zielo; sino la sangre de nuestro Señor i Salvador […] ¿Cual, entre los antiguos, en los quinientos, o mas bien, en los seiszientos años primeros; creyo jamás, o enseñó; que el Obispo de Roma, es la cabeza de la Iglesia universál; que tiene poder para privar de sus reinos, a Reyes; absolver súbditos de la fidelidád jurada; dispensar votos, hechos a Dios; admitír en el catálogo de Santos, a quien le agrade; imponer leyes sobre la Iglesia universal; perdonar pecados como Juéz; librar almas del purgatorio; p ronunziar sentenzias supremas i absolutas, sin posibilidad de apelar, en materias de Fe?»

        (El español reformado, en Reformistas antiguos españoles VIII:24–26)

        ■ Jaime Salgado:

        «En cuanto a los Padres de la Iglesia antigua, y los cuatro concilios primitivos, los abrazamos como intérpretes de las Santas Escrituras; sí, y también afirmamos que pueden atar nuestra conciencia de manera subordinada a las Escrituras, pero no forzarla a la fe (ligant, non obligant).»

        (Jaime Salgado, El clérigo romano, 14; traducción propia)

        En conclusión, se puede concluir que, a nivel general, los reformadores españoles tomaron la misma postura que los reformadores magisteriales de otros países (y sobre todo los de Inglaterra): afirmaron que mucho de los primeros 4–5 siglos es bueno y correcto (en concreto, los tres símbolos o credos fundamentales y/o los primeros cuatro concilios ecuménicos de la Iglesia), pero que mucha teología medieval (¡pero no todo!) tiene que ser reformado a la luz de las Escrituras.

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          Confesión de fe de la Iglesia Cristiana Española, Madrid, 1872

          Breve introducción

          Se sabe muy poco de esta confesión de fe, y lo que viene a continuación, procede de lo que me ha comunicado el Rvdm Carlos López Lozano y de la introducción a la confesión que acompaña la fotocopia en la biblioteca del Seminario Teológico de Sevilla. Esta confesión de fe estuvo vigente en la Iglesia anglicana desde 1872 hasta 1880, cuando se modificó, y siguió en vigencia en la Iglesia Evangélica Española hasta 1895, cuando fue revisada.[1] Parece ser una traducción de una confesión de fe de la Iglesia de Escocia, quizá de la Iglesia Presbiteriana Libre, pero aun no se ha podido confirmar, y tampoco si alguna parte fue retocada. Solo existen algunas doce copias manuscritas de las personas que participaron en su composición, más algunas fotocopias.
           

          El texto reproducido a continuación procede de una copia de estas fotocopias hechas para celebrar el 125 aniversario de la Iglesia Evangélica Española. En cuanto al texto, aparece igual que en la fotocopia, con los siguientes tres pequeños cambios: 1) Se han actualizado y estandarizado el deletreo y la puntuación. 2) Se han añadido encabezamientos —que se encuentran entre corchetes— para facilitar la comprensión de la estructura de la confesión. 3) Se han insertado los números de los folios de la fotocopia —que también se encuentran entre corchetes en el texto principal— para facilitar referencias a la misma.

          En cuanto a la confesión en sí, su estructura y contenido demuestran que es una confesión de fe que tiene cabida en la tradición reformada. La estructura sigue generalmente el Credo apostólico —a veces con expresiones y lenguaje similares—, que era algo muy común entre las confesiones reformadas. El contenido también evidencia su carácter reformado: la división tripartita de la Ley, los dos oficios de la iglesia (y no tres), la presencia espiritual de Cristo en la cena del Señor, etc. Aunque tenga carácter reformado, la confesión es bastante amplia en su enfoque, permitiendo así que gente de distintas tradiciones protestantes pudiera firmarla.

          Curiosamente, la confesión no contiene citas bíblicas, ni alusiones claras a la misma, lo cual contrasta fuertemente con las numerosísimas citas bíblicas de la “Declaración, o confesión de fe” de Casiodoro de Reina de 1560/1577. La confesión fue firmada en Madrid el 15 de abril, 1872 por 25 hombres, entre los que estaban algunos de los más destacados de su época, como Juan Bautista Cabrera y Federico Fliedner, por ejemplo.
           
          [Portada]
           

          PROFESIÓN
          DE FE,
          de la Iglesia Cristiana Española

          MADRID.
          1872.

          [1]

          Confesión de Fe
          hecha por la asamblea de la Iglesia Cristiana Española[2]
          en Abril de 1872.

          I. [Las Escrituras]

                    Las Santas Escrituras dadas por Dios al hombre, para que éste conozca cuanto le importa saber acerca de su propia salvación, son inspiradas por Dios en todas sus partes, y constituyen la única e infalible regla de fe y de moral._________________

                    Las Santas Escrituras son ellas mismas su verdadero intérprete. ____________
           
                    Admitimos como libros canónicos del Antiguo Testamento todos los que nos han sido trasmitidos por el pueblo judaico, único depositario en su tiempo de los oráculos de Dios, y son el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números, el Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, I y II Samuel, I y II Reyes, I y II Crónicas, Esdras, Nehemías, Esther, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías. __________________________
           

                    Los libros canónicos del Nuevo Testamento son: Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y [2] Juan, Hechos de los Apóstoles, Epístola de Pablo a los Romanos, Iª y IIª a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Colosenses, a los Filipenses,[3] I y II a los Tesalonicenses, I y II a Timoteo, a Tito, a Filemón, Epístola a los Hebreos, Epístola de Santiago, Epístolas I y II de Pedro, Epístolas I, II y III de Juan, Epístola de Judas y Apocalipsis de Juan. _____________________________________________

                    Los libros llamados apócrifos, no hallándose entre los Canónicos que nos han sido trasmitidos por el pueblo judaico, no tienen autoridad alguna en la Iglesia de Dios. ____________________________________________________________
           

           

          II. [El Dios Trino]

                    Hay un Dios verdadero, vivo e infinito a quien adoramos: Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios en tres personas, creador y conservador de cuanto existe. ____________________________________________________________
           
           
          III. [La creación]
           

                    Plugó a Dios Todopoderoso llamar a la existencia lo que no era, y crear para su gloria las cosas visibles e invisibles en los Cielos y en la tierra. _________________

                    Dios sustenta y gobierna al mundo por su Providencia, la cual se extiende a todas las criaturas y a todas las acciones de ellas. _____________________________
           
                    Después que Dios hubo creado en pro- [3] gresion creciente todas las cosas, creó al hombre a su imagen conforme a su semejanza, en conocimiento, justicia y santidad de verdad, le dotó de libertad y le dio un mandamiento de cuyo cumplimiento o infracción dependía su felicidad o su desgracia._______________
           
           
          IV. [La caída]
           
                    Seducidos por Satanás nuestros primeros padres, que vivían felices en la comunión de Dios, cayeron en el pecado y quedaron sujetos a la condenación con que Dios les había amenazado en caso de desobediencia. ______________________
           

                    En Adam, representante y progenitor del linaje humano, quedó viciada la naturaleza humana, de modo que los hombres todos descendientes suyos y solidarios de su desobediencia, nacen inclinados al mal, incapaces de hacer lo que es espiritualmente bueno según Dios, impotentes para salvarse y merecedores por sus propios pecados de la muerte eterna. _________________________________

           
          V. [La promesa y el cumplimiento]
           

                    Dios en su bondad, no queriendo que el género humano permaneciese en el estado de perdición a que quedó reducido por la primera desobediencia, determinó según el [4] consejo de su voluntad salvar a los pecadores, y a este fin hizo a Adam la promesa de un Redentor, promesa que fue amplificando por medio de los patriarcas y profetas. _____________________________________________________

                    Cuando los tiempos fueron cumplidos, el Verbo eterno de Dios, que en el principio era ya con Dios y era Dios, se hizo carne, tomando forma de siervo hecho semejante a los hombres, y fue concebido, por la virtud del Espíritu de Dios, en el seno de una virgen llamada María. _________________________________________________
           

                    En él se unieron indisolublemente las naturalezas divina y humana. _________

           
          VI. [La obra de Cristo]
           

                    Segundo Adam, y representante del hombre, Jesucristo, aceptó voluntariamente el oficio de Redentor, y de grado se sujetó a la ley que cumplió en todas sus partes. __

                    Su perfecta obediencia a la voluntad divina se extendió hasta su muerte expiatoria en la cruz para redimir al hombre de la esclavitud del pecado y reintegrarle en la gloria a que Dios le destinara primitivamente. ________________________
           
                    Aunque personalmente sin pecado, fue hecho pecado por nosotros pecadores para [5] que fuésemos hechos justicia de Dios en él. _______________________


                    Después de haber derramado su vida hasta la muerte como ofrenda y sacrificio hechos a Dios, fue sepultado, pero su cuerpo no sufrió la corrupción. ____________

                    Al tercer día resucitó de entre los muertos, y con el mismo cuerpo que tanto había padecido subió a los cielos, y sentado a la diestra del Padre intercede por los suyos, al mismo tiempo que permanece en ellos por medio de su Santo Espíritu.___________
           


          VII. [La obra del Espíritu]

                    El Espíritu Santo con que el Padre ungió al Hijo, es el que nos aplica para nuestra salvación la obra redentora de Cristo _________________________________
           

                    El Espíritu Santo es el que nos une con Cristo por medio de la fe, habita en los creyentes, los liberta del imperio del pecado, les hace comprender las Escrituras, los consuela y los sella para el día de la Redención. __________________________


          VIII.
           

                    Como nadie puede ver el reino de Dios si no naciere de nuevo, el Espíritu Santo ilumina el entendimiento, renueva la voluntad y dispone el corazón de los pecadores para que arrepentidos de sus culpas, se vuelvan hacia el Señor y confíen para siempre en [6] sus promesas. _____________________________________________

                    De modo que el Espíritu Santo es el autor de ese cambio sobrenatural que la Santa Escritura llama conversión, regeneración, paso de la muerte a la vida. _______
           
           
          IX. [La justificación por fe]
           

                    El pecador es justificado, no por sus propios méritos, sino únicamente por la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo. _____________________________

           

          X. [La santificación]

                    Aunque el creyente, así justificado, se halla libre de toda condenación, no se halla libre del combate que después de la conversión se establece entre el espíritu de vida en Cristo Jesús que recibe de Dios y su carne de pecado. Sin embargo, Dios le habilita por medio de su Santo Espíritu para el cumplimiento de los divinos preceptos, y para que se aproxime[4] más y más cada día a Él; en esto consiste la santificación sin la cual nadie verá al Señor. __________________________________________
           

                    La santificación no es igual en todos los fieles, pues aumenta en grados diferentes por la virtud de Dios y la mayor o menor sumisión a la voluntad divina. ____
          [7]

          XI. [La preservación]

                    Los que son verdaderamente justificados, y caminan en la santificación, no serán arrebatados de la mano de Cristo, pues son guardados por la potencia de Dios para alcanzar la herencia incorruptible que les está reservada en los cielos. ___________
           
           

          XII. [La fe]

                    La fe, por cuyo medio somos justificados, adoptados por hijos y hechos partícipes de todos los privilegios que como a tales hijos nos competen, es un don de Dios, obra del Espíritu Santo en nuestros corazones; por ella recibimos a Cristo como se nos ofrece en el Evangelio, y confiamos en él para nuestra salvación. _______________
           
           
          XIII. [Las buenas obras]
           

                    A la fe que justifica, siguen siempre las buenas obras, las cuales no son sino el cumplimiento de los preceptos divinos, y recibirán de Dios un eterno galardón, no porque sean meritorias, sino porque Dios ha prometido galardonarlas, y premia así su propia misericordia, puesto que él obra en nosotros tanto el querer como el ejecutar. _

                    Mas no habrá galardón para las obras [8] hechas sin la fe, porque sin la fe no se puede agradar a Dios. ___________________________________________
           
           
          XIV. [La elección]
           

                    Toda la obra de la salvación es un puro don de la misericordia de Dios que nos eligió, según su presciencia, para que disfrutáramos del beneficio de la sangre de Cristo, que purifica de todo pecado. __________________________________

                    El pecador que desoye el mandamiento de Dios, es responsable de su propia incredulidad, porque el Señor no rechaza a ninguno de los que a él acuden para ser salvos. ______________________________________________________
           
           
          XV. [La Ley]
           

                    Desde la creación de Adam existen leyes divinas que marcan los deberes del hombre para con Dios. Estas leyes, en el Antiguo Testamento se distinguieron en morales, ceremoniales y judiciales. Las ceremoniales y judiciales quedaron abrogadas bajo la dispensación del Evangelio. ___________________________________

                    No sucede lo mismo con la ley moral que es la que se halla sumariamente contenida en el Decálogo. Ella sirve para hacernos conocer nuestros deberes y la necesidad de la obra redentora de Cristo. ______________________________
           

                    [9] Sin embargo, no estamos bajo la ley considerada como alianza, sino únicamente como regla de vida. _____________________________________

           
          XVI. [La Iglesia]
           

                    Los creyentes en Cristo, antes y después de su venida, constituyen la Iglesia de Dios. ________________________________________________________

                    La Iglesia se divide en visible e invisible. Componen la invisible todos los recatados por Cristo, ya anden por la fe y en esperanza, ya anden por la vista y disfruten de las promesas de Dios. Esta es la Iglesia verdaderamente Católica, una, santa, y solo Dios conoce a todos los que son miembros de ella. _______________
           

                    Estando todos estos unidos con Cristo por su Espíritu y por la fe tienen[5] comunión con Él, y unidos unos con otros por el vínculo del amor, realizan la verdadera comunión de los santos. __________________________________________

                    La Iglesia visible se compone de todos los que profesan en este mundo la fe en Cristo juntamente con sus hijos; ella es la casa y familia de Dios sobre la tierra. La Iglesia visible existe bajo la forma de Iglesias particulares, las cuales son mas o menos puras según la pureza de las [10] doctrinas que enseñan y de la vida de sus miembros. Algunas degeneran tanto que dejan de ser Iglesias de Cristo, y se convierten en sinagogas de Satanás. ___________________________________________
           

                    No hay más cabeza de la Iglesia, tanto visible como invisible, que Nuestro Señor Jesucristo. ____________________________________________________

           
          XVII. [El culto]
           

                    La Iglesia visible debe tributar culto religioso a solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y no a los ángeles, santos ni a otra criatura alguna. ___________________

                    Ha sido la voluntad de Dios consagrar un día de la semana para que en el los fieles se dediquen de un modo especial al ejercicio del culto público y privado, y se abstengan de toda obra que no sea de necesidad o de misericordia. Desde la resurrección de Cristo este día es el domingo. ____________________________
           
           
          XVIII. [Los cargos]
           

                    Aunque la Santa Escritura enseña que todo cristiano es rey y sacerdote para Dios, ha sido, sin embargo, la voluntad del Señor instituir un ministerio compuesto de ancianos y diáconos, al cual [11] ha confiado la administración de su Iglesia. _______

           
          XIX. [Sacramentos]
           

                    El Señor Jesucristo ha instituido en su Iglesia dos Sacramentos, a saber, el Bautismo y la Cena del Señor, en los cuales están representados, sellados y aplicados a los creyentes por medio de signos sensibles, tanto el mismo Cristo como los beneficios de la alianza de gracia. ____________________________________

                    El beneficio que resulta de los Sacramentos no depende de virtud alguna que exista en los signos, ni de la piedad o intención del que los administra, sino de la bendición del Señor y de la fe de aquellos que los reciben. ___________________
           
                    Hay en los Sacramentos una relación espiritual entre el signo y la cosa significada, por lo cual sucede que los nombres y efectos de la una se atribuyen al otro. ________________________________________________________
           
           
          XX. [El bautismo]
           

                    Por el Sacramento del bautismo, mediante la aplicación de agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, el individuo a quien se bautiza es solemnemente admitido en la Iglesia visible. _____________________________

                    Este Sacramento representa la purificación de nuestros pecados por la sangre [12] de Cristo, nuestra muerte al pecado y sella nuestra participación de todos los beneficios de la alianza de gracia. Por él significamos nuestra sumisión al Señor. ____

                    Debe administrarse este Sacramento a los que actualmente profesan la fe en Cristo, y le prestan obediencia, y también a los niños, cuyos padres o uno de ellos, sean creyentes. ____________________________________________________
           
                    No debe administrarse el bautismo a una persona más de una vez en la vida.___
           
           
          XXI. [La cena del Señor]
           

                    Por el Sacramento de la Cena del Señor que se ha de observar en la Iglesia, se hace una memoria perpetua de la muerte de Cristo hasta que Él venga. __________

                    La cena del Señor debe administrarse bajo las dos especies de pan y vino que representan el cuerpo y la sangre de Cristo. _____________________________
            

                    Los que dignamente participan de la cena del Señor, reciben y se nutren de Cristo Crucificado y de los beneficios de su muerte, no carnal y corporalmente, sino espiritualmente y por la fe; reconocen además su obligación de dedicarse al [13] Señor, y de cumplir todos sus deberes para con Cristo. ______________________

                    En la cena del Señor, Cristo no se ofrece al Padre, ni en ella se hace sacrificio alguno para remisión de los pecados, sea de vivos o de muertos. _______________
           

                    Los ignorantes y los impíos no pueden participar de los elementos de la Santa Cena; los primeros porque ningún beneficio les resultaría; los segundos, porque pecan contra Cristo. __________________________________________________

           
          XXII. [El retorno de Cristo]
           

                    El Cuerpo humano después de la muerte torna al polvo y ve corrupción; pero el alma, teniendo una existencia inmortal, vuelve a Dios que la creó. ______________

                    Las almas de los justos son recibidas en el cielo, y las de los impíos son arrojadas en el infierno, esperando unas y otras la resurrección de los cuerpos. ____________
           

                    Cuando Jesús vuelva en su gloria, los cuerpos de los justos saldrán a su vez de los sepulcros, y unidos con los que aún vivan en la tierra, volarán a su encuentro para nunca jamás separarse de Él. _______________________________________

                    Fuera de estos dos lugares donde [14] moran las almas separadas de sus cuerpos, no reconoce otros la Escritura. ________________________________
           
           
          XXIII. [La eternidad]
           

                    Vendrá después el día en el cual Dios juzgará al mundo con justicia por su hijo Jesucristo, para que cada cual reciba el premio conforme a sus obras. ___________

                    Los justos irán a la vida eterna y heredarán la plenitud de gozo y bienaventuranza que existe en la presencia de Dios, para siempre. Mas los impíos que no conocen a Dios, ni obedecen al Evangelio de Jesucristo, serán castigados con la eterna separación de la presencia del Señor y de la gloria de su poder. _______________
           

                    Como Cristo quiere que estemos persuadidos de que habrá un día de juicio para disuadir a todos los hombres del pecado y para consuelo de los creyentes; así también ha querido que este día sea ignorado de los hombres para que rechacen toda seguridad carnal y presunción y se hallen siempre vigilantes y dispuestos a decir, no sabiendo la hora en que vendrá su Señor: Ven, [15] Señor Jesús, ven pronto. Amen._

           
          Madrid 15 de Abril de 1872
           

          Los que firman se comprometen según su conciencia, a predicar la palabra de Dios tal como está contenida en los libros canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento, y en conformidad con la precedente confesión de fe.[6]

           

          Antonio Carrasco                                     Juan B. Cabrera

           

          Pablo Sánchez Ruiz

           

          Federico Fliedner                                     Pastor Félix Moreno Astray

           

          Julián de Vargas                                       Antonio Sánchez

           

          John Jameson                                          José Hernández y Ortega

           

          William Moore                                          Ángel B. Gérman

           

          Pedro Castro                                             A. L. Empaylaz[7]

           

          Francisco Antony Marian García[8]        José Allsamea[9]

           

          José Ximéno Coro[10] Zaragoza            Juaquín Masa Souceruor[11]

           

          Manuel Plácido Hernández                    Francisco de A. Cabrera

           

          Guillermo H. Gulick                                  Hugh Waddell

           

          Enrique R. Duncan                                   Joseph Viliesid

           

          Luis A. Fernández                                     Manrique Alonso Lallave

           

          [1] Antes de esta confesión de fe de 1872, se escribió otra en 1869 de 35 capítulos que fue creada por el presidente Juan Bautista Cabrera y el Secretario Luis A. Fernández.
          [2] Se lee “Español” en la fotocopia, pero parece que se ha cortado la “a” por el escáner.
          [3] La frase “a los Colosenses, a los Filipenses” está subrayada.
          [4] La palabra “aproxime” es difícil de leer debido; podría ser “aprojime”.
          [5] Originalmente se leía “tenemos”, pero fue tachado.
          [6] Muchos de las firmas son difíciles de leer, y sus lecturas no siempre son claras. Las dificultades son indicadas en las notas a continuación. También, en la parte inferior del folio 15, hay una frase que ha sido tachada, y cuya lectura no se puede comprobar. Es una frase de seis palabras: las primeras cuatro parecen ser “aquí debe ponerse la” y la última parece ser “jornada”.
          [7] Parece que hay una letra o marca después del apellido, pero la lectura no es clara.
          [8] Apellido difícil de leer; parece que hay el número “73” después del apellido.
          [9] Apellido ilegible en parte.
          [10] Palabra o apellido ilegible.
          [11] Apellido ilegible en parte.

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