II. Contexto histórico de la Reforma protestante
Es importante recordar que la Reforma protestante no surgió en el vacío. Por el contrario, se dieron numerosas crisis, al menos retrocediendo 200 años, que propiciaron el estallido tal como aconteció a principios del siglo XVI. En esta sección, me gustaría explicar algunos de estos factores y después hablar sobre el asunto relacionado de la visión sobre la salvación en la Iglesia de occidente durante la Edad Media.
II.1 Crisis espirituales en la Iglesia de Occidente medieval
La primera crisis que ha de ser considerada es la del Papado de Aviñón de 1309 a 1378. Cuando el cristianismo se inició en el primer siglo, lo hizo como un movimiento “popular” que fue fuertemente ridiculizado y perseguido durante los tres primeros siglos. Sin embargo, con la conversión de Constantino al cristianismo en el s. IV, el cristianismo se encontró en una posición inesperada como religión oficial del Imperio romano y más allá de éste. Cuando la mitad occidental del Imperio romano cayó el siglo posterior, la única organización unificadora que permaneció fue la Iglesia cristiana. Así, la religión que había sido perseguida por el Imperio romano ahora se había vuelto esencial para garantizar la estabilidad y el progreso de una Europa fracturada. En el 800, fue el Papa León III el que coronó a Carlomagno como emperador del renovado Imperio romano en la antigua basílica de san Pedro en Roma. Este dramático evento sentó las bases para la concepción occidental de que el Papa era la suprema autoridad del territorio, por encima del príncipe, del rey y del emperador. Esta idea alcanzó su clímax en 1302 cuando el Papa Bonifacio VIII emitió la famosa bula papal Unam sanctam en la que el Papa declaraba su autoridad sobre todos los poderes espirituales y terrenales.
La historia ha demostrado una y otra vez que el éxito de una organización conduce a su caída, al atraer a aquellos que están más interesados en los beneficios que ofrece que en los ideales que inicialmente propugnaba. No fue diferente con el papado romano. Con el tiempo, el papado llegó a percibirse como otro puesto de poder político, sin duda el mayor puesto de poder, y fue comprado y vendido a los hombres más ricos y poderosos de Europa, quienes a menudo se encontraban también entre los más corruptos. En el siglo XIV Francia estaba entre las naciones más poderosas de Europa occidental y por ello tenía sentido para muchos de los ricos y poderosos que el papado se moviera de Roma a Aviñón, Francia, como así sucedió en 1309. No hubo motivaciones religiosas tras este movimiento, sólo razones políticas, y esto sirvió de demostración para muchos cristianos fieles de que el papado había sido hecho cautivo por intereses políticos y de que había abandonado su principal responsabilidad de pastorear las almas de los fieles. Se puede imaginar el horror que muchos fieles cristianos sintieron cuando el papado romano, que había residido en Roma desde el primer siglo, se desarraigó de Roma, trasladándose a Francia por motivos políticos. El dinero y el poder habían corrompido a la Iglesia en sus estamentos más altos. Dado que el papado de Aviñón duró aproximadamente 70 años, Martín Lutero se referiría posteriormente a este periodo como la “cautividad babilónica de la Iglesia”, trazando un paralelismo con la cautividad de Israel en Babilonia que también duró 70 años y que fue la consecuencia de su desobediencia a Dios.
La segunda crisis que considerar es el cisma de occidente de 1378 a 1417. Aunque el papado regresó a Roma en 1378, la corrupción no quedó atrás en Aviñón. En 1378, el Colegio cardenalicio eligió a Urbano VI como Papa. No obstante, sus inmediatos y austeros planes de reforma (combinados con disputas políticas entre italianos y franceses) hicieron surgir rumores de que se había vuelto loco y así el mismo Colegio cardenalicio, que sólo unos pocos meses antes había elegido a Urbano VI como Papa, se retiró al pueblo italiano de Anagni para elegir a otro Papa, esta vez Clemente VII, que regresó a Aviñón. Por segunda vez en el siglo XIV lo impensable había sucedido: dos papas elegidos formalmente, escogidos por el mismo Colegio cardenalicio, residiendo en dos ciudades distintas, cada uno afirmando ser el sucesor de Pedro y además sosteniendo del otro que era el antipapa. Aunque ninguno de los Papas consintió en ceder ante el otro, al final acordaron que lo mejor sería elegir a un tercer Papa que reemplazara a ambos. A consecuencia, el Colegio cardenalicio, en un concilio en Pisa, Italia, eligió a un nuevo Papa, Alejandro V. Desafortunadamente, después de la elección de Alejandro V, ni Urbano VI ni Clemente VII quisieron renunciar a su reivindicación de ser sucesor de Pedro y así la Iglesia quedó con tres Papas residiendo en tres ciudades distintas y cada uno reclamando ser el sucesor legítimo de Pedro. Aunque esto suene algo cómico en nuestros días, hemos de recordar que la mencionada bula papal del Papa Bonifacio VIII, Unam sactam también estipulaba que era imposible alcanzar la salvación si no se estaba en comunión con el Papa. Se puede intuir la angustia espiritual que muchos cristianos fieles debieron haber sentido durante este tiempo en el que tenían que elegir entre tres Papas debidamente elegidos. Esta división duró cerca de 40 años hasta que el Concilio de Constanza, cuando el consejo eligió un cuarto Papa, Martín V, que finalmente puso fin al cisma. De ese modo, entre el papado de Aviñón comenzando en 1309 y el final del cisma de occidente en 1417 hubo más de un siglo de conflictos esenciales en la Iglesia occidental.
La última crisis que considerar es el declive moral dentro de la Iglesia occidental. Con la caída de Constantinopla en 1453 y el posterior éxodo masivo de los eruditos de habla griega del imperio bizantino al occidente de habla latina, la Iglesia occidental fue de nuevo expuesta a grandes cantidades de textos clásicos y lenguas que habían perdido lentamente a lo largo de los siglos. Este período de Europa occidental se conoce como el Renacimiento y en él Roma estaba en la vanguardia de la fascinación por la edad clásica, recientemente redescubierta. Desafortunadamente para la Iglesia, esto implicó que los Papas se interesaron más en proyectos humanísticos y en los lujos del Renacimiento que en pastorear las almas de los fieles cristianos. La corrupción que había llevado al papado de Aviñón y al cisma de occidente no había desaparecido y ahora estaba alcanzando nuevas cotas. Fue durante este periodo que fue elegido probablemente el Papa más corrupto de la historia de la Iglesia, Alejandro VI. Se decía de él que se había jactado de cometer en público los siete pecados capitales con excepción de la glotonería, debido a sus malas digestiones. Tenía varias concubinas que eran esposas de otros hombres en su corte y que le dieron al menos siete hijos, el más famoso de los cuales fue Cesar Borgia, el reputado modelo para El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Pero el Papa Alejandro VI fue sólo uno entre una hueste de Papas desde el siglo XV y principios del XVI que se caracterizaron por ser hombres de guerra, asesinos, adúlteros, extorsionadores, sobornadores, glotones, etc. Cierto es que la influencia del Renacimiento en Roma tuvo también efectos positivos, tales como las grandes obras arquitectónicas, el arte y proyectos bibliotecarios abordados durante este periodo. No obstante, ha de recordarse que estos proyectos se llevaron a cabo principalmente por motivos políticos tales como competir con Florencia y Venecia en cuanto al poder político y fueron sufragados en un grado importante con indulgencias. Dos siglos de corrupción habían plagado a la Iglesia occidental y esto no había pasado desapercibido para muchos cristianos fieles. Después de todo, Dante puso múltiples Papas en algunos de los círculos más bajos del infierno en su Divina comedia, ¡y a sus lectores les encantaba!
II.2 El concepto medieval de la salvación
Tras hablar de algunos de los antecedentes históricos de la Reforma Protestante, me gustaría ahora tratar el asunto del concepto medieval de la salvación. En la traducción latina de la Biblia (que fue escrita originalmente en hebreo, arameo y griego), los traductores latinos tuvieron que crear una nueva palabra para el término “justificar”. El término que escogieron fue justificari, que muchos consideraban proveniente de las palabras justum (“justo” o “recto”) y facere (“hacer”). El griego y el hebreo se perdieron rápidamente en el occidente tras la caída de Roma, resultando en la desafortunada situación de que un idioma secundario se convirtió en la base para la reflexión teológica en lugar de los lenguajes originales. La reflexión posterior sobre el término latino justificari indujo a muchos a concluir que la justificación era un proceso por el cual Dios hiciera justa la persona. Durante la Edad Media, se entendió que Dios llevaba a cabo este proceso a través de la Iglesia, y especialmente a través de los sacramentos que ofrecía. La Iglesia, por lo tanto, se convirtió en la administradora de la salvación de Dios a través de los sacramentos y, con el tiempo, desarrolló un sistema exhaustivo y coherente que aseguraba que la gente era hecha justa ya fuera en esta vida o en la venidera. La enseñanza de la Iglesia había desarrollado un dicho que sonaba aproximadamente como: “Al que hace lo que de él depende, Dios no le negará su gracia”. Por tanto, en tanto que uno se esforzara en agradar a Dios, especialmente en relación con ser un buen católico y en participar en los sacramentos de la Iglesia, Dios sería generoso, y tarde o temprano la persona sería hecha justa.
Lo siguiente es un resumen de cómo funcionaba el proceso sacramental (y cómo sigue funcionando hasta hoy). Al nacer, los bebés entraban por la puerta de la salvación a través del sacramento del bautismo y ratificaban su entrada por medio del sacramento de la confirmación. Después de la confirmación, la persona podía participar en el sacramento de la eucaristía en la que literalmente se alimentaba del mismo Cristo, incrementando así su justicia delante de Dios. Si uno cometiera un pecado menor (i.e. venial), la Iglesia ofrecía el sacramento de penitencia a través del cual el sacerdote absolvía los pecados de la persona por medio de la confesión oral. Si uno cometiera un pecado grave (i.e., mortal), la Iglesia ofrecía el mismo sacramento de penitencia, pero esta vez acompañado de auto-penitencia en la forma de ayunos, oraciones, limosnas, etc., con el fin de hacer restitución por la ofensa cometida. En peligro extremo de muerte, la Iglesia ofrecía el sacramento de la unción de enfermos por el cual una persona podía ser absuelta de todos sus pecados justo antes de la muerte. Además de estos cinco sacramentos en los que todos los cristianos participaban, la mayoría también lo participaba o en el sacramento del matrimonio o en el de la orden sacerdotal (i.e., hacerse monje, monja, sacerdote, etc.).
Aun así, la mayoría de la gente, a pesar de haber sido fieles hijos de la Iglesia durante toda su vida, no llegaba a ser hecha justa en su tiempo de vida en la tierra, y por ello la Iglesia enseñaba que el proceso se completaba en el purgatorio. Es en el purgatorio donde el individuo es purgado de todas sus tendencias malignas y sufre el castigo temporal por cualquier otro pecado cometido en su vida. La mayoría de la gente en este periodo era consciente de su pecaminosidad y por ello esperaba sufrir una larga y tortuosa estancia en el purgatorio que duraría cientos —si no miles— de años. Sin embargo, había dos formas de evitar este fatal destino. La primera era recibir el sacramento de la orden sacerdotal, ingresar en una orden religiosa y vivir una vida de penitencia marcada por el ascetismo, la disciplina y la austeridad. Existía la creencia de que era posible evitar de manera suficiente las inclinaciones pecaminosas de forma que el tiempo en el purgatorio llegara a ser relativamente corto. La segunda era a través de una indulgencia plenaria. De acuerdo con la teología medieval (y también en la actualidad), el Papa tiene la autoridad para liberar un alma del purgatorio, ya sea parcial o totalmente. Las indulgencias podían ser concedidas por diversas razones tales como haber luchado en las Cruzadas como soldado o haber peregrinado a Roma para contemplar reliquias. Pero en la víspera de la Reforma fueron otorgadas frecuentemente a cambio de dinero donado a la Iglesia, especialmente para la construcción de la nueva basílica de san Pedro en Roma. Cualquiera que fuese la opción tomada, la creencia era que uno era finalmente hecho justo tras pasar por el purgatorio lo cual hacía posible entrar en la presencia de Dios.
Como resumen de lo anterior, es importante resaltar dos factores cuando se quiere reconstruir el cristianismo occidental en los albores de la Reforma protestante. Primero, existía una corrupción bastante extendida y a la vez había una preocupación general acerca de si la Iglesia occidental estaba siguiendo a Cristo fielmente. Segundo, la salvación se entendía como ser hecho justo y el sistema sacramental ofrecía a la gente una vía coherente y completa para llevar a cabo este proceso. Fue en este contexto que Martín Lutero nació y creció y en el que intentó vivir.